El reverdecimiento, la actualización
y la ampliación de los ideales unitarios de los próceres y mártires de las
luchas por “la primera” y “la segunda” independencia de Nuestra América fue uno de
los principales aportes de Fidel Castro a las contiendas por la emancipación de
las naciones y los pueblos del ahora llamado “sur político del continente
americano”.
Desde La
Habana, Cuba
Introducción
Fidel Castro |
Este ensayo amplía mis reflexiones sobre algunos de los multifacéticos
legados del líder histórico de la Revolución Cubana que, con el título “Uno de
los legados de Fidel Castro: la unidad de América Latina y el Caribe”,[1]
fueron
publicadas en diferentes medios electrónicos latinoamericanos durante los que, parafraseando
al comandante Ernesto Che Guevara, denominé “días luminosos y tristes” de las
exequias que –acompañadas por cientos de miles de cubanas y cubanos de
diferentes generaciones políticas—[2]
se iniciaron en La Habana el 26 de noviembre y culminaron el 4 de diciembre de
2016 con la siembra de las semillas de Fidel (como comúnmente lo denomina el
pueblo cubano) en la simbólica escultura de un grano de maíz colocada en el Cementerio
“Santa Ifigenia”,[3] ubicado en Santiago de
Cuba: ciudad rebelde ayer, heroica hoy y hospitalaria siempre.
En las páginas que siguen también retomaré algunas de las ideas que
trasladé en la conferencia que, con un título parecido al de este escrito,
pronuncié el 7 de abril de 2017 en el homenaje a Fidel Castro organizado, a iniciativa
del destacado intelectual y profesor colombiano Miguel Eduardo Cárdenas, por la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica y
Tecnología de Colombia. Ese acto se realizó en la sede que tiene en Bogotá la
Subdirectiva de Cundinamarca de la Central Unitaria de Trabajadores de Colombia
(CUT) el mismo día en que se cumplió el 69 Aniversario de la única entrevista que
sostuvo el entonces joven estudiante de Derecho de la Universidad de La Habana
(UH), Fidel Castro, con el carismático líder del pueblo colombiano, Jorge
Eliécer Gaitán; quien, dos días después, fue asesinado por un sicario al
servicio de las fuerzas más reaccionarias de Colombia cuando faltaban pocas horas
para la segunda entrevista que iba a sostener con Fidel y con algunos dirigentes
estudiantiles colombianos para precisar los detalles de su participación en el
acto de clausura del congreso de estudiantes latinoamericanos al que me
referiré más adelante.
Las primeras expresiones
de sus compromisos con la emancipación de Nuestra América
Pero antes de hacerlo creo necesario recordar que el asesinato de
Gaitán fue el detonante de la espontánea y desorganizada revuelta popular que
la historiografía colombiana ha denominado “el Bogotazo”. A pesar de sus
aproximaciones críticas frente a la actitud defensiva de los jefes de la policía
que se habían unido a esa asonada,[4]
Fidel decidió correr la incierta suerte de los acuartelados en la Estación de
la Policía en la que él se encontraba (ubicada en la Calle 28 con la Carrera
4ta de Bogotá) hasta que, pocos días después, las aspiraciones justicieras del
pueblo colombiano fueron traicionadas por la cúpula del Partido Liberal, entonces
controlada por el pro imperialista ex presidente y en ese momento Secretario
General de la entonces denominada Unión Panamericana, Alberto Lleras Camargo.
Pasando por encima de los cadáveres de sus más de 3 000 compatriotas,
él y otros dirigentes de ese partido, terminaron negociando los propósitos políticos
de esa espontánea sublevación popular (derrocar a los autores intelectuales del
asesinato de Gaitán) con las máximas autoridades del represivo gobierno del
Partido Conservador, presidido entre 1946 y 1950 por Mariano Ospina Pérez:
anfitrión, en esos aciagos días, de la Novena Conferencia Internacional de
Estados Americanos que, bajo la férula del gobierno demócrata estadounidense
encabezado por Harry Truman (1945-1953) y, en especial, de su primer secretario
de Estado, el ex general George Marshall, en los primeros días de mayo de 1948 finalmente
institucionalizó, manchada por la sangre derramada por el pueblo colombiano, la
Organización de Estados Americanos (OEA).
Como Fidel le expresó treinta años más tarde al destacado historiador
colombiano Arturo Alape,[5]
y le reiteró más de tres décadas después a la periodista cubana Katiuska
Blanco, después de pasar por Panamá y Venezuela (donde sostuvo algunas
entrevistas con los dirigentes estudiantiles y algunas personalidades políticas
de ambos países, entre ellas el insigne escritor y entonces presidente
venezolano Rómulo Gallegos),[6]
él había llegado a Bogotá el 3 de abril 1948 con el propósito personal (ya que en
ese momento no contaba con el respaldo de la dirección de la Federación de
Estudiantes Universitarios de Cuba) de organizar un congreso de estudiantes latinoamericanos
que apoyara las luchas contra las dictaduras militares entronizadas en diversos
países del continente; las contiendas por la independencia de Puerto Rico
frente al coloniaje estadounidense, al igual que las del pueblo panameño para
recuperar su soberanía sobre la Zona del Canal usurpada desde los primeros años
del siglo XX por los Estados Unidos. Asimismo, para respaldar los reclamos del pueblo
argentino y las gestiones que estaba realizando el gobierno de ese país, entonces
encabezado por el líder nacional-popular Juan Domingo Perón (cuyos dos primeros
mandatos se desenvolvieron entre 1946 y 1955), con vistas a lograr que el Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte renunciara al ilegal dominio que tenía
desde 1832 sobre las Islas Malvinas; histórica y jurídicamente pertenecientes a
las entonces llamadas Provincias Unidas del Río de la Plata fundadas en 1816.
Estas fueron el núcleo territorial a partir del cual, en las décadas
posteriores, se institucionalizó la República Argentina.
Merece recordar que antes de ese viaje a Bogotá, Fidel había mantenido
en Cuba estrechas relaciones con varios independentistas puertorriqueños,
incluido el fundador y líder del Partido Nacionalista de esa nación, Pedro Albizu Campos (1893-1965), y que, para ser consecuente con el destacado papel
que desempeñaba como Presidente del Comité Pro-democracia en Santo Domingo que
funcionaba en la UH, en 1947 se había enrolado en los preparativos de una
expedición militar (a la postre no se produjo) que, con el respaldo de ciertos
sectores del corrupto gobierno cubano entonces presidido por Ramón Grau San
Martín (1944-1998), se había estado organizando en Cayo Confites (ubicado al
nororiente de Cuba) con el propósito de emprender la lucha armada contra la sanguinaria
satrapía de Rafael Leónidas Trujillo. Desde sus orígenes, esta había sido respaldada
por las administraciones republicana y demócrata estadounidenses presididas por
Herbert Hoover (1929-1933) y Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), respectivamente.[7]
Cuba debe ser en América
baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo
El breve e incompleto relato de esos acontecimientos me permite reiterar
que los compromisos de Fidel Castro con las multiformes contiendas por la
emancipación de Nuestra América se habían puesto de manifiesto mucho antes de
que él emprendiera la lucha contra la dictadura militar de Fulgencio Batistas
instaurada en Cuba el 10 de marzo de 1952, organizara clandestinamente y,
luego, encabezara el frustrado asalto al cuartel Moncada (ubicado en Santiago
de Cuba) en la madrugada del 26 de julio de 1953.
