La vieja receta
neoliberal –privatizar, privatizar y después, privatizar– que el gobierno de
Temer intenta aplicar en Brasil podrá ser la alegría de las estatales chinas.
Eric Nepomuceno / Página12
En Brasil, cuando alguien
quiere referirse a un negocio muy ventajoso para una de las partes, dice que
fulano hizo “um negocio da China”. Comprar un piso de 200 metros cuadrados en
la Recoleta por cien mil dólares, por ejemplo. O un BMW nuevo por ochenta mil.
En general, el ‘negocio da China’ implica un perdedor –el que vende– y un
ganador, el que compra.
En los días de hoy, con
la peor recesión de la historia y con un gobierno rechazado por el 95% de la
opinión pública, aparecen indicios cada vez más concretos de que, para los
chinos, Brasil se transformó en ‘um negocio da China’. Además de haberse
transformado en el mayor mercado global para las exportaciones brasileñas,
China da clarísimas muestras de que pretende comprar lo que pueda en Brasil, y
a precio de ganga. En 2016, por ejemplo, las inversiones chinas en Brasil
crecieron 13% con relación al año anterior, alcanzando la muy considerable
marca de los doce mil 500 millones de dólares, contra unos nueve mil 400
millones en 2015. Ha sido el mayor volumen desde 2011, en un total de doce
nuevos proyectos. La expansión de la presencia china en el escenario global no
es nueva. La novedad es que, si en tiempos de Lula da Silva, China y Brasil
disputaban espacio en, por ejemplo, África, en tiempos de Temer y de retroceso
absoluto en política externa Brasil dejó de ser competidor para tornarse
blanco.
Volviendo a 2015, año en
que las empresas chinas realizaron compras alrededor del mundo por el valor
record de 60 mil millones de dólares, Brasil se quedó con 15% de ese total. Y
hay indicios de que la tendencia es que la participación brasileña como
“negocio da China” siga creciendo.
El gobierno de Temer
sigue tambaleándose, pero con indicios de que logrará sobrevivir. Mientras,
impone una agenda neoliberal fundamentalista, decidido a vender lo que sea
“vendible”, lo que en palabras de su ministro de Hacienda, Henrique Meirelles,
quiere decir prácticamente todo.
Los ojos chinos se
agrandan de manera solar cuando miran puntos como energía nuclear, combustibles
(el pre sal de Petrobras), aeropuertos, energía eléctrica, telecomunicaciones y
agua y saneamiento básico. El gobierno anuncia subastas, los chinos anuncian
interés. En total, lo que ya se definió como “subastable”, es decir, vendible,
suma alrededor de 32 mil millones de reales, lo que significa poco más de diez
mil millones de dólares. Y eso, atención, solamente en la provincia de Río de
Janeiro, que se encuentra en situación de colapso financiero total. Hay al
menos una empresa privada, la telefónica ‘Oi’, en la lista. Hundida en deudas,
la ‘Oi’ busca desesperadamente, con la ayuda del gobierno federal, alguien que
se arriesgue a salvarla.
En la esfera federal, los
cinco mayores bancos chinos tienen sus diez ojos puestos en Brasil. Es verdad
que los cinco mayores bancos chinos con presencia en Brasil representan
escuálidos 0,48% del total de activos del sistema financiero local. Pero eso no
impide –al contrario, incita– que aumenten su participación en la avanzada de
empresas chinas en el país. Algunos de los bancos chinos tienen el mayor
volumen global de activos –es decir, dinero– disponible en el planeta. Con un
país con el potencial y las dimensiones de Brasil puesto a la venta, ¿cómo no
mostrar interés?
Quizá el principal
problema de los bancos chinos está en el apetito de los fondos chinos de
inversión, igualmente con ojos agrandados a las oportunidades surgidas a raíz
de la crisis que el gobierno de Temer no logra siquiera entender, y de
solucionar mejor olvidar.
La vieja receta
neoliberal –privatizar, privatizar y después, privatizar– que el gobierno de
Temer intenta aplicar en Brasil podrá ser la alegría de las estatales chinas.
Eletrobras, por ejemplo, estudia privatizar nada menos que 14 usinas
generadoras, y los chinos pusieron ya su ojo gordo en cada una de ellas. Muchas
son regionales, pero sumadas, atienden a unos 25 millones de domicilios, lo
que, acorde a las reglas básicas de cálculo de familias, significa unos cien
millones de brasileños, casi la mitad de la población total.
Lo más curioso de todo
eso es que China, que parece avanzar con apetito olímpico sobre el Brasil de
Temer y sus bucaneros, es, a la vez, considerada un modelo ejemplar de
articulación entre lo público –el Estado– y el capital privado. Esa simbiosis
entre el sector público y el sector privado, que fue intentada por Lula da
Silva, está siendo destrozada de manera fulminante por el gobierno de Temer y
la fantasmagórica figura que se define como “mercado”.
Y es así que Brasil se
transforma, para los chinos, en un “negocio da China”.
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