sábado, 29 de octubre de 2016

Guatemala: Huellas de un tiempo luminoso, Alfredo Guerra Borges

Murió Alfredo Guerra Borges, guatemalteco eximio que jugó un papel relevante en los diez años de primavera que vivió Guatemala entre 1944 y 1954, breve paréntesis en el perenne invierno político que nubla el horizonte de un país con paisajes resplandecientes.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Alfredo Guerra Borges
Al hablar de él se me viene inmediatamente a la mente también Edelberto Torres Rivas. Sus vidas tienen paralelismos relevantes, probablemente muchas más que las que voy a destacar en esta oportunidad en relación con Alfredo Guerra, que se nos ha ido dejando un vacío en un país en el que figuras menores y obtusas pueblan el paisaje nacional llenándonos de pesadumbre.

En los tiempos de la Revolución de Octubre estuvo cerca de Jacobo Árbenz Guzmán cuando fue presidente de la República entre 1951 y 1954, y contribuyó a fundar el partido de los comunistas guatemaltecos, el Guatemalteco del Trabajo, en 1949. Tenía, pues, una protagonismo político relevante que seguramente contribuyó al rumbo que tomó el proceso de modernización capitalista que se trataba de impulsar en el país, y que sus trogloditas enemigos anatemizaron como avanzada del comunismo en el Hemisferio Occidental.

Envueltos en el griterío de la Guerra Fría, los guatemaltecos democráticos sufrieron un golpe de estado en 1954 y Guerra Borges tuvo que abandonar el país junto a miles de compatriotas, porque en Guatemala se instauró un régimen represivo y obtuso que duró prácticamente toda la segunda mitad del siglo XX.

A partir de entonces, el país se trenzó en una batalla en la que los polos antagónicos no pidieron ni se dieron cuartel. La izquierda guatemalteca optó por el único camino que le dejaron, el de la lucha armada, y el estado guatemalteco fue copado por el Ejército, que lo transformó en una máquina represiva: el estado contraisurgente.

Guerra Borges no apostó por la vía armada pero decía no tener alternativas para ofrecer. Eso no significó renunciar a sus ideales democráticos, progresistas y de izquierda, pero se demarcó de la lucha que se desencadenó desde entonces y que llevó a que cientos de miles de guatemaltecos murieran, fueran secuestrados o tuvieran que salir, como él, al exilio.

Intelectual brillante, desarrolló su carrera profesional en México, país que acogió a tantos académicos y artistas que en su regazo florecieron y pudieron vivir lo que Guatemala les negaba. Perteneció a ese río caudaloso e imparable que ha drenado durante decenios el campo cultural, intelectual, artístico y político guatemalteco.

País que expulsa, madre descuidada, padre represivo, familia desperdigada.

Verlo, conversar con él, era añorar lo que pudimos ser y no fuimos. Ver la luz que nos habría iluminado de no habernos cercado la noche. Constatarnos argeñados habiendo podido ser árbol esplendoroso crecido libre y fecundo.

Reseñamos aquí, entonces, no solo una vida que de pronto cesa, sino una posibilidad frustrada en ella encarnada; una herida que no cierra; una frustración por nuestra insuficiencia.

En Guatemala, volver los ojos al pasado es mirar lo que debería ser el futuro. Es trágico decirlo después de casi sesenta años pero, si quisiéramos avanzar, deberíamos emular esos diez años primaverales.

Eso nos hace pensar la partida de Alfredo Guerra Borges. ¡Salud, Alfredo, muchas gracias por todo!

1 comentario:

Francisco Morales Santos dijo...

Si lejos de haberlo perdido en el exilio, que lo salvó de manos siniestras, hubiéramos tenido su magisterio por años, este sería otro país.