En estas tierras, ahora
se debaten patrones energéticos y modelos alternativos, se habla de transición
hacia el biopluralismo; se postulan el Sumak Kawsay – Suma Qamaña como horizontes civilizatorios de
largo y amplio alcance; se construye el Socialismo del Siglo XXI, en una
disputa real y contundente con los poderes imperialistas, que merodean armados,
desplazan bases, fortifican territorios, infiltran, conspiran y mucho más.
Irene León / ALAI
Distintos debates,
posturas y hasta conjeturas, envuelven las dinámicas reales que configuran los
procesos de cambio latinoamericanos. Estos engloban una amplia gama de
enfoques, análisis y visiones que, no obstante, al recogerse tienden a ser
desdibujados por alguna brocha gorda que eclipsa los matices, que retiene o
acomoda sólo lo que abone a la bien posicionada versión de la ‘polarización’. Así
caricaturizadas las cosas, a más de simples parecen absurdas.
Una de las vertientes
de esta tendencia es aquella que considera los hechos desde un ‘deber ser’
que, independientemente de la estructura política desde la que se exprese,
esconde las policromías de ’lo que es’. A través de ese procedimiento
simplificador, se posicionan esos ‘deber ser’ como verdades, que en la mayoría
de los casos hasta llegan a suplantar hechos y realidades. El recurso
a los adjetivos funge, en este caso como en otros similares, de argumento,
referencia y demostración.
La ‘metodología de
la brocha gorda’ es tentación cotidiana en los países de cambio, copa
espacios donde la visualización de los matices permitiría no sólo profundizar
el análisis de las complejidades inherentes a una realidad en movimiento, sino
también contribuir a la fundamentación revolucionaria, a avanzar en las
formulaciones propositivas tan urgentes para, precisamente, desatar los
intrincados nudos congénitos a las complejas relaciones de poder capitalistas,
patriarcales y neo coloniales que se aspira transformar.
Un simple inventario de
los actores de poder mundial, regional y local que intervienen en estos
contextos, contribuiría, por ejemplo, a despejar algunas de las dimensiones y
proporciones del desafío de gestar una desconexión del capitalismo, al mismo
tiempo que, por primera vez en la historia -al menos de la moderna-, se
visualiza un horizonte de largo alcance formulado desde lo propio.
Sin ir muy lejos, un
breve repaso de la historia reciente aportaría, por ejemplo, con la
dilucidación de los puntos de partida contextuales desde los cuales arrancaron
las propuestas de cambio. En el caso de Ecuador y Bolivia, donde este
ejercicio de historia reciente apenas data de un quinquenio y menos de un
decenio respectivamente, es fresca la memoria de un ayer inmediato donde los
envites del mercado, convertidos en razón de Estado, operaban como proyecto
colectivo y horizonte.
Es fresco también el
recuerdo del afianzamiento de unas estructuras clasistas pretendidamente
inamovibles, de la expansión del trabajo flexible y precario, del
desconocimiento de cualquier forma de organización de la economía que desafiara
a lo impuesto por el capital y sus instituciones -las Instituciones
Financieras Internacionales IFI-, un suprapoder que procuraba gobernarlo
todo. Ni hablar de los mecanismos de seguridad y de inteligencia foráneos,
que campeaban y decidían como en casa, como lo hacían también las corporaciones
transnacionales que disponían a su antojo de bienes, recursos y hasta de
personas.
Eso es lo que se está
cambiando en los países de cambio, donde el sólo reto de poner una potente
dosis de soberanía en los planteos o de volcar la mirada al Sur como territorio
de interacción prioritaria y hasta como uno de economía endógena, conlleva ya
atrevimientos de autodeterminación impensables hace un decenio.
Y es, justamente, esto
último el punto de partida que pauta la mayoría de estrategias para enrumbar la
transición con acciones concretas, tales como la recuperación de la gestión del
Estado, paso inequívoco para transformar las relaciones de poder del
capitalismo globalizado, en favor de proyectos propios como son la refundación
plurinacional postulada en Ecuador y en el Estado Plurinacional de Bolivia, o
la territorialidad comunitaria y socialista en curso en la República
Bolivariana de Venezuela.
Similares retos
acarrean los ejercicios redistributivos, que concebidos en tiempos de crisis
adquieren características de epopeya en cualquier parte, pero que
paradójicamente se afianzan en países cuyas descomunales desigualdades
estructurales son reconocidas como de extrema gravedad. En esto el
delineamiento de una nueva arquitectura económica y financiera, el empeño en la
causa y hasta la creatividad, concurren para sustentar reordenamientos y
reformulaciones, que han ido permitiendo un reflote paulatino, para garantizar
sustentos más humanos, o en casos para dignificar medidas asistenciales, como
sucede en Ecuador con el ex Bono de Desarrollo Humano, ahora redefinido como
retribución parcial al trabajo de cuidados impago que desempeñan las mujeres y,
en esa misma línea, la equiparación salarial para las trabajadoras del hogar,
cuyo salario mínimo era menor al establecido.
