Cuando
pensamos a Venezuela, nos topamos con un país efímero, pasajero, temporal, en
situación de hiperflexibilidad y en estado de transitoriedad permanente. Un
país bajo el imperio de la imprevisibilidad que se sostiene en la
provisionalidad de lo aleatorio.
El
país de la brevedad y de la caducidad; de la improvisación ante la emergencia y
urgencia de las coyunturas político-económicas. Un país que baila al ritmo de
tambores de guerra y se mueve al compás de la confrontación; donde nada es
permanente, a excepción de la batalla política.
El
cambio, la sorpresa, lo impensable, la fragilidad y lo fugaz pasan a ser la
cotidianidad. Impera el eterno recomenzar, reconstruir, rescatar consolidándose
una suerte de dinámica de la transitoriedad. Tal sentido de transición
permanente, compartido por todos los protagonistas, se ha instituido como
normalidad institucional. La preocupación por el corto plazo y la gobernabilidad,
en alianza con el síndrome fundacional, condicionan y sacrifican el sentido del
largo plazo. Un país “prêt-à-porter” a la medida de las circunstancias.
El
país de la candelita, del “por allá fumea”, del “yo no fui”; el país del
peloteo de la culpa y la responsabilidad. Un país que se diluye jugando a
policías y ladrones, a malos y buenos, a culpables e inocentes… Un país en
permanente tensión que parece caminar en la cuerda floja o al borde del
precipicio.
Crisis
y transición fracturan las estructuras, alimentan la anomia, fragmentan los
vínculos que generan procesos de sentido, significaciones y certezas. Factores
que permean y pervierten silenciosamente el tejido social y, “sin querer
queriendo”, nos invade un sinsentido de sociedad colapsada… Condición
alimentada por quienes apuestan por el desaliento y las utopías negativas, en
tanto estrategia política dirigida al debilitamiento del adversario.
Un
país de ciudadanos que, atravesados por la crisis y ante la carencia de un
lugar en “la sociedad colapsada”, se recluyen en sus espacios privados, en la
escucha cómplice para significar el sinsentido, en su verdad política, en las
redes sociales… viviendo y alimentando el divorcio político y olvidando que, de
una u otra forma, todas y todos estamos traspasados por la misma realidad.
Un
país que reta al diálogo y a cualquier gestión para lograr la pacífica y
democrática convivencia.
(*)
Socióloga venezolana, especialista en observación de medios. Directora
ejecutiva del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos.
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