Desde hace ya 13 años
la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, bajo la dirección del psicólogo Marco
Antonio Garavito, viene desarrollando un trabajo de búsqueda de niños/as
desaparecidos, promoviendo el reencuentro con sus familias biológicas, llamado
“Todos por el reencuentro”. En esta entrevista, comparte sus experiencias en este proyecto de restitución de los Derechos Humanos y la memoria.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Marco Antonio Garavito, psicólogo de la Liga Guatemalteca de Higiene Mental. |
Durante la pasada
guerra interna en Guatemala, la desaparición forzada de personas constituyó una
estrategia que incluyó adultos y también niñas y niños. La Comisión para el
Esclarecimiento Histórico, en las Recomendaciones del libro “Guatemala.
Memoria del Silencio”, Tomo V, pág. 28 “constata con particular
preocupación que gran cantidad de niños y niñas también se encontraron entre
las víctimas directas de ejecuciones arbitrarias, desapariciones forzadas,
torturas y violaciones sexuales, entre otros hechos violatorios de sus derechos
elementales. Además, el enfrentamiento armado dejó un número importante de
niños huérfanos y desamparados, especialmente entre la población maya, que
vieron rotos sus ámbitos familiares y malogradas sus posibilidades de vivir la
niñez dentro de los parámetros habituales de su cultura”.
Dicho informe señala
que una quinta parte de las víctimas durante el conflicto armado fueron niñas y
niños. De ese grupo, un 11% corresponde a niñez desaparecida. De hecho una idea
bastante extendida en el cuerpo social es que el fenómeno de la desaparición
forzada de personas es algo privativo de los adultos. Pero tanto ese informe
como el de “Guatemala: Nunca más”, del Proyecto Interdiocesano REMHI de la
Iglesia Católica, evidencian que fue una práctica bastante extendida la
desaparición de menores a partir de las sustracciones a sus familias de origen
que tuvieron lugar durante los años de guerra así como de las posteriores
retenciones ilegales que se hicieron de los niños y niñas sustraídos.
De los casos
documentados, al menos un 85% corresponde a desapariciones forzadas, es decir:
acciones explícitas donde se perseguía claramente ese objetivo. El restante 15%
obedece a distintas circunstancias que se dieron a lo largo de la guerra. De
esos casos documentados (véase ODHAG, “Hasta Encontrarte”, 2002) se “señala
como responsable directo al ejército (92%), las Patrullas de Autodefensa Civil
-PAC- (3%) y, finalmente, la guerrilla (2%) de las mismas. En el restante 3% no
está definida la responsabilidad”.
Lo anterior significa
que hubo una política específica en el tema de la desaparición de menores, que
no fueron casos aislados circunstanciales. Si vemos que son las fuerzas de
seguridad del Estado o fuerzas paraestatales el principal actor que las llevó a
cabo, ello habla de patrones, de lógicas debidamente concebidas. Si lo que
alentó las masacres de comunidades mayas era “quitarle el agua al pez” al
movimiento insurgente para cortarle su vinculación con las bases campesinas, la
desaparición de niñas y niños durante el conflicto (fundamentalmente en
familias mayas, en el área rural) tenía como motor “acabar con las semillas”,
impedir que se criaran “futuros guerrilleros”, tanto en los hechos concretos, eliminando
las “semillas” de carne y hueso, como en la psicología colectiva, enviando
mensajes desmovilizadores, que apuntan básicamente a romper los tejidos
sociales y a inmovilizar a las poblaciones.
Desde hace ya 13 años
la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, bajo la dirección del psicólogo Marco
Antonio Garavito, viene desarrollando un trabajo de búsqueda de niños/as
desaparecidos, promoviendo el reencuentro con sus familias biológicas, llamado
“Todos por el reencuentro”.
Pregunta: ¿Qué es
y para qué se hace la búsqueda de niñez desaparecida? Y concretamente, ¿qué es
el programa “Todos por el reencuentro”?
