sábado, 17 de junio de 2017

La integración en América Latina

Una integración desde el capitalismo, dirigida tanto por las clases dirigentes latinoamericanas vernáculas como por Washington, no sirve para el mejoramiento real de las mayorías explotadas.

Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

El siglo XXI: un nuevo tiempo

Estos últimos años hemos asistido a una época de neoliberalismo feroz y retroceso de conquistas por parte del movimiento de los trabajadores en todo el mundo. Caídos el muro de Berlín y el bloque socialista de Europa, el campo popular aún no termina de salir de su estado de shock; las izquierdas no encontramos claridad, proyectos claros que movilicen a las masas. Pareciera que la derecha, el gran capital, al menos de momento, tiene ganado este asalto del combate.
 
Las líneas que marcan el mundo en los finales del siglo XX y en los inicios del presente están dadas, por un lado, por la precarización en las condiciones de vida de las grandes masas en todos los continentes producto de ese triunfo omnímodo del gran capital sobre el campo popular, y por un unilateralismo militar irreverente por parte de la potencia ganadora de la Guerra Fría: Estados Unidos de América. Pero por otro, dada una lentificación en el ritmo de crecimiento económico de la gran superpotencia y en el aparecimiento de grandes bloques que le comienzan a disputar protagonismo, una nueva tendencia que también marca estos años es la recomposición del capitalismo a escala planetaria.

Estados Unidos sigue siendo en la actualidad la primera potencia económica mundial, con preponderancia en los diversos ámbitos de la vida: ciencia y tecnología, presencia militar, influencia política, imposición de su moneda como patrón dominante. De todos modos la pujanza de décadas atrás ha comenzado a detenerse. Junto a ello vemos que han aparecido en escena una Unión Europea con un euro fortalecido y un bloque asiático (con Japón y China a la cabeza, esta última con un crecimiento económico fabuloso), que se muestran como polos de mayor dinamismo, de mayor vitalidad que los Estados Unidos, y que sin dudas comienzan a hacerle sombra.

La competencia capitalista, al menos en principio, no parece llevar la opción bélica entre estos gigantes. De todos modos la guerra interimperialista continúa, y la modalidad que va tomando es la del desarrollo de grandes bloques de poder continental basadas, fundamentalmente, en la competitividad económica y científico-técnica con países centrales dirigiendo el proceso y otros satélites que lo secundan. La creación de grandes bloques comerciales (Unión Europea, Cuenca del Pacífico) parece marcar el rumbo de las próximas décadas.

En ese contexto surgió algunos años atrás en el gobierno de Estados Unidos la idea del ALCA -Área de Libre Comercio para las Américas- como presunta "integración" continental, aunque siendo, en realidad, un mecanismo de control hemisférico para afianzar su posición de potencia hegemónica para competir contra esos nuevos bloques emergentes.

ALCA: hacia la recolonización continental

Para los años 90, en Washington va surgiendo la idea de extender el entonces vigente Tratado de Libre Comercio de América del Norte -NAFTA, por sus siglas en inglés- hacia todo el continente americano. Aparece así el proyecto ALCA, Área de Libre Comercio para las Américas. Dicha iniciativa representaba un proyecto geopolítico del gobierno de Estados Unidos que, aunque comenzaba con la creación de una zona de libre comercio para todos los países del continente americano, buscaba en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de carácter supranacional que permitiera al mercado y las transnacionales estadounidenses una total libertad de acción en su ya tradicional área de influencia (su patio trasero latinoamericano). Los países que lo suscribirían tendrán que transformar en constitucionales los arreglos surgidos de esta normativa, viendo aún más debilitada su capacidad de negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de políticas de desarrollo.

Según expresara con total naturalidad Colin Powell, entonces Secretario de Estado de la administración Bush: "Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio." Dicho en otros términos: un continente cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado del dólar. Por supuesto que la dependencia se asegura también, en último término, en las armas (léase: sus bases militares que hoy atenazan todo el subcontinente, desde Centroamérica a la Patagonia, en un número desconocido pero no inferior a 70).

