La desaparición forzada de
personas constituyó una estrategia militar bien pensada. Una perversa
estrategia, por cierto: quitar el control de la propia vida a la gente.
Desaparecer niñas y niños (en general, sobrevivientes de las masacres) con
distintos fines: apropiación como entenados por parte de miembros del propio
ejército, para entregarlos a otras familias, para "comercializarlos"
a través de esas oscuras adopciones, fue una profunda herida que al día de hoy
sigue abierta.
Marcelo
Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad
de Guatemala
"La guerra terminó,
pero quienes tenemos un familiar desaparecido seguimos llevando la guerra en el
corazón".
Jorge, familiar de
desaparecido, Ixcán, Quiché
Guatemala,
en el marco de la Guerra Fría, sufrió el conflicto armado interno más
encarnizado de Latinoamérica. Como es un pequeño país "marginal",
productor de economía "de postre" (café, azúcar, banano), no ocupa la
atención de los medios de comunicación, no es particularmente
"importante" en la arquitectura global del mundo. Sólo es noticia
ante alguna catástrofe. Pero hay mucho que decir sobre la guerra que allí se
vivió, y más aún, sobre el trabajo que se está realizando en relación a las secuelas
de esa monstruosidad, de esa terrible catástrofe social. Del Holocausto judío
se han hecho innumerables películas y recordatorios, y eso está muy bien
(olvidar es repetir); del holocausto guatemalteco jamás se habla, mucha gente
en el mundo ni siquiera sabe que ocurrió, y proporcionalmente fue igual o peor
que aquél.