La cumbre
del G-20 en Buenos Aires convoca al análisis acerca de los conflictos que se
están desarrollando entre las potencias mundiales. El principal es el
enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Su raíz no es una “guerra
comercial” o la irrupción de una figura política polémica como Donald Trump. El
fondo del conflicto es sobre proyectos distintos de esas dos potencias en el orden
mundial. La nueva Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos define a
China como competidora estratégica y desafiante de los valores e influencia
estadounidenses.
Andrés Ferrari Haines / Página12
Los presidentes de China, Xi Jinping, y de Estados Unidos, Donadl Trump. |
La
adecuada comprensión del conflicto entre Estados Unidos y China requiere
descartar dos falsas interpretaciones: una de que se trata de una “guerra
comercial”; otra que se genera por la personalidad peculiar del Presidente de
Estados Unidos y que, además, va a contrapelo de los deseos en su propio país.
Claro que Donald Trump puede pasar y que el combate se inicia a partir
decisiones económicas en su aspecto comercial. Pero el fundamento de la disputa
es mucho más profundo y por lo tanto se trata de una cuestión que será duradera
y que podrá manifestarse en otros aspectos además del comercial. El fondo del
enfrentamiento es un conflicto insoluble sobre visiones o proyectos distintos
del orden mundial que son incompatibles, aunque puedan llegar a convivir.
Mientras la futurología de la trayectoria del conflicto está siempre abierta y
difusa, es pertinente su análisis, que aquí toca solamente la visión de Estados
Unidos del mismo.
Orden mundial
A
pesar de la expresión “Guerra comercial” que definiría el conflicto, Trump
anunció, diciembre pasado, los cambios en su política comercial en el documento
de la futura estrategia de Seguridad Nacional en que China es calificada como
competidora estratégica y desafiadora de los valores e influencia de Estados
Unidos. Trump anuncia que aplicará medidas comerciales contra sus rivales –es
decir, China– que hacen violaciones en este ámbito. Pero informe también acusa
a Pekín de cuestionar las normas internacionales y manifestó la preocupación
del fracaso de décadas de esfuerzos de Estados Unidos para permitir que China se
integre en el orden internacional y se liberalizara. Los líderes del Partido
Comunista de China fueron acusados ??de intentar extender las características
del sistema autoritario del país, de robo de propiedad intelectual y buscar la
expansión de su modelo de economía.
En
resumen, China fue acusada de país ‘revisionista’ que pretende modelar el mundo
de acuerdo a sus valores e intereses que son diferentes de los norteamericanos
–o sea, establecer un orden mundial diferente al diseñado luego de la Segunda
Guerra Mundial por Estados Unidos–.
Así,
lo que se debe entender es cómo la “guerra comercial” es en realidad para
Estados Unidos un conflicto de Seguridad Nacional y de definición de Orden
Mundial.
Conflictos
Se
entiende que el orden mundial actual surgió de la Paz de Westfalia de 1648 que
puso fin a la desgastante Guerra de 30 años, en la cual prácticamente toda
Europa se confrontó sin tregua. En realidad, era una continuidad de diversas
confrontaciones que hacían parte de la vida cotidiana europea desde hacía
siglos, que se venían agudizando fuertemente desde que Carlos de Habsburgo
unificó gran parte del continente y procuró conquistar –mediante el proyecto de
“Monarquía Universal”– el resto de Europa respaldado por la inmensa plata que
extraía del recién conquistada América.
Westfalia
así sancionó el acuerdo que había sido una mera tregua en la Paz de Augsburgo
(1555) entre católicos y protestantes que estipulaba Cuius regio, eius religió
–a grosso modo “a tal rey, tal religión”–. Es decir, el principio de no
intervención en asuntos internos de un Estado, concepto de soberanía que se
considera –no sin controversias– está detrás el sistema moderno internacional
de Estados–Nación.