Considerando que todo esto es la esencia verdadera del mecanismo de integración que propone Washington, el ALCA no podría traer, en modo alguno, bonanza para Latinoamérica y el Caribe. La preservación de esas asimetrías básicas entre la economía estadounidense y las mucho menos desarrolladas economías latinoamericanas es vital para la estrategia hegemónica imperial, tanto como la multiplicidad de monedas regidas por el dólar y el mantenimiento de enormes brechas salariales. El ALCA pretendía ser, en definitiva, un mecanismo recolonizador.

Debido a trabas interminables que se dieron en las negociaciones a partir de los intereses de los grupos de poder latinoamericanos que chocaban con los grandes intereses estadounidenses, pero más aún -y fundamentalmente- por la tenaz oposición del campo popular a través de los distintos movimientos sociales de protesta a lo largo de todo el continente- el ALCA no pudo entrar en funcionamiento para el 1º de enero del año 2005 tal como estaba previsto. Ante ello la estrategia imperial ha sido establecer tratados regionales o bilaterales, siempre con la misma inspiración del tratado original, que a la postre le brinden similares resultados.

Así lograron establecer, a principios del 2005, el RD-CAFTA ("Tratado de Libre Comercio para América Central y República Dominicana"); y posteriormente diversos países fueron firmando tratados bilaterales, que mantienen en esencia lo originalmente buscado por el ALCA.

Ahora bien: si la integración se centra sólo en el lucro económico de las empresas, ningún beneficio para las grandes masas será tenido en cuenta, por lo que la integración no servirá para un genuino proceso de desarrollo social. Es necesaria, entonces, una integración basada en otros criterios. Pero el proceso de integración latinoamericana y de los países del Caribe es hoy, por diversas circunstancias, muy frágil.

¿Es posible la integración en América Latina?

Proyectos de integración dentro de América Latina ha habido muchos, desde los primeros de los líderes independentistas a principios del siglo XIX hasta los más recientes del siglo XX: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio -ALALC-, la Comunidad Andina de Naciones, el Mercado Común Centroamericano, la Comunidad del Caribe -CARICOM-. Recientemente, y como el proyecto quizá más ambicioso: el Mercado Común del Sur -MERCOSUR-, creado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia en 1996, al que se han unido posteriormente Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Sin contar, obviamente, con el intento de recolonización del ALCA, que en realidad es más un sumatoria de países bajo la égida de Washington que una genuina integración.

Hoy día, en un mundo globalizado con desafíos cada vez más grandes en lo económico, en lo científico y en lo tecnológico, en una sociedad mundial regida cada vez más por la información y el conocimiento de vanguardia, y en el marco del dominante sistema capitalista, las posibilidades de crecimiento y desarrollo como país independiente parecen ya imposibles. Ante ello se torna imprescindible entonces el impulso de bloques de naciones. Estamos quizá ante el comienzo del fin de la idea de Estado-nación moderno, surgida en los albores del mundo post renacentista con un capitalismo naciente. Hoy la historia se juega en términos de bloques, de grandes bloques de poder económico-científico-político. Es por ello imperioso reconocernos en Latinoamérica como un gran bloque con historia común, y sin dudas también con un destino común.

Las burguesías nacionales que se desarrollaron a partir de la independencia formal a principios del siglo XIX han estado siempre en una relación de dependencia/complicidad con las potencias extranjeras. Son socios menores de los capitales transnacionales, o comercian con ellos los productos primarios que produce la región, pero la idea de unidad hemisférica independentista no pasa por su proyecto.

El punto máximo en el planteo de integración de esas aristocracias es el actual proyecto de MERCOSUR. Hay que destacar que ese mecanismo se centra en la integración capitalista, siempre ajena a los intereses populares. Para los sectores explotados en verdad no hay diferencias sustanciales entre el MERCOSUR y el ALCA. Como correctamente analiza Claudio Katz: "Las clases dominantes de la región se asocian pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo. Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de transnacionalización. Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. El problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar individualmente". Dicho en otros términos: con el MERCOSUR no se pasa de "más de lo mismo".

