En el supremo debate
sobre el devenir del mundo y del planeta, la ecología política al nutrirse de
las cruentas luchas que se realizan en el laboratorio latinoamericano, está
aportando importantes novedades ante lo que cada vez más será un campo de
batalla entre “proyectos de muerte” y “proyectos de vida”.
Víctor M. Toledo / LA JORNADA
En estos tiempos de
emergencia planetaria y de máxima explotación social, el trabajo intelectual
para tener sentido debe cumplir dos requisitos. Uno es epistemológico, el otro
es político. El primero se refiere a dejar de estudiar la realidad de manera
fraccionada, obedeciendo a las parcelas de conocimiento que dominan en la
investigación especializada y monodisciplinaria. Hoy se debe abordar la
compleja realidad del mundo desde ópticas integradoras u holísticas y eso
supone la confluencia y colaboración de los científicos sociales con los
naturales, el rompimiento de las capillas de las disciplinas y el quiebre de
los sectarismos profesionales. El trabajo colectivo y articulado de los
investigadores es necesario para que fluya la verdadera orquestación de los
saberes. El segundo es político, y por ende cultural y ético. O los investigadores
e intelectuales trabajan para mantener y apuntalar el orden actual, que nos
lleva a todos hacia un colapso (tecnociencia al servicio del capital
corporativo), o realizan una ciencia con conciencia social y ecológica, una
ciencia ciudadana. Una ciencia para la liberación y emancipación. La ecología
política opera como nueva área del conocimiento que cubre ambas demandas. Por
ello se ha ido convirtiendo en un poderoso instrumento de análisis, que ha
terminado por conquistar a innumerables pensadores y corrientes de vanguardia
de la América Latina, continente en plena ebullición tanto en la dimensión de
las ideas como de las praxis políticas.
Su recorrido no es tan
reciente. Al menos debemos hablar de unas cuatro décadas dedicadas a la
construcción de esta nueva área de conocimiento. Aquí debe señalarse la
contribución de buen número de autores, así como la realización de eventos,
coloquios, seminarios y congresos, y la creación de colectivos de escala
regional. Entre los impulsores de este nuevo campo podemos citar a E. Leff, S.
Zermeño y Gian Carlo Delgado en México; a A. Escobar, A. A. Maya y J. Carrizosa
en Colombia; a H. Alimonda, W. Pengue y H. Sejenovich en Argentina; E. Gudynas
en Uruguay; G. Gallopin y A. Elizondo en Chile, y C. Cavalcanti y C.W.
Porto-Gonzalvez en Brasil. De especial importancia ha sido el impulso que desde
el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) se ha dado a esta
corriente, encabezado por Héctor Alimonda, recientemente fallecido, y cuya
visión y esfuerzo lo sitúan como el indiscutible promotor de una ecología
política latinoamericana. Entre los eventos que son dignos de citarse por su
impacto y repercusiones están el Congreso Latinoamericano de Ecología Política,
celebrado en Santiago de Chile en 2014, y el primer Congreso Latinoamericano de
Conflictos Ambientales organizado por la Universidad Nacional General Sarmiento
en Argentina, donde se presentaron cerca de 600 trabajos y se hizo un recuento
del “pensamiento ambiental del Sur”, que es el nombre del libro con las
conferencias magistrales del acto (en prensa). La última evidencia de este acto
de seducción regional ha sido el Seminario Latinoamericano organizado hace unos
días en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), que reunió a
investigadores de todos los campos del conocimiento (desde biólogos, agrónomos
y geógrafos hasta educadores, sociólogos, politólogos y antropólogos ) y a
dirigentes, militantes y actores políticos de Argentina, Bolivia, Ecuador,
Colombia y varias regiones de México.
La ecología política en
la región se ha ido ensanchando y consolidando en la medida en que las luchas
políticas relacionadas con la naturaleza han ido cambiando su epicentro: de las
áreas urbanas e industriales hacia las regiones rurales y agrarias. Esto ha permitido
la transición desde un ambientalismo urbano, clasemediero, eurocéntrico y un
tanto ingenuo, a una verdadera ecología política ligada y comprometida con lo
que J. Martinez-Álier llamó el “ambientalismo de los pobres” (véase mi olvidado ensayo sobre el tema en Nexos,
69, 1983). Ello ha sido acentuado con el retorno y la expansión del
extractivismo a lo largo y ancho de la región: minería, petróleo y gas,
biodiversidad, recursos forestales e hidráulicos, expansión carretera y aun
proyectos eólicos, solares y megaturísticos. Por ello la ecología política
latinoamericana está básicamente centrada en las luchas que los pueblos rurales
llevan a cabo en la defensa de su territorios, sus culturas y sus equilibrios
regionales. Aquí no debe olvidarse que en Latinoamérica viven unos 65 millones
de campesinos, la mayoría pertenecientes a pueblos indígenas que hablan mil 26
lenguas, además de una nutrida población afrodescendiente con una presencia
notable en Venezuela, Colombia y Ecuador, y de un mosaico de pueblos
tradicionales en Brasil. Tampoco puede obviarse el hecho de que la población
indígena de la región crece a tasas mucho mayores que la de los mestizos, y que
estas comunidades tradicionales detentan gigantescos territorios como es el
caso de Brasil, Perú, Colombia y México.
En lo general la ecología
política ha desatado amplios debates e innumerables reflexiones en torno al
destino de la región, ha desechado y sepultado el mito del desarrollo y el
crecimiento, ha tomado contacto con las propuestas andinas y mesoamericanas del
“buen vivir” o “la comunalidad”, ha inducido en cierta forma la aparición de la
“Encíclica Verde” (a través de las ideas ecoteológicas de Leonardo Boff), y ha
cuestionado tanto las políticas públicas neoliberales como las de los llamados
“gobiernos progresistas”. En esto último han sido notables las contradicciones
con los gobiernos de Brasil, Ecuador, Bolivia y Venezuela (que favorecieron los
grandes proyectos mineros, hidráulicos, de maíz y soya transgénicos, carne,
petróleo y gas), y su apoyo decidido a las resistencias locales y regionales
ante el avasallamiento de las grandes corporaciones favorecidas por los
gobiernos. Finalmente debe señalarse que en el supremo debate sobre el devenir
del mundo y del planeta, la ecología política al nutrirse de las cruentas
luchas que se realizan en el laboratorio latinoamericano, está aportando
importantes novedades ante lo que cada vez más será un campo de batalla entre
“proyectos de muerte” y “proyectos de vida”. Entre colapso y supervivencia.
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