Me resulta inmoral
olvidar que los acuerdos costaron muchas vidas y dolor humano. Además semejante frivolidad obvia que al incumplirlos, las raíces del
conflicto interno están presentes. Estoy convencido que los acuerdos culminados
en 1996 siguen siendo el programa de la redención de Guatemala.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El conflicto
guatemalteco arrancó tras el derrocamiento de Arbenz con la instauración de un
régimen anticomunista que paulatinamente
se convirtió en una dictadura militar,
que a su vez incrementó su carácter terrorista. La dictadura militar
reprodujo un orden capitalista excluyente sustentado en una enorme
concentración agraria, cifras notables de miseria y privilegios asentados en el racismo contra los pueblos indígenas,
que constituyen el 60% de la población. Los acuerdos de paz buscaron desmantelar las causas del conflicto que podríamos
resumir de manera esquemática en dos: la
inexistencia de un orden democrático debido
a la dictadura militar y una sociedad marcada por la pobreza, la
desigualdad y el racismo. Al igual que en Colombia en donde la negociación de
paz entre el gobierno y las FARC ha sido adversada por la ultraderecha, los
negociadores en Guatemala tuvieron una
oposición proveniente de los sectores que más temían ser afectados: la extrema
derecha en las fuerzas armadas y en las cúspides empresariales.
Para valorar los
acuerdos de paz, hay que decir que entre
los nueve acuerdos sustantivos, seis resultaban decisivos para la
resolución del conflicto: la democracia, el retiro del ejército del gobierno,
el respeto a los derechos humanos, el respeto a la identidad y derechos de los
pueblos indígenas, la solución a la problemática socioeconómica y agraria y el
establecimiento de una comisión para la verdad histórica. Dos temas parecen
estar irresueltos y provocan que veinte años después de haber sido firmados los
acuerdos, la desigualdad social y la pobreza en Guatemala sigan siendo
notables. Estos dos temas son la reforma agraria y la reforma tributaria, que
habrían de cumplir funciones de
redistribución social en el campo y la ciudad.
He aquí el motivo por
el cual tras veinte años de haberse firmado los acuerdos de paz, estos siguen
siendo una agenda pendiente para el país.
Por ejemplo, el acuerdo sobre aspectos socioeconómicos y situación
agraria dista mucho de haberse cumplido. El Censo Agropecuario de 2003
evidencia una alta concentración agraria. El minifundio en el que se asienta el
92% de los productores agrícolas del país, en números redondos tiene
solamente un 22% de la tierra cultivada,
mientras que los grandes propietarios que representan solamente el 8% de los
productores concentran el 78% de la misma. Esto significa que la situación después de los acuerdos de paz, no ha
variado en lo más mínimo con respecto a
la que existía antes del conflicto armado, porque en ésa época el 2% de los
grandes terratenientes acaparaban el 62% de la tierra. El resultado es que la
desigualdad en el campo guatemalteco es muy grande, como lo muestra un índice
de Ginni de 0.84.
No pocos dicen que
habría que olvidar los acuerdos de paz y plantear agendas más actuales. Me
resulta inmoral olvidar que los acuerdos costaron muchas vidas y dolor humano.
Además semejante frivolidad obvia que al incumplirlos, las raíces del
conflicto interno están presentes. Estoy convencido que los acuerdos culminados
en 1996 siguen siendo el programa de la redención de Guatemala.
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