sábado, 3 de junio de 2017

Llegó la hora de Venezuela

Está en juego Venezuela la posibilidad de que se desate un proceso de revancha, del cual ya se ven algunos actos: el quiebre interno de un país con zonas paramilitarizadas, una guerra civil, una victoria estratégica del imperialismo norteamericano en América Latina.

Marco Teruggi  / ALAI

Llegó la hora Venezuela. Se desprende del análisis de todas las variables puestas sobre la mesa. La derecha, conducida por sectores como Voluntad Popular y Primero Justicia, cortó todo diálogo -ya no reconoce al Vaticano como intermediario- y sostiene cómo única solución posible la realización de elecciones generales adelantadas. Ha llamado abiertamente a la rebelión civil, y denunciado la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente hecha por Nicolás Maduro como ilegal. No participará, hará lo posible para impedir su realización, y profundizará en conflicto callejero.

Ese es el discurso para los medios de comunicación nacionales e internacionales, la direccionalidad pública del escenario que pusieron en marcha a principios de abril. Es la superficie, donde están en una suerte de “épica por la libertad”, de la cual su base social movilizada está absolutamente convencida. Son más de 50 días de frontalidad, donde no han crecido en cantidad, pero han logrado sostener una conflictividad de gran impacto -impensable sin el sobredimensionamiento hecho a través del andamiaje comunicacional.

Lo peligroso, sin embargo, está en las sombras que emergen con furia: está en marcha un plan insurreccional conducido en las calles por el paramilitarismo, que ya golpeó en aproximadamente diez ciudades del país. Las imágenes y testimonios están ahí, se trata de incendio de hospitales, instituciones públicas, locales de partidos chavistas, saqueos y destrozos de centros de ciudades -Socopó-, intento de control territorial armado prolongado de algunas zonas -San Antonio de Los Altos-, ataques a cuarteles militares y de policía -siete en un solo día en Barinas-, asesinatos de dirigentes chavistas, toques de queda -San Cristóbal-, amenazas a comerciantes y transportistas -Los Teques-, intento de cortar el suministro de alimentos a Caracas. Son formaciones paramilitares que no se identifican, y se mueven por el territorio con el objetivo de instalar jornadas de asedio y terror en puntos claves del país.

Es una operación de guerra preparada durante años. Allí está el plan real de la derecha que se propone sostener un nivel cada vez más agudo en las formas de violencia con varios fines. Uno: elevar la confrontación civil a puntos tales como el de linchar e incendiar en plena calle a un joven por ser sospechoso de chavista. Dos: desencadenar enfrentamientos armados civiles. Tres: asediar Caracas. Cuatro: controlar, en los hechos y cómo símbolo, porciones de territorio. Cinco: empujar el país al caos. Seis: lograr la intervención extranjera descubierta -la encubierta ya está en marcha.

No existe, en estos momentos, llamados capaces de desandar esa agenda. Los Estados Unidos dieron luz verde, y el gobierno colombiano -retaguardia del paramilitarismo- mueve sus piezas en función de esa estrategia. El bloque enemigo no se ha resquebrajado: partidos de derecha, ganaderos, grandes empresarios, episcopado, y ha sumado elementos claves, como la Fiscal General, nueva figura de la avanzada golpista. Es ahora o nunca, ellos mismos lo dicen. Llegó la hora Venezuela.

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El margen de maniobra por parte del chavismo es pequeño. El llamado a la Asamblea Nacional Constituyente -que tendrá sus elecciones en el mes de julio- es una posibilidad de reagrupar fuerzas en los territorios y reactivar a un movimiento atrapado en gran medida por sus lógicas más burocráticas. Debía ser, en primer lugar, una forma de obligar a la derecha a volver al canal democrático: los resultados no son los esperados. La radicalidad de la insurrección va en ascenso. ¿Cómo convivirán dos tiempos opuestos, uno electoral con otro incendiario armado? Algo se abre cada vez más, solo se encuentra para chocar.

Resulta difícil realizar pronósticos con proyección a más de pocos días. Una semana es una inmensidad en esta Venezuela. Se siente en las noticias, las redes sociales, las declaraciones, los muertos que aumentan casi a diario -ya son más de 55-, cada nueva jornada de ataque de la derecha que se eleva en su dimensión militar, cada nueva presión internacional, cada investigación que ahonda en la estructura insurreccional en movimiento. Se prepara el asalto final, el que abrirá las puertas a la revancha que buscará cenizar todo rastro del chavismo -intentarían que no quede ni el nombre.

El chavismo -muchas veces gigante miope e invertebrado, como decía John William Cooke- tiene fuerzas para resistir. En algunos pueblos se han organizado brigadas comunales para defender las instalaciones públicas y populares. En varios puntos del país se realizan asambleas en los barrios para debatir el proceso constituyente: ahí ponen gran parte de su táctica quienes apuestan a una reacumulación de fuerzas en vistas de los posibles escenarios por-venir. En algunas zonas populares donde la derecha quiso generar destrozos, fueron los mismos vecinos quienes los echaron. Existe un tejido popular vivo, aun con las dificultades económicas que no cesan y son una de las razones principales de la tendencia a la desafiliación política.

Pero el punto débil no está -sin caer en idealismos de sujeto- en las bases del chavismo, sino en la dirección del movimiento: parece seguro que la resistencia llegará, ya está en marcha, por debajo, no así en el nivel de muchos de los que hoy dirigen.

Existen críticas -que no son nuevas y figuran por escrito- y también la certeza acerca de dónde estar en esta hora donde todas las variables se condensan en búsqueda del quiebre. Quienes, en cambio, han optado por el silencio, o por una condena al chavismo por su, dicen, “autoritarismo” -al tiempo que llegaron a calificar a esta derecha como “controversial”- indican la necesidad urgente de revisar la misma noción de izquierda y de intelectual. Cuanto más se necesitan aportes que permitan comprender y actuar, es cuándo se ve la pobreza crítica y política de muchos de quienes ocupan el espacio simbólico de la intelectualidad. Es en estos momentos cuando se ve con claridad quienes están, y quienes pasan para el otro lado -declararse por fuera del conflicto y apelar en abstracto a la “defensa del pueblo”, es ilusorio, cómplice y muchas veces cobarde.

Está en juego Venezuela la posibilidad de que se desate un proceso de revancha, del cual ya se ven algunos actos: el quiebre interno de un país con zonas paramilitarizadas, una guerra civil, una victoria estratégica del imperialismo norteamericano en América Latina. Es momento de defender, de abandonar prácticas traicioneras de la intelectualidad, jugarse -como lo han hecho varios- preguntarse qué se puede hacer para apoyar un proceso político que lo necesita con urgencia. El mundo visto desde Venezuela se achica, el tiempo y las posibilidades también.

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