No
es que esto se haya respetado, en la práctica después de 1648; más bien lo
contrario, no sólo se hizo más frecuente, sino también los conflictos se
convirtieron de mayor envergadura en todos los sentidos hasta su ápice con la
Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas que, al transformar al siervo
feudal en ciudadano–soldado en defensa de la “patria”, definió la
transformación moderna de la soberanía de Westfalia como autodeterminación de
los pueblos.
Estado-nación
Entre
Westfalia y la caída de Napoleón (1815) con generosidad conceptual podrían
señalarse unos pocos Estados europeos en ese sentido moderno (Holanda,
Inglaterra-Reino Unido, Portugal, Suiza). Desde entonces, el proceso se acentúa
luego de sobrepasar el Sistema Mitternich acordado en el Tratado Viena entre
los Ancient Régimes europeos que sólo consiguieron contornarlo hasta mediados
del siglo XIX.
Pero
en el continente americano esa transformación social la inauguró Haití y tomó
fuerza después en el resto de América Latina. Claro, el caso inicial fue
Estados Unidos en 1783 cuyo pueblo había cortado la sujeción colonial
británica. Así, el concepto del Estado–Nación como expresión de un pueblo libre
se encuentra íntimamente ligada a la visión de orden mundial estadounidense.
Woodrow Wilson intentó aplicarlo en la fallida
Liga de las Naciones después de la Primera Guerra Mundial y luego fue
incorporado a la actual Naciones Unidas tras la Segunda. Según expresa la Carta
de Naciones Unidas, todos los miembros son de “igualdad soberana” más allá de
su tamaño o poder por lo que “nada puede autorizar la intervención en asuntos
que son básicamente dentro de la jurisdicción doméstica de cualquier Estado”.
Este
concepto de “a cada pueblo, su Estado-nación” fue impulsado por Estados Unidos
en las descolonizaciones europeas y tras la caída de la Unión Soviética.
Control
Pero
la continuidad entre el concepto de orden mundial de Westfalia y el actual
promovido por Estados Unidos presenta una importante diferencia. Como observa,
en su Orden mundial: Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso
de la historia (2014), el perspicaz Henry Kissinger, Westfalia constituyó una
acomodación práctica a una realidad: ningún Estado conseguía dominar al resto
porque existía un control mutuo de todos los demás frente al que les amenace su
existencia con su expansión (la “Razón de Estado” del Cardenal Richelieu). Es
decir, el reconocimiento que existía un balance o equilibrio de poder entre los
Estados europeos. Aquí, Kissinger apunta que no hubo una motivación moral
detrás de Westfalia. Aquí entiende Kissinger que reside una diferencia crucial
entre este proyecto de Orden Mundial europeo del que germinaría en el “Nuevo
Mundo”: el Orden Mundial surgido desde Estados Unidos no reconocía enemigos y
procuraba la convivencia pacífica entre todos los Estados.
Mientras
el modelo europeo generó políticas externas calculistas en base al “interés
nacional”, la política externa de Estados Unidos sería fundamentalmente
“moral”. En este aspecto, los estadounidenses se consideran diferentes al resto
del mundo y portadores de una moral superior que deben preservar y extender por
todo el planeta.
El
requisito de convivencia pacífica mundial para Estados Unidos no consistiría en
un cierto equilibrio de poder, si no en la verificación de ciertos valores
morales en las distintas sociedades. Dicho de otra forma, que las demás
sociedades sean semejantes a su sociedad. Así, está dada “la frontera”; y más
allá de ella se encuentra “un otro” que, por ser diferente, se convierte en
“amenaza”. Esto porque entiende que su principal valor moral es la “libertad”.
Un
país “libre” tendría sus instituciones: democracia, libre mercado, régimen
republicano, libre expresión. Los Estados que no las tienen, no son libres y,
por lo tanto, constituyen una amenaza para el país. Frente a este peligro, urge
a Estados Unidos actuar para preservar y extender sobre el mundo sus valores,
fundamentalmente, libertad.
