sábado, 12 de agosto de 2017

Francisco: realidad y legado

Francisco vio más allá que otros en su tiempo para avizorar un mundo en el que la humanidad compartía una misma preocupación por la entera comunidad de las criaturas, y expresó su preocupación y su amor de maneras tan originales y conmovedoras que aún pueden ofrecernos inspiración hoy.

Roger D. Sorrell */ Treducción del Dr. Guillermo Castro Herrera. 

Presentación

Hay un debate que crece, sobre todo en tierras noratlánticas, acerca del papel de las Humanidades en el movimiento ambientalista y su cultura. En la práctica, y a su modo, ese debate reproduce aún – en rebeldía – aquel otro, anterior, sobre el conflicto entre la cultura científica y la humanística en nuestra vida académica. Pero en la práctica, también, busca trascenderlo, en busca de la relación entre ambas en el devenir de nuestra especie y ante la amenaza que la crisis global representa para toda cultura que exceda el nivel de la barbarie. Esto tiene especial importancia en regiones como América Latina, de tan rica y antigua cultura de la naturaleza, puesta hoy en riesgo constante y creciente por economías cada vez más empeñadas en prácticas que por necesidad conducen a la destrucción simultánea de las dos condiciones indispensables para toda actividad productiva: el medio natural, y el ser humano.

El texto de Roger Sorrell que compartimos hoy hace parte de un libro que nos ayuda a rastrear las raíces de ese debate en el conflicto entre la cultura de la naturaleza de la ciudad y del mundo rural en la Italia del siglo XIII temprano, y sus expresiones en el plano religioso, que era – y en nuestra región sigue siendo, en importante medida – el de la cultura de masas de entonces. Examinar el legado de Francisco de Asís a sus contemporáneos y a nuestro tiempo – cuando ha inspirado la encíclica Laudato Si’, que explora ese legado en relación a la crisis ambiental y social contemporánea – ayuda a entender el enorme potencial de la cultura de la naturaleza en su capacidad para hacer de las ideas una fuerza material capaz de incidir en el desarrollo de nuestras relaciones con el entorno natural del que hacemos parte y del que depende nuestra sobrevivencia como especie digna del sapiens que nos hemos concedido a nosotros mismos.

Guillermo Castro Herrera, Panamá, 8 de agosto de 2017


Si bien es usual y conmovedor ver a una época rehacer a su propia imagen a grandes figuras del pasado en un esfuerzo para obtener de ellas sustento espiritual, esta no es la tarea del historiador, sino del propagandista. Algunos estudios modernos han dejado la impresión de que la Orden Franciscana temprana fue una especie de movimiento contestatario que representaba un punto de vista  subordinado y radical que promovía el respeto por la Creación y se oponía la explotación cristiana del ambiente. Esto es una proyección de problemas contemporáneos en el pasado. Como hemos visto, muchos ideales y prácticas franciscanas muestran una clara derivación de la tradición eremítica medieval que tuvo una enorme influencia, a través del ejemplo y de una hagiografía ampliamente leída, en muchos niveles de la sociedad medieval. Buena parte de la perspectiva de Francisco al respecto refleja el pensamiento ascético anterior y puede ser explicado con facilidad en términos de la experiencia y los ideales de la vida eremítica. Hay una gran cantidad de elementos tradicionales, no originales, en las reacciones de Francisco ante el mundo natural y en sus relaciones con éste: por ejemplo, el tener mascotas a su cuidado (bien establecido dentro de la tradición de santidad); su autoridad sobre objetos naturales o seres vivientes, y su capacidad de dirigirlos (igualmente bien establecida); su encantamiento de un ser viviente (esto tiene paralelos tanto en las Escrituras como en la tradición de santidad); su aparente otorgamiento de la comprensión racional a seres no humanos (muy típico en la poesía y la hagiografía); su instrucción moral de seres no humanos (de nuevo, bíblica, y bien establecida en la tradición hagiográfica); su respeto por el individuo en la Creación (poco original, puesto que aparece en fuentes cristianas más tempranas); su concepción de que la Creación debería, y de hecho lo hace, alabar a Dios (bíblica); su alabanza de la Creación (no original); su aprecio por un ambiente en particular (bien establecido desde antes); su aprecio por las criaturas a través de asociaciones simbólicas (del todo tradicional en su origen); su deseo de desdeñar monasterios y preferir chozas, cuevas y tumbas (tradicionalmente eremítica), y su especial provisión a los animales salvajes en invierno (inusual, pero no original).

