sábado, 19 de julio de 2025

Cultivos transgénicos: de tecnologías imprecisas a falsas promesas (II)

 En la primera parte de este artículo tratamos de demostrar, cuán falsas han resultado las promesas de las empresas biotecnológicas que están detrás de los cultivos transgénicos y cuán peligrosa y riesgosa resulta también para la salud humana y los ecosistemas del planeta, esta tecnología imprecisa, impredecible y obsoleta. 

Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

También nos referimos a la revolución transgénica como una extensión de la fracasada Revolución Verde, a los dos únicos rasgos genéticos lucrativos que más le interesan a las empresas de la biotecnología, a la posibilidad real de contaminación de plantas silvestres o convencionales con los genes de  las transgénicas, así como consideramos la supuesta inocuidad de los alimentos transgénicos tan difundida por sus defensores, con esa convicción tan soberbia, tan parecida a la de aquellos tiempos, en que se aseguraba que los plaguicidas químicos no afectaban el ambiente, los cigarrillos no representaban ninguna nocividad para la salud y el asbesto-amianto no era un producto cancerígeno. Esta parte la concluimos expresando la necesidad de anteponer el 
principio de precaución, sobre el consumo animal y humano de alimentos transgénicos e impulsar con mayor énfasis las producciones agroecológicas.
 
En esta segunda parte abordaremos la existencia de cambios o mutaciones en el genoma de una planta por la inserción de genes extraños, el concepto de equivalencia sustancial como anillo al dedo para justificar la transgénesis, los reportes de daños por el consumo de alimentos transgénicos, algunos de los principales fracasos de las técnicas de la ingeniería genética, así como el disparate de la tecnología de la restricción genética del uso (GURTS) y las más recientes propuestas tecnológicas que en este campo se promueven, como una “solución” a las imperfecciones e imprecisiones de las modificaciones transgénicas.
 
Está más que claro que la ingeniería genética no garantiza que otros rasgos vegetales específicos, que no son objetivo de la manipulación, puedan verse afectados por la gran complejidad que rodea los procesos reguladores del metabolismo de las plantas. De modo que está técnica puede provocar muchas mutaciones en el genoma de una planta e inducir cambios en la actividad, funciones y comportamiento de genes ya existentes en un vegetal. Pese a estas realidades, las principales empresas de la biotecnología conducen pruebas, para desarrollar cultivos transgénicos alimenticios que produzcan fármacos, agrocombustibles o compuestos químicos de uso industrial. ¿Adónde queda con esto la tan cacareada promesa de combatir el hambre que existe en el mundo con las plantas transgénicas?
 
El entusiasmo de la ingeniería genética por la manipulación de seres vivos con fines enteramente lucrativos, la condujo a intentar producir vegetales que actuaron como detectoras de minas terrestres o vacunas contra el cólera o la hepatitis B; un arroz modificado para producir medicinas para combatir la diarrea infantil y otras enfermedades en los niños y otro con genes humanos que una empresa italiana Transactiva SRL quiso sembrar en el 2011. Asimismo, en el año 2010 científicos holandeses crearon carne de cerdo dentro de un laboratorio, a partir de células de un musculo de un cerdo vivo. Con ello creían reducir el sufrimiento animal, las emisiones de metano a la atmósfera y darle “alimento” a millones de personas con tan solo unos cuantos cerdos.
 
El ámbito de los vinos y las cervezas no han quedado por fuera de ese entusiasmo, porque ya en el 2007 se reportó una modificación de una levadura, a través de la introducción de dos genes de ADN para eliminar sustancias químicas en el vino rojo, que se cree son responsables del dolor de cabeza que algunas personas manifiestan. Hoy existen levaduras genéticamente modificadas para la industria cervecera, que agregan sabores de frutas como guayaba y maracuyá, otras sirven para producir una cerveza agria; hasta hay una que elimina el diacetilo de algunos tipos de cerveza. Son levaduras editadas genéticamente donde sobresalen las empresas Berkeley Yeast, de Oakland, California y Omega Yeast Labs de Chicago.
 
Los métodos de la biotecnología moderna no permiten conocer la ubicación en el genoma del vegetal del material genético introducido, así como tampoco el número de copias del transgén incorporado. Esto presupone alteraciones moleculares y metabólicas importantes. Sin embargo, la mayoría de los cultivos transgénicos que se comercializan hoy, están clasificados como sustancialmente equivalentes, lo que exonera a las compañías multinacionales de realizar pruebas para descartar sus efectos dañinos en animales.
 
