Con su nueva política,
atizada por la mafia no sólo anticastrista sino sobre todo antipatriótica de
Miami, esa que no tiene reparo alguno en provocar sufrimientos a su pueblo con
tal de promover su ilusoria agenda contrarrevolucionaria, Trump comienza a
desandar el camino iniciado por Barack Obama.
Atilio Borón / Página12
En Miami, Trump canceló el acuerdo bilateral Cuba-Estados Unidos. |
A Donald Trump lo
acechan tiempos difíciles. Sus bravatas de campaña siguen en el plano de la
retórica y no se traducen en hechos. Lo esencial de su promesa: el retorno de
los empleos que emigraran a China y otros países de bajos salarios ha caído en
oídos sordos de los CEO de las grandes transnacionales estadounidenses que
pagan en aquellos países la décima parte del salario que deberían oblar en
Estados Unidos para obreros que, además, trabajan más de ocho horas diarias y
están expuestos a muchos más accidentes de trabajo. El muro que dividiría la
frontera entre México y Estados Unidos tiene remotas posibilidades de
concreción, y no sólo por su fenomenal costo, cinco o seis veces superior al
que anunciara Trump en su campaña. Aparte, fue condenado públicamente por el
Papa Francisco y por Angela Merkel en su reciente visita a México. El escándalo
del “rusiagate”, aunque sea una farsa montada por sus enemigos dentro de
Estados Unidos, se yergue como una letal amenaza a su permanencia en la Casa
Blanca. En el Congreso suenan tambores de guerra reclamando un juicio político
al nuevo presidente. Tampoco lo ayudan los oscuros negocios de su yerno y la ni
clara incompatibilidad de intereses entre su emporio empresarial y su función
como presidente.
La ruta de escape ante
tantas tribulaciones internas ha sido la usual en estos casos: un gesto de
reafirmación de su autoridad en la escena mundial, para demostrar que el
gigante todavía está allí y que en cualquier momento puede pegar un zarpazo
brutal. Un bombardeo sin sentido -y con sorprendente mala puntería- a un
aeropuerto en Siria como para decir “aquí estamos” en un escenario cada vez más
dominado por la presencia de Rusia e Irán o arrojar sin ton ni son la “madre de
todas las bombas” en una zona remota y despoblada de Afganistán. Por último, un
amenazante desplazamiento de la Flota del Pacífico hacia las proximidades de
Corea del Norte en represalia por sus experimentos misilísticos, movida que quedó sólo en eso ni bien Tokio y Seúl
advirtieron al bocón de Washington que la capacidad retaliatoria de Pyongyang
podría provocar enormes daños en varias ciudades de Japón y Corea del Sur.
Y ahora Cuba, esa vieja
y enfermiza obsesión que frustró a once presidentes norteamericanos y que ahora
está a punto de cobrarse una nueva víctima en la persona del magnate
neoyorquino. Con su nueva política, atizada por la mafia no sólo anticastrista
sino sobre todo antipatriótica de Miami, esa que no tiene reparo alguno en
provocar sufrimientos a su pueblo con tal de promover su ilusoria agenda
contrarrevolucionaria, Trump comienza a desandar el camino iniciado por Barack
Obama. Lo hace, hasta ahora, de manera parcial: las embajadas quedan abiertas,
muchas operaciones comerciales seguirán su curso y los cubano-americanos
continuarán visitando la isla. Pero esta estúpida regresión a los tiempos de la
Guerra Fría, a un pasado que ya no volverá, ocasionará nuevas complicaciones
para el ocupante de la Casa Blanca.
Por una parte, porque
reavivará las llamas de la tradición antiimperialista de Martí y Fidel,
profundamente arraigada en el pueblo cubano que cualesquiera sean sus opiniones
sobre la Revolución rechaza visceralmente las ambiciones coloniales de su
vecino. Por otra parte, al reinstalar trabas a las relaciones económicas entre
las empresas norteamericanas y Cuba, Trump abrirá un nuevo frente de conflicto
al interior de Estados Unidos. Y esto es así porque son muchos los empresarios
-en la agricultura, comercio, hotelería, aviación, informática, etcétera- que
consideran a los trogloditas de Miami una rémora impresentable e
irrepresentativa de la gran mayoría del exilio económico cubano, cuyas absurdas
pretensiones les cierran una atractiva fuente de negocios y favorecen a sus
competidores de otros países.
Habrá que ver lo que
pueda ocurrir con la nueva política de Trump cuando estos poderosos actores
locales de la política norteamericana presionen sobre la Casa Blanca para
defender sus intereses. O cuando el estadounidense común y corriente se dé
cuenta de que de ahora en más podrá seguir viajando sin restricciones a Corea
del Norte, Sudán, Siria e Irán, países incluidos como “estados fallidos” por el
Departamento de Estado, pero no a Cuba. Lo más probable es que se fastidiará y
que pensará que tenían razón los 35 profesionales de la Asociación Psiquiátrica
Americana cuando dieron a conocer una carta abierta en el New York Times
asegurando que el nuevo presidente “muestra indicios de una severa enfermedad
mental”.
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