La sensación dominante es que más allá de la voluntad
de los gobiernos de la región, que apuntan hacia la profundización del modelo
extractivo con mayor presencia estatal, no hay condiciones para eludir a las
multinacionales.
Raúl Zibechi /
LA JORNADA
Todos los años la región latinoamericana escala
posiciones en el ranking geopolítico
mundial por el constante incremento de sus reservas de recursos estratégicos.
Cuando Petrobras difundió en 2006 el descubrimiento de la capa pre-sal de
petróleo, que puede albergar hasta 100 mil millones de barriles de crudo, el
peso de Brasil en el mundo creció notablemente, ya que en 2020 será el cuarto
productor mundial de crudo.
La pasada semana se supo que posee también enormes
reservas de gas natural en las regiones de Mato Grosso y Minas Gerais. El ministro
de Minas y Energía, Edison Lobão, aseguró que en cinco años el país tendrá
autosuficiencia y se convertirá en exportador aunque seguirá importando gas
boliviano (O Globo, 29 de abril de
2012). Hasta ahora Brasil es un modesto productor de gas con reservas de 340
mil millones de metros cúbicos, puesto 36 en el mundo.
Las cifras que difundió el gobierno de Dilma Rousseff
elevan las reservas a 7 billones de metros cúbicos, lo que coloca al país entre
las cinco principales reservas de gas del mundo, detrás de Rusia, Irán y Qatar
y a la par de Arabia Saudí. Un salto espectacular, similar, según Lobão, al que
se dio con la capa pre-sal. En suma, la sexta economía del mundo se coloca como
potencia gasífera y petrolífera, en una región cuya importancia en materia de
recursos minerales y energéticos no deja de crecer.
Apenas un año atrás, Venezuela había desplazado a
Arabia Saudí como la primera reserva de petróleo. Además posee la tercera
reserva de bauxita, la cuarta de oro, la sexta de gas natural y la décima
reserva de hierro del mundo. En 2007 se supo que Perú contiene enormes reservas
de uranio, disperso en 13 de sus 25 regiones, que ya se comienza a explotar en
la provincia sureña de Carabaya, en Puno. A eso debe sumarse que Chile es el
mayor productor mundial de cobre, y Brasil el mayor de hierro.
Un reciente informe de Metals Economic Group señala
que la caída del mercado de acciones favorece las inversiones en minería que
crecieron 44 por ciento en 2010 y 50 por ciento en 2011, luego de una fuerte
caída en 2009 (Tendencias de la
exploración mundial 2012). La región latinoamericana es el primer destino
de las inversiones mineras en el mundo, con 25 por ciento del total, donde
destacan Chile, Perú, Brasil, Colombia, México y Argentina, los tres últimos
por ser grandes productores de oro. En 2003, apenas 10 por ciento de la
inversión minera mundial se dirigía hacia América Latina.
Perú es el primer destino de las inversiones mineras
en la región, seguido por México, Chile y Brasil. En 2010 la región proveía 51
por ciento de la plata del mundo, la mitad del litio, 45 por ciento del cobre,
27 por ciento del molibdeno, 25 por ciento del estaño, 23 por ciento del zinc y
la bauxita, 19 por ciento del oro y 18 por ciento del hierro (Reuters, 16 de
abril de 2012). Hasta 2020 el sector minero recibirá 300 mil millones de
dólares de inversiones.
Un verdadero desastre, ya que consolida la dependencia
de la región a la explotación y exportación de sus recursos naturales. El
periodista peruano Raúl Wiener sostiene que 30 por ciento de los ingresos
fiscales de su país se originan en la minería y que la única forma más o menos
rápida de incrementar estos fondos en el corto plazo y poder llevar adelante
los programas sociales que todo candidato promete para ganar las elecciones, es
con más inversiones en minería, por lo que pelearse con este sector sería
hacerse el harakiri (La Primera, 12
de abril de 2012).
La región ocupa un lugar destacado no sólo en reservas
de gas natural y gas de esquisto (shale gas), petróleo, mineral de hierro, sino
también en los más diversos metales. Para las multinacionales es el momento de
hacer negocio. ¿Cómo evitar esta avalancha de inversiones que depredan la
naturaleza y remachan nuestra dependencia? ¿Cómo hacer para que las riquezas no
se conviertan en una maldición, como señala el ex presidente de la Asamblea
Constituyente del Ecuador, Alberto Acosta?
El primer punto es que en los gobiernos no existe
clara conciencia de que la región es un nuevo Medio Oriente. Atados a una
mirada de corto plazo para aumentar la recaudación fiscal, ni siquiera saben
cómo harán para defender esas riquezas. La segunda cuestión es que la
resistencia de los movimientos, vigorosa y valiente, no tiene aún la potencia
suficiente para frenar este proceso. Por cada emprendimiento que se frena o
aplaza, como el proyecto explotación aurífera Conga, en Perú, decenas de otros
siguen adelante.
En tercer lugar, el único país de la región que tiene
la capacidad tecnológica y financiera para encarar proyectos de extracción e
industrialización de los recursos es Brasil, a través de Vale (segunda minera
del mundo), Petrobras (cuarta petrolera), Braskem (quinta petroquímica) y sus
grandes constructoras como Odebrecht, OAS, Andrade Gutierrez, Camargo Correa y
Queiroz Galvão. Y cuenta con el mayor banco de fomento del mundo, el BNDES,
para financiar cualquier proyecto.
El fracaso de la refinería que decidieron construir en
Manabí las estatales Petroecuador y PDVSA, que crearon una empresa binacional
para desarrollar el proyecto, muestra los límites de las iniciativas
regionales. El proyecto fue anunciado por el presidente Rafael Correa en 2008 y
nunca se concretó. A mediados de abril Correa informó que China estaría
dispuesta a financiar los 13 mil millones de dólares de la Refinería del Pacífico
que podría estar terminada en 2016 (La
Hora, 21 de abril de 2012). Ecuador debió recurrir a China ante la crisis y
ruptura con las empresas brasileñas en 2008.
La sensación dominante es que más allá de la voluntad
de los gobiernos de la región, que apuntan hacia la profundización del modelo
extractivo con mayor presencia estatal, no hay condiciones para eludir a las
multinacionales. La buena nueva, relativa por cierto, es que el menú se ha
ampliado: a las tradicionales megaempresas del norte se suman ahora las chinas
y las brasileñas. Los que crean que son mejores, les pueden preguntar a los
pueblos –y también a los gobiernos– que las sufren.
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