sábado, 1 de octubre de 2016

La paz: un acuerdo y algo más

El ejemplo de Colombia, poniendo fin a la guerra civil más antigua del continente, logrando que la última guerrilla se desarme y garantizándole a sus miembros sus derechos ciudadanos plenos, teniendo como antecedente la firma de la paz entre la guerrilla del Farabundo Martí y el gobierno salvadoreño (1992), debe servir para terminar la plena y real pacificación de la región.

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

Entre las múltiples noticias perturbadoras y angustiantes que atiborran los noticieros de la prensa internacional y nacional, hay una que es la excepción porque arroja un rayo de luz  en medio de la tiniebla que nos rodea. Se trata del “acuerdo de paz” firmado entre el gobierno colombiano, representado por el presidente constitucional de esa nación, Juan Manuel Santos,  y el líder máximo de la más importante y antigua guerrilla (FARC) de ese hermano país, Rodrigo Logroño (Timochenko). Se da así un enorme e importantísimo paso hacia una paz definitiva y justa en ese ensangrentado país. Y digo e insisto: “un primer paso” que, por más importante que sea, no por eso deja de ser eso y nada más que eso: UN PRIMER PASO.
 

En su historia, Colombia nunca ha tenido un período significativo  de paz; la  sangre y el dolor de miles y miles de inocentes ha sido siempre por desgracia  la tinta con que se ha escrito  la crónica histórica de ese cercano y querido  pueblo. Se trata, sin duda, de un grito de esperanza que se lanza a un mundo que peligrosa y vertiginosamente se desliza hacia el borde de un abismo que es nos más que una catástrofe apocalíptica. La importancia de este acuerdo la ha comprendido de inmediato la comunidad internacional, pues tanto el Secretario General de las Naciones Unidas, como más de una docena de jefes de estado se hicieron presentes acompañados  por la prensa internacional  en esa  bella Cartagena, no lejos de donde murió hundido en la desesperación el Libertador; esa Cartagena expresión, la más acabada,  de la cultura caribeña, corazón de esas gentes llamados “costeños” con mal disimulado tono de desprecio por parte de los “cachacos”. El lugar geográfico de hondo trasfondo histórico-cultural no  puede ser ignorado por quienes seguimos, con mezcla de angustia y esperanza, las vicisitudes de una paz mundial, que debe dejar de ser una simple quimera para convertirse en una utopía inspiradora de las más importantes decisiones políticas que inciden en los destinos de la humanidad. Cartagena forma parte del Caribe, al igual que Cuba y Venezuela, otros sitios donde se han escenificado procesos revolucionarios y que, por ello mismo, han sido objeto de una feroz agresividad imperial, pero donde hay que luchar para que prevalezca la paz. Ambos países fueron  firme apoyo, especialmente la Cuba revolucionaria de Fidel y Raúl, que contribuyó decisivamente a crear las condiciones políticas y diplomáticas para que se llegara a este histórico y trascendental acuerdo. Es en el Caribe donde deben forjarse los acuerdos que provean de un  paz definitiva y justa  a los pueblos del Nuevo Mundo y que, a su vez,  sirva de ejemplo e inspiración a todos los pueblos de la tierra.

Siempre he insistido en que el Caribe es a América (las dos) lo que el Mediterráneo ha sido para el viejo continente. Han sido por el  control de los mares mucho más que por la explotación de los territorios  la razón por la cual la guerra se ha convertido en “la partera de la historia”(Marx). Las guerras no se hacen principalmente para explotar o dominar territorios, sino para imponer el  control monopolístico de los mares y océanos, de los ríos y lagos; porque las vías por excelencia del comercio mundial están sobre las aguas mucho más que sobre las ruedas de las caravanas ayer, o los trenes, los  aviones  o los camiones hoy. El que es dueño de los mares es dueño del mundo. Por eso, si por desgracia se desatara en un futuro no lejano una guerra mundial lo será sin duda por  el control del Océano Pacífico, el más importante desde la década de los  años 80 del siglo pasado. ¿Sería un sueño de opio esperar que el acuerdo de Cartagena podría ser inspiración conducente a  un primer paso, no solo para una paz definitiva en Colombia y en el Caribe, sino también en el mundo entero?

