La
hospitalidad es uno de los criterios básicos del humanismo de una civilización.
La nuestra está marcada lamentablemente por prejuicios de larga tradición, por
nacionalismos, por xenofobia y por varios fundamentalísimos.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
El
drama de cientos y cientos de haitianos, víctimas del devastador terremoto,
que, vía el Estado de Acre, buscan hospitalidad en Brasil, representa un test
de lo humana que es o no es nuestra sociedad. No quiero restringirme solo a los
haitianos sino a tantas personas que son expulsadas de sus tierras, poseros,
indígenas, quilombolas y otros, por el avance del agronegocio o desalojados,
como recientemente del local de la OI en Rio de Janeiro, que tuvieron que
refugiarse en la plaza de la Catedral de la ciudad. Organismos de la ONU nos
informan de que existen en el mundo más de cien millones de refugiados, ya
sea por guerras, por situación de hambre, por problemas climáticos y otras
causas similares. Cual Abrahanes andan por ahí buscando quien los acoja. Y
cuántos barcos son rechazados teniendo que vagar por los mares en medio de todo
tipo de necesidades y desesperanzas.
Basta
recordar a los refugiados de África que llegan a la isla italiana de Lampedusa.
Recibieron la solidaridad del Papa Francisco, que en esa ocasión hizo las más
duras críticas a nuestra civilización por ser insensible y haber perdido la
capacidad de compadecerse de la desgracia de sus semejantes. Todas estas personas
padecen por falta de hospitalidad y de solidaridad.
En
Brasil, en los periódicos y especialmente en los medios sociales, se desató una
fuerte polémica sobre cómo tratar a los haitianos desesperados y depauperados
que están llegando a nuestro país. El Gobernador de Acre, Tião Viana, mostró
profunda sensibilidad y hospitalidad al acogerlos, hasta el punto de, con los
escasos medios de un estado pobre, no poder hacerse cargo de la situación. Tuvo
que pedir socorro al Gobierno Central. Pero ha sido insultado por muchos de
manera descarada en las redes sociales y en twitter. Aquí nos damos cuenta de
cuan inhumanos y sin piedad pueden ser algunos. No respetan la regla de oro
universal de no desear ser tratado de esa forma si se encontrasen un día en una
situación semejante. Según el notable biólogo Humberto Maturana, tales personas
retroceden a un estadio pre-humano, al nivel en el que se encuentran hoy los
chimpancés que son societarios pero autoritarios, no siempre practicando
siempre la mutualidad.
En este
contexto la virtud de la hospitalidad gana especial relevancia. La
hospitalidad, dijo el filósofo Kant en su último libro La Paz Perpetua (1795): es la primera virtud de una república
mundial. Es un derecho y un deber de todos, pues todos somos hijos e hijas de
la misma Tierra. Tenemos el derecho de circular por ella, de recibir y de
ofrecer hospitalidad. Uno de los más bellos mitos griegos se refiere a la
hospitalidad. Dos viejitos muy pobres, Baucis y Filemón, dieron acogida a
Júpiter y a Hermes que se disfrazaron de andariegos miserables para probar
cuanta hospitalidad quedaba en la Tierra. Fueron rechazados por casi todos,
pero cálidamente acogidos por esta pareja de viejitos que les ofrecieron lo
poco que tenían. Cuando las divinidades se deshicieron de sus trapos y
mostraron su gloria, transformaron la choza en un espléndido templo. Los
viejitos se prostraron en reverencia. Las divinidades les dijeron que hiciesen
un pedido que sería prontamente atendido. Como si lo hubiesen combinado
previamente, ambos dijeron que querían seguir en el templo recibiendo a los
peregrinos y que al final de su vida ambos, después de tan largo amor, pudiesen
morir juntos. Y fueron escuchados. Filemón fue transformado en un enorme
carbayo y Baucis en una frondosa morera. Sus ramas se entrelazaron en lo alto y
así siguen hasta el día de hoy, como cuentan los que pasan por allí. Y se sacó
una lección que pasó a lo largo de todas las tradiciones: quien acoge a un
pobre hospeda al propio Dios.
La
hospitalidad exige una buena voluntad incondicional para acoger al necesitado y
al que se encuentra en gran sufrimiento.
Exige
también escuchar atentamente al otro, más con el corazón que con los oídos,
para captar su angustia y su esperanza.
Exige
además una acogida generosa, sin prejuicios de color, de religión ni de
condición social. Evitar todo aquello que lo haga sentir un indeseado y un
extraño.
Es importante dialogar abiertamente para captar su historia de vida, los peligros que pasó y cómo llegó hasta aquí. Responsabilizarse conscientemente junto con otros para que encuentre un lugar donde vivir y un trabajo para ganare la vida. La hospitalidad es uno de los criterios básicos del humanismo de una civilización. La nuestra está marcada lamentablemente por prejuicios de larga tradición, por nacionalismos, por xenofobia y por varios fundamentalismos. Todos estos cierran las puertas a los inmigrantes en vez de abrírselas y, compasivos, compartir su dolor. En este espíritu debe ser vivida y testimoniada la hospitalidad con nuestros hermanos y hermanas haitianos. Aquí se demuestra si somos verdaderamente un pueblo de cordialidad y de acogida abierta a todos, cuánto hemos crecido en nuestra humanidad y mejorado nuestra civilización.
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