sábado, 10 de junio de 2017

Venezuela y nuestra América: El juego en que andamos

El desafío que el chavismo y el proceso bolivariano plantearon a la derecha venezolana y regional despertó fantasmas y demonios que ahora se manifiestan en toda su perversa dimensión: el odio de clases, el racismo, la xenofobia, el fascismo y el anticomunismo redivivos.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

“Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte”.
Juan Gelman.
El juego en que andamos.

Si los años noventa del pasado siglo fueron los de la resistencia y la recomposición del tejido, en medio de la deriva ideológica que supuso el derrumbe del llamado socialismo histórico, las dos primeras décadas del siglo XXI tendrán que ser reconocidas como las de una transformación democrática –popular, participativa, incluyente y solidaria- sin referentes similares en la historia de América Latina. En este proceso, cuyo cariz bolivariano y martiano es innegable, han sido determinantes las contribuciones de los nuevos movimientos sociales, de los pueblos indígenas y de partidos y organizaciones política, como el por ejemplo el Foro de Sao Paulo, que lograron articular empeños e impulsar proyectos de futuro común para la región.

Un hito fundamental en ese relato emancipador, que hoy nos quieren arrebatar y destruir mediante la manipulación mediática, corresponde al triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela, en 1998. En efecto, con la Revolución Bolivariana reverdecieron las ideas de la unidad nuestroamericana, de la integración regional múltiple y diversa, del antiimperialismo y el posneoliberalismo, que muy pronto se granjeó apoyos, solidaridades y forjó alianzas en el Caribe, Centro y Suramérica. En un hermoso ejercicio de independencia y soberanía, las victorias electorales –alentadas por aquella primer conquista- dejaron de ser un sueño lejano y se sucedieron una tras otra en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, El Salvador; nacieron el ALBA, UNASUR y CELAC, y el panamericanismo imperialista tuvo que replegarse.

El desafío que el chavismo y el proceso bolivariano plantearon a la derecha venezolana y regional despertó fantasmas y demonios que ahora se manifiestan en toda su perversa dimensión: el odio de clases, el racismo, la xenofobia, el fascismo y el anticomunismo redivivos,  que apelan a la violencia (con bandas terroristas y paramilitares, como las que se emplean para derrocar al presidente legítimo Nicolás Maduro) para imponer sus intereses, aunque ello implique desconocer los principios elementales de la democracia que dicen defender. No se puede perder de vista este aspecto, ahora que la Revolución Bolivariana libra una desigual batalla contra cárteles mediáticos, grupos económicos conjurados con el imperialismo, y aprendices de genocidas que no dudan en sabotear la economía nacional ni en usar niños y jóvenes pobres como carne de cañón. 

En su poema El juego en que andamos, Juan Gelman escribió: “Si me dieran a elegir, yo elegiría / esta inocencia de no ser un inocente, / esta pureza en que ando por impuro”.  Puestos a elegir en la actual coyuntura latinoamericana, y de Venezuela en particular, donde se disputa el futuro de la Revolución y la sobrevivencia y continuidad del giro progresista y nacional-popular, nosotros no tenemos dudas. Aquí y ahora, no caben los equívocos ni las falsas solidaridades: optamos por la paz y la democracia popular y participativa, por el aliento emancipador con que las y los venezolanos han venido labrando su destino en estos 18 años de lucha y revolución. Optamos por la vida y la esperanza frente al repertorio de muerte y de mentira de la restauración neoliberal conservadora.

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