De ahí que en su autodefensa (posteriormente conocida como La historia me absolverá) en el amañado juicio contra
“los moncadistas” efectuado entre el 21 de septiembre y el 16 de octubre de
1953, entre otras muchas ideas demostrativas de la profundidad que ya había
alcanzado su pensamiento y de los radicales propósitos económicos, sociales, políticos
y éticos de la audaz acción político-militar que había encabezado, Fidel
proclamó que, si esta hubiera triunfado, “la
política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos
democráticos del continente y que los perseguidos políticos de las sangrientas
dictaduras que oprimen a la naciones hermanas, encontrarían en la patria de
Martí […] asilo generoso, hermandad y pan [ya que] Cuba debía ser baluarte de
libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”.[8]
Esa visión fue enriquecida a lo largo de su “prisión fecunda” en el
entonces llamado Presidio Modelo de Isla de Pinos, así como, después de haber
sido excarcelado en 1954 (junto a los demás “moncadistas”) gracias a las
intensas movilizaciones del pueblo cubano, por sus reflexiones sobre las causas
más profundas de la invasión mercenaria organizada en ese año por el gobierno
de la Estados Unidos que concluyó con la cruenta derrota del gobierno
democrático y nacionalista guatemalteco encabezado por de Jacobo Arbenz y del
derrocamiento, un año después, de Juan Domingo Perón mediante un sanguinario
golpe de Estado también apoyado por los gobiernos de Estados Unidos y del Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Igualmente, en los contactos que entre
en ese año y la salida en noviembre de 1956 de Tuxpan del yate Granma, Fidel sostuvo,
tanto en México como en Estados Unidos, con diversos inmigrantes y exiliados nuestro
americanos de diferentes orígenes nacionales, sociales y tendencias
político-ideológicas, incluido el entonces joven médico argentino Ernesto
Guevara de la Serna, con quien ya había quedado comprometido a permitirle que,
después del triunfo de la Revolución cubana, continuara sus luchas en la que él
previamente había denominado “nuestra Mayúscula América”.[9]
Con todos esos inmigrantes y exiliados latinoamericanos, así como con
los mexicanos solidarios con sus luchas contra la tiranía de Batista, el 9 de
octubre de 1955, en el monumento a los Niños Héroes de Chapultepec (caídos
durante la guerra de rapiña desplegada por Estados Unidos contra México entre
1845 y 1848), el máximo dirigente del entonces recién fundado Movimiento 26 de
Julio, Fidel Castro, asumió el siguiente compromiso: “Algún día volveremos aquí
para hablar de [Simón] Bolívar, para hablar de [Benito] Juárez, para hablar de
[José Antonio de] Sucre, para hablar de [Miguel] Hidalgo, de [José María]
Morelos, de [José] Martí, de [Lázaro] Cárdenas, de [Francisco] Madero, de
[Augusto César] Sandino, de todos los próceres. Vendremos aquí, con un pueblo
libre, con el pueblo libre de Cuba en la mano, y les diremos a los exiliados de
los demás países: allá también tienen, como [en] México, una patria donde
puedan vivir; una patria donde puedan prepararse para la batalla final”.[10]
Y agregó:
¡Hago aquí la profesión de
fe en América. Y lo hago con la fe que sentimos en nosotros mismos; lo hago con
la seguridad de que América se va a terminar cansando, que América se está
cansando, que América se está hastiando de tanta casta de politiqueros y de
traidores y de opresores como está padeciendo! […] ¡Que el pensamiento de Martí
y la espada de Bolívar van a volver a centellear en América![11]
De lo dicho se desprende que –enraizada en sus lecturas anti
dogmáticas del marxismo y del leninismo, así como en sus profundos conocimientos
de la violenta y dolorosa historia de los pueblos de Nuestra América, al igual
que de las multiformes luchas populares, democráticas, anticolonialistas,
antiimperialistas y anticapitalistas que se desarrollaban en todo el mundo a
fines de la década de 1950— en la cosmovisión de Fidel Castro ya estaba
totalmente clara que esa “batalla final” de los pueblos nuestro americanos
tendría que desarrollarse contra los representantes políticos y militares de
las clases dominantes en esos países, así como contra el imperialismo
estadounidense que, según indicó en el discurso antes mencionado, “ha puesto
sobre toda la América sus garras”.[12]
También estaba clara la estrecha imbricación
que, desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX había existido y
seguía existiendo entre las luchas por la democracia, la liberación nacional y
social emprendidas por el pueblo cubano con las multiformes luchas de los demás
pueblos de Nuestra América dirigidas a lograr la que en 1889 José Martí (previamente
definido por Fidel como “el autor intelectual” del asalto al cuartel Moncada) había
denominado “su segunda independencia” frente al entonces naciente imperialismo
estadounidense.[13]
Como he planteado en otras publicaciones,[14]
esos propósitos quedaron incorporados de manera implícita o explícita en el
programa del Movimiento 26 de Julio y guiaron
al Ejército Rebelde que, luego de extender la guerra revolucionaria a todo el
país y estrechamente unido a las células urbanas de esa organización
político-militar, al igual que a los destacamentos más consecuentes del Partido
Socialista Popular (comunista) y del Directorio Revolucionario 13 de marzo
(fundado por el desaparecido dirigente estudiantil José Antonio Echeverría), en
la madrugada del Primero de Enero de 1959, derrocó a la dictadura del general
Fulgencio Batista, que en todo momento había contado con el consistente apoyo
político, económico y militar de los poderes fácticos y grupos de poder, así
como de los gobiernos temporales estadounidenses presididos por el demócrata Harry
Truman (1945-1953) y por el republicano Dwight Eisenhower (1953-1961).
Por consiguiente, en el
discurso que pronunció en Santiago de Cuba en las primeras horas después del
triunfo de la Revolución cubana, su ya indiscutible líder y Comandante en Jefe
del Ejército Rebelde, luego de referir el “ejemplo
alentador para América que acaba de producirse en nuestra patria”, indicó:
“Vela por el curso y el destino de esta Revolución la América entera; toda ella
tiene sus ojos puestos en nosotros, toda ella nos acompaña con sus mejores
deseos de triunfo, toda ella nos respaldará en nuestros momentos difíciles.
Esta alegría de hoy no solo es en Cuba, sino en América entera. Como nosotros
nos hemos alegrado cuando ha caído un dictador en América Latina, ellos también
se alegran hoy por los cubanos”. [15]
¡Hay que cumplir con las ideas de Bolívar!
Esas y otras ideas las
reiteró en el discurso que pronunció en la Plaza del Silencio de Caracas el 23
de enero de ese año. En este señaló que “su patria necesitaba la ayuda del pueblo de
Venezuela", porque “el pueblo de Cuba, en este minuto difícil, aunque
glorioso de su historia, necesita el respaldo moral del pueblo de Venezuela.
Porque nuestra patria está sufriendo hoy la campaña más criminal, canallesca y
cobarde que se ha lanzado contra pueblo alguno, porque los eternos enemigos de
los pueblos de América, los eternos enemigos de nuestras libertades, los
eternos enemigos de nuestra independencia política y económica, los eternos
aliados de las dictaduras, no se resignan tranquilamente a presenciar la
formidable y extraordinaria victoria del pueblo de Cuba que, sin más ayuda que
la simpatía y la solidaridad de los pueblos hermanos del continente, sin más
armas que las que supo arrebatar al enemigo en cada combate, libró durante dos
años una guerra cruenta contra un ejército numeroso, bien armado, que contaba
con tanques, con cañones, con aviones y con armas de todo tipo, armas modernas,
las que se decía que eran invencibles.” Y acto seguido agregó:
A este pueblo que nos brinda
aliento y apoyo moral, solo podemos brindarle también aliento y apoyo moral, y
podemos brindarle fe, podemos brindarle confianza en su destino. Que ojalá que
el destino de Venezuela y el destino de Cuba y el destino de todos los pueblos
de América sea un solo destino, ¡porque basta ya de levantarle estatuas a Simón
Bolívar con olvido de sus ideas, lo que hay que hacer es cumplir con las ideas
de Bolívar!
¿Hasta
cuándo vamos a permanecer en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas
indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más
digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en
esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos?
¿Hasta cuándo vamos a ser víctimas de intereses poderosos que se ensañan con
cada uno de nuestros pueblos? ¿Cuándo vamos a lanzar la gran consigna de unión?
Se lanza la consigna de unidad dentro de las naciones, ¿por qué no se lanza
también la consigna de unidad de las naciones?/ Si la unidad dentro de las
naciones es fructífera y es la que permite a los pueblos defender su derecho, ¿por
qué no ha de ser más fructífera todavía la unidad de naciones que tenemos los
mismos sentimientos, los mismos intereses, la misma raza, el mismo idioma, la
misma sensibilidad y la misma aspiración humana? [16]
Con otras palabras, esas ideas rectoras de su pensamiento
y su práctica político-militar anterior y posterior las repitió en el discurso
que, ya en su carácter del Primer Ministro del Gobierno Provisional
Revolucionario, pronunció el 24 de abril de 1959 en un concurrido mitin efectuado
en el Parque Central de Nueva York durante la primera visita que, entre el 15 y
el 28 de ese mes, realizó a Estados Unidos después del triunfo de la Revolución
Cubana. Igualmente, en la intervención que realizó el 2 de mayo ante los altos
representantes de todos los gobiernos de los 21 estados entonces integrantes de
la OEA que, convocados por el entonces presidente brasileño Juscelino
Kubitschek, en estrecha coordinación con su homólogo estadounidense Dwight Eisenhower, acudieron a la llamada “Reunión de los 21”
efectuada en Buenos Aires, Argentina, con el propósito de transformar “el
panamericanismo en una fuerza política de progreso económico y social” que
permitiera enfrentar “la amenaza materialista y antidemocrática del bloque
soviético”.[17]
Sobre la base de su táctica de no romper lanzas prematuramente con el
gobierno de Estados Unidos, ni con los gobiernos latinoamericanos que en aquellos
meses todavía mantenían relaciones diplomáticas con Cuba, Fidel enfrentó esos aviesos
objetivos “panamericanos” difundiendo sus reflexiones acerca de la profunda crisis
estructural que venía afectando a América Latina. También resaltando la
indisoluble relación que, en su criterio, existía entre la consolidación de las
inestables democracias representativas que a fines de la década de 1950
existían en ese continente y la solución de la dramática situación económica y
social que estaban sufriendo la mayor parte de sus estados nacionales.
Asimismo, resaltando la necesidad de estructurar “un
mercado común de América Latina” como condición necesaria, pero no suficiente para
superar su balcanización e impulsar su desarrollo económico-social.[18]
Así lo dejó indicado claramente en el discurso
que pronunció el 5 de mayo de 1959 ante la inmensa concentración popular que se
realizó en la Explanada de Montevideo, Uruguay. En este, además de referirse a
la necesidad de que el liderazgo político-estatal de la Revolución Cubana
combinara de manera responsable y adecuada a las circunstancias
histórico-concretas la defensa del principio de no intervención en los asuntos
internos de los demás estados latinoamericanos y caribeños con su solidaridad
con las luchas populares, democráticas, anticoloniales y antiimperialistas que
se estaban desplegando y que en el futuro se desplegaran en ese continente, Fidel
dejó planteado para la posteridad su sueño de que algún día desaparecerían las “fronteras
artificiales” que dividían a los pueblos y a las naciones de Nuestra América.
