Hoy, como
en 1875, el bien mayor para el número mayor. La economía que necesitamos es
aquella que haga de ese criterio una prioridad para la asignación de recursos
escasos entre fines múltiples y excluyentes, para asegurar el desarrollo progresivo de las fuerzas
trabajadoras de nuestra América, aplicadas a la elaboración de sus productos.
Guillermo Castro H. / Especial
para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“No estriba el amor patrio en afianzar
la libertad: estriba en labrar un pueblo en que la libertad se afiance” José
Martí [1]
1875 ha de haber sido un año extraordinario en aquella forja de sí
mismo que fue la vida de José Martí. Cabe imaginarlo, quizás, como el año en
que el metal fundido salió de su horno de origen en busca del molde que le
diera utilidad y sentido plenos en el servicio a los pueblos de que formaba
parte el suyo. Y ese primer momento de búsqueda tuvo lugar en el mejor
escenario imaginable: México, donde la Reforma Liberal había generado las
expresiones más intensas del conflicto entre reacción y progreso que allí
vendría a desembocar en aquella peculiar síntesis– ilustrada por la convivencia
bajo tutela estatal del cientificismo positivista y el catolicismo ultramontano
- que encontró expresión política en la dictadura de Porfirio Díaz entre 1876 y
1910. Ya después sería Cuba el yunque, y el Partido Revolucionario Cubano el
martillo que le darían a Martí su forma y su estatura definitivas.
En México, además de reunirse con su familia al regreso de su exilio
en España, Martí recibió una cálida acogida en un grupo de jóvenes
intelectuales liberales de clara orientación democrática, y de un patriotismo
que buscaba caminos hacia el futuro en un mundo que tendía a organizarse en una
comunidad de Estados nacionales. El país emergía entonces de un prolongado y
devastador período de guerras por la Reforma Liberal y contra la intervención
extranjera. Su economía estaba en ruinas, y dependía sobre todo de la
exportación de metales preciosos para abastecerse de bienes de consumo
indispensables. Esa situación fue
sintetizada en los siguientes términos por Martí en su columna de prensa para
la Revista Universal:
Se elabora, se extrae, se cultiva.
Lo que se extrae, va decayendo; lo que se cultiva,
no va aumentando; lo que se elabora, sofócase y debilítase en la competencia
que lo extranjero viene a hacerle, y que por sus timideces o impericias no
puede nuestra industria sostener. La economía ordena la franquicia; pero cada
país crea su especial economía. Esta ciencia no es más que el conjunto de
soluciones a distintos conflictos entre el trabajo y la riqueza: no tiene leyes
inmortales; sus leyes han de ser, y son, reformables por esencia. Tienen en
cada país especial historia el capital y el trabajo: peculiares son de cada
país ciertos disturbios entre ellos, con naturaleza exclusiva y propia,
distinta de la que en tierra extraña por distintas causas tengan.
Y de tal panorama - de una manera que llegaría a ser característica de
su reflexión social y política -, concluía Martí lo siguiente:
A propia historia, soluciones propias. A
vida nuestra, leyes nuestras. No se ate servilmente el economista mexicano a la
regla, dudosa aun en el mismo país que la inspiró. Aquí se va creando una vida;
créese aquí una economía. Álzanse aquí conflictos que nuestra situación
peculiarísima produce: discútanse aquí leyes, originales y concretas, que
estudien, y se apliquen, y estén hechas para nuestras necesidades exclusivas y
especiales.[2]
Un mes antes, ese razonamiento había sido precedido por un análisis de
los orígenes del problema en el que encontramos elementos que recuerdan del
debate contemporáneo sobre las consecuencias socio-ambientales y económicas del
neoliberalismo en nuestra América. Decía Martí entonces:
La tierra es perpetua: séanlo las fuerzas que a
vivir de la tierra se apliquen. Fuerzas constantes y productoras, elementos
creadores, industrias transformadoras de los elementos que hoy existen. Nada pone la manufactura extractiva en lugar
de lo que arranca. La industria fabril crea y transforma, en cambio, de un
modo siempre nuevo productos fijos y constantes, en los que se asienta el
verdadero bienestar de una nación.
Y añadía: México “no es útilmente rico”, pues “su riqueza comenzará a
ser útil al país, cuando pueda aplicarse en beneficio de él mismo, y no haya de
llevarse fuera de la patria en pago de las más sencillas necesidades materiales
y domésticas.”