Marco Antonio Garavito: Luego de la Firma de
los Acuerdos de Paz en el año 1996 se abrió la posibilidad de empezar a hablar
sobre algunos temas que anteriormente, durante la época del conflicto armado,
habían estado prohibidos. Se comienza a hablar entonces de los horrores de lo
que fue la guerra; salen a luz temas como las masacres, la tierra arrasada, las
desapariciones forzadas. Pero en ese marco hay un tema del que se ha hablado y
al día de hoy aún se habla muy poco: la niñez desaparecida durante el
conflicto. En la gran tragedia que fue la guerra, los niños desaparecidos no
son una prioridad. En los informes de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico
y del REMHI aparece tocado el tema, pero siempre de un modo secundario. Es por
eso que desde la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, en el año 1999 iniciamos
un esfuerzo para saber si en el país podía haber niños desaparecidos que
pudieran estar vivos, o que sus familias quisieran buscarlos. Concretamente
entonces, el 20 de mayo de ese año iniciamos el programa que ahora se llama
“Todos por el reencuentro”.
No fue fácil el inicio,
porque cuando nace la propuesta se levantaron voces contrarias a desarrollar un
trabajo de este tipo. Había quien decía que no valía la pena hacer esa
búsqueda, porque en Guatemala no podía haber niños desaparecidos puesto que las
campañas de tierra arrasada desarrolladas por el ejército habían acabado con
todo. Y además, se consideraba que las familias de los eventuales niños
desaparecidos estarían con mucho miedo por lo sucedido, y por tanto no se
querrían involucrar en un esfuerzo de esta naturaleza. Pese a esas dos premisas
negativas decidimos irnos a trabajar al campo, y luego de un año de búsqueda
teníamos 86 casos bien documentados donde las familias querían seguir el
proceso de esclarecimiento de lo ocurrido. Algo que ayudó mucho en nuestra
propuesta y que la misma fuera ampliamente aceptada fue que no lo hicimos desde
un discurso político-ideológico ni azuzando a la población con quien nos
contactábamos para una búsqueda de castigo a los responsables de las
desapariciones. Aunque la propuesta, obviamente, tiene un trasfondo político e
ideológico muy claro, lo que priorizamos fue la parte humana. Nuestra intención
fue movilizar a quien tenía un familiar desaparecido, un hijo o un hermano por
ejemplo, y quería saber qué había pasado. Al haberlo planteado desde ese lado
humano, como forma de intentar superar el dolor con que vivían, las personas
contactadas se comenzaron a involucrar en el programa.
El programa “Todos por
el reencuentro” es un proceso de acompañamiento psicosocial de familiares que
tienen desaparecidos, estando junto a ellos brindando un apoyo para superar el
dolor de la pérdida mientras se desarrolla la búsqueda, con la idea que si se
llega a un feliz término puede haber un reencuentro. El programa, en ese
sentido, tiene una acción beneficiosa para quienes se acercan a él, porque aún
si no se encuentra el familiar desaparecido, poder trabajar el duelo congelado
que soporta cada familia tiene un alto valor en términos de salud. De los más
de 80 casos que contactamos en el año 99, al día de hoy la gran mayoría
continúa siendo parte del programa, aún cuando muchas veces no hayan encontrado
a sus hijos desaparecidos. De hecho, los participantes encuentran aquí una
serie de beneficios colaterales, como por ejemplo estar con otras personas que
han pasado o están pasando similares penurias. Eso les ha sido de gran utilidad,
por eso desde el programa fuimos buscando la implementación de espacios donde
pudieran confluir personas que estaban en situaciones similares para que
pudieran compartir y ayudarse mutuamente a partir de experiencias similares.
Eso llevó a que en el 2006 se pudiera inscribir legalmente en Santa María
Nebaj, en el departamento de Quiché, la Asociación de Familiares de Niñez
Desaparecida. La misma tiene hoy una estructura a nivel nacional y despliega un
importante trabajo en el tema. La organización de los familiares en su búsqueda
de sus desaparecidos constituye de hecho una estrategia de salud mental.
