“la humanidad ya ha transformado tanto sus circunstancias que las preguntas geopolíticas clave de nuestro tiempo ahora giran en torno a cómo se forjará el futuro y quién lo decidirá.”
Simon Dalby, 2016[1]
En el plano geopolítico, dice Dalby, la noción de Antropoceno que designa a nuestra circunstancia resulta “sumamente útil”, pues “incorpora simultáneamente los puntos clave sobre el cambio rápido a escala global y el papel de las decisiones humanas en la futura configuración de la biosfera.” En este sentido,
La importancia de la formulación del Antropoceno reside precisamente en que el futuro se está configurando de maneras mucho más fundamentales de lo que el discurso ambientalista suele sugerir. La formulación geológica sugiere observar qué se está creando y cómo, en lugar de presuponer, como hace gran parte del ambientalismo, un contexto dado que está siendo dañado por las acciones humanas. Si bien el debate sobre el cambio climático ha comenzado a dejar claro que la humanidad está cambiando el contexto en el que se desenvolverá la geopolítica futura, el cambio hacia un enfoque en la producción ambiental, en lugar de la protección ambiental, requiere mayor elaboración e incorporación al pensamiento sobre las transiciones hacia sociedades más pacíficas a nivel global. En la práctica, esto requiere abandonar los clichés culturalmente populares, pero políticamente derrotistas, del apocalipsis inminente, a favor de debates sobre la configuración del futuro y la construcción de acuerdos sociales y ecológicos flexibles, en lugar de intentar usar la fuerza para preservar las cosas ante los cambios ya en marcha.
En particular, dice Dalby, “las formulaciones geológicas de nuestras circunstancias actuales enfatizan el dinamismo del sistema terrestre y su rápida capacidad de cambio y fluctuación entre diversos estados.” Con ello, la magnitud de las alteraciones ya experimentadas por la humanidad “sugiere que el futuro podría ser mucho menos estable que el pasado reciente, por lo que los debates sobre la sostenibilidad deben centrarse en asegurar la capacidad de adaptación de las entidades humanas y no humanas en la biosfera.” Esto, además, en una situación en la cual
no hay indicios claros de que los sistemas humanos sean lo suficientemente resilientes como para afrontar las rápidas e impredecibles fluctuaciones climáticas. Si bien algunas élites políticas pueden asumir que pueden usar la riqueza y la fuerza para evadir las consecuencias de tales perturbaciones, estas es una apuesta improbable, dada la interconexión de los sistemas humanos y, si se intenta, abandonará a gran parte de la población a un futuro violentamente distópico.
Dicho en breve, ya es evidente que “el grado de alteración humana de la biosfera implica que la humanidad vive en circunstancias artificiales”, y el legado de nuestros ancestros y nuestras acciones como sistemas humanos constituyen “una fuerza de la naturaleza”. Esto, dice Dalby,
hace irrelevante el llamado a evitar la interferencia humana en la biosfera. La implicación es clara: el estado actual y futuro de la biosfera terrestre dependen de nosotros y será determinado por los sistemas humanos de una u otra forma, ya sea por el impulso de nuestro pasado o por los nuevos caminos que podamos alcanzar en el futuro.
Aquí, cuando el problema fundamental de la geopolítica del Antropoceno se refiere a “vivir en un mundo en rápida evolución, antes que a las constantes realidades geográficas que propician las rivalidades humanas”,
Las transiciones hacia la sostenibilidad deben considerar tanto la posibilidad de cambios rápidos de fase en el sistema terrestre como el simple hecho de que la sostenibilidad debe concebirse en términos de la capacidad de seguir adaptándose a nuevas circunstancias, en lugar de asumir que en el futuro nos espera un nuevo estado relativamente estable tras la transición. No está claro que el cambio de fase geológica actual sea de corta duración, ni que resulte en una situación estable propicia para el florecimiento humano. Si la siguiente fase del Antropoceno resulta ser un régimen mucho más dinámico, con condiciones rápidamente fluctuantes, la planificación humana deberá replantearse todo, desde la agricultura hasta la planificación de infraestructuras, y ambos sistemas de amortiguación contra los extremos deben adoptar modos de conducta que reconozcan que el cambio, y no la estabilidad, es la nueva normalidad.
