La guerra contra
nuestra América, contra sus empeños de unidad, integración y emancipación, no
se hace –todavía- con aviones, buques o marines en las fronteras y puertos:
pero el caballo de Troya del intervencionismo estadounidense ya está dentro de
nuestros países.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Mark Feirstein, funcionario de USAID: la justicia boliviana denunció sus actuaciones en la "guerra del gas" de 2003 |
Mark Feirstein,
administrador adjunto de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los
Estados Unidos (USAID, por sus siglas en inglés), es un personaje
representativo de una de las formas en que Estados Unidos intenta imponer su
dominio en América Latina: con un oscuro expediente que incluye actividades
antisandinistas en Nicaragua, a principios de la década de 1990, y de asesoría
al presidente Gonzalo Sánchez de Losada -el gran privatizador neoliberal de Bolivia-
en el año 2002, la justicia boliviana lo ha denunciado como “uno de los
responsables intelectuales de la muerte de 67 personas, y las lesiones de unas
400, en su mayoría civiles, durante la denominada ‘Guerra del gas’, en octubre [del]
2003” (TeleSur,
19/06/2012).
Semejante historial
avergonzaría a cualquier gobierno o agencia respetuosa de los Derechos Humanos,
que aplique criterios éticos y de elemental decencia en la selección de sus
funcionarios; y al menos, debería facilitar los procesos que conduzcan al
esclarecimiento de los cargos que se le imputan a Feirstein. Pero no es el caso
de la USAID. Ni tampoco del gobierno de los Estados Unidos.
Por el contrario,
durante una reciente conferencia en Panamá, Feirstein defendió y calificó de
necesaria la “estrecha cooperación” (millonarias partidas presupuestarias, en
dólares) que mantiene la USAID con las organizaciones de oposición que, según
el funcionario, “están luchando por los
derechos humanos y por la democracia” en los países del ALBA (Cuba, Venezuela,
Bolivia, Nicaragua, Ecuador).
Bien vistas las cosas,
y teniendo a la mano ese amplio historial de prácticas desestabilizadoras,
conspirativas, antidemocráticas, antinacionales y, en no pocos casos,
abiertamente progolpistas que caracterizan el quehacer de muchos de estos
grupos, una perspectiva más justa de los hechos nos diría que Feirstein, en
realidad, hizo apología de un delito: el de la
intervención encubierta -pero sistemática- en asuntos internos, que
ejecuta el gobierno de los Estados Unidos contra las naciones latinoamericanas.
Y es que aunque sufrió reducciones en el último plan
de gastos aprobado por el Congreso estadounidense, el presupuesto de la USAID
para sus proyectos de intervención y “promoción de la democracia” en América
Latina muestra tendencias crecientes en los últimos años -hasta el estallido de
la crisis mundial-, en la misma medida en que nuevos gobiernos y fuerzas
progresistas cambiaban el mapa político de la región.
En el libro USAID, NED y CIA. La agresión
permanente (2009)[1],
Jean-Guy Allard y Eva Gollinger explican que tanto la USAID como la National
Endowment for Democracy (NED), “cuadriplicaron los fondos entregados a sus
aliados en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba del 2002 al 2006. Solo en Venezuela,
invirtieron más de 50 millones de dólares en ese tiempo para alimentar a los
grupos de oposición, promoviendo actualmente la creación de más de 400 nuevas
organizaciones y programas para filtrar y canalizar esos fondos”. Algo similar se registró en Bolivia: entre
2005 y 2006, la USAID “reorientó más de 75% de sus inversiones” para financiar
a los grupos separatistas de la región conocida como la media luna, y en 2007, el presupuesto de esa organización
alcanzó la suma de 120 millones de dólares.
Todo esto ocurrió
básicamente durante las dos administraciones de George W. Bush, pero no fue
distinto tras la llegada al poder de Barack Obama: en 2010, los prepuestos de la USAID y la NED
aumentaron en un 12%, lo que representaba unos 2.2 mil millones de dólares para
su trabajo en América Latina. De esa cifra, señalan Allard y Golinger, se
destinaron 450 millones de dólares “para el trabajo de subversión directa en la
región, clasificada bajo lo que Washington llama la promoción de la
democracia”.
Estas formas de
intervención encubierta tienen una larga historia en nuestra América, y no
solamente en aquellos países que, desde la óptica del gobierno estadounidense,
representan una amenaza para sus intereses: la cooperación internacional
también ha sido utilizada como instrumento de sujeción a la órbita de poder de
Washington y como punta de lanza de las reformas neoliberales.
Sin ir más lejos, en
Costa Rica el proceso de ajuste estructural, iniciado en la década de 1980,
contó con una importantísima “ayuda” de los Estados Unidos y sus agencias
internacionales[2].
Un investigador costarricense, el politólogo Manuel Rojas Bolaños, nos recuerda
que “a partir de 1982 comenzaron a fluir
abundantes recursos del exterior para apuntalar la economía, fundamentalmente
de Estados Unidos. Entre ese año y 1989, el gobierno de ese país otorgó la suma
de US$ 1.237 millones por concepto de donaciones y préstamos, cantidad
suficiente para alcanzar a corto plazo una relativa estabilidad de la economía,
y para iniciar el programa de ajuste sin grandes desgarramientos internos” [3].
Por supuesto, la inyección económica también condicionó
otras dimensiones de la política del Estado costarricense, y marcó un derrotero
que perdura hasta nuestros días. En palabras de Rojas Bolaños “el país,
entonces, pasó a jugar en el tablero regional el papel de escaparate
democrático, frente a países donde gobiernos y movimientos revolucionarios
buscaban, enfrentando las reacciones internas y la intervención externa, otros
rumbos para el mejoramiento social de sus pueblos”.
Lo que hay que entender
es que la USAID es un arma más que Washington emplea indistintamente en tiempos
de conflicto o de paz contra sus
“enemigos”. La guerra contra nuestra América, contra sus empeños de
unidad, integración y emancipación, no se hace –todavía- con aviones, buques o marines en las fronteras y puertos: pero
el caballo de Troya del intervencionismo estadounidense ya está dentro de
nuestros países, extendiendo sus redes de operación, socavando conquistas
sociales y promoviendo los intereses hegemónicos del gobierno y los grandes lobbies políticos, empresariales y
militares de la potencia del norte.
NOTAS
[1] Allard,
Jean-Guy y Gollinger, Eva (2009). USAID, NED
y CIA. La agresión permanente. Caracas: Ministerio del Poder Popular para la
Comunicación y la Información.
[2] En su artículo “De cómo EE.UU. hizo más ricos a los ricos
de Costa Rica”, María Florez-Estrada presenta una valiosa
síntesis en la que muestra la manera en que la “ayuda” de la AID (como se
conocía a la agencia de cooperación estadounidense para el desarrollo en el
país) terminó por fortalecer a los grupos económicos más cercanos al hoy
gobernante Partido Liberación Nacional. El texto está disponible en el sitio
web de Rebelion: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=149302
[3] Rojas Bolaños, Manuel (1992). “Costa Rica. Una sociedad en transición”. en Nueva Sociedad, nº 119, mayo-junio. Buenos Aires: Fundación Foro
Nueva Sociedad. Pp. 16-21. Disponible en:
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