Cuando arrancamos con
el programa, en 1999, nos preguntábamos si efectivamente íbamos a poder
encontrar a alguien, y en el año 2001 tuvimos nuestro primer reencuentro -don
Tomás Choc con su hija Julia- en la comunidad de Santa María Samacox, en el sur
del Ixcán. Hoy, 13 años después, ya vamos por el reencuentro número 351, y
tenemos varios más ya programados, con 11 reencuentros que en este momento están
en preparación. Sin dudas podemos decir que el programa es muy exitoso en
términos de resultados. La cantidad de personas vinculadas al programa, es
decir: familiares y declarantes, son alrededor de 1,300. Casi un tercio de los
casos emprendidos se han logrado resolver. Eso, creemos, es un gran éxito.
Pregunta: ¿Qué
valor tienen estos reencuentros tanto a nivel individual y/o familiar, para el
desaparecido que reencuentra a su familia, o para ésta que se reencuentra con
su niño desaparecido hace tantos años, y qué valor tiene todo esto en términos
sociales, para toda la sociedad guatemalteca?
Marco Antonio Garavito: Desde el punto de
vista de las familias hay dos fenómenos, que serían las reacciones más típicas.
Por un lado, las familias que perdieron al pequeño, desde el momento mismo de
la desaparición tienen un sentimiento de culpa muy fuerte. Eso es lo que más se
trabaja desde que se documenta el caso, y en general siempre se logran
recuperar de esa culpa. Eso crea mucha sanidad. Por el lado del desaparecido
también encontramos, casi con un valor de patrón que se repite, el sentimiento
de haber sido abandonado. Un niño, con o sin memoria del hecho puntual, no
puede entender por qué sus padres lo abandonaron. Todos los niños, ya adultos
cuando trabajamos, presentan ese sentimiento de haber sufrido mucho, aunque no
puedan dimensionar lo que fue la guerra y el por qué se dio su separación de
los padres. Quedan, por tanto, con esa sensación de haber sido abandonados, que
no los querían. Eso lo encontramos siempre, aún con los casos de niños que
están viviendo ahora en Europa, donde se los llevaron durante la guerra en
condición de adoptados. Siempre aparece la pregunta de por qué sus padres los
dieron, no los protegieron. Todo esto, entonces, tiene un gran valor para ambas
partes: para la familia, poder trabajar el sentimiento de culpa que le acompañó
por años, y para el menor desaparecido, poder trabajar su síndrome de abandono.
Trabajar eso tiene un valor restitutivo en términos de salud mental.
Por otro lado, además
del gran valor que tiene el programa en términos de subjetividad personal, es
un gran aporte para trabajar el tema de ciudadanía. Antes del inicio de nuestro
programa, en muchas comunidades donde estamos trabajando ahora no había ningún
interés por participar en términos políticos-sociales-comunitarios; a veces ni
sabían que en la comunidad había un niño desaparecido durante la guerra. Por
eso, cuando avanzamos con un proceso y se llega a un reencuentro, participa la
comunidad entera; todos se involucran. Lo que queremos transmitir es que estos
no son problemas individuales, sólo del o de los familiares del desaparecido,
sino que es un problema de todos, de toda la sociedad. Esto debería interesar y
tocar a todos, al Estado, a los medios de comunicación, a la sociedad en su
conjunto. Por eso el nombre del programa es “Todos por el reencuentro”; eso
tiene un sentido muy claro. Es un símbolo. Si una familia puede reencontrarse
30 años luego de su sufrimiento, la sociedad también puede hacerlo. Por eso
trabajamos fuertemente por la recuperación del concepto de ciudadanía. En las
reuniones en las comunidades no hablamos solamente de los hijos desaparecidos:
hablamos de los problemas concretos del país. Eso es participación ciudadana.
Pregunta: Por
supuesto que trabajar sobre la niñez desaparecida, además del valor subjetivo
personal que puede tener en el ámbito familiar, tiene ese valor social, de
restitución de ciudadanía, de volver a participar colectivamente, todos y sin
miedo. Y en muchos casos llegando a buen términos con un reencuentro, que es un
logro para toda una comunidad. Ahora bien: ¿qué hacer con todos los
desaparecidos que no se van a poder encontrar? ¿Qué hacer con todas esas
familias, o con todo un tejido social, que nunca tendrá un reencuentro con la
persona desaparecida durante la guerra?
