sábado, 9 de julio de 2022

La inercia que nos impide reaccionar al colapso

Que la humanidad está comenzando a sufrir la confluencia de crisis y pandemias que configuran una situación de caos o colapso de la vida en el planeta, parece fuera de discusión. Que las clases dominantes hacen su propio juego para seguir en su lugar de privilegio y que los políticos tienen pocas intenciones de moverse, también parece evidente para gran parte de la población.

Raúl Zibechi / NODAL

Lo que desconcierta y causa angustia, es la escasa reacción de los sectores más afectados por el colapso en curso. Asistimos a manifestaciones, huelgas, incluso algunos levantamientos de carácter insurreccional como el que estos días sacude Ecuador, pero la tendencia principal es hacia la inercia, hacia la vuelta a una normalidad que, muy en el fondo, todas y todos deseamos.

 

Las razones de la inexistencia de respuestas a la altura de los desafíos, son muy diversas. Una de ellas es que las viejas formas de acción colectiva, acuñadas sobre todo por el movimiento obrero, resultan ya insuficientes ante los desafíos que enfrentamos. Una nueva cultura política no puede nacer de la noche a la mañana, aunque existen experiencias territoriales que son sumamente auspiciosas.

 

Días atrás el Laboratorio Europeo de Anticipación Política, centro de pensamiento francés dedicado a analizar y anticipar los desarrollos económicos globales desde una perspectiva europea independiente, advirtió algunos temas centrales en su editorial del boletín de junio.

 

La primera es que estamos abocados a una crisis total de una civilización de 500 años, que nos conducirá de cabeza a una nueva Edad Media mundial. Más allá de la referencia más que discutible a ese periodo supuestamente oscuro de la historia, el gran problema es que no se ha preparado la transición a una nueva organización sistémica y, por tanto, no se producirá de forma controlada.

 

En suma, los años que siguen pueden ser dramáticos. Estima el Laboratorio que incluso este año puede producirse una ruptura, ante la parálisis de los gobiernos, la escasez, el empobrecimiento generalizado sin precedente, las hambrunas y catástrofes naturales, que configuran un colapso potenciado por el crecimiento insostenible de la desigualdad.

 

El segundo, apunta al tema central: Crisis potencialmente aterradoras y sin precedente histórico se suceden unas a otras, sin llegar a tener un impacto irreversible en nuestra vida cotidiana, lo cual disminuye el miedo a las mismas y la gente acaba retomando el curso normal de sus vidas.

 

Este asunto nos interpela de lleno como movimientos y personas anticapitalistas. La debacle a la que asistimos, nos halla mal preparados para enfrentarla. Desventaja que puede superarse con organizaciones colectivas territoriales, capaces de asegurar la sobrevivencia y la vida en tiempos de muerte y destrucción. La crisis en Ucrania nos enseña que apostar a los Estados, como hacen las izquierdas europeas, es un mal camino. Si no nos hemos preparado para esta situación, los daños pueden ser enormes.

 

Como señala el editorial citado, ni siquiera los grandes Estados del Norte están siendo capaces de detener el derrumbe. Por ello, el sistema apuesta a la represión y la militarización. La irresistible tentación de estrechar su control sobre las masas es ahora la única manera de mantener lo que queda de su sistema, estima el Laboratorio. Control facilitado por las nuevas tecnologías que ofrecen a los que tienen el mando una amplitud de poder sin precedente.

 

Los de arriba tienen una estrategia largamente probada en otras transiciones: el militarismo y la guerra para rediseñar el mundo que está colapsando. Es la opción de Estados Unidos y la Unión Europea, pero también de Rusia y China, y de cualquier otra gran potencia, más allá del discurso que enarbolen.

 

Hay quien dice que China no actúa de ese modo, pero no quiere recordar cómo Pekín aplastó la protesta popular en Hong Kong, apelando a la violencia policial y la brutalidad armada, como cualquier otro país que pugna por la hegemonía.

 

Décadas de democracia y progreso han anestesiado a buena parte de la población que sigue creyendo que el Estado o los dirigentes políticos nos van a salvar, o que el dinero servirá de algo en los momentos extremos del colapso. El individualismo nos condena.

 

Siete años atrás los zapatistas advirtieron sobre la inminencia de una tormenta sistémica, pero fueron pocos los que comprendieron la urgencia del llamado a organizarse. Los poderes de arriba lanzan manadas armadas contra las comunidades mejor organizadas, a las que los medios bautizan como narcos para disimular que son la punta de lanza del capitalismo.

 

El mundo que conocimos ha desaparecido; el capitalismo colapsará del mismo modo que nació: chorreando sangre y lodo por todos sus poros (Marx). Sólo nos queda crear formas colectivas de poder, poderes de abajo, para sobrevivir como pueblos al colapso y al caos.

 

*Periodista, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.

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