“No hay obra permanente, porque las obras de los tiempos de reenquiciamiento y remolde son por esencia mudables e inquietas; no hay caminos constantes, vislúmbranse apenas los altares nuevos, grandes y abiertos como bosques. De todas partes solicitan la mente ideas diversas –y las ideas son como los pólipos, y como la luz de las estrellas, y como las olas de la mar. Se anhela incesantemente saber algo que confirme, o se teme saber algo que cambie las creencias actuales.”
José Martí, 1882[1]
De reenquiciamiento y remolde son estos tiempos, sin duda. De eso nos hablan – en lo que hace al conocer de nuestra época, y a las creencias en cambio- los historiadores Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz en lo que hace al Antropoceno como ámbito de relación entre la especie humana y el planeta del que hace parte.[2] Ese nombre, nos dicen, designa a “nuestra época, nuestra condición”, que está en curso desde fines del siglo XVIII y es a un tiempo “el signo nuestra potencia, pero también de nuestra impotencia”:
Es una tierra cuya atmósfera está alterada por el billón cuatrocientos mil millones de toneladas de CO2 que le hemos echado al quemar carbón y petróleo. Es un tejido vivo empobrecido y artificializado, impregnado por una muchedumbre de nuevas moléculas químicas de síntesis que modifican hasta nuestra descendencia. Es un mundo más caliente y más pesado de riesgos y de catástrofes, con una cubierta glacial reducida, mares más altos, climas desarreglados.
En un mundo tal, lo que encaramos “no es una crisis medioambiental, es una revolución geológica de origen humano.” Y, al propio tiempo, es una revolución en nuestras posibilidades de comprensión del alcance de las relaciones entre las sociedades humanas y la naturaleza de la que hacen parte, y de la cual dependen para su existencia actual y su desarrollo futuro. Desde esa perspectiva, pensar a esta época como un acontecimiento histórico que vincula de un modo nuevo las ciencias de lo natural y de lo humano, tan meticulosamente separadas desde mediados del siglo XIX, permite observar que en esta circunstancia no basta ya con la acumulación de datos científicos para comprometer las revoluciones/ involuciones necesarias, cuya comprensión demanda “forjar nuevos relatos y, por tanto, nuevos imaginarios para el Antropoceno. Repensar el pasado para abrir el porvenir.”
Propuesto por primera vez en febrero de 2000, durante un coloquio del Programa Internacional Geósfera- Biosfera en Cuernavaca, México, la idea del Antropoceno inauguró el debate acerca del paso del Holoceno – la época posterior a la última glaciación, en que la Humanidad encontró en el planeta las condiciones para el desarrollo de la agricultura y la creación de civilizaciones- a una época geológica nueva, en cuya formación los humanos han desempeñado, y desempeñan, un papel de primer orden.
En particular, el Antropoceno se caracteriza por “un incremento inaudito de la movilización humana de energía: primero el carbón, luego los hidrocarburos y el uranio han acrecentado el consumo de energía en un factor dieciséis en el siglo XX.” Este salto energético del Antropoceno. En ese proceso
Los pastizales, los cultivos y las ciudades, que representaban el 5 % de la superficie terrestre en 1750 y el 12 % en 1900, terminaron por cubrir actualmente cerca de un tercio de esa superficie. Contando los biomas parcialmente antropizados, se considera que hoy el 83 % de la superficie emergida no congelada del planeta está bajo la influencia humana directa (Ellis, 2011). El 90 % de la fotosíntesis en la Tierra se hace en esos “biomas antropogénicos”, es decir, en conjuntos ecológicos dispuestos por los seres humanos.
A través de ese panorama, el Antropoceno, la edad de los humanos, abrió en la geocultura del sistema mundial “un punto de encuentro de geólogos, ecólogos, especialistas en el clima y del sistema Tierra, historiadores, filósofos, ciudadanos y movimientos ecologistas para pensar en conjunto esta edad en la que la humanidad se volvió una fuerza geológica importante.” Todo esto ha inaugurado “un nuevo campo de investigación absolutamente fundamental para el crecimiento de las ciencias naturales y de las humanidades.”
Ese campo se ubica en un marco de referencia que renueva nuestra comprensión de la crisis ambiental contemporánea, trascendiendo la idea misma del “entorno” como “lo que nos rodeaba, el lugar de donde íbamos a extraer los recursos, abandonar los desechos, o bien... aquel que se debía en ciertos puntos dejar virgen”, y permitía a los economistas considerar como externalidades a los procesos de degradación ambiental. Desde esa perspectiva, las figuras del parque natural, los ecosistemas, el entorno y el “desarrollo sostenible” permitían reconocer a la naturaleza “como esencial, pero separada de nosotros. No parecía para nada que ella planteara limite serio al crecimiento, consigna entonada a todo pecho por los jefes de empresa, los economistas ortodoxos y los decididores políticos sin proyecto.”
En el Antropoceno, por contraste, en lugar del entorno tenemos el sistema Tierra, con lo cual.