Marco Antonio Garavito: Hay varias líneas de
acción. Es públicamente conocido que en Guatemala existen muchos miles de
desaparecidos: 45,000 para ser más exactos. Y también es conocido que las
agendas de la paz no hicieron mayor cosa respecto a este punto. Hay varios
elementos que pueden ayudar en este campo: por un lado, en el Informe de la
Comisión para el Esclarecimiento Histórico, en su Recomendación N° 24 se
propone que el Estado cree una Comisión Nacional de Búsqueda de niñez
desaparecida. Pero eso jamás se ha hecho. Incluso: al contrario. Pese a que se
crearon algunas estructuras, como la Secretaría de la Paz o el Programa
Nacional de Resarcimiento, donde hay mandato para el tema de niñez desaparecida,
eso se usó sólo en términos clientelares. Nosotros, con un programa que sin
dudas puede exhibir logros importantes, jamás recibimos apoyo del Estado, con
ningún gobierno. Incluso nos han bloqueado. También la Corte Interamericana de
Derechos Humanos dijo algo sobre el tema: cuando salió la condena por la
masacre de las 2R, recomendó crear una página web para la búsqueda de niños
desaparecidos. Pero de nuevo vemos que no se ha hecho nada, siendo eso algo tan
simple de implementar.
Pregunta: ¿Por
qué el Estado no tiene ningún interés en apoyar el tema?
Marco Antonio Garavito: Porque, por supuesto,
hay un trasfondo político-ideológico en esto. Pero además está la idea que
mejor dejar el pasado y pensar en el presente y en el futuro: no andar
revolviendo lo que sucedió. Incluso la gente supuestamente de izquierda que
ocupó los espacios de la Secretaría de la Paz y del Programa Nacional de
Resarcimiento, no han apoyado para nada nuestro programa. Nos hemos mantenido
exclusivamente de la cooperación de pueblo a pueblo, de iglesias de base, de
organizaciones populares de otros países; casi no hemos recibido nada de la
gran cooperación internacional.
Otro elemento
importante a considerar aquí es la Comisión Nacional de Búsqueda de
Desaparecidos. Hay un proyecto de ley al respecto, que se llevó al Congreso en
su momento, pero que hasta el día de hoy está engavetado. Y algo más en este
tema es que en el año 2006 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la
Convención Internacional contra la Desaparición Forzada. 103 países la
aprobaron, incluyendo a Guatemala; pero eso no ayudó a desentrampar el
tratamiento de la ley en el Congreso. Eso llevó a crear una Coalición
Internacional contra la Desaparición Forzada desde las organizaciones
populares; nosotros, como Liga Guatemalteca de Higiene Mental, hacemos parte de
ese esfuerzo, para promover en los parlamentos de cada país la aprobación de
estas leyes, que ahora están detenidas. Aquí la ley está parada, pese a que
hemos intentado moverla. En su oportunidad logramos reunir unas 4,000 firmas,
fundamentalmente en el interior, pidiendo que se desentrampara la iniciativa.
En otros países latinoamericanos ya se ratificó. Aquí no. La Convención entró
en vigencia, porque ya fueron más de 20 países los que la ratificaron. Hoy
creemos que más que crear la Comisión de Búsqueda de Desaparecidos es
importante ratificar esta Convención. La misma no tiene efecto retroactivo,
pero de todos modos es muy importante, porque con eso se puede asegurar que el
país no entre de nuevo en la lógica de las desapariciones forzadas. Es decir:
tiene un efecto preventivo hacia el futuro.
Pregunta:
Hablando de los reencuentros propiamente dichos, ¿qué sucede a partir del
momento que se vuelven a ver los familiares luego de años de separación? ¿Cómo
funciona la dinámica del reencuentro?