Con el principio de equivalencia sustancial se quiso establecer la seguridad los cultivos transgénicos, cuando al compararlo en una evaluación de riesgos con su alternativa o pariente más cercano no transgénico, se encuentran más similitudes que diferencias no deseadas o significativas; resultados estos que dependen más de la intervención de expertos, que de métodos científicos como tales. Este principio fue creado para que los alimentos y cultivos transgénicos fueran considerados como similares a sus contrapartes convencionales y se les aplicará el mismo marco regulatorio, sin considerar en ningún momento la presencia de residuos de plaguicidas, sustancias alergénicas o tóxicas. 
 
Se arguye así que los alimentos transgénicos al ser equivalente sustancial con los otros alimentos, no necesitan de una reglamentación específica sobre sus impactos en la salud humana. Esto a pesar que los alimentos que consumimos de origen convencional, tienen un efecto sobre nuestros genes, de modo que los genes de los transgénicos los tendrán también.
 
Desde 2017 existen estudios que demuestran de manera contundente, la existencia de diferencias significativas o relevantes entre los cultivos genéticamente modificados y los convencionales, lo que sugiere la imposibilidad de tratarlos como sustancialmente equivalentes. Casi todas las comparaciones efectuadas entre variedades de maíz transgénico con sus pares convencionales, están demostrado que no son sustancialmente equivalentes. En los transgénicos se ha encontrado un aumento considerable de los compuestos químicos putrescina y cadaverina, que se forman durante la ruptura de aminoácidos en animales muertos y un aumento notable de las reacciones alérgicas. 
 
Junto al principio de la equivalencia sustancial en los cultivos y alimentos transgénicos, se encuentra firmemente entre sus defensores y compañías productoras, la resistencia al etiquetado de sus creaciones, que es obligatorio en muchos lugares como la Unión Europea, Japón, Rusia, Australia y otros. Y es que etiquetar los alimentos transgénicos es tan necesario, como en su momento lo fue la advertencia de daños a la salud que sale en las cajetillas de cigarros, después que miles de personas han enfermado o muerto por cáncer producido por tabaco. Lo mismo ha sucedido con los agrotóxicos, cuando se justificaban para supuestamente alimentar a todo el planeta. Millones de hambrientos desmienten diariamente hoy esa falaz argumentación. Un ejemplo de hasta donde está dispuesta la industria biotecnológica para oponerse al etiquetado, ocurrió en el estado estadounidense de California, donde llegaron a gastarse en el 2013 la suma de 40 millones de dólares.
 
Como es de conocimiento general, la salud o las enfermedades de las personas no dependen de su dotación genética, cualidad que solo puede interpretarse, en todo caso, como predisposición, sino, sobre todo, de su alimentación y el ambiente en que desarrollan sus condiciones de vida y trabajo. Precisamente de la importancia de la alimentación en el estado general de salud de una persona, se derivan todas las preocupaciones sobre los riesgos que entrañan los alimentos transgénicos. Diversos estudios han demostrado que ellos, en particular el maíz manipulado genéticamente, afecta de manera directa el funcionamiento de diferentes órganos, como el corazón, riñones, hígado, bazo, entre otros.
 
Asimismo, investigaciones independientes del bioquímico Arpad Pusztai y del biólogo molecular Gilles-Eric Seralini publicadas en 1999, encontraron en ratas alimentadas con papas transgénicas, daños en muchos órganos como el corazón, riñones e hígado, así como en el cerebro, en el sistema inmunológico y en el desarrollo de un páncreas agrandado. Ambos científicos, como ya es costumbre, fueron fuertemente desacreditados por la poderosa industria de los transgénicos. 
 
En el año 2012 científicos de Noruega revelan que en un estudio de toda una década alimentando ratas, cerdos y salmones con alimentos transgénicos, encontraron cambios importantes en sus sistemas digestivos y en otros órganos esenciales, como pulmones, riñones, páncreas y otros. Mientras, en 2016 en Egipto, unos médicos hallaron en animales de experimentación daños inflamatorios y hemorrágicos en el intestino delgado a diferentes niveles, cuando consumieron en su dieta un 30% de maíz Bt. Lo cierto es que cada día aumentan las pruebas de la inestabilidad genética, que experimentan los transgénicos en todo el mundo. 
 
Entre los fracasos más sonados de la ingeniería genética se mencionan el maíz Starlink (resistente a herbicidas e insectos), retirado del mercado por su alto potencial alergénico en el año 2000; la papaya transgénica en Hawái en 1998, porque sus principales mercados se negaron a aceptar el consumo de frutas manipuladas; la contaminación a finales del 2002 de una soya de una cooperativa agrícola en Nebraska, alterada con un maíz transgénico que había sido sembrado para producir vacunas para cerdos. 
 