Entendida la integración como una nueva puerta que trascienda el MERCOSUR, comenzó a tomar cuerpo la idea de una integración como proceso que pudiera conducir a alternativas al modelo capitalista. Para las burguesías locales la integración no pasa de ser un campo de negocios que refuerce su poder. Contrariamente, para el campo popular la unidad regional puede ser un paso para la construcción de otra sociedad más justa.

ALBA: hacia una integración popular y solidaria. ¿Un camino al socialismo?

Contrariamente a lo dicho hasta el hartazgo por la prédica neoliberal, la liberación del comercio no basta para lograr automáticamente el desarrollo humano. La expansión comercial no garantiza un crecimiento económico inmediato ni un desarrollo humano o económico a largo plazo. Es más: la liberación comercial no es, en modo alguno, un mecanismo fiable para generar un crecimiento sostenible por sí mismo ni para emprender una real reducción de la pobreza. De hecho, de los tres países firmantes del Tratado de Libro Comercio para América del Norte, solo los capitales estadounidenses se beneficiaron; a México y a Canadá no llegaron las prosperidades.

Es por eso que, pensando no tanto en el dios mercado y en el beneficio empresarial sino en los seres humanos de carne y hueso, en las poblaciones sufridas, marginadas, históricamente postergadas, y retomando el proyecto de patria común latinoamericana efímeramente levantado en el momento de las independencias contra la corona española así como contra la nueva iniciativa de dominación del ALCA, surgió la propuesta del ALBA -Alternativa Bolivariana para América-, posteriormente rebautizada Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (manteniendo siempre la sigla ALBA).

Esta nueva propuesta de integración fue presentada públicamente por el entonces presidente venezolano Hugo Chávez en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la isla de Margarita en diciembre del 2001; se trazaron ahí los principios rectores de una integración latinoamericana y caribeña basada en la justicia y en la solidaridad entre los pueblos. Tal como lo anuncia su nombre, el ALBA pretende ser un amanecer, un nuevo amanecer radiante.

El ALBA se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones, que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales.

La noción neoliberal de acceso a los mercados se limita a proponer medidas para reducir el arancel y eliminar las trabas al comercio y la inversión. Así entendido, el libre comercio sólo beneficia a los países de mayor grado de industrialización y desarrollo, y no a todos sino a sus grandes empresarios. En Latinoamérica podrán crecer las inversiones y las exportaciones, pero si éstas se basan en la industria maquiladora y en las explotación extensiva de la fuerza de trabajo, sin lugar a dudas que no podrán generar el efecto multiplicador sobre todos los grupos sociales, no habrá un efecto multiplicador en los sectores agrícola e industrial, ni mucho menos se podrán generar los empleos de calidad que se necesitan para derrotar la pobreza y la exclusión social. Por eso la propuesta alternativa del ALBA, basada en la solidaridad, trata de ayudar a los países más débiles y superar las desventajas que los separa de los países más poderosos del hemisferio buscando corregir esas asimetrías. Con estas características, un proceso de integración hemisférica realmente sirve a las grandes mayorías por siempre excluidas.

Como dijo el presidente Chávez sintetizando el corazón de la propuesta: "Es hora de repensar y reinventar los debilitados y agonizantes procesos de integración subregional y regional, cuya crisis es la más clara manifestación de la carencia de un proyecto político compartido. Afortunadamente, en América Latina y el Caribe sopla viento a favor para lanzar el ALBA como un nuevo esquema integrador que no se limita al mero hecho comercial sino que sobre nuestras bases históricas y culturales comunes, apunta su mirada hacia la integración política, social, cultural, científica, tecnológica y física".