La lista es incompleta, por supuesto. Sin embargo, aun cuando la lista de elementos no originales o típicamente medievales es larga, también lo es la lista de los elementos originales (esto es, originales con respecto a la cristiandad Occidental) en las expresiones de Francisco: su misticismo de la naturaleza; su conexión específica de relaciones familiares con los seres de la Creación; su aplicación de términos caballerescos de interlocución y otros conceptos caballerescos a los seres naturales; su extraordinario énfasis constante en los elementos del ambiente como benéficos en vez de ambivalentes; su exhortación directa (como opuesta a literaria) aun a los objetos inanimados a servir y alabar a Dios; su propuesta de hacer extensiva a las criaturas la limosna cristiana; y la celebración de la Navidad en Greccio con la inclusión de animales, a cuyas necesidades atendió después.

Sin embargo, muchas de las expresiones de Francisco que parecen originales, o parecen tener paralelos en ideales modernos, deben ser entendidas en el marco de su contexto del siglo XIII, para no ser mal interpretadas. Pues aun si son originales, las motivaciones que las subyacen pueden no ser modernas en nada. Quienes se preocupan con las actitudes hacia el ambiente podrían alegrarse de escuchar que Francisco cuidaba a las flores y destinaba espacios aparte para ellas; cortaba los árboles con cuidado en la esperanza de que volvieran a echar brotes, y solicitaba leyes que proveyeran de alimento a ciertas aves silvestres en el invierno. Aun así, una lectura más profunda de los textos protegía las flores “por su amor a aquel que es llamado La Rosa en la pradera y el Lirio en las laderas de la montaña”, y dispensaba la partes vitales de los árboles “por amor a Cristo, Quien quiso lograr nuestra salvación sobre la madera de la cruz”. Del mismo modo, deseaba que las alondras fueran alimentadas en invierno debido a su valor simbólico edificante. Por supuesto, no cabe duda de que Francisco apreciaba las cosas de la Creación en sí mismas, ni de que tenía preocupaciones que podrían ser llamadas “ecológicas” en el sentido popular de “preocupación por el ambiente”. Sin embargo, aun cuando de estos ideales podría inclinarse hacia ideas modernas, la motivación tras ellos provenía de una mente que, si bien original, es profundamente medieval.

Ciertos patrones de pensamiento característicos (aunque no sistemáticos) subyacen tras las expresiones originales de Francisco. Uno de ellos es la tendencia al literalismo. La misma actitud literalista que llevó a Francisco a una concepción de la vida apostólica lo condujo también a aplicar las exhortaciones litúrgicas retóricas a las criaturas y los requerimientos bíblicos al predicar el evangelio “a todas las criaturas” de una manera nueva y literal. La conjunción de estas dos metas literalmente interpretadas produjo la primera gran innovación de Francisco en su relación con las cosas naturales – su Sermón a las Aves. El ideal novedosamente literal de la vida apostólica de Francisco, ya completamente formado, fue el nuevo elemento crucial que hizo posible un encuentro original con el mundo natural, en contraste con santos anteriores – que quizás concepciones implícitas de la armonía perdida entre la humanidad y las criaturas – habían encontrado y simplemente los habían domesticado, o les habían dado órdenes. Francisco y Celano ven representada en el Sermón una extensión de la vida apostólica restaurada y del ideal de humanidad en un nuevo nivel: el de antigua armonía entre la humanidad y el cosmos. Así, en este respecto las expresiones de Francisco pueden ser vistas como la apoteosis de las aspiraciones positivas a esa armonía en la tradición ascética.