A esto se agrega, por otra parte, que carecemos de “la arquitectura institucional internacional necesaria para afrontar un cambio rápido.” Con ello, reducir el Antropoceno a los tropos tradicionales de la gestión ambiental “es un grave error conceptual y político.” Ante esa circunstancia, Dalby señala cinco “factores relevantes” en la transición hacia nuevas modalidades de articulación entre el saber y el hacer o, lo que es igual para este caso, entre la cultura y la política.
Uno de esos factores consiste en “la tentación de reelaborar el neomalthusianismo y las versiones más perniciosas de los argumentos sobre los límites del crecimiento de maneras que no abordan la dinámica en juego”, eludiendo el hecho de que no estamos ante un problema de población, sino inmersos en “un problema de producción sumado al uso derrochador de materiales y combustibles para alimentar y abastecer el sistema urbano actual.” Un segundo factor consiste en las relaciones entre la seguridad global y el clima en particular, abordadas desde el Norte global a partir del supuesto de que “los lugares lejanos son inherentemente violentos”, lo cual tiende a normalizar la guerra “como una condición permanente y, por lo tanto, facilita la justificación de intervenciones militares inapropiadas.”
Ante tales situaciones, Dalby resalta la importancia de recordar que “las nociones de adaptación al cambio al cambio ambiental no son una invención nueva impulsada por la preocupación por el clima”, pues tienen “una larga tradición intelectual en los debates sobre desastres y la literatura sobre ecología política”, con antecedentes que se remontan al siglo XVIII – esto es, que han acompañado al Antropoceno desde sus orígenes. Esto ayuda a entender lo relativo de los logros alcanzados en el marco del sistema internacional vigente cuando se trata de “abordar nuevos problemas de seguridad mediante la innovación con la cooperación transnacional y nuevos sistemas de gestión, y en el proceso la transformación de los estados para lidiar con amenazas transfronterizas.” Así,
Todas estas dificultades se ven agravadas [por un] ‘terror climático’, en el sentido de una invocación de eventos apocalípticos inminentes generados por un supuesto estado universal de vulnerabilidad climática. […] Las políticas que no comprendan las vulnerabilidades específicas y las diversas modalidades de inseguridad en lugares particulares invocando un sentido general de alarma utilizando el lenguaje del Antropoceno serán peores que inútiles a la hora de trabajar en transiciones hacia la sostenibilidad.
Para Dalby, estas dificultades nos advierten sobre la necesidad de encarar nuestra circunstancia atendiendo a que “el futuro está abierto y, si bien las trayectorias actuales son alarmantes, es cuestión de decisiones políticas, no de un destino determinado.” En este sentido, el Antropoceno “obliga a la discusión a abandonar el marco de la protección ambiental y abordar el futuro de la economía, sus sistemas energéticos y los acuerdos sobre el uso del suelo y la extracción de recursos.”
Esto, dice, tiene especial importancia en el proceso de transición “hacia un mundo más dinámico e impredecible” que el que ha conocido la Humanidad durante los últimos 10,000 años, cuando las transiciones hacia el futuro “deben alejarse de los sistemas energéticos basados en el carbono, para avanzar hacia acuerdos sociales y económicos flexibles que puedan afrontar las perturbaciones agrícolas, la migración de especies y los fenómenos extremos.” Así, ante la perspectiva de un futuro que probablemente será “de cambios rápidos, interconectados e impredecibles”, las dimensiones de seguridad global que emergen de la transición demandarán “un nuevo conjunto de categorías geopolíticas, muy diferentes de las formulaciones de estados soberanos, grandes potencias y autonomía que la geopolítica tradicional suele invocar.”
Estamos, en breve, profundamente involucrados en un cambio en las estructuras y propósitos del saber y el hacer, que atañe ya al futuro de nuestra especie. Contribuir a ese cambio desde las realidades de nuestra América – de manera que crezca con el mundo, para ayudarlo a crecer – es ya tarea mayor en el proceso de crear un ambiente distinto mediante la creación de sociedades diferentes a las que hemos venido a tener hoy.
Alto Boquete, Panamá, 19 de septiembre de 2025
NOTAS:
[1] (2016): “Cambios contextuales en la historia de la Tierra y transiciones de sostenibilidad en el Antropoceno”. Trabajo para la presentación en la convención anual de la Asociación de Estudios Internacionales, Atlanta, marzo de 2016. Traducción de Guillermo Castro H.
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