La invasión
estadounidense a Panamá en 1989 fue la primera acción de Estados Unidos con el
objetivo de sentar las bases de un sistema internacional unipolar. Fue, a su
vez, una expresión práctica de cómo se manifestaría a futuro la política
exterior de la potencia norteamericana en circunstancias posteriores al “fin de
la historia”.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Marines de los EE.UU en Chorrillo, Ciudad Panamá. |
Este 20 de diciembre
se conmemora el vigésimo quinto aniversario de la última invasión
estadounidense a Panamá. La primera, se produjo en noviembre de 1903 cuando el
Crucero Nashville, dio apoyo al espíritu secesionista y posibilitó la
Independencia de Panamá de Colombia. Aunque ambos hechos ligan a Estados Unidos
con Panamá y están fatalmente atados a la historia de la república istmeña,
tienen connotaciones diferentes en el imaginario popular y una interpretación
distinta para la sensibilidad e identidad del país canalero.
En el contexto
internacional, solo un mes y medio antes del desembarco y bombardeo de Estados
Unidos a Panamá, la caída del Muro de Berlín anunciaba el fin de una época y el
comienzo de otra en la que Washington iba a campear por sus fueros. Su victoria en la guerra fría
le daba impulsos para la implantación de un sistema internacional unipolar en
el que no tenía rivales. América Latina se encontraba en una situación de
debilidad extrema. La democracia apenas se había instalado en la mayoría de los
países en años recientes. El agotamiento
de la Unión Soviética en manos de un Gorbachov que se arrodillaba ante los
ímpetus vencedores de Occidente, era el presagio de su claudicación y ocaso.
Este marco le
permitía a Washington tomar ventajas de la situación, el retorno a la
democracia en América Latina
prácticamente había concluido, las primeras elecciones democráticas en
Chile después de 17 años de dictadura, realizadas el 14 de diciembre, solo 6
días antes de la invasión, clausuraban, al menos simbólicamente la “noche
negra” de los gobiernos autoritarios que
habían imperado en la región bajo el paraguas protector de Estados Unidos y la
doctrina de seguridad nacional. Pero el
presidente Bush había decidido no dar más espacio al espíritu aperturista, que
comenzaba a reinar en el continente y resolvió aplicar todo su poder en una
región que con la creación del Grupo de los 8 fortalecía la gestión del Grupo
de Contadora y mostraba un espíritu latinoamericano de acercamiento imposible
en tiempos de dictaduras, salvo para coordinar acciones tan nefastas como la
Operación Cóndor que trajo como
consecuencia decenas de desaparecidos y asesinados en varios países.
La agenda había
cambiado con la caída del Muro de Berlín. Sólo faltaba una estocada final para
hacer desaparecer a la Unión Soviética y, en esa medida, otros tópicos
comenzaron a copar la temática de seguridad de Estados Unidos: narcotráfico,
migraciones, deuda externa y conflictos de baja intensidad entre los cuales
persistían los de Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Las manifestaciones
sociales espontáneas contra la aplicación de las recetas del Fondo Monetario
Internacional habían tenido ese año en Caracas su punto más alto, pero también
en Argentina y República Dominicana se habían desatado explosiones sociales de
difícil pronóstico. Estados Unidos debía tener sus fuerzas en completa
disposición combativa para enfrentar “estos males” que aquejaban la región.
En ese marco, el
control de Panamá era imprescindible, ante el espíritu de rebeldía que parecía estarse fraguando al interior de
las Fuerzas de Defensa de ese país, en un momento en que Estados Unidos
necesitaba su apoyo incondicional a fin de mantener su artificial política anti
drogas que combate la producción y procesamiento en América Latina, mientras
permite y promueve en territorio propio la distribución de los narcóticos y el
flujo de los recursos financieros que
produce.
Por otro lado, en
medio de la más brutal guerra de
agresión contra Nicaragua, ese país iba a realizar elecciones en febrero de
1990. En este ambiente, con la invasión a Panamá, Bush mandaba un mensaje
fuerte y claro de lo que esperaba a los nicaragüenses y a Centroamérica en caso
de persistir el gobierno del FSLN. La invasión fue expresión de una forma poco
disimulada de influir en un pueblo que estaba agobiado tras 42 años de
dictadura somocista y 10 de una criminal
guerra que financiaba Estados Unidos contra el país.