A estos descalabros se le suma el de la hormona del crecimiento bovino sintética rBGH de Monsanto y comercializada como Posilac, con efectos perjudiciales sobre la salud humana y animal, que fue prohibida en 1990 en casi todos los países de la Unión Europea, Canadá y Japón. En las vacas inyectadas con esta peligrosa hormona se elevan los casos de mastitis, cojera, infertilidad y se reduce la esperanza de vida. 
 
Pese a los desastres de esta tecnología tan defectuosa, el interés de las empresas biotecnológicas por hacerse del control de la agricultura mundial, no ha decaído en lo absoluto. Para obligar a los millones de agricultores del mundo a comprar todos los años nuevamente sus semillas patentadas, desarrollaron la tecnología del Adaptador o Tecnología genética de la Restricción del Uso (GURTS), que impide sembrar semillas obtenidas de la cosecha. A su vez, han ideado técnicas que incorporan genes de letalidad condicional que matan a los cultivos o que extirpan los transgenes manipulados. La idea principal consiste en evitar el uso después de una primera cosecha, de los transgenes que expresan resistencia a insectos, tolerancia a herbicidas, germinación u otros rasgos, sin autorización de la empresa que los comercializa. Para activar o desactivar el rasgo patentado hay que comprar el interruptor o inductor químico. Son plantas diseñadas con un gen constructo de bloqueo y otro constructo de recuperación o resucitador del rasgo de la semilla. Así, la compañía pasa a tener el control absoluto de las siembras. 
 
El GURTS es una tecnología transgénica que fue desarrollada hace ya varias décadas. Es una construcción de varios genes que reaccionan en cadena al ser activados por un detonador externo químico o de otro tipo, produciendo esterilidad en la segunda generación. La meta de las grandes corporaciones que están detrás de ella, es la de conseguir, usando una sustancia química u otro agente externo, “apagar o encender” las características de la planta. 
 
Aquí resulta de lo más peligroso que esas plantas que necesiten activarse o desactivarse, se mezclen con parientes emparentados, heredando esos rasgos y que no puedan hacerlo, porque se carece del artificio externo. A esto se añade que no existen evaluaciones de la seguridad, ni la inocuidad de plantas y alimentos producidos con este tipo de tecnología y sus efectos en la cadena alimenticia de seres humanos y animales. Tampoco se cuenta con la seguridad de contener finalmente los transgenes, con estas estrategias imperfectas.
 
Las semillas estériles producidas de esta manera, obligarían a los productores agrícolas a comprarlas todos los años y para cada ciclo de cultivo o adquirir el inductor químico para restaurarle su rasgo o viabilidad, es decir, que con ellas la esterilidad podrá ser reversible. Así las cosas, las compañías biotecnológicas impedirían que les reprodujeran sus semillas patentadas sin autorización o condenarían a los productores a pagar siempre regalías. Estas tecnologías han sido denominadas por el Grupo ETC como semillas Terminador, Zombi y Exorcista.
 
En el año 2000 el Convenio de Diversidad Biológica recomendó a los gobiernos, imponer una moratoria a los ensayos de campo y comercialización de las Tecnologías de Restricción del Uso Genético. Lo cierto es que esta tecnología es demasiado compleja y no es confiable que pueda prevenir el movimiento de genes. Tampoco puede ser considerada una herramienta de bioseguridad, ya que los propios genes del adaptador introducirían nuevos peligros, si alcanzasen las cosechas vecinas vía el polen de la primera generación. En estas circunstancias los agricultores recogerían semillas de variedades contaminadas que no germinarían, lo que se traduciría en pérdidas considerables. 
 
Además de GURTS, han venido apareciendo otras técnicas, que prometen superar las grandes deficiencias e imperfecciones de la tecnología transgénica. Entre ellas, está la Cisgénesis, técnica donde se hace una modificación genética de un organismo receptor de un gen, que proviene de otro organismo sexualmente compatible, sin alterar, aseguran, su composición o dotación genética. Sin embargo, los organismos resultantes presentan los mismos problemas que los transgénicos, porque en ambos se sigue utilizado la misma tecnología básica. Como el gen insertado ya está presente en plantas relacionadas, no se agrega, por tanto, un rasgo nuevo al vegetal, según sus defensores. También ahora se menciona con mucha frecuencia, las supuestas ventajas de la Biología Sintética, que consiste en construir o diseñar en laboratorio secuencias genéticas sintéticas, que sirvan para crear organismos vivos completos que puedan sintetizar compuestos o sustancias, con utilidad para la industria farmacéutica o alimenticia.
 
