Los 1.25 millones de votantes que derrotaron a Martinelli
seguirán su rutina diaria para sobrevivir en un país cuya clase gobernante
concentra cada vez más riqueza a expensas de los trabajadores. La única noticia
positiva producto de los comicios – además de la derrota de Martinelli – es la
confirmación que en Panamá existe un pueblo sabio.
Marco A. Gandásegui, h.
/ Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Han pasado diez días desde el triunfo del equipo que encabezó el
presidente electo, Juan C. Varela. Aún siguen festejando los despachos
superiores de las grandes corporaciones, así cómo los buffet de las
prestigiosas firmas legales. Las cúpulas empresariales todavía no se explican
como fue derrotado el presidente saliente, Ricardo Martinelli. Sólo saben que
se sacaron de encima un peso que amenazaba con acabar con sus planes de
gobernar el país –en estrecha convivencia con los intereses de EEUU- por muchos
quinquenios más.
Este sentimiento de sosiego también se reflejó entre los sectores de las
capas medias altas – conservadoras – que sentían amenazados sus estilos de vida
e, incluso, en algunos casos, su estabilidad económica. Martinelli había
promovido algunas leyes que incrementaban los impuestos a los bienes inmuebles.
El triunfo electoral de la candidata a diputada independiente y
ex-procuradora general de la Nación, Ana Matilde Gómez, fue celebrado con igual
entusiasmo que la victoria de Varela y del candidato a la Alcaldía del distrito
de Panamá, José I Blandón. La victoria de Varela fue del Partido Panameñista,
colectividad debilitada en los últimos lustros. Sin embargo, el logro de Varela
fue asumido como propio por los sectores más conservadores del gran capital y
de las capas medias más acomodadas del país. Incluso, sectores de la oposición
que no eran de la alianza de Varela se sintieron satisfechos con la derrota de
Martinelli.
El triunfo de Varela, sin embargo, no se lo debe a la votación de esos
sectores anquilosados en el tiempo. Sin hacer fiesta, sin celebraciones, los
sectores populares del país – del campo y de la ciudad – salieron a votar por el candidato panameñista. Votaron y
regresaron a sus casas para ver por televisión el espectáculo de los políticos
gritando y festejando mientras que otros (como el presidente saliente) no podía
contener las lágrimas.
El 70 por ciento de los panameños que votaron en contra de Martinelli no
creen que Varela va a cumplir con sus promesas. Varela también sabe que no
cumplirá con sus promesas. Congelar, regular o controlar los precios de los
productos de la canasta básica no están en su plan de gobierno. Tampoco
pretende desarrollar una política que enfoque las demandas populares en materia
de educación, salud y vivienda. La política económica de Varela estará al
servicio de los grandes capitales
nacionales y extranjeros que explotan, por un lado, y despojan, por el otro, a
la población trabajadora. Los intereses mineros, hidroeléctricos e
inmobiliarios (ciudad y playa) tenderán su lugar privilegiado en el consejo de
Gabinete. Igual suerte tendrán los representantes de los intereses bancarios,
marítimos y especulativos. Coparán los cargos del Gabinete, de la Corte Suprema
de Justicia, de la Autoridad del Canal de Panamá, del Banco Nacional y otras
instancias.
Los 1.25 millones de votantes que derrotaron a Martinelli seguirán su
rutina diaria para sobrevivir en un país cuya clase gobernante concentra cada
vez más riqueza a expensas de los trabajadores. La única noticia positiva
producto de los comicios – además de la derrota de Martinelli – es la
confirmación que en Panamá existe un pueblo sabio. Si se analizan los
resultados de las elecciones – presidencia, diputados, alcaldes y
representantes – salta a la vista que los panameños no votaron siguiendo una
línea política determinada o los deseos de los ‘gamonales’.
Votaron por lo que creyeron que representaba mejor sus intereses a corto
plazo. Muchos pueden rechazar esta lógica que propongo teniendo en cuenta la
bajísima votación captada por los
candidatos progresistas o de la izquierda política que presentaron sus
candidaturas en el torneo electoral.
Ambas ofertas, de Juan Jované y de Genaro López, tenían el mejor
contenido programático en función de los intereses de las mayorías del país.
Sin embargo, los activistas políticos de la izquierda aún no conectan su
discurso con las aspiraciones populares. Jované fue aplaudido por su capacidad
para identificar los problemas del país. Genaro fue felicitado por su liderazgo
sindical.
La falta de un elemento que conecte estos discursos progresistas con los
anhelos populares es lo que falta para convertirlos en propuestas electorales
viables. La clase gobernante con su estilo cada vez más arrogante y excluyente está
ayudando a las organizaciones progresistas. Jovane y el FAD seguirán trabajando
para encontrar la fórmula que les permita llegar a las bases sociales del país.
Cuando eso ocurra – más temprano que tarde – tendremos el país que todos
anhelan, con democracia y justicia social.
15 de mayo de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario