Robert Zoellick,
presidente del Banco Mundial, entona un discurso de muerte, de conquista, de
acumular riquezas por medio de la desposesión de los bienes comúnes, y alegra
el oído de los tecnócratas, los especuladores financieros y las oligarquías
vencidas; en cambio, las voces de la América diversa,
la nuestra, la de todas y todos, hablan para los pueblos: para iluminar sus
caminos, para encontrarse en la hora de la marcha unida.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Zoellcik sueña una América Latina sin alternativas al capitalismo y al poder hegemónico de los EE.UU. |
Que la crisis mundial
no se haya manifestado en América Latina con la fuerza destructiva que lo
hace en Europa o los Estados Unidos, obedece
tanto a los aciertos de política económica y social de los gobiernos
progresistas como a los nudos históricos de su desarrollo que aún no ha sido
posible desatar (por ejemplo, la continuidad del extractivismo estimulado por los altos
precios de las materias primas en el mercado internacional); pero de ninguna
manera esto significa que el capitalismo haya perdido su apetito sobre las
riquezas naturales, sociales y humanas de la región. Ni tampoco que renuncie a
sus pretensiones hegemónicas.
El todavía presidente
del Banco Mundial, el “halcón” estadounidense Robert Zoellick, acaba de
recordarnos esta verdad de Perogrullo en una conferencia que dictó, la semana
anterior, en la sede de la OEA en
Washington con motivo del 30 aniversario del think tank Diálogo Interamericano: una reconocida organización privada
que se ha encargado de reproducir, durante años, estereotipos, juicios
peyorativos y falacias sobre los procesos de cambio en nuestra América y los líderes
y movimientos latinoamericanos que osan cuestionar y separarse del “sentido
común” neoliberal dominante.
En ese foro, Zoellick
se despojó de formalidades diplomáticas –que, además, no las necesita en Washington-
y se atrevió a decir en voz alta lo que los poderes fácticos y los
inversionistas extranjeros dicen en voz baja, en sus componendas y
conspiraciones de sobremesa. Es decir, confesó la imagen de nuestra América que
dibujan sus obsesiones: un continente sin alternativas al capitalismo y al
poder hegemónico de los Estados Unidos, sin el presidente venezolano Hugo Chávez
(“tiene los días contados”, dijo), sin Cuba, sin el afán emancipador de siglos
de lucha y resistencia que, en la última década, cristalizó en novedosas
experiencias y convergencias políticas, hasta entonces inéditas en nuestra
historia.
Como heraldo del imperio, Zoellick invocó la muerte de Chávez y el fin de la Revolución
Bolivariana: “Pronto habrá una
oportunidad para hacer del Hemisferio Occidental el primer Hemisferio
Democrático”, dijo ante su auditorio. Y luego, llamó a la acción de los
“demócratas” que han estado detrás de todas las conspiraciones y asonadas
golpistas recientes: “(…) deben prepararse. Los
llamados democráticos para acabar con los matones que intimidan y defender los
derechos humanos, las elecciones justas y el Estado de derecho deben venir de
todas las capitales” (La Prensa, 08/06/2012).
Experto en las
inversiones ideológicas, el banquero falseó la realidad del continente con sus
palabras, al sostener que sueña con una América Latina “que no sea un lugar de golpes de Estado, caudillos y cocaína, sino uno
de democracia, desarrollo y dignidad” (ContraPunto,
08/06/2012). En el éxtasis de su cinismo,
Zoellick traslada la carga de prueba las víctimas: pretende hacer creer que el
voluminoso expediente de intervenciones, golpes de Estado –cívicos y
militares-, la guerra sucia y las desapariciones, los sabotajes y
bloqueos, los negocios turbios y el matonismo
que conforman una parte ineludible de las historia de las relaciones de Estados
Unidos con nuestra región, no
obedecen al apetito imperial de las elites estadounidense, sino que son
culpa de los pueblos latinoamericanos. Esos que por sus “viejos hábitos, viejas mentalidades y viejos
modelos de dependencia”, terminan por dejarle “el trabajo a Washington” (ContraPunto,
08/06/2012).
Frente a esa perversa
visión –y su advertencia implícita- se levanta otra perspectiva, mucho más
plural y diversa, sobre el futuro de nuestra América. Es la que se expresa en
los múltiples proyectos políticos y culturales de gobiernos, movimientos
sociales y partidos políticos, desde los que se piensan y ensayan alternativas
al patrón de acumulación capitalista; en las resistencias de las comunidades y
pueblos indígenas, cuya cosmovisión
desafía las ansias de dominación de la naturaleza propias de la modernidad
occidental; en la rebeldía primaveral de los jóvenes que se alzan desde Chile
hasta México; en las luchas de “los invisibles”, los marginados, las mal
llamadas “minorías”, de los que hasta ahora han sido tratados como ciudadanos
de segunda o tercera categoría, en sociedades forjadas en la cultura patriarcal
de la exclusión de los otros, de los
diferentes.
Afortunadamente,
mientras Zoellick entona un discurso de muerte, de conquista, de acumular
riquezas por medio de la desposesión de los bienes comúnes, y alegra el oído de
los tecnócratas, los especuladores financieros y las oligarquías vencidas, las voces de la América diversa, la
nuestra, la de todas y todos, hablan para los pueblos: para iluminar sus
caminos, para encontrarse en la hora de la marcha unida.
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