Roig fue un gran y
sencillo hombre. Por eso, cuando le dimos el último adiós sentimos su ausencia
pero también la paz de alguien que nunca vendió su dignidad, que fue fiel a sí
mismo y a los pueblos por los que transitó.
Arturo Andrés Roig junto a su esposa Irma Alsina Manen. |
Martín Aveiro / Especial para Con Nuestra
América
Desde
Mendoza, Argentina
El lunes 31
de abril, por la mañana, en las vísperas del día del trabajador, nos enteramos
de la triste noticia del fallecimiento de un grande de las ideas, del
pensamiento y de la pedagogía Latinoamericana. Por la noche, con un cierto
fresquito otoñal mendocino, nos fuimos a verlo. El maestro yacía en su último
sueño; su esposa Irma, la compañera de toda la vida, sollozaba sin consuelo.
Juntos, en los últimos tiempos, caminaban con dificultad, ayudados de bastones,
pero no dejaban de asistir a cuanto lugar los invitaran a pesar de que Arturo,
el gran Arturo, éste 16 de julio cumpliría 90 años.
Había
nacido en 1922 en Argentina, hermano mellizo de Fidel e hijo de Fidel Roig
Matóns y de María Elisabeth Simón. Su padre había nacido en Gerona en 1884,
hijo de Arturo Roig, mueblero y ebanista de aquella ciudad. Don Fidel se había
perfeccionado en violín en Barcelona y, en 1909, su primo concertista Agustín Roig
lo invitó a la ciudad de Mendoza y formó con él un cuarteto de cuerdas. A
partir de 1929 se dedicó a la pintura e integró el grupo fundador de la
Academia de Bellas Artes de Mendoza. Se preocupó por plasmar en sus dibujos a
la etnia Huarpe de Cuyo, entre ellos está el cuadro de “Carmen Jofré" que
Arturo Andrés guardaba celosamente en su biblioteca privada de su vivienda en
la capital mendocina.
"Carmen Jofre", de Fidel Roig. |
En 1930,
producto del primer golpe de Estado argentino, Fidel quedó cesante y los gastos
del hogar tuvieron que ser solventados con el sueldo docente de su esposa María
Elisabeth. Ella era egresada de la Escuela Normal de maestras fiscales y militó
activamente en el movimiento de la escuela
nueva, que tenía un nutrido grupo de seguidores en Mendoza. Envió a sus
hijos a estudiar en la escuela Federico Moreno donde era maestra. Con sus
padres cultivaron una intensa vida literaria que se completaba con las salidas
a pintar de su padre en la región de Huanacache.
Arturo
Andrés egresó como maestro normal e ingresó a la recientemente creada Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, donde enseguida se
destacó. Inmediatamente egresado, con el título de profesor de enseñanza normal
y especial de Filosofía, colaboró en el Primero Congreso Nacional de Filosofía
realizado en aquella Casa de Estudios, con su amigo Mauricio Amílcar López,
desaparecido en 1977 durante la última dictadura militar en nuestro país. López
fue nombrado prosecretario de actas y Roig secretario de archivo: “Pudimos
presenciar de cerca, como espectadores, cómo ardía el volcán filosófico
nacional y, aun en parte, el internacional [...]” (Roig: 2005, 365). Aquel
Congreso había sido cerrado con una conferencia final de Juan Domingo Perón
quien asistió con su esposa Eva Duarte.
Decía
Arturo que fue su primer viaje a Europa, en 1950, lo que lo decidió por la
problemática latinoamericana: “Lógicamente era estudiar la filosofía europea
que era una especie de círculo que no tenía salida. Para poder saber Filosofía
tenía que saber Filosofía clásica, para saber Filosofía clásica tenías que
saber Filosofía francesa que siguió a la clásica y así. Pero siempre el círculo
estaba cerrado” (Roig, 2012). Por eso es que cuando volvió a su tierra comenzó
a pensar “lo nuestro”, “desde lo nuestro”, “pensar nuestras cosas”, “adecuando”
las herramientas que había recibido: “La necesidad de pensar o de ejercer el
pensamiento con todas las técnicas que existen, con todas las exigencias
técnicas del pensar académico pero aplicada a otra realidad y vista desde otra
realidad” (Ibíd.).