Los procesos ecobiogeoquímicos globales y profundos que hemos perturbado, hacen irrupción en el corazón de la escena política y de nuestras vidas cotidianas. […] Salidos del progreso lineal e inexorable, que estaba encargado de hacer callar a los que criticaban el mundo liberal, industrial y consumista, acusándolos de querer que retrocediéramos, de acá́ en adelante el devenir de la Tierra y el conjunto de sus seres es lo que está en juego. Y este devenir incierto, plagado de efectos de umbral, no se parece para nada al apacible río prometido por la ideología del progreso.
Así, dicen, la idea de Antropoceno anula la separación entre naturaleza y cultura, entre historia humana e historia de la vida y de la Tierra.
Para Fressoz y Bonneuil, el Antropoceno nos coloca ante una doble realidad. Por un lado está el hecho de que la Tierra “ha visto otras vidas desde hace cuatro mil millones de años, y que la vida proseguirá́ bajo una forma u otra, con o sin humanos, fuesen o no fuerza telúrica.” Por otro, el de que “los nuevos estados a los que lanzamos la Tierra serán portadores de trastornos, penurias y violencias que la volverán más difícilmente habitable por los humanos. En este sentido, lo que importa es entender que el Antropoceno “es un punto de no-retorno. Designa un desarreglo ecológico global, una bifurcación geológica sin regreso previsible a la ‘normal’ del Holoceno.”
Así, vivir en el Antropoceno es “habitar el mundo no-lineal y poco predecible de las respuestas del sistema Tierra, o más bien de la historia-Tierra, a nuestras perturbaciones.” Por lo mismo, el Antropoceno es también “un acontecimiento político”, que no será́ “un largo río tranquilo para las sociedades humanas” y podría revelarse “más conflictivo, más insidiosamente bárbaro de lo que lo fueron las guerras mundiales y los totalitarismos del siglo XX. Habitar menos espantosamente la Tierra se ha vuelto la apuesta del siglo XXI, bajo pena de sacudidas políticas y geopolíticas de importancia.”
Estamos, así, ante un problema político que es también una categoría de las ciencias del sistema Tierra. El Antropoceno, en efecto, demanda
arbitrar entre diversas fuerzas humanas antagonistas del planeta, entre las improntas causadas por diferentes grupos humanos (clases, naciones), por diferentes escogencias técnicas e industriales o entre diferentes modos de vida y de consumo. Importa entonces investir políticamente el Antropoceno para superar las contradicciones y los límites de un modelo de modernidad que se globalizó desde hace dos siglos, y explorar las vías de un descenso rápido y equitativamente repartido de la impronta ecológica de las sociedades.
En nuestro tiempo ya es imposible ocultar que las relaciones “sociales” están plagadas de procesos “ecosistémicos” y que los diversos flujos de materia, de energía y de información que atraviesan en diferentes escalas el sistema Tierra están con frecuencia polarizados por actividades humanas diferenciadas. Ante esta circunstancia, las ciencias humanas y sociales están en renovación, profundamente obligadas en la actualidad por el Antropoceno a pensar la nueva condición humana por fuera de este dualismo, y empujadas a franquear las fronteras mediante el desarrollo de campos que algunos (aún) consideran “híbridos”, como la historia ambiental, la ecología política y la economía ecológica, que apenas empiezan a tener alguna presencia en Panamá.
Ese desarrollo anuncia nuevas humanidades ambientales, que ya son imprescindible para el diálogo con lo que Bonneuil y Fressoz llaman las ciencias “inhumanas”. Con ello se abre el camino que lleve a superar la brecha entre las “dos culturas” inaugurada por el positivismo del XIX, para poner fin “al reparto celoso de los territorios y a la ‘guerra de las ciencias’”. Ese será un remedio contribuirá sin duda a aliviar aquella angustia “con que se vive en todas partes del mundo en la época de transición en que nos ha tocado vivir”, a que se refería José Martí en el mundo de su propio tiempo, que abriría eventualmente paso al que nos corresponde cambiar de rumbo hoy.[3]
Ciudad del Saber, Panamá, 25 de julio de 2025
[1] “Prólogo a El Poema del Niágara”. Nueva York, 1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 225.
[2] Bonneuil Ch. y Fressoz J. (2020). “El acontecimiento antropoceno”. Ciencias Sociales y Educación, 9(17), 251-280. Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Colombia. https://revistas.udem.edu.co/index.php/Ciencias_Sociales/article/view/3414/3033
[3] Martí, José: “La exhibición sanitaria”. La América, Nueva York, mayo de 1884. Ibid., VIII, 437.Visita mi blog martianodigital.com
1 comentario:
El investigador, escritor y profesor Guilermo Castro, siembre nos regala ideas e información útil y novedosa para para quienes queremos seguir conociendo siempre un poco más de las alternativas teóricas y empíricas; para tratar de dar seguimiento a lo que muchos es ya el inicio de una catástrofe ecológica cuasi inevitable. No sólo la certidumbre también de que la ciencia , no puede contra el poder de los mayores depredadores del ambiente, sino también por una humanidad atrapada en el consumismo, pérdida de valores humanos y asunción y consumo de nuevas necesidades creadas que divulgan nuevos entretenimientos superfluos y la supuesta libertad que ofrecen las redes sociales, en donde expresiones, ideas y narraciones sin sentido, atrapan a personas sin educación o, sin pensamiento crítico. Tal es la ideología de plataformas como facebook, además de tratar de venderte artefactos y unirte a personas consumistas. Gracias profesor Castro.
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