Como siempre,
Estados Unidos utilizó sus medios de comunicación para justificar la brutal
acción bélica en el istmo. Arguyó que era una necesidad inmediata “proteger las
vidas de sus ciudadanos en Panamá”. Así mismo, planteó su obligación de
“restaurar la democracia” y “asegurar el funcionamiento del Canal de Panamá”.
Ninguna de estas razones resistiría un elemental análisis serio y argumentado.
Lo cierto es que el fin de la guerra fría le permitía a Bush regresar al siglo
XIX y a la época del Gran Garrote como signo primordial de la política exterior de Estados Unidos.
El verdadero
objetivo de la invasión fue la captura del general Noriega, hombre fuerte de
las Fuerzas de Defensa de Panamá. Se sabe que Noriega tuvo vínculos con Bush
cuando éste fue Director de la CIA en el año 1976, pero también se conoce que
el militar panameño se negó a cooperar con Estados Unidos para una eventual
invasión militar que esta potencia preparaba contra Nicaragua. Esta habría sido
la razón fundamental del ajuste de cuentas a través del cual Noriega fue
acusado de “tráfico de drogas”.
La detención de
Noriega, un personaje polémico que fue llevado a Estados Unidos donde se le
juzgó por diferentes delitos, no justifica el bombardeo de una ciudad inerme en
el que ciudadanos pacíficos, habitantes de barriadas humildes fueran
sacrificados vilmente por la cobarde metralla imperial.
Para ejecutar la
invasión, Estados Unidos movilizó 26 mil
efectivos en lo que fue su mayor operación militar desde la guerra de Vietnam.
El pueblo panameño se opuso a la embestida de las fuerzas armadas
estadounidenses, superando la resistencia que esperaban las tropas imperiales,
lo cual obligo a ésta a prolongar las acciones. Los bombardeos indiscriminados
contra las zonas residenciales populares
provocaron entre 4 mil y 10 mil civiles muertos de acuerdo a diferentes
fuentes. Así mismo, produjo más de 2 mil millones de dólares en pérdidas y la
detención temporal de unos 5 mil panameños.
La operación
concluyó cuando Guillermo Endara, fue juramentado como presidente en una Base
Militar estadounidense en la Zona del Canal, - en ese momento- aún ocupada por
Estados Unidos. Endara sustituyó a las Fuerzas de Defensa por una policía
denominada Fuerza Pública. Sin embargo, la ayuda económica prometida por Estados Unidos nunca
arribó y el propio Endara llegó al ridículo de hacer una huelga de hambre para
obtenerla. En la consolidación de la intervención, el nuevo gobierno aceptó la presencia de
“supervisores” estadounidenses en los ministerios, así como la acción de tropas del Comando Sur de Estados Unidos
estacionada en la Zona del Canal, fuera de su jurisdicción, todo ello con la
aparente justificación de lucha contra el narcotráfico y la guerrilla
colombiana en la frontera entre ambos países.
La invasión
estadounidense a Panamá en 1989 fue la primera acción de Estados Unidos con el
objetivo de sentar las bases de un sistema internacional unipolar. Fue, a su
vez, una expresión práctica de cómo se manifestaría a futuro la política
exterior de la potencia norteamericana en circunstancias posteriores al “fin de
la historia”, utilizando la expresión que dio título al libro de Francis
Fukuyama.
Por el contrario,
para los latinoamericanos y caribeños, la historia estaba comenzando. Vista
desde otra perspectiva, los panameños vertieron su sangre generosa en nombre de
los pueblos de la región para señalar un camino de dignidad frente a la
brutalidad y la barbarie imperial. Sólo unos meses antes, en febrero del mismo
año, Caracas se había alzado para
indicar una ruta que Panamá enalteció, haciendo vibrar la fibra latinoamericana
y caribeña.
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