Ser
patriota es entre otras cosas apoyar la autodeterminación, defender los
intereses de la nación en su conjunto y no sólo los de la minoría privilegiada,
preservar la cultura nacional que generalmente es de naturaleza plural,
resguardar los recursos naturales y usarlos racionalmente.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Puebla, México
El 10 de
octubre de 1868 el patriota cubano
Carlos Manuel de Céspedes lanzó el famoso grito de Yara en su ingenio La
Demajagua en Bayamo. Proclamó carcomido
el dominio español y declaró la
independencia de Cuba. Liberó a sus esclavos e inició la primera guerra de
independencia de Cuba (1868-1878) con 147 hombres los cuales con el tiempo
habrían de convertirse en un ejército de 17 mil efectivos. Temiendo la acción
feroz de Valmaseda, el Capitán General
de Cuba, poco tiempo después los
habitantes de Bayamo dirigidos por esa oligarquía
patriota incendiarían la ciudad para que los españoles al tomarla sólo ocuparan
sus cenizas. Entre los que incendiaron sus propiedades y se unieron a Céspedes
estaba José Joaquín Palma, el autor de
la letra del himno nacional de Guatemala. Una gesta similar a la de los
bayameses había sido registrada por la historia: los rusos en 1812 incendiarían
Moscú para que Napoleón solamente ocupara sus ruinas. Y la proeza sería inmortalizada por Tchaikovski en la “Obertura 1812”.
En un
discurso pronunciado en los primeros años de la revolución cubana, Carlos
Rafael Rodríguez el brillante economista
y dirigente cubano, habría de decir que
estaban lejos los tiempos en los cuales un sector de la oligarquía cubana
incendiaba sus propiedades para defender los intereses de la patria: ahora sus
descendientes incendiaban a la patria para defender a sus intereses. Aludía a
la serie de atentados terroristas que sufriría
la isla bajo el auspicio de la CIA y con la diligencia de los exiliados
cubanos en Miami. Todo esto y mucho más recordé cuando leí en la prensa cómo el
presidente Pérez Molina en Guatemala y
Calderón en México, se rasgaron las vestiduras lamentando la expropiación de la parte que poseía en la YPF argentina la
petrolera española Repsol. Ambos mandatarios
no apoyaron el gesto patriótico del
gobierno de Cristina Fernández sino se pusieron de lado de la petrolera
española. Este gesto y la permisividad a las compañías mineras extranjeras en
ambos países están entre los múltiples hechos que hacen que la palabra patria y
patriota sea una palabra vacía en labios de ellos y de sus partidarios.
Los
patriotas de mentiras podrán decir que
es patriota dejar que el capital extranjero se adueñe de los recursos naturales de la patria sin
mayores inversiones y sin compartir ganancias. Convendría recordar como lo hizo
un lector de esta columna, Estuardo Apredes, que en años pasados, Mariano
Rajoy, el entonces líder de la derecha española se opuso con firmeza a la
inversión extranjera en Repsol diciendo que
España no sería un país de quinta. Y más recientemente sucedió que en
España hubo una repulsa ante la idea de que la empresa mexicana Pemex aumentara
el porcentaje de sus acciones en Repsol. La derecha suele decir que la
soberanía es algo que está fuera de moda, que la moda es la globalización. Que
no es un problema de soberanía sino de capacidad administrativa y financiera.
Los colonizados de estos países repiten estas expresiones olvidando que las
mismas son las recetas de los países centrales para los países periféricos y
subdesarrollados. El Estado nacional solamente se considera como algo obsoleto
para países como los centroamericanos y otros del tercer mundo. Las elites
estadounidenses, alemanas, francesas, rusas, japonesas y chinas tienen bastante
firme el concepto de la propia nación no
solamente en materia de afirmación nacional sino también de expansión
imperialista.
Al postular
una política independiente en materia
de combate a las drogas el gobierno de
Guatemala ha actuado ejerciendo la
soberanía nacional. Ha hecho todo lo contrario
dejando que las mineras canadienses saqueen al país y envenenen a sus
habitantes por un plato de lentejas. Y ha reafirmado su obsecuencia
antipatriótica al lamentar que Argentina se haya decidido a ejercer un control
sustancial de sus recursos petroleros y gasíferos.
Cuando
escucho la palabra patriota por supuesto que no evoco al partido del puño
enarbolado. Evoco a próceres como Alfonso Bauer Paiz, Adolfo Mijangos, Julio
Camey Herrera y Rafael Piedrasanta Arandi. Ellos, como Carlos Manuel de
Céspedes, quien finalmente cayó en combate en 1874, pusieron en ofrenda sus vidas al luchar
contra las leoninas concesiones que la dictadura militar de Arana Osorio estaba
haciendo a la minera canadiense Exmibal.
Ser patriota es entre otras cosas apoyar la autodeterminación, defender los
intereses de la nación en su conjunto y no sólo los de la minoría privilegiada,
preservar la cultura nacional que generalmente es de naturaleza plural,
resguardar los recursos naturales y usarlos racionalmente.
Sin estos
fundamentos, hablar de patriotismo no es
más que demagogia.
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