Hemos señalado que Celano y Bonaventura percibieron el misticismo de la naturaleza en Francisco como una interpretación literal y conservadora de la jornada mística. Si bien esta interpretación es más propia de ellos que de nosotros, existe alguna reflexión sobre una suerte de literalismo en la percepción de la divinidad en Francisco de una manera inusualmente directa, incluso en la belleza y el valor de los representantes individuales de la Creación divina en la Tierra. El alborozo de Francisco ante esta visión directa fue tal, que condujo a sus experiencias de éxtasis al contemplar la Creación.

La misma mentalidad literalista se acercó a la poesía de los trovadores, el único factor vital externo a la tradición cristiana que influyó – de hecho, fertilizó y profundizó – las visiones de Francisco. Es probable que haya hecho uso de la estilizada Natureingang de los poemas de los trovadores para dar voz al gozo espontáneo que encontraba en los espacios naturales, aplicando así estas expresiones retóricas en una nueva manera literal.

Aun así, en Francisco había mucho más que la inclinación al literalismo. Al adaptar los ideales caballerescos seculares a sus propósitos espirituales, demostró un auténtico talento medieval: un ingenio intuitivo en el pasar de manera rápida, sutil y hábil de un “nivel de conciencia” (en términos modernos) a otro. No debe sorprendernos que fuera considerado un gran intérprete alegórico de los textos bíblicos, salvo por el hecho de que carecía de formación de los métodos escolásticos. En cambio, su habilidad mental podría haberse desarrollado escuchando la técnica alegórica utilizada ad infinitum en los sermones. Una vez que su patrón de vida ganó en estabilidad, su constante exposición a la refinada técnica metafórica y los ricos entornos alegóricos de los Salmos litúrgicos – y sabeos que utilizó algunos de ellos en referencia a los Frailes Menores -, podrían haberle llevado a ejercer y fortalecer su talento.

A menudo, por tanto, la mente de Francisco se desplazaba con una facilidad casi deportiva de un nivel espiritual a otro en su deleite al observar nuevos significados espirituales, o en vincular muchos niveles diferentes de significado en un texto escrito o en el “libro de la naturaleza”. De este modo, algunas de sus interpretaciones de las cosas en el mundo natural pueden ser investigadas a la luz de los “sentidos” medievales formalizados de la alegoría (como el simbolismo místico del Cántico), si bien es imposible restringir la capacidad de pensamiento de Francisco a estos niveles únicamente, o imaginar que interpretaba lo que veía teniendo en mente de manera explícita algún sistema rígido. Su capacidad para interpretar los diferentes niveles de significado espiritual en el mundo natural – una práctica tan edificante para él como horrorizante para algunos académicos modernos – fue una fuente constante y espontánea de enriquecimiento espiritual y quizás incluso de éxtasis para él. En este, una vez más, tradujo la tradición en innovación mediante un involucramiento más novedoso y directo.

Al considerar los ideales literales de Francisco y sus formas conservadoras de pensamiento, no resulta sorprendente que sus biógrafos entendieran muchas de sus expresiones originales más significativas como un retorno al conservadurismo y la simplicidad cristianos, en vez de explorar su admirable originalidad y sus antecedentes únicos. Los admiradores de Francisco podían interpretar sus expresiones como muestras supremas de ortodoxia – y en efecto esta interpretación no era errónea, aun cuando las acciones y motivaciones de Francisco no fueran siempre explicables en el marco de, o limitadas a, las formas que ellos creían. Tal buena fortuna estimuló la aceptación de innovaciones que de otro modo podrían haber sido sospechosas.

