El sepelio del senador Miguel Uribe y el congreso de la ANDI se convirtieron en nuevos enfrentamientos entre el gobierno y la oposición, respaldada por EE. UU.
Consuelo Ahumada / Para Con Nuestra América
Desde Colombia
El sepelio de Miguel Uribe marcó la tónica. Desde la hacienda donde está recluido, el ahora presidiario Álvaro Uribe envió un discurso venenoso y provocador.
Incluso llamó hipócrita al expresidente Juan Manuel Santos y lo acusó de devolverles a los criminales “el narcotráfico y el poder de asesinar”. La siembra del odio y el llamado a la venganza, tal como lo señaló el propio presidente.
Por su parte, el padre del senador asesinado, después de emotivas palabras de duelo, llamó a la oposición a unirse contra el gobierno. Manifestó su disposición de colaborar en la definición de candidato único. Le aseguró al expresidente que ponía a su disposición el legado de su hijo para consolidar una propuesta política que permitiera recuperar el rumbo del país.
Más claro imposible. Se manipuló el dolor y sentimiento de pesar de la familia y la población y se montó un show mediático hacia la campaña electoral. Un show que venía funcionando desde el hospital.
Una vez más, hay que insistir en el rechazo al atentado que le costó la vida y en el repudio y condena al uso de la violencia, cualquiera que sea su procedencia, para dirimir diferencias entre personas o sectores políticos.
Pero, contrariamente a lo sucedido en otras ocasiones, cunado ha reinado la impunidad, hoy la Fiscalía adelanta la investigación con todo rigor.
Las acusaciones a Petro por su supuesta responsabilidad al polarizar al país carecen de todo fundamento. El asunto central es que él ha tenido que batirse a fondo para defender su proyecto y sus reformas, la supervivencia de su gobierno y su vida misma, frente a una oligarquía frenética, dispuesta a todo para recuperar el poder.
Dispuesta a sembrar el odio y el desconcierto entre la gente, a confundirla y engañarla. A magnificar sus errores y esconder sus numerosos aciertos.
Por ello, la polarización no procede de sus palabras, como repiten sin cansancio. El gobierno quiere cumplir el compromiso que adquirió con el país, pero la oposición insiste en regresar al pasado.
Palabras van, palabras vienen, y en ese discurrir ha habido excesos. Pero la contradicción de fondo no es lo que se dice sino los intereses que se defienden.
Este gobierno ha garantizado como ningún otro los derechos de la oposición, que ha podido movilizarse a sus anchas y desplegar todos sus ataques contra el presidente.
El segundo evento importante de la semana fue el congreso de la ANDI, el más importante de los gremios del país, realizado en Cartagena. Desde los inicios de este gobierno, este congreso se erigió como foro de oposición y conspiración por excelencia contra el presidente.
Los reconocidos y documentados avances del gobierno en el campo económico, distribución de tierra, reactivación del sector agrario, incremento del ingreso y del consumo, reducción del desempleo y la pobreza, pasan inadvertidos para tan poderosos señores y señoras.
Nuevamente, allí prevalecieron las expresiones de odio. Todos contra Petro, quien no fue invitado esta vez. Sin duda, lo más destacado en esta ocasión fue la intervención interrumpida y censurada de Daniel Quintero, exalcalde de Medellín y precandidato progresista a la presidencia.
Con una bandera palestina, irrumpió a la fuerza en el recinto, denunció el genocidio de Gaza y respaldó las medidas del gobierno contra Israel, en medio del saboteo y los gritos de los demás candidato/as y de unas huestes fanáticas.
Tanto el sepelio como el congreso de Cartagena contaron con una importante delegación de Washington. En Bogotá estuvieron el subsecretario de Estado, Cristopher Landau, quien desde antes de llegar ya se había pronunciado “Esto es terrible, el senador (Miguel Uribe) estaba hablando contra el presidente de Colombia, el cual fue un miembro de la guerrilla comunista y él fue atacado hace un par de meses y luego murió”.
También viajaron dos senadores de origen colombiano, Bernie Moreno, republicano, muy cercano a Trump y a su vicepresidente Vance, y Rubén Gallego, demócrata.
Parte de la delegación, además del embajador nominado para Colombia, Daniel Newlin, se reunieron en Cartagena con los precandidatos de la derecha y la ultraderecha.
Se supo que la senadora Cabal le había enviado una carta a Marco Rubio, en la que le exponía en detalle una situación de “creciente hostilidad institucional y física contra la oposición en Colombia. Hoy el escenario coyuntural de esa lucha es el juicio contra el expresidente Álvaro Uribe, y la desigualdad radica en la utilización de la justicia desde el Estado mismo”, el beneficio judicial para miembros de organizaciones armadas ilegales y la “permisividad del gobierno”
Y continúa “el favorecimiento judicial a los cabecillas de estructuras criminales en el marco de la fallida ‘Paz total’ se ha convertido en amenaza al proceso electoral con miras a las elecciones de 2026”.
Lo cierto es que en la reunión de Cartagena se desplegó un sartal de críticas al gobierno sobre la condena de Uribe, el asesinato del senador y las elecciones 2026.
Moreno y el embajador nominado se reunieron también con los alcaldes de las principales capitales del país, todos firmes opositores a Petro. El senador “amigo de Colombia” amenazó que Maduro no estará en la Presidencia de Venezuela en diciembre próximo. “No toleraremos a un narcoterrorista que inflija daño a los EE. UU.”.
Tampoco descartó sanciones o aranceles para Colombia. Calificó la condena de Uribe como un intento de silenciar al hombre que salvó a sus compatriotas de la violencia guerrillera.
Por eso, contrario a lo que señaló Benedetti sobre la reunión del gobierno con tan funestos personajes, no parece haber razones para el optimismo en cuanto al futuro de las relaciones bilaterales.
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