sábado, 27 de septiembre de 2025

La asamblea de la ONU: termómetro de la época que vivimos

 La resolución de este nudo epocal en el que nos encontramos no será a corto plazo ni saldremos indemnes de él. Es una crisis de época dentro de otra, más amplia, compleja y contradictoria, que es civilizatoria.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

La Asamblea General de la ONU, que ha tenido lugar en estos días, es un espejo en el que se refleja el mundo en el que vivimos. Se evidencia, por una parte, que el período que se abrió después de la Segunda Guerra Mundial, de la cual ella misma es un resultado, se agotó. El mismo secretario general, Antonio Guterres, lo dejó claro en su discurso: la ONU nació para tratar de prevenir la enorme destrucción y mortandad que había dejado la conflagración mundial, y fue un reflejo del balance de fuerzas al que se había llegado, y hasta el menos avisado se da cuenta hoy en día que ese balance de fuerzas está en un franco proceso de modificación que no encuentra expresión en el máximo órgano del organismo, el Consejo de Seguridad.
 
A pesar de ello, Estados Unidos sigue siendo la potencia dominante del mundo. Lo es económica y militarmente, y su posición preponderante quedó claro en la misma organización con un hecho simbólico: El presidente estadounidense, Donald Trump, se arrogó, sin pedirlo, casi una hora de discurso, cuando cada uno de los disertantes, incluso él, tenían asignados 15 minutos. Como es obvio -por la posición dominante de Estados Unidos, que naturaliza el abuso, y la misma personalidad de quien ostenta ahora el cargo de presidente- Donald Trump no pidió excusas.
 
Pero también quedaron patentes, igualmente de forma simbólica, el descontento que rodea al presidente estadounidense: la escalera eléctrica por la que debía subir con su esposa a la sala de sesiones en donde daría su discurso se detuvo exactamente en el momento en el que ambos pusieron un pie en ella. Luego, el tele apuntador electrónico (teleprompter) en el que debía leer, dejó de funcionar correctamente. Y, por último, el sistema de sonido de la gran sala dejó de funcionar, solo quienes tenían auriculares podían escuchar. ¿Casualidad? Lo dudamos, no sucedió con nadie más.
 
Guterres enumeró algunos de los temas y problemas que considera prioritarios en este momento crucial de la humanidad. El principal, el de más largo aliento, el que de verdad coloca una espada de Damocles en la cabeza de la especie humana, es el del cambio climático, que, según Guterres y la comunidad científica internacional, tiene un plazo de resolución perentorio que se está agotando. Trump niega el cambio climático, y sustenta su modelo para hacer a “América grade de nuevo” no solo en la sobreexplotación de los recursos energéticos derivados del petróleo existentes, sino en la reversión de las políticas respaldadas por la ONU en su Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.
 
Estamos viendo en un momento liminar. Ante la crisis del orden mundial existente, surgen estos energúmenos tipo Trump que la agudizan y aumentan el riesgo de catástrofes con consecuencias incalculables. Estamos, pues, ante una época en extremo riesgosa, que puede desembocar en un viraje radical no solo de la civilización sino de la misma especie humana. Nunca antes en la historia de la humanidad hemos enfrentado un riesgo de este calibre.
 
Las alternativas a este rumbo desquiciado aparecen de forma lenta y sin la suficiente potencia para detenerlo. Asociaciones de países grandes y poderosos, pero de segundo rango, se proponen establecer relaciones que apuesten por un orden más equitativo, pero son intentos tímidos en función de las necesidades imperantes, que requieren decisiones tajantes y firmes. 
 
América Latina es el coto de caza de la potencia dominante. A quien se porte de acuerdo a sus necesidades, lisonjas y apoyo. Quien contradiga y se oriente en un rumbo que no le complazca, garrote. Son los casos paradigmáticos de Argentina y Venezuela. 
 
La resolución de este nudo epocal en el que nos encontramos no será a corto plazo ni saldremos indemnes de él. Es una crisis de época dentro de otra, más amplia, compleja y contradictoria, que es civilizatoria. Ambas se retroalimentan mutuamente y hacen más difícil el panorama. Producto del desconcierto, temor y enojo que provocan ambas, potenciadas entre sí, es el tipo de especímenes políticos que llegan al poder y que contribuye aún más a profundizarlas. Sería necesario mucha ecuanimidad, cabeza fría, serenidad, entendimiento de la situación en la que estamos y pragmatismo político para salir adelante. Es de lo que más falta.

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