Quienes atacan a Marx
lo hacen porque su obra sigue abierta al desarrollo en su confrontación
constante con una realidad que evoluciona y cambia sin desmentirla.
Guillermo Castro Herrera / Especia
para Con Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
“Después del mar, lo más admirable de
la creación es un hombre. El nace como arroyo murmurante, crece airoso y
gallardo como abierto río, y luego – a
modo de gigante que dilata sus pulmones, se encrespa ciego, y se calma generoso - ¡genio espléndido de
veras, que sacude sobre los hombros tan regio manto azul, que hunde los pies
monstruosos en rocas transparentes y corales!; ¡genio híbrido y extraño que cuando se mueve
se llama tormenta, y cuando reposa,
noche de luna en el Océano, lluvia de plata, y plática de estrellas sobre el mar.”
José Martí[1]
En el último párrafo de su discurso ante la tumba de Karl Marx,
Federico Engels recalcó que éste había sido “el hombre más odiado y más
calumniado de su tiempo.” Los gobiernos, dijo, “lo mismo los absolutistas que
los republicanos, le expulsaban”, al tiempo que los burgueses, “lo mismo los
conservadores que los ultrademócratas, competían en lanzar difamaciones contra
él.” Y ante esa hostilidad, concluyó,
Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña,
no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía.
Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa
revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas
de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos
adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de
los siglos, y con él su obra.[2]
Ni esa hostilidad ha
cesado, ni el nombre de Marx, y su obra, han dejado de ser relevantes. No puede
ser más evidente, por ejemplo, que si por un lado se da por muerto a Marx y su
obra, por el otro el anticomunismo goza de una excelente salud. Aun así, no es
el caso discutir aquí la letanía constante acerca de la superioridad de los
dogmas del neoliberalismo sobre los del comunismo soviético. Quienes atacan a
Marx lo hacen porque su obra sigue abierta al desarrollo en su confrontación
constante con una realidad que evoluciona y cambia sin desmentirla. Por lo
mismo, ese desarrollo –en cuanto a la capacidad de la obra de Marx para
contribuir a transformar la realidad, y no simplemente a interpretarla- es el verdadero tema a dilucidar.
En esto, puede ser
bueno recordar cuáles han sido, y son, las circunstancias en que ese desarrollo
ha tenido y tiene lugar. Hay una condición histórica: esa obra ha tomado cuerpo
y dirección en el marco del proceso de formación, y de transformaciones, del
primer y único mercado mundial creado por la especie humana en su historia de
al menos cien mil años. Y hay una circunstancia cultural: aquella que llevó a
Vladimir Lenin a plantear, en 1913, que la doctrina de Marx había surgido “como la continuación directa
e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía,
la economía política y el socialismo”, como heredera legítima de “la filosofía
alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.”[3]
Hacia 1933, Antonio Gramsci ampliaría esa reflexión, señalando que la
filosofía de la praxis presuponía “todo este
pasado cultural, el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la
revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el
liberalismo laico y el historicismo que está en la base de toda la concepción
moderna de la vida.” Y, desde allí, culminaría su razonar indicando que
La filosofía de la praxis es la coronación
de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, dialectizado en el
contraste entre cultura popular y alta cultura. Corresponde al nexo Reforma
protestante + Revolución francesa: es una filosofía que es también una política
y una política que es también una filosofía.
Lenin está allí con Marx, por
supuesto, pero ambos se encuentran en una compañía más rica y nutrida que la
del planteamiento de 1913. La importancia que esto tiene para nosotros los
latinoamericanos no puede ser subestimada. José Carlos Mariátegui lo había
captado ya en nuestros propios términos en 1928, cuando advirtió que él y sus
compañeros de lucha y generación, vinculados entre sí en torno a la revista
Amauta, no deseaban “que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser
creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro
propio lenguaje, al socialismo indo-americano».[4] Y antes de esa frase – que
tanto tiene de mandato – había hecho una observación que esclarece su sentido,
y lo que implica en términos de tarea para nuestro tiempo:
El socialismo no es, ciertamente, una doctrina
indo-americana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni
puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el
capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un
movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven
dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con
una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la
universalidad. Indo América, en este orden mundial, puede y debe tener
individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares.
