El
desafío que el chavismo y el proceso bolivariano plantearon a la derecha
venezolana y regional despertó fantasmas y demonios que ahora se manifiestan en
toda su perversa dimensión: el odio de clases, el racismo, la xenofobia, el
fascismo y el anticomunismo redivivos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
“Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte”.
Juan Gelman.
El juego en que
andamos.
Si
los años noventa del pasado siglo fueron los de la resistencia y la
recomposición del tejido, en medio de la deriva ideológica que supuso el
derrumbe del llamado socialismo histórico,
las dos primeras décadas del siglo XXI tendrán que ser reconocidas como las de
una transformación democrática –popular, participativa, incluyente y solidaria-
sin referentes similares en la historia de América Latina. En este proceso,
cuyo cariz bolivariano y martiano es innegable, han sido determinantes las
contribuciones de los nuevos movimientos sociales, de los pueblos indígenas y
de partidos y organizaciones política, como el por ejemplo el Foro de Sao
Paulo, que lograron articular empeños e impulsar proyectos de futuro común para
la región.
Un
hito fundamental en ese relato emancipador, que hoy nos quieren arrebatar y
destruir mediante la manipulación mediática, corresponde al triunfo electoral
de Hugo Chávez en Venezuela, en 1998. En efecto, con la Revolución Bolivariana
reverdecieron las ideas de la unidad nuestroamericana, de la integración
regional múltiple y diversa, del antiimperialismo y el posneoliberalismo, que
muy pronto se granjeó apoyos, solidaridades y forjó alianzas en el Caribe,
Centro y Suramérica. En un hermoso ejercicio de independencia y soberanía, las
victorias electorales –alentadas por aquella primer conquista- dejaron de ser
un sueño lejano y se sucedieron una tras otra en Brasil, Argentina, Uruguay,
Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, El Salvador; nacieron el ALBA, UNASUR y
CELAC, y el panamericanismo imperialista tuvo que replegarse.
El
desafío que el chavismo y el proceso bolivariano plantearon a la derecha
venezolana y regional despertó fantasmas y demonios que ahora se manifiestan en
toda su perversa dimensión: el odio de clases, el racismo, la xenofobia, el
fascismo y el anticomunismo redivivos, que
apelan a la violencia (con bandas terroristas y paramilitares, como las que se
emplean para derrocar al presidente legítimo Nicolás Maduro) para imponer sus
intereses, aunque ello implique desconocer los principios elementales de la
democracia que dicen defender. No se puede perder de vista este aspecto, ahora
que la Revolución Bolivariana libra una desigual batalla contra cárteles
mediáticos, grupos económicos conjurados con el imperialismo, y aprendices de
genocidas que no dudan en sabotear la economía nacional ni en usar niños y
jóvenes pobres como carne de cañón.
En su
poema El juego en que andamos, Juan
Gelman escribió: “Si me dieran a elegir, yo elegiría / esta inocencia de no ser
un inocente, / esta pureza en que ando por impuro”. Puestos a elegir en la actual coyuntura
latinoamericana, y de Venezuela en particular, donde se disputa el futuro de la
Revolución y la sobrevivencia y continuidad del giro progresista y
nacional-popular, nosotros no tenemos dudas. Aquí y ahora, no caben los
equívocos ni las falsas solidaridades: optamos por la paz y la democracia
popular y participativa, por el aliento emancipador con que las y los venezolanos han
venido labrando su destino en estos 18 años de lucha y revolución. Optamos por
la vida y la esperanza frente al repertorio de muerte y de mentira de la restauración
neoliberal conservadora.
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