Paso a paso, utilizando todo todos los
métodos que están a su alcance mientras se llenan la boca con palabras
altisonantes pero huecas de defensa de la democracia, la derecha
latinoamericana intenta recuperar posiciones en cualquier lugar en donde vea un
flanco débil o desguarnecido. El golpe en Honduras, hace tres años, y ahora en Paraguay, así lo confirman.
Rafael
Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
Paraguay: un guión similar al de Honduras. |
Desde hace tres años, con el golpe de
Estado en Honduras, la derecha latinoamericana, en connivencia con los Estados
Unidos de América, dio un paso al frente y pasó de la defensiva a la ofensiva.
En efecto, hasta los infaustos
acontecimientos acaecidos en ese país centroamericano, las fuerzas progresistas
del subcontinente avanzaban firmemente ganando posiciones, que se expresaban en
la cada vez mayor simpatía que despertaba el ALBA y algunas de sus programas,
proyectos e instituciones asociadas, como Petrocaribe. En esos años, Guatemala
y Costa Rica, dos países con gobiernos que nadie podría tildar de izquierda,
mostraban interés en el ingreso a esa última organización; se avecinaban las
elecciones en El Salvador en donde el FMLN se perfilaba como el mejor
posicionado para ganar, y había recién pasado la reunión de la OEA en donde el
tema de Cuba y su expulsión de dicho organismo había dado un vuelco
espectacular, inconcebible en otras circunstancias que no fueran las que en ese
momento se vivían.
El golpe hondureño puso coto a ese
proceso de avance y sacó de su apabullamiento a la derecha latinoamericana.
Fue, además, un golpe sobre la mesa de los Estados Unidos de América, que
mostraron cuan falaces eran las posiciones que especulaban sobre la pérdida de
interés de la gran potencia del norte en esta parte del continente.
El golpe de Estado en el país
centroamericano también puso a la orden del día la nueva modalidad que asumiría
este tipo de acciones, que ahora utilizan diferentes instancias del aparato del
Estado en el que la derecha mantiene aún posiciones muchas veces estratégicas.
En el caso hondureño, el presidente
depuesto, Manuel Zelaya, provenía de las filas del Partido Liberal, uno de los
dos partidos tradicionales de los sectores dominantes de ese país. El
acercamiento del presidente hacia las posiciones de los sectores populares no
fue seguido por su partido que, a la postre, fue un factor determinante para
derrocarlo. Seguramente un factor que precipitó los acontecimientos fue las
simpatías que MEL Zelaya había despertado en el pueblo, lo cual se tornaba
peligroso en un momento en el que se aproximaban las elecciones presidenciales.
En Paraguay, aún con todas sus
especificidades, las circunstancias son parecidas: el Partido Liberal Radical
Auténtico, quen integraba la coalición de partidos que originalmente apoyaron a
Fernando Lugo para la presidencia, no soportó mucho un papel político alejado
de lo que es su verdadera naturaleza y se pasó a la oposición. Lo que intentan
ahora en el Congreso y el Senado no dista mucho de lo que hicieron los
congresistas hondureños hace tres años, y las consecuencias no serán tampoco muy
diferentes.
Paso a paso, utilizando todo todos los
métodos que están a su alcance mientras se llenan la boca con palabras
altisonantes pero huecas de defensa de la democracia, la derecha
latinoamericana intenta recuperar posiciones en cualquier lugar en donde vea un
flanco débil o desguarnecido.
No se trata, sin embargo, del mismo
desvalimiento en el que se en encontraban países como Guatemala en 1954 o Chile
en 1973. Hoy hay más acompañamiento, más gobiernos progresistas que apoyan a
Fernando Lugo, unos Estados Unidos que debe buscar más subterfugios para
implantar su voluntad. En Honduras pudieron hacerlo aunque hoy su pueblo siga
siendo acallado a sangre y fuego. Veremos qué sucede en Paraguay.
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