Seguridad nacional
Es
decir, a diferencia de los Estados-Nación europeos que, tanto antes como
después de Westfalia, intervinieron sobre otros para colonizarlos, Estados
Unidos sólo lo hace por una cuestión de seguridad nacional para liberarlos de
quién les impide ser libres. Por eso, como el propio Kissinger admite, Estados
Unidos cuestiona la idea de no intervención como amoral cuando un Estado sufre
un dominio interno que reprime las libertades. Pero una vez logrado este
objetivo, no pretende colonizarlos, si no retirarse para que estén en
condiciones de adoptar las instituciones que representan la libertad.
Estos
conceptos y prácticas han sido constantes en Estados Unidos, desde el Discurso
de despedida de la presidencia de Washington –que consideran la piedra
fundamental de la política externa del país hasta hoy– pasando por Doctrinas
como las de Monroe y de Truman, como también intervenciones como las de Cuba y
Hawaii. Esto porque la preservación de valores americanos es mejor servida
mediante el rol policial mundial de Estados Unidos.
Es
el proyecto de Jefferson del Imperio de Libertad que plasma el concepto
kantiano de libertad perpetua logrado mediante la continua expansión de un
Estado dominando a los otros que, en carne y hueso, lo sufrieron los “indios”
en la llamada “Conquista del Oeste” tomados prácticamente como parte de la
naturaleza salvaje, a la par de los búfalos y el desierto, cuya mera existencia
amenazaba el destino manifiesto de asentar la sociedad libre en su proyección
hacia el Océano Pacífico.
Como
la antigua discusión marxista respecto a la posibilidad de existencia del
socialismo en un sólo país, la expansión histórica arrolladora de Estados
Unidos expresa el temor de la posibilidad del libre mercado capitalista en un
sólo país. Un sistema social alternativo –“el otro diferente”– a sus ojos
constituye una amenaza porque su sola existencia puede derivar en la extensión
de este orden social sobre el mundo colocando en riesgo la existencia de la
sociedad libre estadounidense. El lugar de los indios sería luego sucesivamente
ocupado por las potencias europeas colonizadoras, los alemanes, los nazis y
fascistas, los japoneses, los soviéticos, el fundamentalismo islámico. Y, en
las últimas dos décadas, en forma creciente, China.
China
Ya
bajo Obama, las expresiones que se aproximaba un inevitable conflicto con China
para preservar el orden mundial liberal estadounidense son grandes. Un caso es
Michael Pillsbury que fue parte del grupo exclusivo de Estados Unidos de
Richard Nixon y Henry Kissinger que recompusieron las relaciones con China en
1971.
Desde
entonces, como él mismo expresa en su best seller de 2015 The Hundred-Year Marathon,
ha representado su país y tenido más acceso a documentación privilegiada china
“que cualquier otro occidental”. Considera que, desde Nixon, los representantes
de su país han querido a ayudar a una China víctima del imperialismo occidental
a cualquier costo. Se considera parte de los que compraron la visión amistosa
de los chinos creyendo que necesitaban tiempo para erguirse. Ahora, afirma
Pillsbury, queda claro que “no quieren ser como nosotros”: “China ha fallado en
satisfacer todas nuestras rosadas expectativas”. Señala que China ha
aprovechado toda la ayuda que desinteresada y gratuitamente Estados Unidos le
otorgó durante décadas en la forma de información sensible, tecnología,
conocimiento militar, ayuda económica y comercial para que, en cambio, proseguir
subrepticiamente su propio plan de cien años.
Este
consistiría en que el Partido Comunista Chino en 2049, celebrando el Centenario
de su Revolución, recoloque al país en dónde estaba hasta sufrir el siglo de
humillación a partir de la Guerra del Opio en 1844 desde que Inglaterra y
Francia iniciaron su desmembramiento: en el centro del mundo. Pillsbury procura
alertar de ese modo a sus compatriotas que, en su orgullo creen que la
aspiración de todo país es ser como Estados Unidos, que China viene acelerando
el cumplimiento de su ambicioso proyecto, que también sería “el más
sistemático, gigantesco y peligroso fracaso de inteligencia en la historia
americana”.
*
Profesor UFRGS (Brasil).
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