De eso deducía una conclusión que ha de haber asombrado entonces, como
puede sin duda asombrar hoy. Frente al dogma liberal de la libertad de
comercio, propuso lo que recomendaría 16 años después en su ensayo Nuestra América: entender ”que las ideas
absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas
relativas” [3], lo cual en el caso de México en 1875 significaba comprender que
Cuando perturbaciones y errores anteriores han
alejado de su cauce natural a un país, sucede frecuentemente que necesita este
para su bienestar la comisión de algunos errores útiles. Ordena la economía, por más que hiciera bien en limitarse a
aconsejar, que sea franco y libérrimo el comercio de todos los efectos
extranjeros.
Y concluía entonces:
Utilísima es para un país formado la libertad
absoluta de comercio: ¿es de la misma manera útil para un país que se forma?
La libertad comercial es, a más de conveniente,
justa. Cuando han constituido la vida de un país injusticias esenciales, ¿no
será todavía necesario el cumplimiento de injusticias transitorias?
El comercio libre es bueno; pero realizado en
nuestro país, extinguiría en su nacimiento las abandonadas industrias
nacionales.
Fuera impolítico y erróneo cerrar hoy los puertos a
los efectos extranjeros: parece necesario limitar su introducción con derechos
relativamente crecidos; pero sólo una manera se ofrece de destruir la vacilante
situación actual de la riqueza: la competencia es esta manera única; la
competencia que no podrá establecerse con los arbitrios generales de la
hacienda, que la misma manera gravan al efecto de consumo que se introduce, que
la instrumento de trabajo que nada debería pagar. [4]
Aquel debate se prolongaría aún hasta octubre de 1875. El día 9 de ese
mes, el joven Martí lo situaría en una perspectiva más general y más precisa a
un tiempo:
Luchan perpetuamente en la vida social
los dos principios generadores, el de la dominación, todo error; el de la
libertad, todo nobleza. En economía política aquel se llama proteccionismo; este
se llama libre cambio. Pero ¿es de inteligencias que se estiman, dejarse
arrastrar por el sistema aprendido? Una razón sana debe estudiar el conflicto y
encadenar a la justicia práctica la simpatía prematura.
Hay un medio seguro de no errar en el
sistema general: estudiarlo en sus casos particulares. El sistema hacendario de
México es abigarrado y confuso: consiste en no tener sistema. Cada doctrina
tiene en él sus triunfos; pero de esta mezcla de residuos no puede resultar una
conducta franca y lógica.[5]
Ante tal situación, dice Martí, debe adoptar
la doctrina mejor, que debe adaptarse, hade ser aquella “cuyos frutos alcanzan
a una clase más numerosa.” De allí pasa al ataque a la doctrina del
proteccionismo. “He ahí”, dice, “el patriotismo de los proteccionistas: la
ganancia del fabricante sobrepuesta al beneficio de la gran masa de la patria.”
Por contraste, dice, es “indiscutible” que la industria nacional “está
interesada en el libre cambio”, si entiende que tal industria “no es el
provecho de algunos industriales aislados”, sino “el desarrollo progresivo de
las fuerzas trabajadoras de la nación, aplicadas a la elaboración de sus
productos.”
Y añade:
El proteccionismo ahoga el comercio; no
alimenta el interés de las naciones extranjeras, que se alejarán de nosotros
por la inutilidad de sus relaciones mercantiles. Privaríamos de vida a los
puertos, y arrebataríamos a nuestro pueblo naciente el medio de colocarse por
la imitación y el trato mutuo a la altura de los países formados.
El libre cambio atrae a los pueblos
extraños; nos dan sus productos baratos, y abren mercados a los nuestros; nos
dan de su vida, en cambio de lo que contribuyamos a la suya. Vivirán nuestros
puertos, y nuestra civilización se afianzará.
El patriotismo consiste en procurar el
mayor bien para el número mayor.
El debate entre protección y libre cambio, por supuesto, no era
nuevo en 1875. Así, por ejemplo, en enero de 1848, Carlos Marx - a sus 29 años
-, había pronunciado en una sesión pública de la Sociedad
Democrática de Bruselas su Discurso sobre el Libre Cambio, en el que
concluyó lo siguiente:
No creáis, señores, que al criticar la libertad comercial tengamos
el propósito de defender el sistema proteccionista.
Se puede ser enemigo del régimen constitucional sin ser partidario
del viejo régimen.