Marco Antonio Garavito: El programa “Todos por
el reencuentro” tiene cinco áreas de trabajo. Desde el inicio vimos que la
cuestión no era solo buscar y reencontrar. Eso, así solo, no tiene mayor
sentido. El proceso es mucho más complejo. El programa tiene un área de
investigación, que se encarga de buscar documentación y hacer las
averiguaciones necesarias. Luego hay un área que llamamos de organizaciones de
base, puesto que para funcionar, el programa necesita tener vínculos con muchas
organizaciones comunitarias, unas 80 aproximadamente, que son las que en
definitiva posibilitan la tarea. Son las organizaciones primarias de la
comunidad. Hay luego una tercer área que es organización, que es la que derivó
en la creación de la Asociación de Familiares; hay ahí una dinámica
organizacional que va más allá del trabajo puramente investigativo. Tiene su
estructura y se reúne periódicamente. Luego tenemos un área específica de
reencuentros, que es la que se encarga puntualmente del proceso mismo de los
reencuentros, y que trabaja con la familia biológica, la familia adoptiva, el
desaparecido, preparando todas las condiciones necesarias para llevar adelante
el proceso. Pero llegar a un reencuentro, cosa que por supuesto es muy importante,
quedaría corto si ahí se deja el trabajo: sólo con el reencuentro físico en un
momento determinado del desaparecido y su familia de origen. En el momento
mismo del reencuentro, que son siempre episodios muy emotivos, no surgen cosas
que luego sí van a aparecer.
En general el desaparecido es el primogénito o
primogénita. Luego del momento de emoción de volver a verse, pueden surgir los
problemas. Por ejemplo: el pedazo de tierra que le correspondía al
desaparecido, el padre ya lo repartió con los otros hermanos, y al aparecer el
desaparecido se cambian las cosas en relación a la herencia de esa porción de
tierra. Es decir: con el reencuentro se abre una cantidad de temas que antes no
aparecían, como el de la herencia que comento, y muchísimos otros más. Todo eso
hay que comenzar a trabajarlo sanamente luego de pasada la primera emotividad.
Hoy día, los reaparecidos ya son todos adultos, y el panorama familiar ya es
algo muy distinto a 30 años atrás, cuando se dio la desaparición; todo eso hay
que trabajarlo. En general no vuelven a vivir juntos. Por eso, ante todo este
nuevo panorama, hay que hacer un abordaje especial; es ahí donde entra la
quinta área del programa, que es la que llamamos de integración. El programa
busca que luego del reencuentro se mantengan los vínculos, que se sigan
visitando entre esas familias. El vacío generado por varias décadas de
distanciamiento sólo se puede llenar por medio de un proceso de comunicación.
Quizá nunca se llene, pero se ayudan a trabajar todos los sufrimientos que eso
trajo aparejado. ¿Quién sufrió más: el desaparecido o la familia que lo perdió?
Es complejo, por supuesto, y hay que abordarlo.
En algún momento del
programa hicimos un encuentro nacional de reencontrados. Estuvimos cuatro días
interactuando y sacando conclusiones a partir de las experiencias de muchas
familias que se habían reencontrado, tratando de ver cómo habían funcionado,
qué había pasado luego de los reencuentros. Producto de eso, y de una
sistematización que ya veníamos haciendo, salió un libro: “Corazones en
fiesta”. Ahí tratamos de elaborar teóricamente las conclusiones de qué pasa
luego de los reencuentros. En un momento había mucho interés en apoyar todo
esto, y la cooperación internacional financiaba generosamente. Llegó a haber 11
organizaciones que se ocupaban del tema de niñez desaparecida. Ahora ya no
quedó ninguna, salvo nuestro programa. Y es necesario decir que muchas veces se
cayó en eso de buscar y reencontrar, y punto. Pero la cuestión más importante
es qué pasa después de ese reencuentro.
En todo el trabajo que
hacemos desde las tres áreas tenemos tres ejes: uno es el de salud mental. Esa
no es una parte puntual del programa sino un eje que lo atraviesa
completamente: la salud mental de la población está siempre implicada, en todo
momento. Hay otro eje transversal que es de comunicación social, hay un tercer
eje que tiene que ver con lo jurídico. El programa tiene toda una integralidad,
pues todos los componentes están unidos y van de la mano. Ahora tenemos algunos
problemas financieros, por eso hemos perdido algunos colaboradores. Pero
seguimos adelante, por supuesto. Hay mucho compromiso con lo que estamos
haciendo, y hay mucha respuesta de la gente en las comunidades.