Lo expresó con las siguientes palabras:
Unámonos,
primero, en pro de aspiraciones económicas; en pro de la gran ambición hacia la
aspiración del desarrollo económico de América Latina, con economía propia; en
pro del mercado común; después de las barreras aduanales, podremos ir
suprimiendo las barreras legales que nos exigen visas y requisitos para
movernos de un lugar a otro, y así algún día, aunque tal vez nosotros no lo
veamos, las barreras artificiales que nos separan habrán desaparecido. Y al
igual que hoy nuestros corazones pueden abrazarse por encima de esas barreras
que absurdamente se interponen entre ustedes y nosotros, porque ustedes son
llamados uruguayos y nosotros somos llamados cubanos y tenemos un pasaporte
distinto, y leyes distintas, y gobiernos distintos, y existencia política
distinta; al igual que hoy nos abrazamos por encima de esas barreras, en un
futuro más o menos lejano, si nosotros no lo vemos, nuestros hijos puedan
abrazarse con los corazones y sin barreras.[19]
El latinoamericanismo liberador vs. el hipócrita
panamericanismo
En mi concepto, el reverdecimiento, la actualización
y la ampliación de los ideales unitarios de los próceres y mártires de las
luchas por “la primera” y “la segunda” independencia de Nuestra América fue uno de
los principales aportes de Fidel Castro a las contiendas por la emancipación de
las naciones y los pueblos del ahora llamado “sur político del continente
americano”. Mucho más porque, a diferencia de la mayor parte de sus antecesores
y coetáneos, así como de las prédicas de la Comisión Económica para América
Latina de la ONU (CEPAL), para él “la integración económica” de América Latina solo
sería posible cuando se realizaran profundas transformaciones económicas,
sociales, políticas e ideológico-culturales y sus estados y gobiernos pudieran
desembarazarse de sus multifacéticas dependencias de los Estados Unidos y de
otras potencias imperialistas; lo que, en el caso de los territorios del Caribe
insular y continental (Belice, Guyana,
Surinam y Cayena) implicaba la obtención de su independencia política de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Holanda.
De una u otra forma, así se lo hizo saber a los dirigentes
independentistas puertorriqueños con los que se reunió durante su estancia en
Nueva York, al igual que al destacado intelectual caribeño y entonces Primer
Ministro del gobierno autónomo de Trinidad y Tobago, Erick Williams, durante la
escala técnica de regreso a Cuba que el 7 de mayo de 1959 realizó en la capital
de ese archipiélago caribeño (Puerto España) que todavía no había obtenido su
independencia política del Reino Unido.[20]
Igualmente, al líder del Partido Progresista del Pueblo (PPP) de la entonces
denominada Guyana Británica, Cheddi Jagan, antes e inmediatamente después que en
1961 su agrupación política obtuviera la mayoría de la Asamblea Legislativa y
él comenzara a actuar como Primer Ministro del gobierno autónomo de esa colonia
británica. De ahí la temprana solidaridad del liderazgo político-estatal de la
Revolución Cubana con el pueblo guyanés y con los demás pueblos de los llamados
Caribe anglófono y francófono que aún no habían obtenido su independencia
política.[21]
De esa temprana comprensión de la importancia que
tenía para el porvenir de Nuestra América la descolonización del Caribe insular
y continental (entonces casi totalmente ausente en los programas de la ahora llamada “izquierda social, política e
intelectual” latinoamericana), de su análisis de las entonces exitosas acciones
emprendidas por las administraciones de John F. Kennedy (1961-1963) y Lyndon B.
Johnson (1963-1969) para lograr el aislamiento oficial de Cuba de la mayor
parte del continente americano (las únicas excepciones fueron Canadá y México),
así como de su arraigada convicción sobre los deberes solidarios e
internacionalistas del pueblo y de las autoridades político-estatales cubanas, surgió
la prioridad que tanto en sus discursos, como en sus prácticas Fidel Castro constantemente
le ofreció al impulso de la “liberación nacional y social” de América Latina y a
la total descolonización del Caribe, incluido el mal denominado Estado Libre
Asociado (con Estados Unidos) instalado en Puerto Rico desde 1951.
Unos de los frutos iniciales de esa convicción fue la
Primera Declaración de La Habana. Bajo
la inspiración de Fidel, en esa declaración, el 2 de septiembre de 1960 la
entonces llamada Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba repudió las
primeras resoluciones de la OEA contra la Revolución Cubana y proclamó a los cuatro vientos “el deber de las naciones oprimidas y
explotadas a luchar por su liberación; el deber de cada pueblo a la solidaridad
con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos, sea cual
fuere el lugar del mundo en que éstos se encuentren y la distancia geográfica
que los separe”. También reafirmó la fe del
Pueblo de Cuba “en que la América Latina marchará pronto, unida y vencedora,
libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al
imperialismo norteamericano y que le impiden hacer oír su verdadera voz en las
reuniones donde cancilleres domesticados, hacen de coro infamante al amo
despótico”. Adicionalmente, ratificó “su decisión de trabajar por ese común
destino latinoamericano que permitirá a nuestros países edificar una
solidaridad verdadera, asentada en la libre voluntad de cada uno de ellos y en
las aspiraciones conjuntas de todos”. Por consiguiente, antepuso “el latinoamericanismo
liberador que late en José Martí y en Benito Juárez” al “hipócrita panamericanismo”
impulsado desde fines del XIX por los representantes políticos, militares e
ideológico-culturales de los grupos dominantes en los Estados Unidos y en
diversos estados latinoamericanos.[22]
La unidad antimperialista táctica y estrategia de la victoria
Antecedida por la
fulminante derrota a mediados de abril de 1961 de la invasión mercenaria de
Playa Girón organizada por la administración del republicano Dwight Eisenhower
y emprendida por la del demócrata John F. Kennedy (a partir de la cual, a decir
de Fidel Castro, “todos los pueblos latinoamericanos serían más libres”), y por
las demoledoras críticas que, en la reunión del Consejo Interamericano
Económico y Social de la OEA, efectuada en Punta del Este, Uruguay, en agosto
de 1961, le realizó el comandante Ernesto Che Guevara a la Alianza para el
Progreso, esos y otros enunciados de la Primera Declaración de La Habana fueron
ratificados y ampliados en el que en otros escritos he denominado “Manifiesto
Comunista de la Revolución Latinoamericana”,[23]
aprobado a mano alzada por los cerca de dos millones de cubanas y cubanos que
el 4 de febrero de 1962 se congregaron en la ya denominada “Plaza de la
Revolución José Martí” para analizar y aprobar la Segunda Declaración de La
Habana.
Nuevamente a
instancias de Fidel y luego de reiterar que “la historia de Cuba era parte de
la historia de América Latina” y ésta “de la historia de los demás países del mundo
subdesarrollado y dependiente”, al igual que rompiendo con el reduccionismo
sociológico y con el sectarismo entonces imperante en diversos destacamentos de
la izquierda social, política e intelectual de América Latina, así como de
algunos países del Caribe insular y continental, con el lenguaje de la época, se
indicó que:
En la
lucha antiimperialista y anti feudal es posible vertebrar la inmensa mayoría
del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera,
los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las
capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos sectores comprenden la
inmensa mayoría de la población, y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces
de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio
movimiento pueden y deben luchar juntos, por el bien de sus naciones, por el
bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante
marxista, hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los
monopolios yanquis y los señores feudales de la tierra. Ese movimiento podría
arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas armadas,
humillados también por las misiones militares yanquis, la traición a los
intereses nacionales de las oligarquías feudales y la inmolación de la
soberanía nacional a los dictados de Washington.[24]
Tales afirmaciones –posteriormente sintetizadas por
Fidel en su llamado a la “unidad estratégica entre cristianos y marxistas” y en
su sintagma: “La unidad antiimperialista es la táctica y la estrategia de la
victoria”— guiaron la política internacional desplegada por la Revolución
Cubana; incluida su apoyo político-diplomático, mediático y, en algunos casos,
militar a las multiformes luchas por la democracia, la liberación nacional y social
desplegadas por diferentes destacamentos de la izquierda latinoamericana y
caribeña. Tales prácticas no impidieron que las autoridades político-estatales
cubanas, bajo la conducción de Fidel,
siempre respetaran el principio de no intervención en los asuntos
internos de otros estados, cuyos gobiernos hayan mantenido una actitud
reciproca en sus interrelaciones con el pueblo y el gobierno cubanos. Por
exclusión, el respeto hacia esos gobiernos quedó consignado en la Declaración
de Santiago de Cuba aprobada en la concurrida concentración que se realizó en
esa ciudad el 26 de julio de 1964 para conmemorar el onceno aniversario del
asalto al Cuartel Moncada.
Luego de escuchar los prolijos argumentos de Fidel sobre
el “llamamiento
de los imperialistas a la contrarrevolución” que horas antes había sido aprobado
por la Novena Reunión de Consultas de Ministros de Relaciones de la OEA efectuada
en Punta del Este, Uruguay, y su relato de las agresiones contra Cuba
emprendidas por la administración estadounidense presidida por el demócrata Lyndon
B. Johnson (1963-1969) con el apoyo de buena parte de los gobiernos militares o
civiles entonces instalados en América Latina, en ese “llamamiento de la Revolución
Cubana a la Revolución Latinoamericana” (como la calificó Fidel), el pueblo
de Cuba advirtió que “si no cesan los ataques piratas que se realizan desde
territorio norteamericano y otros países de la Cuenca del Caribe, así como el
entrenamiento de mercenarios para realizar actos de sabotaje contra la
Revolución Cubana, así como el envío de
agentes, armas y explosivos al territorio de Cuba, el pueblo de Cuba se
considerará con igual derecho a ayudar con los recursos a su alcance a los
movimientos revolucionarios en todos aquellos países que practiquen semejante
intromisión en los asuntos internos de nuestra patria”.[25]
Consecuente con esas definiciones, el liderazgo
político-estatal cubano, no se inmiscuyó en los asuntos internos mexicanos, ni
de ninguno de los países del Caribe insular que poco a poco fueron obteniendo
su independencia política de Gran Bretaña. Asimismo, expresó su solidaridad con
todos los gobiernos latinoamericanos y caribeños que, con independencia del
horizonte programático de sus liderazgos civiles o militares, emprendieron diversos
procesos de cambios revolucionarios, reformadores e incluso reformistas en
diferentes estados situados al sur del Río Bravo y del estrecho de Florida.
