Muchos autores e
intelectuales sostienen que, a pesar de la caída del Muro de Berlín (1989), la
desaparición de la Unión Soviética o el primer momento de desencanto de la
militancia y los intelectuales progresistas de todo el planeta, la economía
capitalista está en decadencia y, por lo tanto, lo está su principal potencia,
los Estados Unidos.
Fander Falconi /
El Telégrafo (Ecuador)
Los Estados Unidos
declinan. Y los instrumentos para mantener su hegemonía también: la
Organización de Estados Americanos (OEA) y las cumbres, entre ellos. El
desastre de la última Cumbre de las Américas, realizada en Cartagena de Indias,
sin resultados concretos y con escándalos de los servicios secretos
norteamericanos de por medio, es, analógicamente, el contagio de una misma
decadencia. Es un temprano aviso de la crisis, acaso terminal, de una
hegemonía.
En este sentido, Ecuador,
con su ausencia de la Cumbre de las Américas, es apenas un heraldo de un fin
anunciado, o al menos, del sinsentido de las cumbres interamericanas.
¡Qué contraste con las
promesas de los poderes emergentes! Por ejemplo, la aparición de nuevos actores
con presencia en el mercado mundial, como China, India, Sudáfrica, a los que
hay que sumar Brasil; o las nuevas estructuras políticas que América Latina
construye: la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños),
Unasur, ALBA.
Muchos autores e
intelectuales sostienen que, a pesar de la caída del Muro de Berlín (1989), la
desaparición de la Unión Soviética o el primer momento de desencanto de la
militancia y los intelectuales progresistas de todo el planeta, la economía
capitalista está en decadencia y, por lo tanto, lo está su principal potencia,
los Estados Unidos.
Así, Immanuel Wallerstein
indica que el éxito de Estados Unidos, como poder hegemónico en la etapa de
posguerra, creó, a su vez, las condiciones de su declive, las cuales se
sintetizan en cuatro símbolos: la guerra de Vietnam, las revoluciones de 1968,
la caída del Muro de Berlín en 1989 que con este hecho perdió a su contradictor
natural: el comunismo (el escritor John Updike llegó a preguntarse: “¿Qué
sentido tiene ahora ser estadounidense?”). Por último, los atentados a las
Torres Gemelas de Nueva York, en 2001, terminaron de configurar un antes y un
después en la historia mundial.
La imposibilidad de los
Estados Unidos para imponerse en los conflictos militares abiertos en Medio
Oriente –Irak o Afganistán–, al mismo tiempo que se le complican escenarios
como el de Irán; y la crisis económica generada por el “estallido de la burbuja
inmobiliaria”, minan poco a poco las bases de la hegemonía norteamericana.
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