Como si todo eso no fuera suficiente, desde hace algunos años se viene utilizando una tecnología para modificar genéticamente no solo seres vivos (bacterias, hongos y plantas), sino también células animales y humanas a través de la edición genómica CRISPR-Cas9, que está basado en un sistema que usan algunas bacterias para defenderse de infecciones causadas por virus. Cuando las bacterias son atacadas por virus, este sistema se activa y elimina el material genético perteneciente al virus, de allí que también se le nombre como tijeras genéticas, porque consta de una enzima Cas9 que tiene la capacidad de cortar una cadena de ADN. Después de ello, la reparación y la inserción de la secuencia de interés u objetivo, es realizada por los mecanismos naturales presentes en las células. Esto último queda fuera del control de los investigadores y puede ocurrir, como también puede no ocurrir.
 
Para precisar aún más la forma en que CRISPR-Cas9 actúa, diremos que con esta técnica se produce una ruptura en la doble cadena de ADN, por la acción de un trozo de ARN guía, que conduce a la proteína Cas9 a actuar como una tijera, haciendo un corte en una zona específica del ADN o genoma. Esta ruptura activa una serie de mecanismos en la célula para reparar el área cortada, permitiendo que allí se pueda quitar, cambiar o adicionar, es decir producir cambios en la secuencia editada.
 
Desde su descubrimiento se le consideró una herramienta más precisa y de mayor especificidad que la modificación transgénica. Sus más entusiastas promotores estiman que esta tecnología soluciona los problemas y limitaciones de los transgénicos, haciéndolos más seguros e inocuos y sin necesidad de la inserción de ADN externo, lo que los hace muy difícil distinguir de los organismos naturales. Sin embargo, existen numerosos estudios que desmienten muchos de los supuestos beneficios de la tecnología CRISPR Cas9, tanto en plantas como células animales y humanas, donde se han encontrado alteraciones importantes, en muchas secciones del material genético de los organismos estudiados.
 
No hay duda que hoy día han aumentado las posibilidades de modificar el material genético de los organismos vivos, con las técnicas de recombinación genética y las nuevas técnicas de edición del genoma, sobre todo con el uso de la tecnología CRISPR/Cas9. De igual modo, surgen grandes y legítimas preocupaciones con los efectos o alteraciones genéticas no deseados (en la secuencia del ADN), que se vienen reportando y que, en muchos casos, tienen una relevancia biológica importante.
 
Esta situación sobre la imprecisión en la reparación puede provocar mutaciones no deseadas en la ubicación o mutaciones en ubicaciones distintas, también puede introducirse accidentalmente genes o ADN de los microorganismos usados, que pueden producir proteínas nuevas y desconocidas. Todo esto puede ser a la larga perjudicial para los ecosistemas y la salud de los seres humanos.
 
En resumen, ahora existen otras técnicas de manipulación genética molecular, que algunos llaman técnicas de mejoramiento de precisión o simplemente de edición génica; mismas que aparecen cuando las compañías biotecnológicas comenzaron a percibir, que la transgénesis de semillas y alimentos estaba presentando problemas para su aceptación, aun cuando ya habían encaminado sus esfuerzos en la producción de cultivos genéticamente modificados más especializados, para la industria química y farmacéutica, como la creación de productos industriales (polímeros plásticos, cosméticos), vacunas, anticuerpos monoclonales, enzimas derivadas de animales y antibióticos.
 
La edición génica o genómica es un tipo de manipulación genética, que en condiciones de laboratorio se usa para producir cambios específicos en el ADN de una célula u otro organismo vivo. Precisamente la técnica que más se usa es la CRISPR-Cas9, aunque existen otras como TALEN Y ODM. Los principales defensores de CRISPR-Cas9 argumentan que esta técnica es precisa, porque a diferencia de la manipulación genética transgénica, aquí sí se determina la ubicación exacta en el genoma, aun cuando realmente lo preciso es el lugar de rotura, porque la reparación posterior no lo es, ya que eso queda bajo control de la célula. Ciertamente en la edición génica no se insertan genes extraños en el genoma, pese a ello sigue siendo una técnica de modificación genética, incapaz de asegurar que los cambios en los organismos editados serán iguales a los ocurridos en la naturaleza, cuando para esos cambios se requieren instalaciones muy especializadas con objetivos muy definidos como, por ejemplo, las semillas genéticamente editadas.
 
Entre las tantas aplicaciones a las que la edición génica parece corresponder, figuran la resistencia a herbicidas y enfermedades producidas por distintos microorganismos en los cultivos de arroz, tomate, hortalizas, entre otros. Asimismo, se estima que la edición genética tiene aplicaciones en el mejoramiento de cultivos, en la calidad nutricional de frutos y el incremento del rendimiento. Todo esto en un contexto donde se vienen flexibilizando las normativas que regularían a los organismos genéticamente editados (OGE), para eximir sus técnicas de edición genética, de los procedimientos de bioseguridad aprobados para los organismos transgénicos.

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