Por lo demás, el sistema proteccionista no es sino un medio de
establecer en un pueblo la gran industria, es decir, de hacerle depender del
mercado mundial; pero desde el momento en que depende del mercado mundial,
depende ya más o menos del libre cambio. Además, el sistema proteccionista
contribuye a desarrollar la libre concurrencia en el interior de un país. Por
eso vemos que, en los países donde la burguesía comienza a hacerse valer como clase,
en Alemania, por ejemplo, realiza grandes esfuerzos para lograr aranceles
protectores. Para ella son armas contra el feudalismo y contra el poder
absoluto; son para ella un medio de concentrar sus fuerzas y de realizar el
libre cambio en el interior del propio país.
Pero, en general, el sistema proteccionista es en nuestros días
conservador, mientras que el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las
viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el
proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la
revolución social. Y sólo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a
favor del libre cambio.[6]
Todo esto es del mayor interés en nuestra circunstancia
contemporánea. Desde circunstancias y perspectivas distintas, y para propósitos
diferentes, Marx y Martí convergen en una postura afín con veintisiete años de
diferencia. ¿Podría alguien en su sano juicio sustentar que la postura martiana
no era la más avanzada posible en la sociedad mexicano de su tiempo: apoyar a
un libre cambio destructor del viejo orden, frente a un proteccionismo que
buscaba conservarlo? ¿Podría alguien, también, sostener que la alternativa a
los desastres del libre comercio neoliberal en nuestra América sea el retorno a
alguna variante desarrollismo liberal proteccionista de las décadas de 1950 a
1970?
Hoy, como en 1875, el bien mayor para el número mayor. La economía
que necesitamos es aquella que haga de ese criterio una prioridad para la
asignación de recursos escasos entre fines múltiples y excluyentes, para
asegurar el desarrollo
progresivo de las fuerzas trabajadoras de nuestra América, aplicadas a la
elaboración de sus productos. Para la señora Thatcher no había alternativa al
neoliberalismo. Para nosotros, trascenderlo es la única alternativa.
NOTAS:
[1] “Boletín”. Revista Universal. México, 14 de agosto
de 1875. Obras Completas. Edición Crítica.
Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000. II, 170.
[2] “Boletín”. Revista Universal. México, 14 de agosto
de 1875. Obras Completas. Edición Crítica.
Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000. II, 170 - 171. [cursiva: GCH] Era
así evidente que la república democrática y equitativa a que aspiraba aquella
generación de jóvenes liberales necesitaba ser próspera para llegar a ser. En
aquellos debates cabe encontrar una de las raíces que, ya exilado en Nueva
York, llevó a Martí a decir en 1884 que “Ser bueno es el único
modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre.
Pero,
en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.
Y
el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer,
cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la
naturaleza.” La América. Nueva York,
mayo de 1884. VIII, 288 – 292.
[3] “Se entiende que las
formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que
las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en
formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y
plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos,
muere la república.”
“Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero
de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI,
20 – 21.
[4] “Boletín”. Revista Universal. México, 14 de julio
de 1875. Obras Completas. Edición Crítica.
Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000. II, 122 – 124.
http://www.josemarti.cu/wp-content/uploads/2014/06/44.1-Proteccionismo-y-libre-cambio.pdf
[6] Discurso
sobre el libre cambio. Pronunciado
por Marx el 9 de enero de 1848 en una sesión pública de la Sociedad Democrática
de Bruselas. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm. Al respecto, el economista
panameño Juan Moreno, en comentario personal a un borrador de este texto,
indicó lo siguiente: “Está
claro, en los dos casos, que no se trataba de negar doctrinas económicas o
políticas económicas en sí mismas. Creo, por otra parte, que el tema les fue
común porque entre otras cosas les correspondió experimentar periodos de
declinación de ciclos económicos largos. Hubo una declinación de 23 años entre
1826-1848, y otra de 20 años entre 1874-1893. En los periodos declinación el
debate entre Proteccionismo y Libre- comercio ha sido recurrente. Por ejemplo,
la crisis agraria y la depresión económica de 1873- 1893, evidenció el final de
una larga fase de libre movilidad de capitales y fuerza de trabajo, dando paso
a un nuevo modelo de expansión basado en el proteccionismo. Las medidas
proteccionistas de Alemania y EE.UU son muy elocuentes para entender el estado
de situación de entonces. En dicho periodo, especialmente, resultó evidente la
orientación de las estrategias económicas de algunos países del Norte
hacia regiones políticamente desprotegidas.”
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