Las actitudes de Francisco en general – manifestadas especialmente en el Cántico – revelan uno de los desarrollos más positivos del potencial visible en toda la gama de las reacciones medievales hacia el mundo natural. Francisco demostró de manera concreta, en la palabra como en la acción, el alcance enorme y casi total de la ambivalencia de la tradición ascética medieval respecto al mundo natural – el núcleo de cualquier negativismo y ambivalencia medieval en este terreno -, la manera en que podía ser resuelto y, en su resolución, generar un estallido de reacciones originales positivas ante la Creación. La profunda aceptación del mundo natural por Francisco lo llevó a concentrarse intuitivamente en el soporte doctrinal positivo para sus creencias, y a ampliar su propia enseñanza cristiana en esa dirección. Podemos ver cómo ocurre este proceso en los más famosos ejemplos de las demostraciones de amor y preocupación por las criaturas por parte de Francisco – el Sermón de las Aves y el Cántico. Por medio de este sermón, Francisco demostró de manera gráfica que la humanidad debe preocuparse por el bienestar de las criaturas como parte de la misión cristiana. Con estas palabras, que probaron a través de las Escrituras que había un reconocimiento de los animales, y de la necesidad de proveer a sus necesidades, proclamó el vínculo indisoluble y la comunidad entre los humanos y sus criaturas hermanas bajo Dios.

El Cántico representa, sin duda, el legado más profundo y complejo de Francisco en esta área. Este documento único, que a primera vista parece ser el planteamiento lírico simple de un hombre sencillo, demuestra en cambio poseer una gran complejidad – una complejidad que nos merece un respeto mayor aun si se considera la falta de entrenamiento intelectual de su autor. Allí están sintetizadas las premisas que Francisco había planteado y a partir de las cuales había actuado durante toda su vida. Su  visión del valor de la Creación en múltiples sentidos – desde lo estético hasta lo utilitario – y su visión de los complejos vínculos y las interdependencias entre los humanos y las criaturas, junto a su percepción de la relativa autonomía de las criaturas en los diversos niveles de la jerarquía divina, lo convierten en un giro innovador en el pensamiento medieval, que merece ser comparado con cualquier otra expresión medieval cristiana anterior o contemporánea. Su proclamación de la armonía y reconciliación entre los humanos y las criaturas – la relación “yo-tú”- no tiene paralelo en su vivacidad, y un potencial que la desborda. La motivación que la subyace – exhortar a las personas a apreciar la Creación, respetarla, y reconocer el vínculo de los humanos con otras criaturas – resalta por su carácter directo, su claridad y su compromiso.

El legado de Francisco: inmediato y de largo plazo

El impacto de las expresiones de Francisco relacionadas con la Creación ha variado a lo largo de los siglos. El registro revela la impactante pérdida de algunos elementos de su visión que no fueron ampliamente aceptados en la tradición cristiana Occidental, así como otros han tenido un efecto dramático y profundo. Si bien debo dejar a otros autores la discusión extensiva de la influencia de Francisco en estas y otras eras, deseo señalar en conclusión un área de pérdida temporal y una instancia de admirable transmisión exitosa de su legado a las generaciones que siguieron inmediatamente a la suya.

La apertura de Francisco a los animales y su interés en el ambiente físico siguieron influyendo en su Orden, como puede apreciarse en anécdotas de San Gil y de San Antonio de Padua, y en la poesía de Jacopone da Todi. Sin embargo, las experiencias místicas de Francisco, que interesaron a Celano y Bonaventure al grado de que se esforzaron a asimilarlas en la tradición cristiana, encontraron pocos imitadores – ninguno en la Orden temprana. Dulcino, un santo del siglo XIII (fallecido en 1274), que admiraba profundamente a Francisco, parece haber tenido experiencias místico – naturales parecidas a las suyas. Es posible que el legado de Francisco perdiera su contexto y relevancia de origen con la clericalización y la sofisticación de la Orden. Era demasiado eremítico en origen, demasiado delicadamente individual, demasiado fácilmente intelectualizable por aquellos demasiado alejados (mental y físicamente) de la sublimidad de la creación de la que Francisco estaba tan cerca, y con la que tan íntimamente simpatizaba. Una plena apreciación de su importancia y del rico potencial de su pensamiento al respecto tuvo que esperar hasta mucho más tarde.
La preocupación de Francisco por las criaturas y su intensa conexión con el ambiente físico, sin embargo, tuvieron un gran impacto en un área en la que él no lo hubiera esperado: el arte. Como lo resalta Vincent Moleta en From St. Francis to Giotto: The Influence of St. Francis on Early Italian Art and Literature,