Pregunta: ¿En qué
principios se base el programa “Todos por el reencuentro”?
Marco Antonio Garavito: El programa creó desde
sus inicios algunos principios éticos e ideológicos. Entendemos que el tema de
la niñez desaparecida es una responsabilidad del Estado. Muchas veces las ONG’s
terminamos ocupándonos de problemas como éstos, dado que nadie lo está
atendiendo; pero es el Estado quien verdaderamente debe responsabilizarse por
esto. Otro principio que tenemos es que esto es un problema eminentemente
humano. Esto parece obvio, pero no lo es tanto. Lo decimos porque muchas veces
las mismas víctimas han sido instrumentalizadas para fines políticos, dejando
de lado su sufrimiento como personas. Nosotros jamás manipulamos a un familiar
ni lo hemos llevado a algún lado para protestar. Hay un trasfondo político muy fuerte
en todo esto, por supuesto, pero básicamente es un problema humano. Como es eso
lo que nosotros priorizamos, eso ha hecho que la gente en las comunidades siga
enganchada al programa durante tantos años, porque ve que no hay manipulación
política sino que se atiende su dolor como seres humanos que sufren.
Otro principio que nos
alienta es saber que estos son temas de largo plazo, a veces de toda la vida.
Estas cosas no se pueden resolver con proyectos puntuales de un año, como
muchas veces se alientan. No se trata sólo de documentar una desaparición; eso,
en definitiva, no sirve para mucho. La cuestión es reencontrar, y
fundamentalmente, trabajar lo que comienza a pasar después. Por eso nosotros
trabajamos con humildad lo que podemos y hasta donde podemos, sabiendo lo que
sí verdaderamente estamos en condiciones de acompañar en el tiempo. Por eso
también trabajamos sólo en algunas áreas del país, no en todas. No se trata
sólo de ir a documentar y sacarle información a la gente. Eso no sirve. Lo
importante es acompañar todo un proceso, que por supuesto toma mucho tiempo,
mucho esfuerzo. Nosotros estamos en el área norte de Huehuetenango, el Ixcán,
la región ixil, la zona reina en el departamento del Quiché y la Alta Verapaz.
Y también tenemos algunos casos dispersos por todo el país. Por supuesto que
resta muchísimo trabajo por hacer, porque el tema de la niñez desaparecida es
un problema a nivel nacional. Pero para eso se necesitan fondos. Y debería ser
el Estado quien se involucre. Pero aún esto es un tema muy silenciado, muy
prejuiciado.
Es importante destacar
que en el ámbito jurídico hemos comenzado recientemente la presentación ante la
Corte Suprema de Justicia de algunos casos bajo el recurso de habeas corpus,
cuando tenemos pruebas suficientes para decir quién fue el que secuestró a
estos niños. Por eso decimos que tiene que ser el Estado el que dé respuesta en
esos casos, explicando qué pasó con esas desapariciones. Ya presentamos un
primer caso, el de Baudilio Monzón, en el Ixcán, que fue llevado por el
ejército. A fines del año pasado presentamos otro caso, el de la niña Elvia
Gómez, secuestrada en San Pablo El Baldío. Pero de momento la Corte Suprema de
Justicia no ha dado ninguna respuesta. Y ahora estamos por presentar un caso
colectivo, el de la Finca Sacol, en Alta Verapaz, donde secuestraron 60 niños
al mismo tiempo. Algunos de ellos ya aparecieron, y fueron adoptados viviendo
ahora en Italia, con adopciones legalmente cuestionables; pero 9 de esos niños
no aparecen. Ahora, por esta vía del habeas corpus, estamos buscando que el
Estado dé respuestas. El programa busca y reencuentra, y luego jurídicamente va
hasta donde los familiares quieran llegar. Nosotros no imponemos ninguna
decisión a la familia; es ella que la decide qué quiere hacer, si quiere
accionar legalmente, y hasta dónde. Y si quiere desistir de hacerlo, se respeta
su decisión.
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