La semilla de la supuesta amenaza mexicana, sembrada por Huntington, creció en una tierra abonada por el miedo al otro, al distinto, al foráneo, lo que ha contribuido a exacerbar el movimiento nativista contra los migrantes hispanos y muy especialmente contra los mexicanos. Y en tiempos de crisis, esto puede ponerse peor.
Jorge Durand / LA JORNADA
Aunque Samuel P. Huntington murió el pasado diciembre, la “amenaza mexicana” que él imaginó y difundió sigue presente. En su libro Who we are, el autor de Choque de civilizaciones dejó sembrada una semilla de insidia nativista. Remató el asunto con un artículo: “The Hispanic Challange”, publicado en Foreign Policy en marzo de 2004. La polémica creció porque la portada de la revista era la foto de un mexicano jurando lealtad a la bandera americana, con el título de “José can you see…”, que hace referencia al himno nacional estadunidense, a un chiste antihispano de mal gusto y a la preocupación del profesor de Harvard porque había constatado que en Texas había más personas con nombres de origen hispano que norteamericano.
En el medio académico estadunidense el texto de Huntington llamó la atención no sólo por su contenido polémico, sino por el manejo poco riguroso de los datos y sus expresiones de fuerte contenido emocional. Al autor le molestaba que los hispanos de Miami hubieran alcanzado grandes logros en el mundo de la política y en las actividades económicas, pero al mismo tiempo le disgustaba que los mexicanos no tuvieran éxito en esos ámbitos. A Huntington le preocupaba que se perdiera la identidad americana y ponía el ejemplo de lo popular que era el nombre de José en Texas, que superaba con creces al de Michael.
Si de nombres americanos se trata, ha argumentado Douglas S. Massey, profesor de la Universidad de Princeton, en la guerra de Irak se habían contabilizado 314 bajas de hispanos, 19 de los cuales se llamaban José. También figuraban seis combatientes muertos con el nombre de Samuel, uno de ellos hispano, pero no había ningún apellido Huntington. Por el contrario, entre los caídos había 12 con apellido Pérez, 12 Martínez, ocho González, ocho García, siete Ramírez, siete Reyes y seis Torres, por citar algunos.
Sin decirlo expresamente, Huntington imaginaba el peligro de un “choque de civilizaciones” al interior mismo de Estados Unidos. Él veía a la cultura estadunidense amenazada por la creciente inmigración latinoamericana que hablaba español, eran mayoritariamente católicos, vivían de manera gregaria y no se asimilaban. En su análisis, Huntington magnifica la herencia cultural anglo-protestante y omite las influencias de otros grupos, como los indios americanos, los afroestadunidenses, los católicos europeos (irlandeses, alemanes, polacos, italianos) y, obviamente, de los méxico-americanos.
Pero la evidencia empírica y los estudios al respecto indican exactamente lo contrario. La primera generación de mexicanos y latinoamericanos que llega a vivir a Estados Unidos aprende inglés como cualquier inmigrante, es decir, con dificultad y mucho esfuerzo. Pero la segunda generación se integra culturalmente al medio con facilidad. El 98 por ciento de los mexico-americanos habla bien inglés y en la zona fronteriza 96 por ciento habla inglés con fluidez. Aunque los mexicanos suelen vivir en barrios donde predominan los paisanos, como cualquier grupo de inmigrantes recientes, las investigaciones indican que están menos segregados (se podría decir también menos discriminados) que los afroestadunidenses y que una buena proporción de hispanos se casa con blancos norteamericanos.
Pero para Huntington la amenaza mexicana no sólo era cultural, le angustiaba también la posibilidad de una eventual reconquista de los territorios ganados por Estados Unidos en la guerra con México. En su argumentación, distinguía entre los inmigrantes, que suelen integrarse, y los colonos que traen sus propias costumbres, religión e idioma. Al respecto, los mexicanos tenemos una amarga experiencia al recibir colonos en Texas, asunto al que obviamente no hace referencia. Como quiera, la posibilidad remota, por no decir utópica, de una reconquista sirve como argumento adecuado para generar miedo y desconfianza.