la vida del santo y creador de maravillas de Umbria fue un obsequio al elevado talento creativo que proliferó en la Italia central durante varias generaciones posteriores a su muerte. No solo se trató de que una soberbia cultura laica surgida en Italia durante el siglo XIII y comienzos del XIV coincidiera con el renacimiento de la vida religiosa en Italia. El ideal y el ejemplo de san Francisco estuvo presente en los hombres de genio que fundaron esa cultura nacional, y el propio san Francisco es el sujeto de algunas de sus más importantes y conmovedoras obras de arte.

Como lo ha puesto de relieve la investigación de muchos autores modernos, que han seguido el liderazgo de Thöde en el último siglo, la leyenda de Francisco estimuló la imaginación de los artistas del pre-Renacimiento y el Renacimiento. Gurney-Salter cree que Francisco fue el santo más frecuentemente representado en el arte italiano. Las grandes y espaciosas iglesias franciscanas, bien adaptadas para un arte más popular de impacto inmediato en sus grandes congregaciones, proporcionaron proyectos de construcción y amplias superficies para frescos dramáticos de gran influencia, como los de la Basílica de Asís. Estas y otras obras de arte nuevas,

Al reflejar un estilo nuevo, naturalista, proporcionaron acompañamiento visual a una prédica popular que no se hacía en latín, sino en el habla popular… [Podemos] también distinguir su profunda humanidad [de Francisco] y su respuesta gozosa a la naturaleza tras el redescubrimiento del mundo natural y una franca visión humana de la historia sagrada que caracteriza a lo mejor del arte italiano del periodo.

Si bien el fechamiento y la atribución de algunas importantes pinturas tempranas que muestran la leyenda franciscana aún están en duda (incluyendo la atribución y fecha de los frescos de la basílica de Asís), parece que para mediados del siglo XIV los artistas (en especial Giotto) se habían apropiado de la leyenda franciscana como un desafío para sus nuevos valores de realismo artístico e interés en el mundo físico. Sus creaciones asombrarían a artistas del Renacimiento tan tardíos como Vasari (muerto en 1574), quien ofreció a la capilla de Asís el “mayor encomio” que podía, alabándola en particular por la “variedad de las composiciones, por las ropas del periodo, por el arreglo, proporción, vivacidad y naturalidad de las figuras.” Vio la “verosimilitud” del eventos representados, y los tomó como una “celebración de la vida”.

Más que en la literatura o en cualquier otra forma, es quizás a través del arte que la visión de la creación de Francisco fue transmitida de la manera más poderosa inmediatamente después de su muerte. Como lo señala el excelente estudio de Stubblebine,

Claramente, la obligación de los artistas que se encontraban trabajando en el ciclo de san Francisco en la capilla superior de Asís era instruir, explicar, deleitar e incluso divertir o hacer cualquier otra cosa que fuera necesaria para inspirar a la gente común. Es extraordinario que aun hoy se congreguen grupos de personas ante ciertos frescos de Asís – por ejemplo, el milagro de la Primavera o el Sermón a las Aves -, con sus rostros llenos de comprensión, y por tanto de placer y de asombro.