Según publicación del diario La Nación, Buenos Aires, Argentina, del 13-9-05: "Las materias primas y las manufacturas de origen agropecuario acaparan actualmente las ventas de Latinoamérica. Conforman el 72% de las exportaciones argentinas, el 83 % de las bolivianas, el 83% de las chilenas, el 64% de las colombianas y el 78% de las venezolanas. La especificidad mexicana (81% de exportaciones manufactureras) es engañosa, porque el país se ha especializado en el ensamble de partes sin valor agregado, que las maquiladoras intercambian con las casas matrices estadounidense. Únicamente Brasil constituye una relativa excepción, ya que en su canasta de exportaciones las materias primas constituyen el 52% del total". Para muchos países de América Latina y El Caribe la actividad agrícola es, por tanto, fundamental para la supervivencia de la propia nación. Las condiciones de vida de millones de campesinos e indígenas se verían muy afectadas si ocurre una inundación de bienes agrícolas importados, aún en los casos en los cuales no exista subsidio por parte del gobierno federal de Estados Unidos. Hay que dejar claro que la producción agrícola es mucho más que la producción de una mercancía. Es, en todo caso, un modo de vida. Por lo tanto no puede ser vista ni tratada como cualquier otra actividad económica o cualquier producto sin su correspondiente cosmovisión cultural. El ALBA, justamente, intenta rescatar ese punto de vista.

El ALBA es, de momento, una buena intención, pues aún no está afirmado en su posición, Con la coyuntura que se ha venido dado recientemente en varios países del área, con la reaparición de gobiernos neoliberales proclives a Washington, las posibilidades de profundizar una alianza alternativa está algo en entredicho. De todos modos, en esa línea superadora del libre comercio y endiosamiento del mercado pueden inscribirse ya importantes pasos: los convenios de cooperación suscritos entre Cuba y Venezuela son un ejemplo. Pero hay más aún en esta intención integracionista: la incipiente comunidad energética con Petrocaribe y Petrosur, la integración en la comunicación con el canal televisivo teleSur, las surgentes ideas de un Banco del Sur, de una Universidad del Sur, de unas Fuerzas Armadas del Sur. Es decir: movimientos concretos que nos acercan y nos unen como pueblos contra la estrategia hemisférica de recolonización por parte del imperio y contra los mecanismos de unión aduanera capitalista del MERCOSUR.

La propuesta de integración en esta línea de pensamiento, de todos modos, es mucho más ambiciosa: entre otras cosas, por ejemplo, apunta a crear un gigante petrolero latinoamericano -Petroamérica-, que bien podría convertirse en punta de lanza de un amplio proceso de integración económica de la región cuestionando seriamente el monopolio energético que manejan las grandes compañías petroleras, estadounidenses en su gran mayoría.

La construcción del socialismo en un solo país se ha demostrado sumamente dificultosa; en nuestra región, Cuba resistió, constituyéndose en un ejemplo admirable para el mundo, pero a un costo que hoy se demuestra muy alto. Ello lleva a pensar en las posibilidades reales actuales de construir el socialismo en solitario. La República Bolivariana de Venezuela, con un socialismo mucho más matizado que el cubano, resiste como puede los embates del imperio y del capitalismo global, abriéndose interrogantes sobre su futuro inmediato. Hoy día, ante el surgimiento de grandes bloques de poder, pensar en desarrollos nacionales autónomos parece casi imposible, a partir de lo cual surge la casi obligada necesidad de impulsar procesos regionales como opción con posibilidades reales de concreción.

Una integración desde el capitalismo, dirigida tanto por las clases dirigentes latinoamericanas vernáculas como por Washington, no sirve para el mejoramiento real de las mayorías explotadas. De ahí que las renovadas ideas de integración -en buena medida aportadas por el actual proceso bolivariano de Venezuela- marcan un importante camino alternativo. Una integración basada en principios de solidaridad y desarrollo genuino para los pueblos es, en estos momentos, un enorme paso hacia delante en términos políticos y sociales. La revisión crítica del ahora fenecido "socialismo real" del campo europeo, del chino incluso, la propuesta de un nuevo socialismo, el socialismo del siglo XXI (que nunca se terminó de definir exactamente), todo ello, sin renunciar a los postulados tradicionales del materialismo histórico, debe ayudar a buscar nuevos perfiles. Y ahí entra en escena esta nueva idea de la integración: no la integración comercial, sino la integración desde abajo, la de los pueblos, evaluando las dificultades del desarrollo nacional autónomo hoy día[1].

