La movilización de votantes para la elección de los constituyentes de la
Asamblea el domingo pasado parece que cerró ambas vías ideadas por Washington.
El pueblo está con el gobierno y rechaza a la oposición, compuesta –en gran
parte- por los sectores económicamente acomodados de las ciudades venezolanas.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Los 8 millones de venezolanos que salieron a depositar su voto a favor
de los candidatos a la Asamblea constituyente representan un traspie
contundente a las pretensiones golpistas de los opositores (“guarimba”).
Durante varios meses la oposición de extrema derecha ha organizado
manifestaciones diarias contra las instituciones gubernamentales venezolanas.
El gobierno de Nicolás Maduro contiene las protestas sin liquidarlas.
El costo en vidas ha sido muy alto. A diferencia de otras
manifestaciones populares, las protestas de la derecha incluye el uso de la
violencia y tácticas que suelen tener resultados fatales. En tres meses han
muerto más de 100 personas, en su mayoría por ser sospechosas de militar en las
filas del chavismo. Cada día es más evidente que la mano ‘peluda’ detrás de las
manifestaciones y el financiamiento de los opositores tiene un origen
extranjero.
Los analistas norteamericanos que alimentan la estrategia que desarrolla
Washington en contra del pueblo venezolano tienen una visión muy corto
´placista´. Actúan de manera similar a sus antecesores en los casos de Cuba y
Chile, ente otros. Entre 1959 y 1961, los estrategas norteamericanos jugaron la
carta económica contra Fidel y los revolucionarios: El hambre. Decidieron
bloquear la isla con la pretensión de hacer pasar hambre a la población.
Pensaron que el pueblo se sentiría frustrado y se volcaría en contra de la
Revolución. La táctica fracasó y EEUU decidió organizar unas mal llamadas
‘brigadas’ para invadir militarmente la isla. La movilización de todo el pueblo
cubano contra los invasores hizo fracasar la aventura norteamericana y, al
mismo tiempo, consolidó la Revolución cubana.
En el caso de Chile, EEUU decidió que tenía que poner fin a la
experiencia socialista de ese país andino. Allende había ganado las elecciones
en 1970 y anunció que tomaría las medidas para poner fin a la pobreza y la
desigualdad social. Este plan fue rechazado por Washington y la vieja
oligarquía chilena que unieron fuerzas para acabar con el gobierno de la Unidad
Popular. Calcaron la táctica utilizada en Cuba diez años antes, generando caos
en la economía y creando escasez. El pueblo no se rindió y los enemigos de
Chile optaron por conspirar con los militares que dieron el golpe de Estado más
cruel del siglo XX.
EEUU sigue el mismo ‘texto’ en el caso de Venezuela en 2017. Según los
estrategas norteamericanos, primero hay que ablandar la resistencia del pueblo
venezolano, hacerlo pasar hambre, incertidumbre y temor. Al mismo tiempo, hay
que ‘satanizar’ a sus líderes, crear un ambiente – incluso internacional – en
que el presidente, los ministros, los militares y todos los que están asociados
con el gobierno sean presentados como asesinos, traficantes y prófugos.
Para completar el círculo y alcanzar sus objetivos, EEUU y los enemigos
internos de Venezuela tienen que mover dos fichas adicionales. Son difíciles
pero en sus planes lo consideran viables. En primer lugar, dividir las fuerzas
armadas bolivarianas y crear las condiciones para un golpe de Estado encabezado
por los militares. En segundo lugar, movilizar a la gran mayoría de la
población venezolana para que ‘baje de los cerros’ y aplaste al gobierno.
La movilización de votantes para la elección de los constituyentes de la
Asamblea el domingo pasado parece que cerró ambas vías ideadas por Washington.
El pueblo está con el gobierno y rechaza a la oposición, compuesta – en gran
parte - por los sectores económicamente acomodados de las ciudades venezolanas.
Hay que agregar que los gobiernos
chavistas (1998 – 2017) no le han quitado privilegio alguno a estos
sectores acomodados. Estos luchan – con o sin razón – por el peligro que
perciben: Que baje el pueblo de los cerros y les expropien todos sus bienes. Es
un temor que comparten todas las clases acomodadas de América latina y del
mundo entero.
Vivimos en sociedades de desigualdad extrema. El temor entre los
sectores sociales acomodados es comprensible. Quizás no es real, pero existe en
el imaginario, en lo profundo de la subconsciencia. Hay una dualidad en la
mentalidad de dominación. El ‘caracazo’ de 1989 que sacudió las estructuras
sociales venezolanas fue un estallido popular. La marea subió y bajó en
cuestión de días. Pero la clase dominante peridó la hegemonía. (A pesar de seguir
siendo dominante). Han pasado más de 25 años, la elección de una constituyente
marcará un hito nuevo en la historia venezolana. El pueblo chavista -
organizado en los cerros -tiene la última palabra. La lucha continúa.
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