sábado, 6 de septiembre de 2025

Capitalismo es sinónimo de crimen

En algunas ocasiones las relaciones entre crimen organizado y capitalismo aparecen de forma nítida y transparente, lo que nos proporciona la oportunidad para evaluar en qué situación real está el sistema y hacia dónde se está dirigiendo. 

Raúl Zibechi / LA JORNADA

Días atrás el gobierno federal de Brasil lanzó un megaoperativo contra el crimen organizado en el sector de los combustibles, con resultados sorprendentes. Identificó 40 fondos de inversiones en el sector inmobiliario por un valor de 5 mil 500 millones de dólares, controlados por el Primer Comando de la Capital (PCC), que es el mayor grupo narcotraficante de Brasil. Esos fondos financiaron la compra de una terminal portuaria, cuatro plantas de refinación, mil 600 camiones para transporte de combustibles y más de 100 inmuebles (https://goo.su/Chmn3). 
 
Además, compraron fincas por valor de otros 5 mil millones de dólares y un banco paralelo de la organización, la fintech BK Bank, que movilizaba hasta 8 mil millones de dólares. Más de mil gasolineras en 10 estados de Brasil son utilizadas para lavar dinero del crimen organizado, pero se estima que las operaciones del PCC alcanzarían hasta 2 mil 500 gasolineras en todo el país. 
 
El PCC nació en 1993 en la prisión de Taubaté, en Sao Paulo, hoy opera en el 90 por ciento de las cárceles, y se ha extendido a Uruguay, Paraguay, Bolivia y Colombia. Se trata de la banda criminal más grande de América Latina, que podría llegar a 40 mil miembros, buena parte de ellos en prisiones. A través del tráfico de cocaína estableció alianzas con la 'Ndrangheta italiana y se cree que cuenta con sólidos apoyos en países africanos y europeos. 
 
Lo que revelan las investigaciones de los últimos años es una creciente sofisticación en las operaciones de lavado de dinero, así como su participación en sitios web de apuestas en línea y la inversión en clubes de futbol. En la actual investigación surgió que el PCC domina la cadena de la caña de azúcar, a través de la compra de haciendas, plantas refinadoras, puestos de combustibles y transporte. 
 
De los datos anteriores surge con claridad la estrecha relación entre el empresariado “tradicional” y el crimen organizado. Esta realidad merece ser profundizada. 
 
Por un lado, se observa cómo el crimen adopta los modos de los grandes empresarios capitalistas. Invierten con la misma lógica, buscando monopolizar cada sector para maximizar ganancias. El mal llamado crimen organizado es parte del capitalismo, del que se diferencia sólo porque sus actividades no son consideradas legales, lo que le permite aumentar de modo exponencial sus ganancias. Los modos del crimen son idénticos a los del extractivismo, como puede observarse en la actividad minera. 
 
Por otro, surge una amplia zona gris entre lo legal y lo ilegal: el crimen busca legalizar sus capitales invirtiendo en tierras, negocios inmobiliarios, minería y, sobre todo, en finanzas porque es el mejor modo de lavar sus activos. La empresa “legal” adopta modos mafiosos al evadir impuestos (algo que ya es norma en cualquier sector), arropada por especialistas como abogados y notarios. 
 
Mientras el crimen camina hacia lo legal, el empresario tradicional lo hace a lo ilegal. Ambos buscan comprar jueces y políticos, invierten en el deporte y en todo lo que les permita sortear dificultades para incrementar ganancias. Neutralizan al Estado o lo toman por asalto, comprando voluntades o amenazando, dependiendo la situación. 
 
Por todo esto, en muchas regiones, empresas mineras y crimen organizado trabajan unidos para desplazar comunidades a las que consideran un obstáculo para la explotación de la madre tierra. 
 
Si aceptamos que el capitalismo existente es guerra de despojo contra los pueblos –“Cuarta Guerra Mundial” la denominan los zapatistas–, debemos aceptar también que en las guerras no hay nada ilegal puesto que manda la ley del más fuerte. Gaza es el mejor ejemplo de la evaporación de toda legalidad, de toda humanidad, porque se trata de despojar y desplazar al pueblo palestino para convertir sus territorios y tierras en meras mercancías. 
 
Exactamente igual opera el crimen en Cherán, en Chicomuselo, o en cualquier parte del mundo, porque los pueblos, los seres humanos, nos hemos convertido en un obstáculo para la acumulación interminable de capital. Por eso, en adelante, el genocidio será la norma, como lo fue durante la Conquista de América. 
 
Es una actitud irresponsable y perversa difundir la idea de que puede existir un capitalismo “bueno”, como lo han repetido presidentes progresistas en esta región. 
 
Como refirió Immanuel Wallerstein, el capitalismo fue un enorme retroceso para dos terceras partes de la humanidad, mujeres, niñas y niños, pueblos del color de la tierra. Lo que sigue son los hornos crematorios, los genocidios y los grandes medios que disfrazan esta realidad. 
 
Una forma de hacer política que no advierta a los pueblos que estamos en la era de los genocidios, o que éstos suceden en otras latitudes, los conduce al patíbulo. Como señaló el historiador del movimiento obrero Georges Haupt, aquel que divierte al pueblo con historias cautivadoras “es tan criminal como el geógrafo que traza mapas falaces para los navegantes”.

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