Esas, al igual que la
duplicación histórica de los salarios mínimos ya consumada en los países de
cambio, son medidas de primera línea, que resultan de una inédita batería de
políticas sociales de atención prioritaria a quienes más lo necesitan, en cuyo
listado efectivamente no figuran las cámaras de comercio ni las asociaciones
profesionales, como la de los médicos huelguistas bolivianos, que reivindican
el privilegio de trabajar tres o cuatro horas, en un país donde la mayoría
trabaja el triple de eso. Sí figuran, por ejemplo, las personas con
discapacidades, que por primera vez acceden a dignidad y cuidados, gracias a un
programa levantado –con el apoyo de médicos cubanos/as- a nivel nacional en
Ecuador, y que ya está siendo replicado en otros países.
Claro que estos breves
ejemplos apenas colocan algunos titulares de un día a día mucho más complejo,
que tiene como trama de fondo una disputa contra el capitalismo que no es
apenas epistolar, sino material e ideológica, con actores concretos, intereses
y relaciones de poder, que apenas empiezan a ser subvertidas, en un tablero en
el que nunca se juega en solitario y, por tanto, las tácticas y sus resultados
no dependen apenas de voluntades y menos aún de prescripciones del ‘deber ser’.
Las emociones no faltan
en los países de cambio, como el proceso y factores de cambio no dependen de un
guión político previo, ni de una línea trazada, ni de un grupo homogéneo, sino
que la construcción colectiva y la búsqueda de consensos son casi el proceso
mismo, o son por lo menos gravitantes para inclinar hacia lo nuevo la balanza
de la disputa de sentidos, en unas sociedades cuyas reglas de juego previas se
establecían en pos de la presunta inclusión ‘ineludible’ en el capitalismo
globalizado.
En ninguna parte del
mundo se consulta tanto al pueblo como por acá. Referéndums y votaciones,
reinterpretados, actúan a la vez como espacios de concienciación y debate a
gran escala, un ejemplo, la adopción de una ley para democratizar la
comunicación en Ecuador, que ha involucrado al pueblo en hondas reflexiones
sobre monopolios mediáticos, tecnologías, redistribución de frecuencias, con
muchos argumentos, ante un bloqueo opuesto por la derecha y sectores de la
‘izquierda’, atrincherados detrás de la libertad de empresa y de ‘expresión’.
En estas mismas
tierras, donde hace no mucho se gastaba años debatiendo, por ejemplo, sobre los
precios del gas doméstico y luchando para que no suba el de la gasolina, ahora
se debaten patrones energéticos y modelos alternativos, se habla de transición
hacia el biopluralismo; se postulan el Sumak Kawsay – Suma Qamaña
como horizontes civilizatorios de largo y amplio alcance; se construye el
Socialismo del Siglo XXI, en una disputa real y contundente con los poderes
imperialistas, que merodean armados, desplazan bases, fortifican territorios,
infiltran, conspiran y mucho más.
Claro que se podría
hacer más y más rápido, acelerar procesos, radicalizar medidas y hasta
inspirarse de algún sesudo recetario que tenga ‘la formula’ de un socialismo pret
a porter, o aplicar alguna ‘receta’ para una inmersión súbita en el
mundo del “deber ser”, pero se sacrificaría la noción de proceso participativo,
con el riesgo nodal de que el pueblo, actor central de los procesos en marcha,
no acompañe, y que esta experiencia histórica pase a ser parte de una
amplia secuencia de experiencias grupales, ahogadas por el aterrizaje de unos
cascos azules u otros equivalentes.
Felizmente, para las
mayorías de por acá, no hay por donde perderse: la antes mencionada memoria del
neoliberalismo reciente, la persistencia del capitalismo, del patriarcado y el
neo colonialismo históricos, la omnipresencia mundial de las fuerzas del
capital globalizado, del capital financiero, el militar, el corporativo
transnacional, y otros, delinean un translucido panorama del contra qué y
contra quién se lucha. De eso se desprende también que el Estado y el
poder constituido no pueden encarnar el no capitalismo, pero sí encaminar los
mandatos populares consensuados.
En las sociedades
históricas, los referentes y los ciclos temporales se entrelazan y regeneran perenemente,
es algo que se construye, por eso la transición no es en estos contextos
un punto de llegada sino un camino. Es en esa vía y proceso que el I
Encuentro de Ex Dirigentes Indígenas del Ecuador, celebrado a finales de
abril último, en el que participaron unas/os cien líderes históricos que han
fundado el tejido organizativo que existe ahora y protagonizado formidables
luchas en pos de propuestas como las de Estado Plurinacional -hoy una
posibilidad viable-, encaminó al Mashi[1] Evo Morales Ayma, primer Presidente
originario de Abya Yala, el mandato de seguir adelante, a la vez que transmitió
su respaldo en forma de una carta abierta[2] en la que se valora su práctica de
‘mandar obedeciendo’.
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