Se había
casado con Irma Alsina Manen a quien conoció en Filosofía y Letras, donde se
había recibido en Letras; con ella tuvo cinco hijas. Los dos trabajan como
profesores en la Facultad, Irma era jefa de trabajos prácticos de Lengua y
Cultura Griega y Arturo estaba en las cátedras de Historia de la Filosofía
Antigua, Historia de la Filosofía Contemporánea e Historia del Pensamiento y
Cultura Argentinos. Roig se interesó y se dedicó, además del pensamiento latinoamericano,
a la filosofía platónica: de ahí su libro, publicado más tarde, Platón y la filosofía como libertad y
expectativa. Por entonces, había escrito sobre la literatura, el
periodismo, la filosofía de las luces y la biblioteca mendocina. Pero, además,
se preocupó por la problemática educativa y en 1957 publicó: Agustín Álvarez: sus ideas sobre educación y
sus fuentes. A su vez, comenzó a delinear las ideas krausistas en la
Argentina y entre ellas destacó a un pedagogo mendocino, el normalista Carlos Vergara,
de quien tomó sus propuestas para una pedagogía democrática y participativa.
Durante los
años sesenta, como corolario de los cambios que se producían en el mundo y la
irrupción de las juventudes en el escenario político, el clima académico vivía
momentos de inquietudes y búsquedas desde las más diversas corrientes teóricas.
En Mendoza, a pesar de que los militares una vez más se apoderaban de los
resortes del Estado e imponían censuras y restringían libertades, la Facultad
de Filosofía y Letras mantenía su fuerza académica íntegra. Y fue en ese
ambiente que ante la aparición de la renovada Teología de la Liberación, luego
del Concilio Vaticano II; la elaboración de las teorías de la dependencia en
Chile, con un grupo de intelectuales brasileños exiliados; participó de la
Pedagogía de la Liberación de Paulo Freire, que se gestó en la provincia
cuyana, según nos afirmó Enrique Dussel, uno de los impulsores de la Filosofía
de la Liberación: “El Pragmatismo es la única Filosofía Norteamericana “norteamericana”,
lo demás son desarrollos europeos. Y bueno, yo creo que la Filosofía de la
Liberación es la única nacida en América Latina y nació en Mendoza” (Dussel:
2006).
En el denso
clima cultural que se manifestaba como novedoso y a la vez rupturista del pasado,
es que Arturo Roig entendía que había que adaptar las envejecidas universidades
a un crecimiento poblacional juvenil único en la historia y que, asimismo,
aquellas debían ser puestas al servicio de los procesos de liberación
teoríco-prácticos por los que atravesaban. Y así es que, un año antes de los
sucesos de La Sorbona y Tlatelolco, leyó una conferencia en el Departamento de
Filosofía de su Facultad denominada: Hablemos,
ya, de pedagogía universitaria. En el texto planteaba la necesidad de
adecuación de las estructuras académicas al incesante incremento de
inscripciones a las casa de altos estudios, sin restricciones asentadas en
algunos prejuicios como el que dice que disminuye la calidad conforme se
imparte a un mayor número de gente (Ribeiro: 1973, 9).
Luego de
los estallidos sociales que culminaron en el denominado “Cordobazo”, en aquella
unidad obrero–estudiantil que cada vez era más fuerte y que debilitó
profundamente al gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, es que Roig reafirmó
aún más sus convicciones del necesario cambio que tenía que darse en la
Universidad argentina.
Ahora bien,
había una experiencia breve de proyecto universitario llevada a cabo por Darcy
Ribeiro y Anisio Teixeira en Brasilia, entre 1960 y 1964. Pero se sentía también
con fuerza el embate desarrollista que en el plano de la educación superior era
sostenido por Rudolph Atcon. Ambas coincidían en la eliminación de la cátedra
como centro de irradiación del saber y de patronazgo feudal, en el marco de un
modelo de departamentalización. Salvo que en el caso de Atcon su propuesta
incluía la despolitización y la privatización, lisa y llana, de las
universidades latinoamericanas. En cambio, Ribeiro sostenía durante su exilio
en el Perú lo siguiente:
“Reconocer francamente
que la Universidad fue y es una institución intrínsecamente política,
esencialmente conservadora e innegablemente connivente con el viejo orden
social. En consecuencia, no tratar de despolitizarla – lo que, además de
imposible, sería indeseable – sino de contrapolitizarla para hacerla servir a
la revolución social, a través de una reforma políticamente intencionalizada
con el objeto de democratizar los mecanismos de acceso a la Universidad;
superar el academicismo en la formación universitaria y en el diseño de los
currícula y programas; sobrepujar el elitismo implícito en los esquemas de
carreras y en la fijación de los privilegios que ellos otorgan; reorientar las
actividades científicas y culturales, concibiéndolas no más como un goce
erudito del saber, sino como instrumentos de transformación del mundo; y,
finalmente, garantizar la participación de todos los profesores y estudiantes
en la estructura de poder de la Universidad” (Ribeiro: 1974, 42 –
43).
