El endurecimiento de las relaciones diplomáticas entre EEUU y Brasil refleja las tensiones crecientes entre los dos países en torno a asuntos cruciales.
Consuelo Ahumada / Para Con Nuestra América
Desde Colombia
La semana pasada se intensificaron las tensiones políticas, diplomáticas y económicas entre Washington y Brasil. No se trata de episodios aislados, sino más bien de la decisión de Trump de jugársela a fondo por la ultraderecha y el neofascismo y de tratar de impedir a como dé lugar el multilateralismo, que ya es un hecho.
El primer evento es el proceso Bolsonaro. Después de una rigurosa investigación, la Fiscalía brasileña consideró que no había dudas de su culpabilidad por el intento de golpe de Estado contra Lula el 8 de enero de 2023. Pide su condena por cinco delitos graves relacionados y la pena podría llegar a 43 años de cárcel.
Cuando todavía era presidente en ejercicio y jefe supremo de las fuerzas armadas, convocó en su residencia oficial a la cúpula militar para planificar el golpe. Así lo confirmaron los generales jefes del Ejército y la Fuerza Aérea.
También informaron que se creó una organización criminal para incitar a los militares a participar en el ataque, para mantener a Bolsonaro en el poder. Pero ambos se negaron. Solo se prestó para hacerlo el comandante de la Marina. El plan incluía asesinar a Lula, al vicepresidente y el juez del caso, Alexandre de Moraes.
Por eso, el jueves pasado este mismo juez, integrante del Supremo Tribunal Federal, STF, le impuso a Bolsonaro nuevas medidas cautelares: arresto domiciliario parcial, uso de una tobillera electrónica, prohibición de acceder a redes sociales y de acercarse a las embajadas.
También le negó la comunicación con su hijo Eduardo, diputado federal de Sao Paulo, quien se encuentra en Washington, presionando para que Trump respalde a su padre y le imponga sanciones al país. “El poder judicial no permitirá ningún intento de someter al STF al escrutinio de otro Estado. Brasil es un país soberano y sabrá defender su democracia”, expresó el tribunal en su resolución.
A su juicio, las medidas adoptadas se justifican plenamente, porque el expresidente ya había insinuado que se refugiaría en una embajada. En febrero del 2024, después de la retención de su pasaporte, pasó dos noches en la embajada de Hungría, respaldado por su otro amigo de ultraderecha, el primer ministro Victor Orbán.
Lo que viene en los próximos meses es el juicio al expresidente y los otros 36 implicados en el frustrado golpe. Por lo pronto, la autoridad electoral ya lo condenó e inhabilitó hasta 2030, lo que le impide participar en las próximas presidenciales.
El segundo suceso importante, casi simultáneo, que provocó la reacción airada del magnate inmobiliario, fue la realización de la cumbre de los BRICS en Río de Janeiro, entre el 6 y 7 de julio pasado.
Recordemos que el protagonismo y fortalecimiento de los BRICS ha sido factor decisivo del multilateralismo. Lula está comprometido a fondo con este bloque del Sur Global y con su Nuevo Banco del Desarrollo. Ha defendido, entre muchas otras demandas cruciales, el impulso al uso de monedas alternativas al dólar.
Por todo esto, Washington amenazó con imponer un arancel adicional del 10% a cualquier país que “se alinee con las políticas antiestadounidenses de los BRICS”. Posteriormente, en sus artimañas de emperador mundial, anunció también aranceles del 30% a todos los productos provenientes de la Unión Europea y México, a partir del 1 de agosto. Ya había notificado el 35% para Canadá.
Pero en el caso de Brasil, la semana pasada amenazó con un incremento del 50%, como rechazo al juicio contra Bolsonaro y a la decisión del STF, a la que llamó “cacería de brujas”.
Trump le dirigió una carta al expresidente, en términos amenazantes para Lula. Señala, entre otras cosas, las siguientes: “Vi el terrible tratamiento que estás recibiendo en manos de un sistema injusto dirigido contra ti. ¡Este juicio debe terminar inmediatamente! (…) Fuiste un líder fuerte y muy respetado que serviste bien a tu país». (…) “Deseo sinceramente que el Ejecutivo de Brasil cambie de rumbo, cese los ataques a los opositores políticos y termine su ridículo régimen de censura. Lo estaré vigilando de cerca».
Pocos días antes, el Departamento de Comercio había anunciado que investigaría a Brasil por “prácticas desleales” como intentos de regular las grandes empresas tecnológicas y por el incremento de la deforestación en el país, entre otras acusaciones.
Así, se conjugan dos asuntos relacionados, fundamentales para Washington: respaldo a la ultraderecha e intento de golpear el multilateralismo.
Por supuesto que esto provocó fuerte respuesta de Brasil. Después de referirse al “grave atentado” a su soberanía y al “chantaje inaceptable”, Lula señaló en un evento multitudinario: “¡Un gringo no dará órdenes a este presidente!”.
Como en otros países latinoamericanos, incluida Colombia, la ultraderecha brasileña ha respaldado a Trump, frente a esta crisis sin precedentes en las relaciones entre los dos países.
El papel fundamental en su conexión con Washington lo viene ejerciendo Eduardo Bolsonaro. A finales de junio asistió a un enorme evento en La Florida, convocado por la primera edición latina de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), la organización más importante de la ultraderecha en EE. UU, y el mundo.
Eduardo Bolsonaro, elegido diputado con la mayor votación en la historia de Brasil, se ofreció a reemplazar a su padre como candidato de la ultraderecha en las próximas elecciones presidenciales.
Insiste ahora en que la solución para el problema de los aranceles anunciados es una amnistía a su padre. Presionó para que Washington anunciara sanciones específicas contra el juez Moraes. En el mismo sentido se pronunció Marco Rubio, quien ya procedió a quitarle la visa.
El avance de la ultraderecha y el neofascismo en su versión latinoamericana no será fácil. La resistencia de los pueblos y de los gobiernos democráticos terminará por derrotarlo.
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