El ejemplo establecido por Francisco – los hechos clave, impactantes, referidos por sus primeros biógrafos – inspiraron un arte de tal belleza directa y un realismo nuevo, intenso, que éste pudo haber divulgado su mensaje de manera de manera mucho más amplia de los que hubieran podido sus biógrafos con palabras. Esta afortunada conjunción de la visión franciscana y el arte podría haber ejercido una importante influencia en el curso del arte Occidental, en dirección a un mayor aprecio y representación del mundo natural en el Renacimiento, y haber movilizado a innumerables observadores hacia el interés en el universo físico.

El legado contemporáneo de Francisco

Este estudio ha cuestionado muchas de las más extravagantes interpretaciones recientes de la importancia de Francisco. Para algunos lectores, este examen de los elementos tradicionales en las creencias y expresiones de Francisco, así como su intento de comprender a este gran hombre en el contexto de su entorno medieval, podría dar la impresión de un golpe a su imagen de él. Sin embargo, cuando uno puede ver a Francisco en términos de las tradiciones Occidentales de las que surgió, se abre una vía que no solo lleva a una mejor apreciación de su enorme originalidad, sino además a la percepción de que la tradición Occidental cristiana de pensamiento acerca de las relaciones entre la humanidad y otras criaturas no es estática ni rígida, sino que contiene un abundante potencial, una constante capacidad para desarrollar y absorber una profunda innovación, y permanecer al mismo tiempo leal a sus valores fundamentales. Con toda certeza, esto no es irrelevante para quienes se involucran en la lucha moderna para transformar, de una manera consistente con la tradición Occidental, actitudes contemporáneas acerca de las responsabilidades humanas respecto al ambiente.

La evidencia de que la tradición Occidental, de hecho, ha pasado por tales cambios dramáticos en el pasado, nos ofrece un destello de esperanza para este esfuerzo moderno. Y en el centro de esta esperanza el humilde y gentil hombre de Asís. Francisco vio más allá que otros en su tiempo para avizorar un mundo en el que la humanidad compartía una misma preocupación por la entera comunidad de las criaturas, y expresó su preocupación y su amor de maneras tan originales y conmovedoras que aún pueden ofrecernos inspiración hoy. Pues, ¿quién puede permitirse ignorar el ejemplo de uno que pasó días enteros alabando en público las criaturas del mundo, que tuvo tal preocupación y compasión por las criaturas “que si alguno no las trataba de manera adecuada él se enojaba”; y cuya sensibilidad a la belleza del ambiente era tan grande, cuya gozosa apertura era tan ilimitada, que experimentó un éxtasis místico mientras contemplaba una flor?

*Capítulo final del libro St. Francis of Assisi and Nature. Tradition and innovation in Western Christian attitudes toward the environment. Oxford University Press. New York Oxford, 1998. Traducción de Guillermo Castro H., Panamá, 2017.


Anexo

El Cántico de las Criaturas
Francisco, 1225 -1226


Altísimo y omnipotente buen Señor,

tuyas son las alabanzas,

la gloria y el honor y toda bendición.



A ti solo, Altísimo, te convienen

y ningún hombre es digno de nombrarte.

Alabado seas, mi Señor,

en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,

por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,

de ti, Altísimo, lleva significación.

Alabado seas, mi Señor,

por la hermana luna y las estrellas,

en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento

y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,

por todos ellos a tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,

por el cual iluminas la noche,

y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.

Alabado seas, mi Señor,

por la hermana nuestra madre tierra,

la cual nos sostiene y gobierna

y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.

Alabado seas, mi Señor,

por aquellos que perdonan por tu amor,

y sufren enfermedad y tribulación;

bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán.


Alabado seas, mi Señor,

por nuestra hermana muerte corporal,

de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran

en pecado mortal.

Bienaventurados a los que encontrará

en tu santísima voluntad

porque la muerte segunda no les hará mal.

Alaben y bendigan a mi Señor


y denle gracias y sírvanle con gran humildad.

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