A fines de la década de 1960 y en los comienzos de
la de 1970 así se evidenció en su respaldo a los gobiernos militares
nacionalistas que, a partir de fines de 1968, se instauraron en Panamá y Perú
bajo la dirección del entonces teniente coronel Omar Torrijos y del general
Juan Velazco Alvarado, respectivamente. También en el multidimensional apoyo
que el liderazgo político-estatal cubano le ofreció al gobierno de la Unidad
Popular chilena presidido entre fines de 1970 y el fatídico 11 de septiembre de
1973 por el compañero presidente Salvador Allende. Y, en el ínterin, en la
disposición expresada por Fidel Castro en su discurso del 26 de julio de 1971
de establecer relaciones, incluso diplomáticas, con el breve gobierno
popular-nacionalista boliviano, encabezado por el posteriormente asesinado
general Juan José Torres.[26]
Al igual que, en los años posteriores, en la multifacética solidaridad de la
Revolución cubana con las revoluciones sandinista y granadina, así como con las
luchas por la democracia y la liberación nacional y social que se desplegaron
en otros países de América Latina y el Caribe.
La integración política y económica de América Latina y el Caribe
No es el propósito de este escrito relatar las
continuidades y los cambios de la que en otros trabajos he denominado “multifacética
proyección externa de la Revolución Cubana” hacia Nuestra América;[27]
pero creo necesario resaltar que, en la misma medida en que a partir de fines
de los primeros años de la década de 1970 diversos gobiernos latinoamericanos y
caribeños fueron disociándose paulatinamente de las políticas agresivas contra
el pueblo cubano emprendidas por sucesivas administraciones estadounidenses, Fidel Castro fue retomando
sus trascendentales y dialécticos conceptos con relación a la importancia
estratégica que tiene y tendrá para el porvenir de las naciones y los pueblos
de América Latina y el Caribe la integración política y económica de todos los
Estados políticamente independientes de ese subcontinente.
En efecto, según las indagaciones que hasta ahora he
podido realizar, retornó a ese trascendental tema (que, como se indicó, ya
había abordador en los primeros meses de 1959 en sus discursos en Venezuela,
Argentina y Uruguay) en la alocución que pronunció el 29 de noviembre de 1971 en
la CEPAL en ocasión de la visita oficial que realizó a Chile un año después del
triunfo político-electoral de la Unidad Popular chilena, encabezada por
Salvador Allende. En esa ocasión, luego de referirse a
las gestiones que ya estaban desarrollando los gobiernos de Europa Occidental
con vistas a lograr en las próximas décadas su integración económica y
política, al igual que a las acciones que estaban emprendiendo los grupos
dominantes en Estados Unidos para fortalecer su dominación neocolonial sobre
los estados latinoamericanos y caribeños, Fidel reiteró la disposición y las
posibilidades inmediatas de Cuba a integrarse con esos estados; pero también
indico que, en su criterio, “sólo bajo condiciones de
cambios políticos […], de cambios revolucionarios se crearán los prerrequisitos
indispensables para la verdadera integración de nuestros pueblos”.[28]
En consecuencia y a pesar de la incorporación de
Cuba en 1972 al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) formado alrededor de la
Unión Soviética, bajo la perenne inspiración de Fidel y de las y los demás
integrantes del gobierno revolucionario y de la máxima dirección del Partido Comunista
de Cuba (PCC), en la primera Constitución socialista de ese país (aprobada por
cerca del 98% de los ciudadanos cubanos en el referéndum realizado el 15 de
febrero de 1976) quedó consignada la aspiración del pueblo
cubano “a integrarse con los países de América Latina y del Caribe, liberados
de dominaciones externas y de opresiones internas, en una gran comunidad de pueblos hermanados por la tradición
histórica y la lucha común contra el colonialismo, el neocolonialismo y el
imperialismo en el mismo empeño de progreso nacional y social”.[29]
Cabe recordar que, previamente y en
correspondencia con los positivos saltos de calidad que, desde los primeros
años de la década de 1970 se habían producido en sus interrelaciones diplomáticas
con los gobiernos de Argentina, Barbados, Colombia, Guyana, Jamaica, México,
Panamá, Perú, Trinidad y Tobago y Venezuela, el gobierno cubano, presidido por
el doctor Osvaldo Dorticós Torrado (1959-1976), había adoptado la decisión de
incorporarse a la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE) y al Sistema Económico
Latinoamericano (SELA) fundados en Quito y Panamá en 1973 y 1975,
respectivamente.
En su carácter de Primer Secretario del Comité
Central del PCC, Fidel Castro resaltó el significado de la institucionalización
de esa organización internacional latinoamericana y caribeña. Lo expreso con
las siguientes palabras en el Informe Central que presentó ante el Primer
Congreso de esa organización política, efectuado entre el 17 y el 22 de
septiembre de 1975: “En los momentos en que es ya irrebatible el fracaso
de la OEA, la creación del SELA da a la América Latina por primera vez un
órgano propio de expresión, que no podrá detenerse tan sólo en el análisis y
proyección de las posiciones latinoamericanas en el terreno de la economía,
sino que tendrá necesariamente inevitables repercusiones políticas. El hecho de
que figuren en el SELA todos los países de la América Latina y del Caribe, da
una medida de la fuerza que adquiere ahora en este hemisferio la bandera de la
defensa de sus intereses frente a la opresión y explotación tradicionales del
imperialismo norteamericano”.[30]
Aunque, como
se ha visto en las páginas anteriores, el impulso al “latinoamericanismo
liberador” ya estaba presente en el pensamiento y la práctica de la Revolución
Cubana, este adquirió nuevas expresiones durante la que Fidel Castro denominó
“batalla contra la impagable e incobrable deuda externa” emprendida en el segundo
lustro de la década de 1980. En medio de esos esfuerzos por crear una conciencia
colectiva alrededor de sus implicaciones negativas para “la liberación
nacional” de los pueblos de Nuestra América y luego de analizar las causas más
profundas de las superpuestas crisis
que estaban afectado al mundo subdesarrollado y en particular a América Latina
y el Caribe, así como de explicar las soluciones que previamente él había
venido propugnando para “cancelar, olvidar, borrar o declarar una moratoria para el pago de la
deuda externa”, esa dimensión de la política internacional de la Revolución cubana la
explayó en el discurso que pronunció el 7 de junio de 1985 en la clausura del
Encuentro sobre la situación de la mujer en América Latina y el Caribe
efectuado en La Habana, Cuba. En este señaló:
No estamos
de incendiarios proclamando revoluciones en los países de América Latina y el
Tercer Mundo. Hablamos de revolución, sí, de una revolución en el sistema de
relaciones económicas internacionales injustas que existe actualmente en el
mundo. […]: No basta solo la cancelación de la deuda, o la solución del
problema de la deuda, hace falta el Nuevo Orden Económico Internacional, y hace
falta la integración económica de los países de América Latina, si queremos de
verdad, en el futuro, alcanzar éxitos, erradicar estos terribles males que
ustedes han recogido en esos documentos y encontrar solución a los problemas
que tanto nos angustian a todos.[31]
Merece resaltar que, en los meses posteriores, Fidel
Castro convocó y participó personalmente en diferentes eventos latinoamericanos
y caribeños realizados en La Habana, para analizar los negativos impactos que
estaban teniendo en diversos países del tercer mundo la crisis de la que
alguien denominó “la deuda eterna”. Siguiendo su método de elaborar su
pensamiento mediante innumerables lecturas y mediante el diálogo con
interlocutores de diversas procedencias nacionales, sociales y políticas, así
como de diferentes proyecciones ideológicas, en esos eventos continuó
perfilando su diagnóstico de los problemas que estaban afectando al mundo, así
como explicando sus criterios con relación a la mejor manera de enfrentarlos.
