sábado, 24 de junio de 2017

¿Adónde va la América?

En este momento, y dada la correlación de fuerzas que impera en la región, las izquierdas y demás fuerzas progresistas han cedido la iniciativa política y una suerte de inercia nos arrastra al compás de los planes que se urden en Washington y que ponen en práctica sus aliados dentro de cada uno de nuestros países. Vivimos a la defensiva, en la resistencia, cubriendo varios flancos a la vez.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

“¿Adónde va la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola”.
José Martí, Madre América (1889)

Poco a poco, como volviendo a tiempos que –quizás con un exceso de optimismo- creíamos superados, la dinámica política y el curso de los acontecimientos están desplazando el espacio de las disputas sobre el devenir de América Latina de nuestras latitudes meridionales, como había sido la tónica durante la última década al menos, hacia el Norte revuelto y brutal que nos desprecia, al decir de José Martí. Hacia la sombra tutelar y conspirativa de Washington y los entresijos del Departamento de Estado, que han pescado en el río revuelto de los errores y dificultades de los gobiernos progresistas y nacional-populares.

La vocación de vasallaje de las élites gobernantes, vieja vergüenza de nuestra historia, hoy se nos revela una vez más en su doble condición de tragedia y farsa, que no otra cosa ha sido la puesta en escena de la Asamblea General de la OEA en Cancún, y los espurios preparativos a los que concurrieron numerosas cancillerías, posiblemente sometidas a la diplomacia de la extorsión y el chantaje, para adherir al guión intervencionista de la Casa Blanca. Salvo en los peores años de persecución ideológica durante la Guerra Fría, y de acoso sistemático a la Revolución Cubana, que desembocaron en la expulsión de Cuba de este organismo en 1962, no se recuerda una campaña similar a la que ahora se ensaya contra Venezuela.

Que la OEA recupere su protagonismo como foro de resolución de conflictos continentales, tan solo evidencia el avance del panamericanismo imperialista,  ese que ahora se expresa descarnadamente, sin modales ni artificios como los que caracterizaron las dos administraciones de Barack Obama. Los halcones de Trump muestran sus garras (como recién lo hicieron contra Cuba, en un teatro de Miami), escupen amenazas y reivindican, mesiánicamente, el Destino Manifiesto como pretendidos defensores de la “democracia” y la “civilización” en el hemisferio.

En la otra cara de la moneda, los organismos de la integración regional múltiple y diversa de nuestra América, que fueron determinantes para contener los reiterados empeños golpistas y desestabilizadores que llevaron adelantes las derechas antidemocráticas en los últimos años, en Paraguay, Honduras, Ecuador y Bolivia; o para mediar en conflictos bilaterales como los de la Venezuela de Hugo Chávez y la Colombia de Álvaro Uribe,  han caído en el ostracismo, o bien, sus mecanismos de acción política se han debilitado por los cambios de gobiernos y las plazas tomadas por la restauración neoliberal (Argentina, Brasil).

Como lo explican Ava Gómez y Camila Vollenweider, investigadoras del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, “desde el 31 de enero de este año, la Unasur está acéfala, y su funcionamiento prácticamente se ha reducido a lo elemental, al menos en contraste con el protagonismo político que tuvo desde su fundación hasta finales de 2016. (…) En lo que va del año, sólo 2 de los 12 Consejos Sectoriales se han reunido, y ha sido por cuestiones técnicas, vinculadas a educación y a infraestructura. (…) A diferencia de hace casi una década, hoy la Unasur carece de la férrea voluntad política de buena parte de sus miembros para reposicionarla como el principal espacio de interlocución política e integración regional”. Otro tanto podría decirse de la CELAC, instancia que pretendía establecerse como contrapeso a la influencia histórica de los Estados Unidos en los asuntos latinoamericanos y caribeños, pero que no termina de consolidarse y sus miembros –salvo Cuba y recientemente Venezuela- no cortan el cordón umbilical que les une al panamericanismo de la OEA.

Está claro, pues, que en este momento, y dada la correlación de fuerzas que impera en la región, las izquierdas y demás fuerzas progresistas han cedido la iniciativa política y una suerte de inercia nos arrastra al compás de los planes que se urden en Washington y que ponen en práctica sus aliados dentro de cada uno de nuestros países. Vivimos a la defensiva, en la resistencia, cubriendo varios flancos a la vez.

Cómo recuperar la audacia que marcó los primeros años del siglo XXI nuestroamericano, en medio de un contexto global de prolongada crisis capitalista y con preparativos de una Tercera Guerra Mundial en el horizonte, es la gran pregunta de nuestro tiempo. Sabemos adónde no queremos volver: al pasado neoliberal que ahora se disfraza de futuro. Pero esta certeza, por sí sola, todavía no nos alcanza para reencontrar, en la diversidad de las luchas y experiencias, los caminos emancipadores que reclama nuestra América.


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