sábado, 19 de julio de 2025

Centroamérica y la intolerancia

Centroamérica ha sido a través de su historia un terreno fértil para la intolerancia. A finales del siglo XX, cuando los enfrentamientos bélicos que la habían caracterizado desde por lo menos la década de los ochenta parecían llegar a su fin, se tuvo la esperanza de que, por fin, podría construirse algo distinto. 

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

Catorce años después de la firma del último acuerdo de paz en la región, el de Guatemala de 1996, Edelberto Torres caracterizaba a las democracias de Centroamérica, en un artículo publicado en la revista Nueva Sociedad, como “malas”. El análisis de Edelberto partía de la premisa según la cual en sus orígenes estaba la “república despótica”, sustentada en Estados débiles, sin recursos, ineficaces, colonizados por intereses corporativos, corruptos y con baja legitimidad.
 
En el prisma a través del cual Edelberto decía que podía verse a la región, el verde de la esperanza que teñía la visión de algunos se fue opacando cada vez más hasta llegar, en nuestros días, a los grises que prevalecen en el panorama. Ni siquiera Costa Rica, que siempre había constituido una excepción a la regla, y de la que el mismo Edelberto había dicho alguna vez que escribiría un ensayo que se llamaría precisamente así, excepto Costa Rica, se salva ahora.
 
En efecto, en ese país, la crisis de legitimidad de las fuerzas políticas que construyeron en Estado de bienestar en la segunda mitad del siglo XX, abrió paso al surgimiento de opciones políticas que, a la postre, han hecho emerger tendencias autoritarias que permanecían sumergidas y no eran tomadas en cuenta a la hora de definir el perfil identitario de ese país, que se caracterizaba como tolerante y pacífico casi que por determinación biológica.
 
Las clases medias urbanas, que en las elecciones de 2017 habían logrado parar, in extremis, el arribo del fundamentalismo cristiano al poder, ven hoy con asombro y miedo cómo se entroniza en el gobierno -con extendido apoyo popular- la tendencia al autoritarismo de corte populista de derecha, en el que se pueden reconocer similitudes y parentescos con las formas de gobernar de Donald Trump y Javier Millei.
 
Lo que sucede en Costa Rica seguramente es producto de años de frustración. Desmanes de corrupción e ineficiencia de sucesivos gobiernos han provocado rabia y enojo entre amplios sectores de la población que, hábilmente, son canalizadas por quienes actualmente están en el gobierno. Los ánimos caldeados y la pérdida de las formas, que caracterizaba a los costarricenses, han llevado a que prevalezca un ánimo de intolerancia que lleva a la descalificación ad portas de cualquier contrincante político que, antes de ser visto como tal, es identificado como enemigo. 
 
En el mismo estado de intolerancia se encuentra la vecina Nicaragua, especialmente desde 2018, cuando el cuestionamiento al gobierno sandinista llegó a niveles insurreccionales y puso contra las cuerdas a Daniel Ortega. La respuesta del gobierno fue, inicialmente, acorde con las circunstancias violentas del momento, y después se ha asistido a un paulatino e inexorable desmantelamiento de la oposición.
 
El objetivo es borrarla del mapa, y para ello se aplican medidas extremas que llegan a quitarle la nacionalidad a quienes son expulsados del país y obligados a vivir en el exilio.
 
La persecución implacable de ese tipo, que obliga al exilio, es también pan de todos los días en Guatemala. Decenas de jueces y juezas, fiscales y fiscalas han debido salir del país para no ser presas del largo y arbitrario brazo de la expresión local del law fare que se ha puesto a la orden del día en América Latina.
 
El color verde de la esperanza que tiñó muchas miradas guatemaltecas con la llegada de Bernardo Arévalo al gobierno, se han visto defraudadas ante su incapacidad para frenar la furibunda intolerancia expresada en la judializacion de la política. Además de los casos de los jueces y activistas de derechos humanos que hoy viven en el exilio, se persigue a líderes comunales y periodistas. El caso de Rubén Zamora es emblemático en este sentido. 
 
El Salvador, por su parte, tiene al frente al popular Nayib Bukele, cuyas políticas represivas, originalmente anunciadas como dirigidas contra el crimen organizado, son cada vez más orientadas contra quienes denuncien desmanes y excesos. La plana principal del diario digital El Faro, por ejemplo, que ha sido galardonado con algunos de las más reconocidos premios internacionales por su acuciosidad y rigurosidad, se encuentra hoy asentada en el exterior, ante la persecución a la que la ha sometido Bukele. 
 
Tanto en El Salvador como en Costa Rica, el autoritarismo que promete erradicar lacras sociales como la violencia y la corrupción, son muy populares. Las encuestas del latinobarometro muestran cómo cada vez hay más gente dispuesta a aceptar este tipo de gobiernos con tal de que los libren de esas lacras.
 
 La intolerancia que los caracteriza abarcan toda la vida social. En el año 2023, el libro de la joven escritora salvadoreña Michelle Recinos, Sustancia de hígado, tuvo que suspender su presentación en la Feria Internacional del Libro de Guatemala (FILGUA) a instancias del embajador salvadoreño. El libro de Recinos incluía un cuento que el gobierno de Bukele entendía que lo aludía, y decidió que no podía circular. 
 
Y recién este año, hace tan solo unas semanas, la presentación  en la misma FILGUA, solo que la de 2025, es decir, a dos años del incidente del libro de Recinos, el libro Narcoestado y oligarquía, del coronel Edgar Rubio, también debió suspender su presentación porque el autor recibió órdenes del ejército de no presentarse.
 
Las estructuras de la república despótica, a la que aludía Edelberto, siguen ahí, intactas, generando gobiernos autoritarios. Solo cambios radicales de esas estructuras podrán, eventualmente, llevarnos en otra dirección, pero el rumbo que toma el mundo en la actualidad parece orientarse en otra dirección. Ya llegará el momento. Mientras tanto, hay que aceptar que solo con organización y unidad de los más amplios grupos sociales se puede avanzar, y a eso deberíamos abocarnos.

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