Sin
embargo, el balance de esa “batalla” sólo lo realizó en un nuevo evento de
representantes de las mujeres latinoamericanas realizado en la capital cubana
en octubre de 1988. En esa oportunidad, luego de realizar una valoración
crítica de la incapacidad que habían demostrado los gobiernos
democrático-representativos ya preponderantes en el sur del continente
americano para enfrentar la dramática situación económica y social que
continuaba viviendo el continente, les reiteró a las participantes en ese
evento que sus luchas serían largas y que, por tanto, todos “debemos estar conscientes de que esa lucha es
difícil, es compleja” y que, “aun cuando ya los pueblos sean dueños de sus
destinos […], transcurrirá mucho tiempo antes de que podamos vencer esos
sufrimientos, esas calamidades que son el fruto de la explotación y del saqueo
de siglos”. Y les agregó que “como mujeres latinoamericanas” debían tener “muy
presente" que “para erradicar esa deuda tenemos que unirnos, para
conquistar el Nuevo Orden Económico Internacional tenemos que unirnos, para
alcanzar la integración tenemos que unirnos” los hombres y las mujeres que son
“las que más sufren esos problemas”.[32]
Las batallas contra “la globalización neoliberal” y contra el ALCA
La convicción de Fidel Castro de que la superación
de los graves problemas políticos, económicos, sociales, éticos,
ideológico-culturales y ecológico-ambientales que a fines de la década de 1980
ya afectaban a América Latina y el Caribe sería fruto de una larga, multiforme,
compleja y unitaria lucha de diversos sectores sociales y políticos de ese
continente –en primer lugar, de sus destacamentos populares— se acrecentó en el
primer lustro de la década de 1990. Particularmente después del que llamó
“desmerengamiento” de los llamados “socialismos reales” europeos y de la
desintegración de la Unión Soviética. En su consideración, tales procesos
habían provocado la instauración de un “mundo unipolar” bajo la hegemonía del
cada vez más triunfalista y agresivo imperialismo norteamericano.
Sin embargo, a diferencia de otros dirigentes
políticos del mundo y de América Latina y el Caribe, el líder de la Revolución
Cubana no claudicó frente a esas dificultades. Por el contrario comenzó a denunciar
con más ahínco las graves consecuencias que tendría para la humanidad el antes
mencionado cambio en la correlación internacional de fuerzas. Más aún, fiel a
su proverbial espíritu de lucha y a su reconocida capacidad para comprender las
abruptas mutaciones que se habían provocado en la estructura y funcionamiento
del que Inmanuel Wallerstein ha denominado “sistema-mundo”, Fidel comenzó a
desplegar nuevas ideas, nuevas estrategias y nuevas tácticas dirigidas, al
unísono, a “salvar la Patria, la Revolución y el socialismo” en Cuba (al que
calificó “como el primer deber internacionalista del pueblo cubano”), a lograr
la más amplia unidad posible de los gobiernos y otras fuerzas sociales y
políticas latinoamericanas y caribeñas, al igual que de estas con sus
correspondientes contrapartes en otras zonas del mundo subdesarrollado y
desarrollado con vistas a enfrentar la
que posteriormente denominó “globalización neoliberal”.
Sin abandonar sus sistemáticos encuentros con los
representantes de los movimientos sociales y políticos latinoamericanos y
caribeños, uno de los escenarios que él empleó para emprender esa nueva
“batalla de ideas” fueron las Conferencias de Jefes de Estado y Gobierno
Iberoamericanos que se desarrollaron anualmente a los largo de la última del siglo
XX en diferentes países latinoamericanos y, en mucha menor medida, de la
península ibérica. De una u otra manera en esas Cumbres reiteró lo que
previamente había indicado en la primera de estas realizada en Guadalajara,
México, en julio de 1991.
En esa ocasión, luego de documentar con lujo de
detalles el terrible
impacto que ya estaban provocando en América Latina y el Caribe “las recetas
neoliberales” propugnadas por los organismos financieros controlados por los
gobiernos de Estados Unidos y de otras potencias imperialistas, indicó: “El mensaje principal que debe salir
de esta reunión debe ser el de la voluntad de enfrentar, con el esfuerzo
mancomunado de todos, las situaciones que agobian a nuestros pueblos. Si somos
capaces de comenzar a responder esos reclamos dando, ante todo, continuidad a
los contactos que ahora inauguramos, habremos logrado el principal objetivo de
esta reunión, que es la de forjar un marco de discusión, como primer paso hacia
una mayor unidad, un amplia y efectiva colaboración y, en su momento, la
necesaria integración económica y política”.[33]
Y agregó: “Los pueblos de nuestra América tienen por delante la magna tarea
histórica de formar la comunidad latinoamericana y caribeña, como condición
ineludible para su definitiva libertad, su pleno y genuino desarrollo, su
supervivencia misma” […] Tenemos derecho a soñar en esa América Latina unida
como la soñaron Bolívar y Martí”.[34]
Tomando en cuenta los acelerados cambios que en los
años inmediatamente posteriores se fueron produciendo en la economía capitalista
mundial y en el sistema internacional de los Estados (entre ellos, la fundación
en 1992 de la Unión Europea), así como en el escenario hemisférico (la
institucionalización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la
aceptación acrítica por parte de todos los gobiernos latinoamericanos y
caribeños de las presuntas bondades del “neoliberalismo”), las ideas expresadas
en el párrafo anterior fueron retomadas por Fidel en el Cuarto Encuentro del
Foro Sâo Paulo efectuado en La Habana en julio de 1993; evento en el que, por
primera vez en la historia de ese foro (fundado en 1990 luego de un acuerdo
entre el líder del PT de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y Fidel Castro),
participaron los representantes de 112 partidos y movimientos políticos de
América Latina y el Caribe, así como 69 observadores de ese continente, de
América del Norte, Europa, Asia y África.
En la clausura de ese encuentro, luego de convocar a
todas y todos los asistentes a actuar con previsión y de concentrar sus
acciones futuras en los problemas fundamentales que estaban afectando al mundo
y al continente, así como a tener “una estrategia clara y objetivos muy claros”
para enfrentarlos (entre ellos, la lucha contra “el neoliberalismo”) indicó
que, en su modesta opinión, “el deber de la izquierda” era “crear conciencia de
la necesidad de la unidad y la integración” de América Latina y el Caribe. Y
añadió: “¿Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de
América Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera
estar inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin
socialismo. Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren
luchar por el socialismo [debemos seguirlo haciendo], pero aun aquellos que no
conciban el socialismo, aun como países capitalistas, ningún porvenir
tendríamos sin la unidad y sin la integración”.[35]
En mi consideración, ese sintagma –demostrativo de
la potencia anti-dogmática y creadora de su praxis política— sintetizó el giro que
se había venido produciendo en el pensamiento de Fidel con relación a la
compleja dialéctica existente entre “la integración” y “la revolución” en
América Latina y el Caribe. Si, como ya se ha indicado, en las décadas del sesenta,
del setenta y en buena parte de los años ochenta, él había definido que “los
cambios revolucionarios” eran condición imprescindible para “la integración”,
en las nuevas circunstancias del mundo y del continente esta última fue nuevamente
mirada por él como condición necesaria, aunque no suficiente, para llevar a vías de hecho los profundos cambios económicos,
sociales, políticos e ideológico-culturales que demandaban y en el futuro
previsible demandarían los estados latinoamericanos y caribeños, cada vez más
subdesarrollados y más dependientes de las principales potencias imperialistas.
De ahí y de las referidas convicciones de Fidel con
relación a la importancia de articular los esfuerzos de concertación política,
cooperación e integración económica que desde hacía tres décadas venía
desplegando la Comunidad de Estados de Caribe (Caricom) con los que de manera
paralela se venían emprendiendo en diversas regiones de América Latina, el
inmediato apoyo que el liderazgo político-estatal cubano le ofreció a la
fundación en 1993 de la Asociación de Estados del Caribe (AEC) conformada por
todos los estados independientes del Caribe insular y continental (incluidos
Haití, República Dominicana y Surinam), por todos los estados integrantes del
Sistema de Integración Centroamericana (SICA), al igual que por Cuba, Colombia,
México y Venezuela. Estos últimos implicados en la (posteriormente frustrada)
institucionalización del denominado Grupo de los 3 (G-3).
Así lo dejó indicado en la primera Cumbre de los
Jefes de Estados y gobiernos de la AEC efectuada en Trinidad y Tobago a
mediados de agosto de 1995 y lo reiteró casi cuatro años más tarde en la
intervención que realizó en la Cumbre de esa organización efectuada en
República Dominicana. En esa ocasión indicó que había que “gritar bien alto que
tenemos que unirnos no solo los del Caribe y los de Centroamérica, sino también
unirnos con Suramérica, ellos lo necesitan tanto como nosotros, porque aunque
casi todos son grandes y tienen mejores economías, al lado de los gigantes
ricos, desde el punto de vista tecnológico y de recursos financieros, no tienen
nada”.[36]
Sin embargo, el respaldo a esos proyectos no impidió
la manera crítica y a la vez cuidadosa con la que Fidel Castro se enfrentó a la
realización de las Cumbres de las Américas que, inicialmente convocadas por la
administración de William Clinton (1993-2001), se han venido desarrollando
en diferentes ciudades de Estados
Unidos, Canadá y de diversos países latinoamericanos y caribeños (Miami,
Santiago de Chile, Quebec, Bariloche, Puerto España y Ciudad de Panamá) desde
fines de 1994. Esa actitud respetuosa hacia todos los gobiernos de los 32
estados latinoamericanos y caribeños participantes en esos conclaves, al igual
que en los diferentes órganos políticos, militares y jurídicos del Sistema
Interamericano no fue obstáculo para que Fidel encabezara las luchas de
diversos sectores populares que se produjeron en el hemisferio occidental
contra el Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsado por
diversas administraciones estadounidenses, en consuno hasta los primeros años
del siglo XXI con los gobiernos de Canadá y de la mayoría absoluta de todos los
estados del sur político del continente americano. Mucho más porque –como
tempranamente indicó— ese tratado lo que perseguía era “la anexión” de América
Latina y el Caribe por parte de los Estados Unidos.
