Para Febbro, el siglo XXI “habrá sido la sepultura espectacular del anhelo que consistió en crear, a finales de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), un sistema multilateral de seguridad basado en el derecho y con la máxima ambición de mantener la paz y la seguridad internacional.” Esa ambición, dice,
era por demás idealista, pero, al menos, a lo largo de los años y en muchísimos casos salvó decenas de miles de vidas humanas y evitó la propagación de conflictos más devastadores. Así nació y se desarrolló la Organización de las Naciones Unidas y así también murió la ONU, bajo los golpes, abusos y traiciones orquestados por ese comité de gestión imperial del mundo que es el Consejo de Seguridad de la ONU y sus privilegiados cinco miembros permanentes.[2]
En la práctica – que sin duda es el criterio mejor de la verdad – el Consejo ha terminado por conspirar contra lo que está supuesto a garantizar. Con ello, conspira también contra el sistema internacional forjado a partir de la creación de las propias Naciones Unidas a partir de 1945, en la medida en que no respeta los equilibrios del mundo de los que depende ese sistema. Ese conspirar, añade Febbro, “se aceleró entre finales del Siglo XX y principios del Siglo XXI: la intervención en Kosovo (1999), la invasión de Irak (2003), las resoluciones que permitieron la intervención de la OTAN en Libia (2011) y la reciente invasión rusa de Ucrania fueron verdaderos atentados a la raíz de la paz”.
Todo esto, agrega, vino a convertirse en “una extensa obra de demolición y desigualdad ante el derecho,” durante la cual el veto “fue utilizado 260 veces: 143 veces por la URSS y luego Rusia, 80 veces por Estados Unidos y el resto por Gran Bretaña, Francia y China.” Parte de esa obra incluyó, por ejemplo, que el 23 de diciembre de 1989, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia ejercieran su derecho de veto
para frenar una resolución presentada por Yugoslavia (en nombre de los países no alineados) contra la invasión de Panamá por parte de Estados Unidos. La Resolución fue aprobada por 10 de los 15 miembros del Consejo (entre ellos China y Rusia) pero rechazada por el grupito de los privilegiados que componen la instancia. Es la constante histórica de esa realeza nuclear: el invasor puede invadir y oponerse a que lo condenen. Toda la cadena de producción en las mismas manos: bombardeo, mato, elimino, invado, cometo crímenes de lesa humanidad (en Panamá también) entierro, celebro la ceremonia, me absuelvo de los actos cometidos, levanto una estela o un monumento en memoria de las victimas que provoqué y después doy lecciones a los demás sobre la paz y la seguridad.
De este modo, el Consejo de Seguridad ha venido a ser “una instancia ilegítima que no representa nada más allá de los intereses de quienes lo componen y de sus aliados”, y su accionar representa “una demostración degradante y colectiva por parte de estos cinco países de su poder imperial respaldado por una superioridad militar que priva a otras naciones de su necesario derecho a intervenir en las crisis del mundo.”
Lo realmente grave, aquí, es que la obra de demolición degrada y paraliza un sistema de gestión de las relaciones internacionales cuya importancia no puede ser mayor en los tiempos que vivimos. Hoy son más necesarias que nunca otras esferas de su actividad, como la “ayuda al desarrollo, a la educación y la ciencia, competencias en la agricultura (FAO) o la intervención en las situaciones en la que los conflictos dejan decenas de miles de refugiados (ACNUR)”, por no mencionar los problemas de escala planetaria generados por la crisis ambiental.
Toca ahora empezar a pensar y cambiar lo que ayer apenas parecía impensable y duradero. Ya va siendo indispensable, en efecto, la transformación de la Naciones Unidas en un verdadero organismo de cooperación global para la prevención de una catástrofe planetaria que nos devuelva a la barbarie o, peor aún, nos acerque a nuestra extinción. Y esa transformación deberá ser sincera, empezando por reconocer que el nombre de naciones ha encubierto por décadas la realidad de que se trata de una organización de Estados que, además, suelen albergar múltiples nacionales.
Así ha encarado Bolivia, desde sí, el problema de sus conflictos intranacionales, organizándose en un Estado multinacional. En la transformación que nuestra supervivencia demanda, la comunidad mundial hará bien en hacer suya aquella advertencia que desde lo mejor de nuestra cultura nos recuerda que quien pone de lado, “por voluntad u olvido, una parte de la verdad cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.”[3] Encarar la verdad es el primer paso para encarar nuestras limitaciones, y emprender el camino que nos lleve a superarlas.
Alto Boquete, Panamá, 1 de julio de 2022
[1] “Carta a Gonzalo de Quesada”. Nueva York, 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V: 195.
[2] Eduardo Febbro: “Conflicto Rusia Ucrania: el Consejo de Seguridad de la ONU entró en crisis terminal”. Página 12. 11 de mayo de 2022. https://www.pagina12.com.ar/420945-conflicto-rusia-ucrania-el-consejo-de-seguridad-de-la-onu-en . Los cinco miembros del Consejo a que se refiere son Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia, todos ellos potencias nucleares y con derecho a veto sobre las decisiones que ese organismo adopte.
[3] 1975, VI, 18: “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891
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