En lo más inmediato,
las elecciones presidenciales en Ecuador no solo pondrán a prueba la
legitimidad de la Revolución Ciudadana y el legado de Rafael Correa y Alianza
País: su resultado también podría enviar un mensaje de esperanza para las
fuerzas progresistas y nacional-populares que hoy luchan y resisten en todo el
continente.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Entre 2017 y 2018 se
realizarán elecciones presidenciales y elecciones legislativas en 12 países de América
Latina, y no resulta aventurado afirmar que en estos comicios estará en juego
la reconfiguración prácticamente total del mapa político regional, así como la
definición de nuevas relaciones y equilibrios de fuerzas políticas que
determinarán, o bien la continuidad de la restauración neoliberal, o bien,
triunfos claves del campo progresista y nacional-popular, que podrían dar nuevos
bríos al giro posneoliberal iniciado en los albores de este siglo.
Para este año, están
convocadas votaciones en Ecuador (presidenciales el 19 de febrero), Argentina
(legislativas en octubre), Chile (presidenciales y legislativas el 19 de
noviembre) y Honduras (presidenciales y legislativas el 26 de noviembre); y
para el 2018, en Costa Rica (presidenciales y legislativas en febrero), El
Salvador (legislativas y municipales en marzo), Colombia (legislativas en marzo
y presidenciales en mayo), Paraguay (presidenciales y legislativas en abril),
México (elecciones presidenciales y legislativas federales en junio), Brasil
(elecciones presidenciales y legislativas en octubre), Perú (elecciones
regionales y municipales en octubre) y finalmente en Venezuela (elecciones
presidenciales en octubre, si la derecha no logra perpetrar antes sus planes
golpistas).
Este ciclo electoral
estará influenciado por varios factores y procesos en curso que delinean la
coyuntura latinoamericana actual, entre los que podemos mencionar, por ejemplo,
el descontento y las crecientes tensiones sociales producto del nuevo ajuste
neoliberal que tiene lugar en Argentina y Brasil, aunado a la gravitación de
los liderazgos populares de Cristina Fernández, Lula da Silva e inclusive de
Fernando Lugo en Paraguay (todos con perspectivas positivas en las encuestas de
popularidad e intención de voto), cuya presencia y acción política socava las
precarias bases de las derechas gobernantes. No es casualidad que Cristina,
Lula y Lugo sufran ahora mismo los embates de los partidos mediático y
judicial, en maniobras sin precedentes que diluyen cada vez más las fronteras
de la división republicana de los poderes públicos, evocando los peores tiempos
de las dictaduras militares.
Asimismo, la emergencia
de movimientos sociales de muy diverso cariz y el agotamiento del pacto
político neoliberal (con su democracia de muy baja intensidad) sugieren un
panorama de incertidumbre electoral en Chile, aunque no parece posible –por
ahora- el acceso al poder de una fuerza de izquierda. En Colombia, el uribisimo
sigue enfrascado en su objetivo de descarrillar el acuerdo de paz y cerrar
todas las vías posibles a la democratización y al pluralismo político en la
sociedad colombiana. México, de la mano
del PRI y del gobierno de Enrique Peña Nieto, se interna en las profundidades
de una doble crisis económica y política, atizada por los coletazos del
fenómeno Trump en los Estados Unidos –que podría arrastrar también a las
débiles economías centroamericanas-; un escenario que eventualmente favorecería
las opciones electorales de Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de
Renovación Nacional (MORENA).
Y finalmente en
Venezuela, como también ocurrirá en Bolivia en 2019, el imperialismo y la
derecha criolla radicalizarán sus planes desestabilizadores, mediante el
desarrollo de guerras económicas y mediáticas, con el propósito de poner fin a
las experiencias revolucionarias que más lejos han llevado las luchas
antiimperialistas, antineoliberales y la búsqueda y construcción de
alternativas al orden oligárquico
dominante en América Latina y a la hegemonía estadounidense.
De estas contiendas
electorales emergerán nuevas realidades que, en buena medida, marcarán el rumbo
de nuestra América en el tránsito hacia la segunda década del siglo XXI. En lo
más inmediato, las elecciones presidenciales en Ecuador no solo pondrán a
prueba la legitimidad de la Revolución Ciudadana y el legado de Rafael Correa y
Alianza País: su resultado también podría enviar un mensaje de esperanza para
las fuerzas progresistas y nacional-populares que hoy luchan y resisten en todo
el continente. Pero, también, una derrota aceleraría ese futuro nefasto que se
nos anuncia como una vuelta al pasado, a eso que Correa bien llamó “la larga
noche neoliberal”.
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