Luego de conocer los nefastos resultados de la III
Cumbre de las Américas que a mediados de abril del 2001 se había efectuado en
Quebec, Canadá, así lo dijo el 1º de Mayo de ese año en la Tribuna Abierta
efectuada en la Plaza de la Revolución José Martí. En el discurso que pronunció
en esa ocasión, Fidel reiteró sus criterios de que “[t]al tipo de asociación
entre una gigantesca potencia industrial, tecnológica y financiera, con países
que padecen un alto grado de pobreza, subdesarrollo y dependencia financiera
respecto a instituciones [internacionales] que están bajo la égida de Estados
Unidos […], impone tales condiciones de desigualdad, que sólo implicará la
absorción de la economía de los demás países de América Latina y el Caribe por
la economía de Estados Unidos”. No obstante, con sus proverbiales llamados a
“sembrar ideas y conciencia”, así como en su confianza en los resultados de las
multiformes luchas de todos los pueblos del mundo, agregó:
Si bien
albergo la más firme convicción de que América Latina y el Caribe podrán ser
devorados, pero no digeridos por el decadente imperio, ya que los pueblos
harían renacer las naciones de nuestro continente de sus propias cenizas para
integrarse entre ellas, como deben integrarse y unirse en busca de un destino
superior y más decoroso, sería mucho mejor que los cientos de millones de
latinoamericanos y caribeños nos ahorremos una durísima etapa de posterior
lucha por nuestra libración/ ¡Evitemos la anexión, exijamos resueltamente y
desde ahora que ningún gobierno pueda vender una nación de espaldas al pueblo!
[…] Sembremos conciencia del peligro y de lo que significa el ALCA/ Reavivamos
la dignidad y los sueños de Bolívar, la
dignidad y los sueños de San Martín, O’Higgins, Sucre, Morazán, Hidalgo, Morelos, Juárez y Martí.[37]
El ALBA: un nuevo paradigma para la integración latinoamericana y caribeña
Sus reiterados empeños de revivir los sueños de los
principales héroes de las luchas por la primera y la segunda independencia de
Nuestra América encontraron un terreno fértil en la Revolución Bolivariana
encabezada por el comandante Hugo Chávez Frías, con quien Fidel había identificado
una comunión de ideas y propósitos desde su primer encuentro personal realizado
en La Habana en diciembre de 1994. De ahí el inmediato respaldo que el
liderazgo político-estatal cubano le ofreció a Chávez tanto antes como después de
que lograra triunfar en las elecciones presidenciales realizadas en Venezuela a
fines de 1998.
Como ha documentado el exembajador de Cuba en ese
país, Germán Sánchez Otero,[38]
la confluencia armónica entre ambos líderes propiciaron las estrechas
relaciones inter-solidarias que, no obstante las diferencias entre una y otra,
rápidamente se desarrollaron entre las revoluciones cubana y bolivariana. En el
orden internacional, uno de los primeros frutos de esas interrelaciones fue la
fundación de la entonces llamada Alternativa Bolivariana para las Américas
(ALBA) que había propuesto el presidente Hugo Chávez Frías en ocasión de la III
Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la AEC celebrada en la isla de
Margarita, República Bolivariana de Venezuela, en diciembre del 2001.
Sin embargo, no se había podido avanzar en esa propuesta a causa de
los sucesivos intentos desplegados durante el 2002, el 2003 y el 2004 por los
representantes políticos de los sectores más reaccionarios de las clases
dominantes venezolanas con vistas a derrotar a la Revolución Bolivariana ya fuera
mediante un golpe de Estado militar, de un “golpe petrolero” o en el referendo
revocatorio de su máximo líder, Hugo Chávez. La derrota de todas esa
intentonas, respaldadas por la administración neoconservadora estadounidense
presidida por George W. Bush (2001-2009), al igual que por sus principales
“amigos”, “socios” o “aliados” gubernamentales o no gubernamentales de dentro y fuera del continente americano,
crearon las condiciones mínimas necesarias para la fundación del ALBA el 14 de
diciembre de 2004.
Inspirada
en las ideas de Bolívar y Martí, así como de otros próceres latinoamericanos, en
la Declaración Conjunta firmada por Fidel y Chávez quedaron establecidos los
objetivos y “las bases cardinales” del que en otros escritos he denominado “un
nuevo paradigma” para la integración económica y política de América Latina y
el Caribe,[39] al igual que para la
unidad de todas sus naciones y pueblos. Sobre todo porque el ALBA surgió tanto
como una profunda crítica al ALCA, como a los diversos y fallidos proyectos de
integración “desarrollistas” o “neoliberales” que desde comienzos de la década de 1960 se habían
venido impulsando diferentes gobiernos de América Latina y el Caribe. Estos
–según se indicó en esa declaración— “lejos de responder a los objetivos de desarrollo
independiente y complementariedad económica regional, han servido como un
mecanismo para profundizar la dependencia y la dominación externa”.[40] Unos párrafos después
agregó:
Dejamos claro que si bien la integración es, para los
países de la América Latina y el Caribe, una condición imprescindible para
aspirar al desarrollo en medio de la creciente formación de grandes bloques
regionales que ocupan posiciones predominantes en la economía mundial, sólo una
integración basada en la cooperación, la solidaridad y la voluntad común de
avanzar todos de consuno hacia niveles más altos de desarrollo, puede
satisfacer las necesidades y anhelos de los países latinoamericanos y caribeños
y, a la par, preservar su independencia, soberanía e identidad.
[…]
Expresamos asimismo que el ALBA tiene por objetivo la
transformación de las sociedades latinoamericanas, haciéndolas más justas,
cultas, participativas y solidarias y que, por ello, está concebida como un
proceso integral que asegure la eliminación de las desigualdades sociales y
fomente la calidad de vida y una participación efectiva de los pueblos en la
conformación de su propio destino.[41]
Sin
dudas, esos propósitos inspiraron a todos los movimientos sociales y políticos
latinoamericanos y caribeños, al igual que de Canadá y los Estados Unidos que
en aquellos momentos estaban protagonizando diversas movilizaciones contra el
ALCA. Estas influyeron en la firme actitud contra ese “proyecto anexionista”
que, junto a Hugo Chávez, adoptaron los
entonces mandatarios de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay: Néstor Kirchner,
Luis Inácio Lula da Silva, Nicanor Duarte y Tabaré Vázquez, respectivamente, en
la V Cumbre de las Américas efectuada a fines de 2005 en Mar del Plata,
Argentina. Estos les propinaron una estrepitosa derrota a los Jefes de Estado y
de Gobiernos de Estados Unidos, Canadá y de algunos países latinoamericanos y
caribeños que seguían empeñados en continuar las negociaciones para
institucionalizar el ALCA.
Previamente, en el propio año el gobierno cubano se había
incorporado al proyecto Petrocaribe y a su fondo ALBA-Caribe impulsado por Hugo
Chávez con el propósito de ofrecerles un trato especial y diferenciado, así
como a contribuir al desarrollo económico y social de los Estados políticamente
independientes del Caribe insular y continental, al igual que a aquellos países
centroamericanos cuyos gobiernos nacionales o municipales rechazaran las
fuertes presiones que desplegó el gobierno de los Estados Unidos para impedir
la concreción de ese proyecto de integración energética y de desarrollo
económico y social. Y, al final del mismo, se produjo la victoria
político-electoral del candidato presidencial del Movimiento al Socialismo
(MAS) de Bolivia: el prestigioso dirigente indígena y popular Evo Morales.