Fue ésta
propuesta de Ribeiro la que Arturo Roig tuvo posibilidad de implementar en la
Universidad Nacional de Cuyo, cuando fue convocado a la Secretaria Académica,
durante el tercer gobierno peronista después de levantada la larga proscripción
que pesaba sobre el mismo en 1973. Roberto Carretero, rector interventor, lo
invitó a colaborar con su gestión y Roig puso en marcha la profunda renovación
pedagógica y académica que eliminaba la estructura de cátedras y
departamentalizaba al interior las facultades a través de “unidades
pedagógicas”, donde docentes, estudiantes y graduados debatían contenidos y
abordajes. La reforma fue muy breve dado que con la muerte de Perón, en julio
del ‘74, la disputa interna entre los sectores del peronismo y la persecución
que sobrevino por parte de la derecha peronista en manos del ministro de
desarrollo social, José López Rega, que dirigía la fuerza parapolicial triple
AAA (Alianza Anticomunista Argentina), y el ministro de educación Oscar
Ivanissevich, quien había reemplazado a Jorge Alberto Taiana, hizo imposible
cualquier posibilidad de alternativa renovadora.
En 1975 fue
declarado cesante, como tantos otros reformadores mendocinos, incluido su
padre, y obligado a exiliarse. En 1976, el rector de la última dictadura
cívico-militar, Pedro Santos Martínez, directamente le prohibió, junto a otros
colegas, ingresar al predio de la Universidad Nacional de Cuyo. Roig siguió su
camino primero en México y después en el Ecuador, y allí se dispuso a elaborar
la Filosofía ecuatoriana y en 1977 publicó: Historia
para un esquema de la Filosofía ecuatoriana. En 1979 fue cofundador y
miembro de la Comisión Editorial de la Biblioteca Básica del Pensamiento
ecuatoriano. Y en 1981, se editó en México su Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, de gran
repercusión. Volvió a la Argentina, después de nueve años de exilio, en 1984.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnica (CONICET) lo
nombró investigador científico con la categoría de principal, y en 1986 fue
designado Director del Centro Regional de Investigaciones Científicas y
Tecnológicas de Mendoza (CRYCIT). Asimismo, fue director fundador del Instituto
de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del mismo Centro.
Siguió
publicando y asistiendo a todo evento que lo invitaran para disertar u
homenajear. Pero lo más importante que podemos rescatar quienes conocimos a
Arturo Roig es que, más allá de sus doctorados Honoris Causas, sus distinciones
y la cantidad de publicaciones en las que insistía en “pensar nuestras cosas”,
era una persona humilde. Mientras sucedía todo aquello, que a cualquiera
hubiera llenado de orgullo y de altanería, Arturo nunca dejó de atendernos el
teléfono, recibirnos en su casa o ayudarnos con algún trabajo. Y cuando asistía
a algún evento estaba ahí, en primera fila sonriente junto a Irma. Ese era
Roig, un gran y sencillo hombre. Por eso cuando le dimos el último adiós, aquel
lunes 31 de abril, sentimos su ausencia pero también la paz de alguien que
nunca vendió su dignidad, que fue fiel a sí mismo y a los pueblos por los que
transitó. ¡En la memoria por siempre querido Arturo!
Bibliografía
Dussel, E.
(2006) Entrevista en profundidad
realizada por el autor en un café céntrico de la ciudad de Mendoza. Mendoza.
Ribeiro, D.
(1973) La Universidad Nueva, un proyecto.
Buenos Aires: Editorial Ciencia Nueva.
_________
(1974) La Universidad Peruana. Lima:
Ediciones del Centro.
Roig, A. A.
(2005) Mendoza en sus letras y sus ideas
(Edición corregida y aumentada). Mendoza: Ediciones Culturales de Mendoza.
__________
(2012) Rostro y Filosofía de América Latina.
Disponible en:
http://cda.gob.ar/serie/302/capitulos/rostro-y-filosofia-de-america-latina
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