La semilla de la supuesta amenaza mexicana, sembrada por Huntington, creció en una tierra abonada por el miedo al otro, al distinto, al foráneo, lo que ha contribuido a exacerbar el movimiento nativista contra los migrantes hispanos y muy especialmente contra los mexicanos. Y en tiempos de crisis, esto puede ponerse peor. En Europa las huelgas contra los extranjeros ya se han hecho presentes.
En el medio académico estadunidense el texto de Huntington llamó la atención no sólo por su contenido polémico, sino por el manejo poco riguroso de los datos y sus expresiones de fuerte contenido emocional. Al autor le molestaba que los hispanos de Miami hubieran alcanzado grandes logros en el mundo de la política y en las actividades económicas, pero al mismo tiempo le disgustaba que los mexicanos no tuvieran éxito en esos ámbitos. A Huntington le preocupaba que se perdiera la identidad americana y ponía el ejemplo de lo popular que era el nombre de José en Texas, que superaba con creces al de Michael.
Si de nombres americanos se trata, ha argumentado Douglas S. Massey, profesor de la Universidad de Princeton, en la guerra de Irak se habían contabilizado 314 bajas de hispanos, 19 de los cuales se llamaban José. También figuraban seis combatientes muertos con el nombre de Samuel, uno de ellos hispano, pero no había ningún apellido Huntington. Por el contrario, entre los caídos había 12 con apellido Pérez, 12 Martínez, ocho González, ocho García, siete Ramírez, siete Reyes y seis Torres, por citar algunos.
Sin decirlo expresamente, Huntington imaginaba el peligro de un “choque de civilizaciones” al interior mismo de Estados Unidos. Él veía a la cultura estadunidense amenazada por la creciente inmigración latinoamericana que hablaba español, eran mayoritariamente católicos, vivían de manera gregaria y no se asimilaban. En su análisis, Huntington magnifica la herencia cultural anglo-protestante y omite las influencias de otros grupos, como los indios americanos, los afroestadunidenses, los católicos europeos (irlandeses, alemanes, polacos, italianos) y, obviamente, de los méxico-americanos.
Pero la evidencia empírica y los estudios al respecto indican exactamente lo contrario. La primera generación de mexicanos y latinoamericanos que llega a vivir a Estados Unidos aprende inglés como cualquier inmigrante, es decir, con dificultad y mucho esfuerzo. Pero la segunda generación se integra culturalmente al medio con facilidad. El 98 por ciento de los mexico-americanos habla bien inglés y en la zona fronteriza 96 por ciento habla inglés con fluidez. Aunque los mexicanos suelen vivir en barrios donde predominan los paisanos, como cualquier grupo de inmigrantes recientes, las investigaciones indican que están menos segregados (se podría decir también menos discriminados) que los afroestadunidenses y que una buena proporción de hispanos se casa con blancos norteamericanos.
Pero para Huntington la amenaza mexicana no sólo era cultural, le angustiaba también la posibilidad de una eventual reconquista de los territorios ganados por Estados Unidos en la guerra con México. En su argumentación, distinguía entre los inmigrantes, que suelen integrarse, y los colonos que traen sus propias costumbres, religión e idioma. Al respecto, los mexicanos tenemos una amarga experiencia al recibir colonos en Texas, asunto al que obviamente no hace referencia. Como quiera, la posibilidad remota, por no decir utópica, de una reconquista sirve como argumento adecuado para generar miedo y desconfianza.
La semilla de la supuesta amenaza mexicana, sembrada por Huntington, creció en una tierra abonada por el miedo al otro, al distinto, al foráneo, lo que ha contribuido a exacerbar el movimiento nativista contra los migrantes hispanos y muy especialmente contra los mexicanos. Y en tiempos de crisis, esto puede ponerse peor. En Europa las huelgas contra los extranjeros ya se han hecho presentes.
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