Todos
esos hechos, junto a las intensas luchas populares que se estaban desplegando
en otros países del sur político del continente americano, a los grandes avances
económicos, sociales, educativo-culturales y políticos de la Revolución
Bolivariana, así como sus cada vez más estrechas y solidarias inter relaciones
con la Revolución Cubana, le permitieron a Fidel Castro afirmar en el discurso
que pronunció el 3 de febrero de 2006 en la Plaza de Revolución en ocasión de la entrega
al presidente Hugo Chávez por parte de la UNESCO del Premio Internacional “José
Martí”: “nada ni nadie podrá
impedir el futuro luminoso de los pueblos de América Latina y el Caribe”.[42]
Unas
semanas después, entre el 28 y el 29 de abril del 2006, se realizó en
la Habana la primera reunión tripartita entre los presidentes Evo Morales,
Fidel Castro y Hugo Chávez. En esa ocasión esos mandatarios firmaron el Acuerdo
para la profundización y ampliación de la entonces re-denominada Alternativa
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio entre los
Pueblos (ALBA-TCP), impulsado por el Presidente boliviano. Siguiendo el
espíritu de la ya referida declaración fundacional del ALBA, tal acuerdo
estableció las Disposiciones Generales que en el futuro guiarían sus relaciones
mutuas. Entre ellas, el reconocimiento por parte de los gobiernos de Cuba y
Venezuela de “las especiales necesidades de Bolivia como resultado de la
explotación y el saqueo de sus recursos naturales durante siglos de dominio
colonial y neocolonial”. Sobre la base de ese y otros principios, quedaron
consignadas las acciones que en el futuro inmediato emprenderían los gobiernos
de Bolivia, Cuba y la República Bolivariana de Venezuela con vistas a luchar
“por la paz y la cooperación
internacional”, así como a impulsar “la unión e integración de los
pueblos de América Latina y el Caribe”.[43]
Una expresión
de esa voluntad (también compartida por los gobiernos entonces instalados en Argentina,
Brasil, Paraguay y Uruguay) fue la posterior suscripción de un Acuerdo de
Complementación Comercial entre Cuba y esos cuatro Estados fundadores del Mercado
Común del Sur (Mercosur). A la ceremonia en la que este se formalizó (efectuada
el 21 de julio del 2006 en la ciudad de Córdoba, Argentina) acudieron todos los
Jefes de Estados de esa agrupación integracionista, al igual que los líderes de
las revoluciones bolivariana y cubana. Este último, al estampar su firma en ese
histórico documento, así como al hacer uso de la palabra en la noche de ese día
en la clausura de la Cumbre de los Pueblos que acompañó a la XXX Cumbre del Mercosur,
se refirió a las acciones que habían emprendido y en el futuro emprenderían las
autoridades cubanas con vistas a convertir en realidad los reiterados anhelos
del pueblo cubano de colaborar con “los países de América Latina y el Caribe”
con el propósito –establecido desde 1992 en la Constitución de la República de
Cuba— de “avanzar juntos hacia la
integración económica y política para lograr la verdadera independencia [que]
permitiría alcanzar el lugar que nos corresponde en el mundo”.[44]
A modo de conclusión
Diez días después de ese acto, y
luego de haber pronunciado sendos discursos en las actividades conmemorativas
del 53 Aniversario del asalto el cuartel Moncada realizadas en Cuba, la opinión
pública cubana e internacional se conmocionó al conocer el mensaje
que el primero de agosto del 2006 el líder de la Revolución Cubana le dirigió
“al pueblo de Cuba y a los amigos del mundo”. En este, luego de informar sobre la repentina y delicada operación
quirúrgica a la que había tenido que someterse tres días antes, expresó:
Yo no puedo inventar noticias
buenas, porque no sería ético, y si las noticias fueran malas, el único que va
a sacar provecho es el enemigo. En la
situación específica de Cuba, debido a los planes del imperio, mi estado de
salud se convierte en un secreto de Estado que no puede estar divulgándose
constantemente; y los compatriotas deben comprender eso. […] Lo importante es
que en el país todo marcha y marchará perfectamente bien./ El país está
preparado para su defensa por las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el pueblo./
[…]/ Hay que luchar y trabajar.[45]
Como
confirmó años más tarde, mientras aún se debatía entre la vida y la muerte, en
los días posteriores se empeñó en revisar la primera edición del libro 100 horas con Fidel publicado por el
conocido periodista europeo Ignacio Ramonet. Fruto de esa revisión surgió una
segunda versión de ese volumen “enriquecida con nuevos datos”. Esta fue
publicada en el último trimestre del 2006 por la Oficina de Publicaciones del
Consejo de Estado de la República de Cuba. En sus páginas, en más de una
ocasión, Fidel reiteró y, en algunos casos, amplió muchas de sus ideas acerca
de la historia y sobre las multiformes luchas por la primera y segunda
independencia de América Latina y el Caribe. De ahí la respuesta que le ofreció
a Ramonet cuando le preguntó si pensaba que “la era de las revoluciones y de la
lucha armada” se había terminado en América Latina.
Consecuente
con las ideas que había venido defendiendo a lo largo de su fecunda vida como estadista, Fidel expresó: “nadie puede
asegurar que se van a producir cambios revolucionarios en América Latina hoy.
Pero nadie puede asegurar tampoco que no se produzcan en cualquier momento en
uno o varios países. Si uno analiza objetivamente la situación económica y
social en algunos países, no puede tener la menor duda de que se trata de una
situación explosiva/ Si a esos problemas no se les halla solución urgente –y el
ALCA no es una solución, y la globalización neoliberal tampoco—, puede ocurrir
más de una revolución en América Latina cuando menos se lo imagine Estados
Unidos. Y no podrá culpar a nadie de promover esas revoluciones”.[46]
Ese criterio de Fidel acerca de que ni los Tratados de
Libre Comercio bilaterales o plurilaterales firmados por Estados Unidos con
algunos gobiernos latinoamericanos inmediatamente antes o después de la derrota
del ALCA, ni “la globalización neoliberal” tenían soluciones para la “situación
explosiva” que estaban viviendo buena parte de los Estados latinoamericanos y
caribeños se confirmó en los años inmediatamente posteriores. En estos,
jalonados por las multifacéticas luchas de diversos sectores populares, se
produjeron diversos procesos revolucionarios, reformadores o reformistas
favorables a los intereses nacionales y populares en varios estados del sur
político del continente americano.
Estos, la profunda crisis que, a partir del 2007,
comenzaron a vivir las principales potencias imperialistas y las tendencia a la
multipolaridad que se fueron registrando en la economía mundo y el sistema
internacional de Estados, propiciaron que Fidel Castro pudiera ver los diversos
aunque incompletos avances que continuaron produciéndose en la unidad y en las
luchas de los pueblos latinoamericanos y caribeños, así como en la concertación
política, la cooperación y la integración económica de América Latina y el
Caribe. Así se evidenciaron en la profundización y ampliación del ALBA-TCP y de
Petrocaribe, en la institucionalización en el 2007 de la Unión Suramericana de
Naciones (UNASUR) y en la fundación cuatro años después de la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que, como ya se indicó, él había
propugnado dos décadas antes.
En mi concepto esos y otros procesos excluidos en
beneficio de la síntesis confirmaron el poder dinámico que tienen en las luchas
populares la que Fidel constantemente llamó “batalla de ideas”. También el
valor que tienen en el devenir económico, social y político las utopías
emancipadoras; ya que como él le había indicado al ahora extinto fundador y dirigente
del Frente Sandinista de Liberación Nacional, Tomás Borges, en la larga
conversación que sostuvieron en 1992: “No
tenemos otra alternativa que soñar, seguir soñando, y soñar, además, con la
esperanza de que ese mundo mejor tiene que ser realidad, y será realidad si
luchamos por él. El hombre no puede renunciar nunca a los sueños, el hombre no
puede renunciar nunca a las utopías. Es que luchar por una utopía es, en parte,
construirla”.[47]
Y agregó:
Martí decía […] que los sueños
de hoy son realidades de mañana, y nosotros, en nuestro país, hemos visto convertidas en realidades muchos
sueños de ayer, una gran parte de nuestras utopías las hemos visto convertidas
en realidad. Y si hemos visto utopías que se han hecho realidades, tenemos
derecho a seguir pensando en sueños que algún día serán realidades, tanto a
nivel nacional como a nivel mundial./Si no pensáramos así, tendríamos que dejar
de luchar, la única conclusión consecuente sería abandonar la lucha, y creo que
un revolucionario no abandona jamás la lucha, como no deja jamás de soñar.
Por todo lo antes dicho y tomando en cuenta “las redobladas amenazas” que
le plantean el gobierno temporal estadounidense, encabezado por Donald Trump, a
los pueblos, las naciones y a algunos gobiernos de Nuestra América, así como a
los avances que en los años anteriores se produjeron en su concertación
política, su cooperación y su integración económica,[48]
coincido totalmente con lo que indicó la dirección de la Casa de las Américas
el 26 de noviembre de 2016: “Fidel tiene que hacer en América todavía”.[49]
La Habana, 4 de julio 2017
© Licenciado
en Ciencias Políticas, Doctor en Ciencias Sociológicas y Doctor en Ciencias.
Escritor y ensayista integrante de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC), así como Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones
Internacionales “Raúl Roa García”, al igual que de las cátedras Ernesto Che
Guevara, Simón Bolívar y de Estudios sobre el Caribe “Norman Girvan” de la
Universidad de La Habana. Actualmente integra los Grupos de Trabajo de Estudios
sobre Estados Unidos y sobre el Caribe del Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales (CLACSO) y el Consejo Consultivo de ex presidentes de la Asociación Latinoamericana
de Sociología (ALAS).
[1]
Luis Suárez Salazar “Uno de los legados de Fidel Castro: la unidad de América
Latina y el Caribe”, Alainet, Quito,
Ecuador, noviembre de 2016. También en Cuadernos
del Pensamiento Crítico Latinoamericano Nº 41 - Segunda Época CLACSO,
Buenos Aires, Argentina, y en el Boletín
Por Cuba, La Habana, Cuba, diciembre de 2016.
[2] Habitualmente las “generaciones demográficas” se
dividen en períodos de 30 años. En ese enfoque, en la actualidad en Cuba solo
se podría hablar de tres generaciones: “la histórica” (que fue la que participó
en las multiformes luchas contra la tiranía de Batista) y las dos que nacieron
en diferentes momentos después del triunfo de la Revolución. Sin embargo, a
diferencia de otros autores que consideran que “las generaciones políticas”
deben dividirse en ciclos de 16 a 18 años, considero que por su diferente
sociabilidad, es válido referirnos a “cinco generaciones”: la ya mencionada
“generación histórica”; la que habitualmente se autodefine con “guevarista”
(entró en la vida política en la década de 1960); la “generación de la
Revolución institucionalizada” (entró en la vida política después de la
aprobación de la Constitución de 1976); la “generación del período especial”
(entró en la vida política inmediatamente después del derrumbe de los “falsos
socialismos europeos” y en medio de las múltiples crisis que afectaron a la
sociedad cubana en la década de 1990); y “la generación de la batalla de
ideas”. Esta última entró en la vida política a comienzos del siglo XXI.
[3] Tal escultura está
inspirada en una de las frases de José Martí, constantemente repetida por Fidel
Castro: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.
[4] Todas las referencias a
estos acontecimientos y al papel de Fidel Castro, están tomadas de la
entrevista que le realizó la periodista cubana Katiuska Blanco. Esta fue
reproducida en su libro Fidel:
Guerrillero del Tiempo, publicado en el 2015 por la Editorial de Ciencias
Sociales de La Habana. Cuba. Lo indicado es válido para otros pasajes de la
vida del joven Fidel Castro que aparecen en este ensayo.
