Un libro explora el pensamiento económico de San Juan Pablo II expresado en sus encíclicas, exhortaciones, cartas apostólicas y discursos ofrecidos en diversos ámbitos internacionales.
Carlos María Romero Sosa /
Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Eduardo Rafael Carrasco (1948-2013) fue un profesional de la economía
de firme concepción humanista, un probo funcionario público -con actuación en
áreas de su especialidad como la macroeconomía y la ética empresarial-, un
docente universitario que supo despertar el respeto y la admiración de sus
alumnos, un comunicador responsable y un formador de opinión a través de
programas en televisión por cable como “Padres de familia”. Y todas estas facetas de su personalidad eran
resultantes de un catolicismo militante y del consiguiente afán de “Instaurare
omnia in Christo”, según la consigna de San Pablo.
Sucede que este licenciado en economía, graduado en 1974 en la Universidad del
Salvador, dirigió su accionar académico y laboral a insuflar contenidos
sociales y morales a la ciencia de su especialidad: “toda actividad humana puede ser
vista desde el punto de vista ético”, escribió; y en efecto, su prédica y
acción en pos del bien común estaban en la antítesis de la visión del economicismo
aniquilador del sujeto, según los efectos prácticos de las devastadoras
experiencias del neoliberalismo, por ejemplo en tristes procesos llevados a
cabo en Latinoamérica.
Consecuente con su ideario humanista y humanitario se dio a estudiar
con especial interés el pensamiento económico de San Juan Pablo II expresado en
sus encíclicas, exhortaciones, cartas apostólicas y discursos ofrecidos en
diversos ámbitos internacionales. Resultado de ello fue la tesis doctoral que
Carrasco presentó con carácter póstumo a
la Universidad Católica de La Plata bajo el título: “San Juan Pablo II Maestro
de Economía” y que editó esa casa de estudios en un volumen de 420 páginas.
Demostró allí el doctorando a través de las muchas y oportunas citas
extraídas de esos y otros muchos documentos compulsados, que temas tales como
el desarrollo -el auténtico y sustentable
desarrollo que busca satisfacer las verdaderas necesidades populares, a
punto de ser llamado “ese nuevo nombre de
la paz” por Paulo VI en la encíclica “Populorum
Progressio”- o la cuestión de la deuda externa de los países pobres y lo relativo al trabajo humano y al salario
justo que enfocó el papa polaco en la encíclica “Laborem Excercens” de 1981,
aparecida a los 90 años de la “Rerum Novarum” de León XIII, sobre la situación
de los obreros, fueron preocupaciones
centrales en su pensamiento teológico y antropológico y por lo tanto
merecieron la exégesis de Eduardo Rafael Carrasco.
Podrá acordarse o no con ciertas visiones en materia social que, fiel
al magisterio de la Iglesia, “aggiornó” o a veces no tanto el pontífice, obrero
en su juventud, recientemente canonizado por Francisco. Así fue su previsible
rechazo a la lucha de clases de cuño marxista y por el contrario su impulso a
la cooperación entre los distintos estamentos de la comunidad. Claro que en
esta etapa de acumulación del capitalismo caracterizada por los oligopolios, la
cartelización, la rigidez de los mercados y la desatada especulación
financiera, resulta algo ilusorio plantear tal cooperación cuando en los países
dependientes, las burguesías se identifican cultural y económicamente con los
poderes internacionales y si pueden transfieren sus beneficios a paraísos
fiscales evadiendo las cargas tributarias locales con desatención a los más elementales
deberes de solidaridad social.
Naturalmente no hay absolutos al respecto y aquí y allá se ejercita la
responsabilidad social empresaria y hasta se dio la singularidad en el país de
la existencia y labor del empresario Enrique
Shaw hoy en proceso de canonización. Sólo que son excepciones
que no hacen a la desigual –en posibilidades- puja distributiva:
esa denominación actual y más digerible
de la lucha de clases.