La guerra del Medio Oriente, que ahora tiene como epicentro la histórica Siria,  podría ser tomada como punto de referencia para aspirar a lograr lo que se ha hecho en Cartagena; máxime que se acerca ya la hora definitiva de dar un viraje sin retorno en la dramática historia que ha tenido como escenario  la  maravillosa Cuenca del Mediterráneo y, con ello, del viejo mundo. La batalla de Alepo se está convirtiendo en el Stalingrado de esa guerra. La alianza Siria-Rusia-Irán y la participación de los kurdos y de Irak, está ganando política y militarmente esa guerra. Se acaban de reunir en Bratislavia los países de la Unión Europea para tratar de dar los primeros pasos en vistas a crear un ejército común independiente de la OTAN, aun cuando por el momento digan que no están en contra de la OTAN. Solo la “pérfida Albión” se opone. ¡Qué razón tenía ese gran patriota visionario que fue De Gaulle, al  insistir  en que  Inglaterra cumplía el traidor papel de Caballo de Troya de los intereses imperiales yanquis!

Esos mismos planes imperiales se esfuerzan igualmente por lograr que Japón vuelva a sus desvaríos imperiales, esta vez  armado por el Pentágono, para que sea la primera trinchera en el cerco en contra de una China que se prepara a pasos agigantados para convertirse en la  máxima potencia  mundial. Por eso, en los debates que han confrontado al demencial Trump con la sinuosa  Hillary, lo más grave son las amenazas en contra de China lanzadas por esa “bestia rubia” que es el esperpéntico candidato republicano. La correlación de fuerzas se inclina hacia una derrota de las fuerzas más retrógradas e imperiales de Occidente, lo cual implicaría el fin de la hegemonía que Occidente ha sustentado en la historia de la humanidad desde que los griegos  derrotaron a los últimos imperios del Oriente (Persia) en el siglo VI antes de nuestra era. Pero la paz que anhelan los pueblos de la tierra solo se logrará si avanzamos hacia la construcción de un estado planetario, cuyo primer paso se daría  reformando sustancialmente la estructura de las actuales Naciones Unidas  a fin de hacerlas más democráticas. Por ahora hemos llegado a una situación muy peligrosa, pues tenemos un Occidente cuyos síntomas inequívocos de decadencia lo convierten en la más grave amenaza a la sobrevivencia misma de la especie humana, sin que se haya logrado cuajar un frente progresista que le sirva de contrapeso.  Estamos en una etapa en que deben forjarse nuevas alianzas  que deben inspirarse en los mejores valores  éticos y cívicos. Solo si se cambia la mentalidad y se vuelcan las luces que arroja la ciencia y el ingente poder que provee la tecnología, no para hacer la guerra sino para preservar la vida en todas sus manifestaciones más auténticas, se logrará hacer realidad ese ideal, que ha inspirado a las mejores mentes y a los actos más heroicos de hombres y mujeres de ayer, de hoy y de siempre.

Para ello el primer paso es construir en nuestro entorno inmediato la paz. Y digo “entorno” porque si Nuestra América está dando el ejemplo de Colombia, poniendo fin a la guerra civil más antigua del continente, logrando que la última guerrilla se desarme y garantizándole a sus miembros sus derechos ciudadanos plenos, teniendo como antecedente la firma de la paz entre la guerrilla del Farabundo Martí y el gobierno salvadoreño (1992), este ejemplo debe servir para terminar la plena y real pacificación de la región. México vive un estado de guerra civil desde hace una década con cerca de 100 mil víctimas entre muertos y desaparecidos.  El pueblo mejicano nunca ha tenido la oportunidad de disfrutar del elemental derecho democrático de elegir libremente a sus gobernantes; siempre ha sido víctima de fraudes  descarados y masivos; por eso no ha tenido un período de paz total. Honduras  ha sido la clásica “banana republic”, lo cual se ha agravado  desde que el presidente constitucional Celaya fuera brutalmente despojado del poder; desde entonces ese hermano  y cercano país  vive en una orgía de sangre. Colombia misma debe enfrentar ahora a los grupos paramilitares y a poderoso sectores del ejército regular que harán lo imposible , apoyados política y financieramente por el uribismo, para socavar y nulificar los acuerdos de paz. Los Estados Unidos tienen un incontrolable nivel de violencia como se demuestra, no solo en las continuas matanzas de afrodescendientes por parte de la policía y con las matanzas que a diario perpetran jóvenes y gentes de todos los sectores de la sociedad civil por cualquier motivo, sino que el tráfico  incontenible de armas es  parte de un lucrativo negocio que se ha convertido en sostén del sistema financiero mundial.

Todo lo anterior no hace sino acrecentar la inconmensurable trascendencia del acuerdo de paz firmado en Cartagena, esa Cartagena que fuera el mayor mercado de esclavos provenientes de África en tiempo coloniales y que hoy lanza a la humanidad un grito de esperanza,  un rayo de luz. 

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