[5] Arturo Alape: El Bogotazo:
memorias del olvido, en De los
recuerdos de Fidel Castro: El Bogotazo y Hemingway, Editora Política, La
Habana, 1984.
[6] Katiuska Blanco Fidel: Guerrillero del Tiempo, Editorial
de Ciencias Sociales de La Habana. Cuba, 2015.
[7] Luis Suárez Salazar: Madre América: un siglo de violencia y dolor
(1898-1998), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003 y 2006.
[8] Fidel Castro: La
Historia me absolverá (Edición anotada), Oficina de Publicaciones del
Consejo de Estado, La Habana, 1973, pp. 55-57.
[9] Ernesto Che Guevara: “Relatos de su primer viaje por
América Latina (1951-1952)”, en Ernesto Che Guevara: América Latina:
Despertar de un continente, Ocean Press, Melbourne-Nueva York-La Habana,
2003, p. 37.
[10] Fidel Castro: “Discurso pronunciado en México el 10 de octubre de 1955 en ocasión
del 87 Aniversario del inicio de las luchas por la independencia del pueblo
cubano contra el colonialismo español”,
en Hoy, La Habana, 29 de noviembre de 1964, pp. 2 y3.
[11] Ibídem.
[12] Ibídem
[13] José Martí: “Congreso
Internacional de Washington”, en José Martí: Nuestra América, Casa de las América“, La Habana, 1974, pp. 250-259.
[14] Luis Suárez Salazar “Las utopías Nuestramericanas de
la Revolución Cubana: una aproximación histórica”, en Beatriz Rajland y María
Celia Cotarelo (coordinadoras) La
revolución en el bicentenario: reflexiones sobre la emancipación, clases y
grupos subalternos, CLACSO, Buenos Aires, 2009, pp. 39-56.
[15] Fidel Castro: “Discurso
pronunciado por el doctor Fidel Castro Ruz, en el Parque Céspedes, de Santiago
de Cuba, el 1ro de enero de 1959”. Este discurso puede encontrarse en el sitio
web del diario Granma. Consultado en
julio de 2007.
[16] El texto íntegro de este
discurso puede encontrarse en el sitio web del diario Granma. Consultado en julio de 2007.
[17]
Amado Luiz Cervo y Clodoaldo Bueno: História
da Política Exterior do Brasil, Editora UNB/ Instituto Brasileiro de
Relaçõnes Internacionais, 2002, pp. 290-291.
[18] “Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro en la Reunión del G-21, el 2 de mayo de 1959”, en
Luis Suárez Salazar (compilador) Fidel
Castro Ruz: Las crisis de América Latina, diagnósticos y soluciones,
Editora Política, La Habana, 2016, pp. 5-24.
[19] Fidel Castro “Discurso
pronunciado en la explanada Municipal de Montevideo el 5 de mayo de 1965”, en
Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel Castro:
Latinoamericanismo vs. Imperialismo, Ocean Sur, 2009, pp. 21 y 22.
[20] José Cantón Navarro y Martín
Duarte Hurtado: Cuba: 42 años de
Revolución. Cronología 1959-1982, Editorial de Ciencias Sociales; La
Habana, 2006, p. 31.
[21] Entrevista
con Osvaldo Cárdenas Junquera (Oscarito) “El apoyo a las inconclusas
luchas por la total descolonización del Caribe: una de las facetas menos
divulgadas de la política internacionalista de la Revolución Cubana”, en Luis
Suárez Salazar y Dirk Kruijt La
Revolución Cubana en Nuestra América: el internacionalismo anónimo, RUTH
Casa Editorial, La Habana, 2015, pp. 293-295.
[22] Primera Declaración de La
Habana, en Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel Castro: Latinoamericanismo vs.
Imperialismo, Ocean Sur, 2009, pp. 49-53.
[23] Luis Suárez Salazar: “La Segunda
Declaración a La Habana: Manifiesto Comunista de la Revolución
Latinoamericana”, en CUBADEBATE, 7 de febrero de
2012.
[24] “Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución “José Martí” el 4 de
febrero de 1962, en Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel Castro: Latinoamericanismo vs.
Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p 84.
[25] “Declaración de Santiago
de Cuba”, Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel Castro: Latinoamericanismo vs.
Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p. 120.
[26] Fragmentos del discurso
pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité
Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno
Revolucionario, en la Concentración efectuada en la Plaza de la Revolución
“José Martí”, para conmemorar el XVIII aniversario del ataque al Cuartel
Moncada, el 26 de Julio de 1971, en Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel Castro: Latinoamericanismo vs.
Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p. 164.
[27] Luis Suárez Salazar “La cincuentenaria proyección externa
de la Revolución Cubana: Nuestroamericanismo
vs. Panamericanismo”, en Enfoques,
Interpress Service, La Habana, primera quincena, julio 2009.
[28] “Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro el 29 de noviembre de 1971 en la sede principal de
la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), ubicada en Santiago de
Chile”, en Luis Suárez Salazar (compilador) Fidel
Castro Ruz: Las crisis de América Latina, diagnósticos y soluciones,
Editora Política, La Habana, 2016, p. 61.
[29] Constitución de la República de Cuba,
Departamento
de Orientaciones Revolucionaria del CC del PCC (DOR), La Habana, 1976.
[30] Fragmentos del Informe
Central presentado por Fidel Castro al Primer Congreso del PCC, en Luis Suárez
Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel
Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p. 171.
[31] Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro el 7 de julio de 1985 en la clausura del Encuentro
sobre la situación de la Mujer en América Latina y el Caribe efectuado en La
Habana, en Luis Suárez Salazar (compilador) Fidel
Castro Ruz: Las crisis de América Latina, diagnósticos y soluciones,
Editora Política, La Habana, 2016, p. 171.
[32] Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro el 7 de octubre de 1988 en la clausura del III
Encuentro Continental de Mujeres de América Latina y el Caribe efectuado en La
Habana, en Luis Suárez Salazar (compilador) Fidel
Castro Ruz: Las crisis de América Latina, diagnósticos y soluciones,
Editora Política, La Habana, 2016, p. 218.
[33] Fragmentos del mensaje
entregado por Fidel Castro a los Jefes de Estado y Gobiernos participantes en
la I Cumbre Iberoamericana, realizada en México el 18 de julio de 1991, en Luis
Suárez Salazar (compilador) Fidel Castro
Ruz: Las crisis de América Latina, diagnósticos y soluciones, Editora
Política, La Habana, 2016, p. 250.
[34] Ibídem, pp. 258 y 259.
[35] Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro en la clausura del Foro de Sâo Paolo, efectuado en
La Habana entre el 21 y el 24 el julio de 1983, en Luis Suárez Salazar
(compilación, prólogo y notas) Fidel
Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p. 236.
[36] “Intervención del Presidente del
Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en la
Primera Sesión de Trabajo de la Cumbre de la AEC, Santo Domingo, República
Dominicana, 17 de Abril de 1999”. El texto completo de esa intervención puede
localizarse en la página web del diario Granma, órgano oficial del CC del PCC.
Consultado en el 2007.
[37] Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro en la Tribuna Antimperialista efectuada en la
Plaza de la Revolución “José Martí” el 1º de Mayo de 2001, en Luis Suárez
Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel
Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p. 250.
[38] Germán Sánchez Otero: Hugo Chávez y la resurrección de un pueblo,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014.
[39] Luis Suárez Salazar "Hacia un nuevo paradigma para
la integración multinacional latinoamericana y caribeña: Un enfoque desde la
prospectiva crítica y participativa”, Concurso Internacional de Ensayo
Pensar a Contracorriente, Tomo II, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2006, pp. 106-124.
[40] Castro Fidel y Hugo Chávez, 2004 “Declaración conjunta del Presidente de los
Consejos de Estado y de Ministro de la República de Cuba, Fidel Castro, y del
Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez”, en Granma, La Habana, 15 de diciembre.
[41] Ibídem
[42] Fragmentos del discurso
pronunciado por Fidel Castro en el acto efectuado en la Plaza de la Revolución
José Martí en el que la UNESCO le entregó el Premio Internacional José Martí al
presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, en Luis Suárez Salazar (compilación,
prólogo y notas) Fidel Castro:
Latinoamericanismo vs. Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p. 267.
[43] El texto completo se
acuerdo puede
localizarse en el sitio WEB del diario Granma,
órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Consultado en
el 2007
[44] Constitución
de la República de Cuba (Revisada y
concordada por la Dirección de Legislación y Asesoría del Ministerio de
Justicia), Editora del Ministerio de Justicia, La Habana, 2004, pp. 2 y 3.
[45] El texto íntegro de esa proclama, puede localizarse en el sitio WEB del
diario Granma, órgano oficial del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Consultado en el 2007.
[46] Ignacio Ramonet: Cien horas con Fidel, Segunda edición
revisada y enriquecida con nuevas ideas, Oficina de Publicaciones del Consejo
de Estado, La Habana, 2006, p. 594.
[47] Fidel Castro: Un
grano de maíz (Conversación con Tomás Borge), La Habana, Oficina de
publicaciones del Consejo de Estado, 1992.
[48] Luis Suárez Salazar “El gobierno temporal de
Donald Trump: una redoblada amenaza para Nuestra América” (segunda versión) en el Boletín Se dice cubano, Número 20, La Habana, 16 de mayo de 2017.
[49] “Declaración de la Casa de
las Américas ante la muerte de Fidel”, en Casa
de las Américas, no. 286, enero-marzo de 2017, p. 5.
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