La oposición
justicialista, peronista o kirchnerista, lejos de unirse inteligentemente y
trazar una estrategia comunicacional exitosa frente a este adversario complejo
y peso pesado, se atomizó, cayó en la trampa narcisista y todo se fue al bombo.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
Volviendo al General
Perón, tres veces presidente de Argentina, él decía “que la única verdad es la
realidad”, frase que quedó instalada en el inconsciente colectivo argentino y
ha servido para desbaratar cualquier dislate discursivo, de esos que surgen
cuando la situación nos es adversa, no toleramos aceptarla o nos cubrimos los
ojos para no verla. Cambiemos hizo una excelente elección en el país, de eso no
cabe duda. Incluso ganó en provincias emblemáticas por ser históricamente
justicialistas: San Luís, La Pampa, Santa Cruz y desde luego, la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y en provincia de Buenos Aires, aunque la diferencia
sea de unos escasos casi 7 mil votos a favor de Esteban Bullrich, el opaco
candidato de Cambiemos, ganaron. Es en este distrito, el más importante y
expectante del país donde se concentraron todas las miradas porque, justamente,
es el termómetro político, lo que allí sucede marca el rumbo de Argentina, dado
que concentra casi el 39% de la población total y en ese espacio competía con
su contrincante más significativo: Cristina Fernández de Kirchner.
Hubo fraude, hay
denuncias, miles de mesas no fueron escrutadas y el festejo en el búnker de
Cambiemos paralizó el recuento de votos de la Junta Electoral por varias horas.
Todo eso era sabido de antemano porque disponían del dinero necesario para
comprar todos los mecanismos intervinientes, además de la omnipresencia de los
medios que coreaban la victoria anticipada.
Todo fue planificado al
milímetro conforme las recomendaciones de los exitosos gurúes que diseñaron una
corriente política nacional sin una ideología clara, ajenos a la izquierda,
centro o derecha, dato totalmente irrelevante para su concepción de la política,
crecida en pocos años a partir de la gestión reiterada en la Ciudad de Buenos
Aires y que la alianza con el radicalismo los instaló en todo el territorio
nacional. Huérfanos de tradición y de la historia, amputando la memoria que
rodea la formación de sus fortunas, sin necesidad de esconder su pasado de
niños bien, ya que ninguno se muestra como self made man ni les interesa,
porque la falta de escrúpulos y la mentira son viscerales, pero les han sido
sumamente efectivos al punto de continuar contando con la credibilidad
colectiva, plegada a su prédica anodina de una nueva Argentina totalmente
endeudada y sometida a los opulentos patrones. Pero que, de algún modo y esto
es también parte del dato de la cruda realidad, supo convencer a los votantes
con su mensaje contra el narcotráfico, la inseguridad, la lucha contra la
pobreza, consigna vacía e inconsistente si las hay, como el proyecto ecológico
y verde de la “Reina del Plata”, cuyos habitantes se deleitan con las
bicisendas, el mejoramiento del transporte capitalino y los beneficios de la
creación de una Dirección de Movilidad en Bicicleta, donde triunfó la polémica
Lilita Carrió, la socia más complicada de Macri.
Macri no es Menem, eso
hay que tenerlo claro para no caer en espejismos distorsivos. Sin embargo, no
hay que olvidar que el riojano fue reelecto presidente con el desempleo
galopante de las privatizaciones, los atentados de la Amia, la Embajada de
Israel, el volamiento del arsenal de Río Tercero y el asesinato de su hijo,
Carlitos Jr., golpe emotivo que volcó la balanza a su favor. Claro, entonces
hablábamos desde las bases de una traición, de una alianza popular conservadora
que hoy no existe ni es necesaria, porque los radicales como Carrió o Sanz,
responden a esa burguesía diletante que describía Mario Benedetti como clase
media, con aspiraciones de ocupar el escalón superior. Cambiemos es una nueva
corriente política en proceso de consolidación, mal que nos pese que, aunque
reconocemos los objetivos que persigue, dado que el endiablado endeudamiento,
la apertura económica y sus socios externos los delata, pero aún no ha
privatizado empresas a rajatabla como amenazaban, ha seguido con el gasto
social y el aumento del déficit fiscal los alinea como estatistas.
Su mayor fortaleza ha
sido adaptarse velozmente a los cambios sociales y tecnológicos, utilizando
sofisticadas técnicas de comunicación y recursos populistas comprobados, tal
como un guante de látex se adhiere a una mano, mientras el resto de los actores
sociales, como los partidos políticos tradicionales, los sindicatos y el mismo
movimiento obrero se paralizaban ante este nuevo adversario o se movían tan
lentamente que se hicieron patéticamente previsibles.
La oposición
justicialista, peronista o kirchnerista, lejos de unirse inteligentemente y
trazar una estrategia comunicacional exitosa frente a este adversario complejo
y peso pesado, se atomizó, cayó en la trampa narcisista y todo se fue al bombo.
No cabe duda que muchos fueron funcionales al oficialismo como sucedió con Masa
desde el primer momento y luego con Randazzo, el ex ministro de Cristina, que
creyó que con mostrar su gestión, podía “cumplir” con las exigencias de un
electorado desconfiado y esquivo, que si se hubiera unido con su antigua
conductora, habría hecho un mejor papel.
Pese a todos los
esfuerzos de Cristina Fernández de Kirchner, fundadora de Unidad Ciudadana,
quien cambió drásticamente su manera de relacionarse con la gente y eludió
cualquier ataque al gobierno de Macri, mientras éste sí volvió a la carga contra
el gobierno anterior, no logró el triunfo abrumador que se esperaba. No
bastaron las cuantiosas y magníficas manifestaciones, los reclamos sectoriales
de científicos, de personalidades del arte y la cultura, de algunos periodistas
arriesgados. Esa prédica no entró a las villas como tampoco en los reductos
cerrados de la clase media y alta, cuyos integrantes volvían a disfrutar del
trato de otras épocas, como los grandes propietarios rurales. Esos extremos de
algún modo extraño coincidieron en el cuarto oscuro.
Este resultado les ha
dado confianza y seguridad para octubre, animándose a realizar anuncios de
profundizar los cambios o liberar los precios de los combustibles, insumo
indispensable que incide en todas las cadenas productivas. El resultado los ha
envalentonado al extremo que Santiago Maldonado sigue sin aparecer y no dan
mayores explicaciones ni se hacen cargo, como también Milagro Sala ha sido
trasladada a una residencia arrasada peor que la prisión en que estaba,
simulacro tenebroso de domicilio y no se les mueve un pelo.
Tienen aire suficiente
como para soñar con una reelección, aunque parezca una profecía macabra. El
problema desde el campo nacional y popular es no aceptarlo, negarlo o sentarse
a llorar sobre la leche derramada, cuando esa evidencia concreta y palpable
debería movilizar a toda la dirigencia a escuchar la voz de las bases y
sumarlas para reconstruir el proyecto colectivo, incluyente y solidario que nos
merecemos para lograr la ansiada igualdad distributiva. Por ahora el árbol no
le deja ver el bosque, como es el caso del triunvirato de la CGT que no sabe si
parar o no, está tan confundido como seguro está el gobierno del poder que
tiene y lo que puede hacer con él.
Caer mil veces y
levantarnos otras tantas es el mandato que nos viene desde el fondo de nuestra
historia latinoamericana, quien no lo entienda que se mande mudar a tierras
lejanas.
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