Lo que hay entre nosotros de individualidad y estilo incluye, por
ejemplo, la tradición liberal democrático - revolucionaria, que encuentra su
primera gran expresión en José Martí y desemboca en nuestro tiempo –como tanto lo
ha reiterado Fernando Martínez Heredia– en la necesidad de que el socialismo
latinoamericano sea la expresión, también, de la necesidad de culminar en
nuestras sociedades el proceso de liberación nacional secuestrado por el Estado
Liberal Oligárquico y negado hoy por sus émulos neoliberales. En esa
individualidad y ese estilo desempeñan un papel de primer orden, también, la
herencia cultural y social, y la lucha política, de los pueblos originarios y
del campesinado afroamericano y mestizo de nuestra América, como lo hacen
también la tradición cristiana de compromiso con los oprimidos que alienta en
esa creación tan de nosotros que es la Teología de la Liberación.
La lista podría ser más larga, por supuesto, pero lo que cuenta es
la especificidad de nuestros vínculos con el mundo del que formamos parte, y la
del momento en que nos encontramos en el ejercicio de esos vínculos. Aquí
también podemos recurrir al diálogo con Gramsci. En su proceso de desarrollo, nos
dice, la filosofía de la praxis atravesaba en la década de 1930 lo que llamaba su
“fase popular”, en la que, ante la dificultad de “suscitar un grupo de
intelectuales independientes” mediante “un largo proceso, con acciones y
reacciones, con adhesiones y disoluciones y nuevas formaciones muy numerosas y
complejas”, ella seguía siendo
la concepción de un grupo social
subalterno, sin iniciativa histórica, que se amplía continuamente, pero
desorgánicamente, y sin poder sobrepasar un cierto grado cualitativo que está
siempre más allá de la posesión del Estado, del ejercicio real de la hegemonía
sobre la sociedad entera, que es lo único que permite un cierto equilibrio
orgánico en el desarrollo del grupo intelectual.
En esa circunstancia, la filosofía de la praxis tendía a
convertirse ella misma “en ‘prejuicio’ y ‘superstición’”, que expresaba tanto “el
aspecto popular del historicismo moderno” como “un principio de superación de
ese historicismo.” [5]
Se estaba entonces ante “una fase de
transformaciones” en la que “de la ganga popular se seleccionaba el metal de
una nueva clase”.
Fue desde una visión semejante que, en 1881, advirtió José Martí
que estábamos “en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de
elementos, no de obra enérgica de elementos unidos”, en los cuales estaban
luchando las especies “por el dominio en la unidad del género.”[6] La ebullición está de
vuelta, y la lucha de las especies se renueva hoy, en busca de remedio a los
males de nuestro tiempo. Tal es el río en que hemos devenido; tal, la mar a que
nos lleva; tales, las tareas que demanda nuestra circunstancia.
Panamá, 1 de junio de 2017
[1] Martí, José: Obras
Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. XIX, 15: “Apuntes”. [ c. 1875 – 1877]
[2] Engels, Federico: “Discurso ante la tumba de Marx”, (17 de marzo, 1883). https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm
[3] Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo [1913].
www.aporrea.org/internacionales/a154624.html
[4] Mariatégui, J.C.: “Aniversario y balance” [1928], en Ideología
y política. Obras Completas.
Lima, 1979. 13 - 249
[5] Gramsci,
Antonio, 1999: Cuadernos de la Cárcel.
Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana.
Ediciones ERA, México. V, 16 / Temas de cultura / 1933 - 1934, p. 264.
[6] Cuadernos de Apuntes, 5 (1881). Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1975. XXI, 164.
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