Los trabajadores petroleros de YPF, excluidos
por el neoliberalismo, pusieron en pie desde abajo un proyecto colectivo
alternativo en la ciudad de General Mosconi, que es ejemplo y referencia los
excluidos del mundo. En estos 10 años empezaron a mirar en horizontal, hacia
los pueblos cercanos, las comunidades indígenas y los poblados de la región
hacia donde crece el movimiento.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Los verdaderos protagonistas de la historia
social suelen ser opacados por la cultura hegemónica que sigue colocando en
lugar destacado a caudillos y autoridades estatales, en los que se enfocan las
luminarias mediáticas. Así sucede, en particular, cuando los protagonistas son
gente de abajo, mujeres y jóvenes de piel oscura, que viven lejos de las
grandes ciudades y son portadores de culturas largamente discriminadas.
En la etapa actual del capitalismo, en la que
el sistema muestra su obscena decadencia militarizada, los ademanes
colonialistas vuelven a ser agitados por las clases opulentas para exorcizar
sus más rancios temores. Instalar a hombres y mujeres protagonistas de las
resistencias en el lugar que les corresponde, no es sólo un acto de justicia
histórica, sino algo más importante aún: revelar que sigue siendo posible
cambiar el mundo, o sea, hacerlo desde abajo.
La historia reciente de los trabadores de YPF,
desde la privatización de dos décadas atrás que los llevó al desempleo y la exclusión hasta la reciente
nacionalización por el gobierno de Cristina Fernández, nos enseña lo que puede
hacer la energía colectiva de los trabajadores. En la ciudad de General
Mosconi, Salta, uno de los núcleos de la estatal YPF, se pasó de la resistencia
a la creación de un mundo nuevo en el que participan más de 2 mil familias en
una población de 16 mil habitantes.
Si aquella resistencia fue decisiva en la
deslegitimación del modelo privatizador, en la construcción de proyectos
autogestionados a partir del año 2000 anida la esperanza de afrontar y superar
el genocidio del abajo que planifican las elites. Nada fue gratis para los
miles que integran la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD).
Cinco muertos, cientos de heridos y cientos de
manifestantes procesados judicialmente sólo en los años 2000 y 2001, los más
duros del conflicto, fueron la respuesta inicial del Estado a los levantamiento
de Mosconi y la vecina Tartagal. Los cortes masivos de rutas durante semanas
para obturar la circulación de mercancías fueron respondidos con ataques
policiales brutales que persiguieron a los piqueteros casa por casa, apaleando
a sus ocupantes. Los vecinos no se quedaron atrás. Empujados por el hambre y la
pobreza, y la conciencia de que sólo les quedaba luchar o morir en soledad, se
aferraron a la acción directa hasta incendiar instituciones públicas como la
municipalidad y la comisaría.
Neutralizada la represión, se pusieron a
trabajar para refaccionar centros de salud, aulas de escuelas, salas de
hospitales, centros comunitarios en barrios, arreglaron plazas y parques,
limpiaron terrenos y levantaron viviendas. Aprovecharon los subsidios estatales
para poner en marcha emprendimientos productivos, con lo que ingresaron en un
terreno nuevo, el del trabajo autónomo autogestionado, sin Estado ni patrón,
sin propiedad privada ni jerarquías laborales.
La lista de proyectos productivos es impresionante:
un taller metalúrgico y una carpintería que producen para escuelas y
hospitales, un vivero con 60 mil plantas y árboles autóctonos, cooperativa de
ladrilleras, entre 20 y 36 huertas comunitarias según el ciclo climático,
fábrica de ropa, planta de clasificación de semillas, basurero ecológico y
reciclado de plásticos, cría de animales.
Además pusieron en pie proyectos culturales y
educativos en espacios que habían pertenecido a YPF: la Universidad Popular ya
cuenta con 10 cursos, desde ciencias políticas hasta peluquería, donde estudian
340 jóvenes. Su nombre (Ju.Ve.Go.Sa.Ba) está formado por las siglas de los
cinco asesinados. Además reabrieron el cine local, gestionan una escuela rural
y realizan talleres de cine y construcción.
Los proyectos autogestionados son
“estratégicos para la reconfiguración territorial que realiza la UTD”, escribe
el militante y sociólogo Juan Wahren en su trabajo Movimientos sociales y
disputas por el territorio y los recursos naturales. Prueba de ello es que
la UTD ha diseñado y construido dos barrios: San Francisco con 100 viviendas y
La Esperanza con 96 casas, levantadas por obreros que no sólo trabajan sin
patrón, sino que utilizan herramientas de “propiedad compartida”, distribuyen
los excedentes y cuestionan las tecnologías contaminantes.
El trabajo autogestionado a lo largo de una
década ha “forjado un nuevo tipo de relaciones humanas y sociales, de trabajo y
de producción, que redefine la relación con medios de producción, con la
naturaleza y fundamentalmente entre los propios integrantes de los
emprendimientos”, explica Wahren. Fue posible gracias a la territorialización
de un movimiento autónomo que les permite no nada más construir un mundo nuevo,
sino relacionarse con el Estado sin caer en relaciones de subordinación.
Al respecto, Juan Carlos Gipy Fernández, uno
de los principales dirigentes de la UTD con más de 80 procesos en su contra y
ahora rector honorario de la Universidad Popular, tiene una concepción bien
diferente del Estado. “Hay dos Estados. Uno es el Estado gobernante, y el otro
es el verdadero Estado que somos nosotros: los seres humanos que vivimos en
esta tierra” (revista MU, mayo de 2012).
Que los “desocupados” de Mosconi se consideren
“otro Estado”, muestra lo que han crecido en estas dos décadas, tanto desde el
punto de vista material como subjetivo. Consideran al “Estado gobernante” como
algo extraño a la comunidad con el que se relacionan de igual a igual. No
piden, exigen, y en sus territorios mandan ellos, sin el menor complejo de
inferioridad.
Los trabajadores petroleros de YPF, excluidos
por el neoliberalismo, pusieron en pie desde abajo un proyecto colectivo
alternativo que es ejemplo y referencia los excluidos del mundo. En estos 10
años empezaron a mirar en horizontal, hacia los pueblos cercanos, las
comunidades indígenas y los poblados de la región hacia donde crece el
movimiento. En los hechos están convirtiendo la isla-Mosconi en barca para
relacionarse con otras islas, como dicen en la selva Lacandona.
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