Sin embargo y pese a poder observarse con objetividad, si no en los
escritos de Carrasco sí en la historia del extenso pontificado de Juan Pablo II
algunas posiciones políticas por cierto conservadoras, no hay que olvidar que
en la década de los 90 del pasado siglo, cuando muchos creían irreversible el
triunfo global del capitalismo y el fin de la historia proclamado por Fukuyama
-aquel asesor del presidente Reagan-,
apenas una voz, la del Vicario de Cristo, se elevaba al mundo para proclamar,
por ejemplo: “todo lo que está contenido
en el concepto de “capital” en sentido restringido es un conjunto de cosas. El
hombre como sujeto del trabajo, e
independientemente del trabajo que realiza, el hombre, él sólo, es una
persona.” Ya en la encíclica “Laboren Exercens” había manifestado: “el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de
la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de
personas; este signo determina su característica interior y constituye en
cierto sentido su misma naturaleza”; una valoración del hombre
y de su labor “pane lucrando”, por más humilde que esta sea, a tono con lo que
manifestó en una de las homilías
pronunciadas entre 1951 y 1971 y recogidas en su libro “Es Cristo que pasa”,
Josémaría Escrivá de Balaguer, -canonizado durante el ponficado de Wojtyla en
el año 2002-, un santo de nuestro tiempo cuya Obra tanto apreció el obispo
mártir salvadoreño Oscar Arnulfo Romero: “Es
hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y
que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según
los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El
trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre”.
Juan Pablo II recordó en una entrevista publicada en La Stampa de
Turín el 2 de noviembre de 1993, escandalizando sin duda a más de un ultra
integrista porque sabido es que tuvo por entonces la Iglesia sangrías desde la
derecha: “hay semillas de verdad incluso en el programa socialista que no deben
perderse. Los protagonistas del capitalismo a ultranza tienden a desconocer
incluso las cosas buenas realizadas por el comunismo: la lucha contra el
desempleo, la preocupación por los pobres”. Reclamó frente a los que
apostaban a un solo orden económico mundial: “La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y verdaderamente
eficaces pueden nacer solamente de las diversas situaciones históricas, gracias
al esfuerzo de todos los responsables”. Y
más allá de su discutible oposición a la Teología de la Liberación -con
algunos de cuyos representantes como el nicaragüense Ernesto Cardenal, fue más
duro que con los religiosos pedófilos-, también
con elocuentes símbolos de gestos y palabras, abrazó y besó a Don Helder
Cámara, el obispo de Recife tan calumniado por los terratenientes brasileños
que lo tildaron de “Obispo rojo”, y
lo proclamó ante el mundo: “hermano de los pobres y hermano mío”.
Seguramente muchos católicos comprometidos primero con la promoción
del hombre y los pueblos hacia los valores de la justicia, la paz, la educación
y la familia, según reza el documento
que suscribieron los obispos en Medellín
en 1968 y después con la opción preferencial por los pobres que explicitaron en
Puebla en 1979, en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano;
los creyentes probados en la unidad de acción por la justicia social y los
derechos humanos con sectores de la izquierda y ya libres de prejuicios de
pronunciar el término “socialismo”
aliviándolo por cierto de todo lastre materialista y cientificista, sentirán
hoy y habrán sentido ayer, como de hecho lo sentimos y lamentamos en su
momento, que se quedó algo corto aquel Papa víctima del nazismo y el
estalinismo, en sus críticas al capitalismo y a los gobiernos que mancillaban
los derechos humanos como la dictadura argentina. Pero son puntos de vista por
supuesto que bien vale confrontar con otras posiciones por demás
autorizadas. Así el magistrado y
tratadista en Derecho Laboral, Rodolfo Ernesto Capón Filas dijo en 2004, en su
voto en los autos “Salinas, N C/ Compañía de Telecomunicaciones y Seguridad
S.R.L y otros S/Despido”: “Juan Pablo II construye
el concepto de trabajo desde los orígenes eco-sistémicos hasta los alcances del
socio-sistema en lo referente a la personalidad del trabajador, a su familia, a
la Nación.”
Lo concreto es que este enjundioso libro de lectura y consulta para especialistas y
público en general, fruto de la pasión
por la verdad y la dedicación a fundamentarla, sin pretender el autor adueñarse
de ella con actitud dogmática; que esta tesis
doctoral resultado de buscar con
buena ciencia escolástica la coincidencia entre fe y razón podrá y deberá
situarse en las bibliotecas, por ejemplo, junto a la ya clásica obra del
religioso austriaco, jurista y teólogo
Johannes Messner: “Ética social, política y económica a la luz del
derecho natural”.
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