El ideario socialista, aunque en este momento ha sido duramente castigado y todo el campo popular sufre los efectos de una derrota política significativa con los planes de capitalismo salvaje vigente, no ha muerto. Por el contrario, las causas que lo generaron siguen totalmente actuales. En todo caso, de lo que se trata en este momento, es de buscar nuevas vías alternas para construir una iniciativa socialista posible. Los pueblos unidos, buscando la integración solidaria para todos y no sólo aquella que beneficie a los tradicionales grupos de poder, podremos construir un mundo más justo. En ese sentido la nueva idea de integración latinoamericana, no comercial sino solidaria, puede ser un importante camino socialista.

Bibliografía

Borón, Atilio (2008) "Socialismo del siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo?"; Buenos Aires: Ediciones Luxemburg.
Caballero, M. (1988) "La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana", Caracas: Editorial Nueva Sociedad.
Colussi, M. (compilador) (S/F) "Sembrando utopía. Crisis del capitalismo y refundación de la humanidad". Edición digital en Revista Albedrío. Material disponible en: http://www.albedrio.org/htm/documentos/vvaaSembrandoutopia.pdf. Visitado el 2/6/15
Figueroa Ibarra, C. (2010). "En el umbral del posneoliberalismo. Izquierda y gobierno en América Latina". Guatemala: F&G Editores.
Katz, C. (2006) "El porvenir del socialismo". Caracas: Monte Ávila Editores.
Luxemburgo, R. (1918) "La revolución rusa". Edición digital disponible en http://www.tiemposcanallas.com/la-revolucion-rusa-rosa-luxemburgo-1918/. Visitado el 6/4/15
Moraria, L. (2014) "La guerrilla de La Azulita. (Leyenda y realidad). Circunstancias históricas de la lucha social en Venezuela y su trascendencia en la llamada Revolución Bolivariana (1958-2013)". Caracas: Ediciones Leonardo Moraria.
Rodríguez Elizondo, J. (1990) "La crisis de las izquierdas en América Latina". Caracas: Editorial Nueva Sociedad.
Varios autores (1999) "Fin del capitalismo global. El nuevo proyecto histórico". México: Editorial Txalaparta.




[1] ¿Es posible construir el socialismo en un solo país en la actualidad? Quizá podría ser factible tomar el poder a nivel nacional, desplazar al gobierno de turno en forma revolucionaria y establecerse como nuevo grupo gobernante con un planteo de izquierda, pero eso no significa necesariamente una transformación en términos de relaciones de fuerza como clase de los trabajadores y oprimidos. Además, dado el grado de complejidad en el proceso de globalización y la interdependencia de todo el planeta, es imposible construir una isla de socialismo con posibilidades reales de sostenimiento a largo plazo. En ese sentido los planteos revolucionarios deben apuntar a pensar en bloques, espacios regionales. La idea de Estado-nación entró en crisis y hay que revisarla críticamente desde las propuestas de izquierda. El ejemplo de los distintos socialismos que se intentaron construir en el transcurso del siglo XX, o el socialismo bolivariano actual, nos da alguna pista al respecto: se pueden comenzar procesos muy interesantes, fecundos, imprescindibles incluso; pero eso es un preámbulo del socialismo. De todos modos, todo ello no debe inmovilizarnos y hacernos pensar en que hay que abandonar las luchas nacionales. De momento nuestra unidad de acción son espacios nacionales, y ahí debemos trabajar, planteándonos todos estos problemas como los nuevos retos. La integración regional es una vía a explorar.

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