El Tío Sam se ha despojado de cualquier careta y desde el primer día de esta administración republicana mostró su rostro de depredador. Es un depredador torpe, obtuso y abusivo.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Marco Rubio inició su gira latinoamericana en México el pasado 2 de septiembre, en donde lo recibió la ecuanimidad de una presidenta que, con buenos modos, le ha dicho al imperio hasta dónde puede pasar. Luego voló a Ecuador, en donde encontró lo que le gusta tanto a los gobiernos estadounidenses: un presidente alfombra, que se desvive por quedar bien y hace maromas para divertir al Visitador, que era como se le llamaba en la Colonia española al emisario que llegaba, en nombre del rey, a controlar la buena marcha del lugar visitado.
Marco Rubio proviene de La Florida, el lugar que se ha convertido en la capital MAGA de Estados Unidos, lo que en buen cristiano quiere decir que es uno de los epicentros de la derecha radical de ese país, en donde se encuentra esa suerte de Casa Blanca paralela que es el club y residencia Mar-a-Lago de Donald Trump.
Este, calificó a Rubio durante la campaña electoral -cuando ambos se enfrentaban como precandidatos presidenciales en el seno del Partido Republicano- como un canalla repugnante que sudaba demasiado, y ha sido este “canalla repugnante” quien ha establecido los parámetros de la particular guerra contra las drogas que su país impulsa en el Caribe últimamente.
Ellos están en pie de guerra y eso significa, tal como lo hace Netanyahu en Gaza, arrasar con todo lo que se mueva delante suyo y que ellos califiquen de terrorista. Para ello, ha hecho un despliegue naval frente a las costas venezolanas que cuesta varios miles de millones de dólares, suma que ninguna fuente, hasta el momento, ha podido precisar. Destructores, naves artilladas, un submarino nuclear y varios miles de los tan sombríamente famosos marines se encuentran “patrullando” una zona por la que, según informe de la Organización de Naciones Unidas, no circula la mayoría de la droga que viaja desde América del Sur hacia Estados Unidos.
Conociendo esa información de la ONU -basada en estudios serios y comprobables- Rubio dijo que esa organización “no sabe nada”, con toda la tranquilidad del prepotente que sabe que tiene la fuerza, aunque no la razón. En todo caso, aunque fuera el actual gobierno de incompetentes de Estados Unidos la que tuviera los datos confiables, la fuerza militar desplegada en el Caribe es totalmente desproporcionada para la misión que dice emprender.
Una vez en el lugar, había que poner en funcionamiento el poderoso aparato militar, porque no se van a gastar los recursos económicos que se están gastando para que cuatro mil soldados salgan a pasear al Caribe. Escudriñaron el horizonte, que, dada la versión norteamericana, debía estar plagado de lanchas y submarinos transportando toneladas de droga hacia Estados Unidos, y dicen que encontraron una pequeña lancha rápida con… ¡11 personas a bordo!, que quién sabe cómo supieron que pertenecía al Tren de Aragua, y la hundieron.
La administración Trump ha de creer que somos tontos. Nadie con dos dedos de frente se va a tragar el cuento que la más grande potencia del planeta moviliza una fuerza militar con la que podría invadir un país, para hundir una lancha que transporta a 11 personas y “mucha droga”.
El Tío Sam se ha despojado de cualquier careta y desde el primer día de esta administración republicana mostró su rostro de depredador. Es un depredador torpe, obtuso y abusivo. La fórmula que exhibe ahora ya la ha sacado a pasear por el Caribe en repetidas oportunidades, y hasta nombre tiene: la política del Gran Garrote, formulada por Teodoro Roosevelt, un presidente con personalidad (“de vaquero”, decían sus contemporáneos) y objetivos similares a los del actual presidente Trump. Esa política ofrecía garrote a quien se opusiera a sus designios, y zanahoria a quien que se adviniera a los intereses que promulgaban. Marco Rubio se pasea hoy con el garrote y la zanahoria por América Latina.
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