sábado, 11 de noviembre de 2017

Laudato Si’: 2015, 2017, y sigue

Vivimos en una tercera transición civilizatoria, tras las ocurridas entre la Antigüedad y la Edad Media, y entre ésta y la Moderna. En ese proceso, Laudato Si’ constituye una propuesta para la construcción de una amplia alianza de sectores que coincidan en la aspiración a hacer sostenible el desarrollo de nuestra especie.

Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

I

El vínculo entre la cultura de la naturaleza y la religiosidad de los latinoamericanos tiene una larga y rica trayectoria, que se nutre de al menos tres fuentes. Una es las de las culturas de los pueblos originarios; otra, la del catolicismo de la Contra Reforma del siglo XVI y otra más, proveniente de la religiosidad afroamericana.

La católica heredó de sus vínculos de origen con la Contra Reforma actitudes militantes, en particular a través de la actividad misionera y organizadora de las órdenes franciscana y dominica, la primera de las cuales, en particular, tenía y promovía una visión del mundo natural que hoy podría parecer cercana al animismo. Esa forma de religiosidad encontró puntos de contacto con las de las élites indígenas que sobrevivieron a la Conquista, sobre todo en la indoamérica mesoamericana y andina, y pasó a sustentar vínculos de servidumbre con los nuevos sectores dominantes, que incluyeron la preservación de formas de vida comunitaria con visiones de la naturaleza que combinaron elementos afines de origen europeo y americano.

El caso afroamericano es distinto, de origen más tardío, de un carácter menos estructurado, propio de grupos humanos sometidos a condiciones de esclavitud. La zonas de mayor fecundidad sincrética fueron aquellas como Haití, Cuba, y el Nordeste de Brasil, en las que la economía de plantación favoreció una mayor concentración de población esclava, cuyas formas de religiosidad tienen un fuerte carácter animista.

Ya para fines del siglo XIX, esa impronta religiosa regional se extendería a la cultura de la naturaleza elaborada por los jóvenes intelectuales del liberalismo radical democrático hispanoamericano, cuyo anticlericalismo no se extendía al ateísmo, y permitía a José Martí afirmar que “A Dios no es necesario defenderlo; la naturaleza lo defiende.”[1]Ha sido desde ese devenir que la religiosidad de los latinoamericanos ha contribuido – a través por ejemplo de la obra de Leonardo Boff - a la forja de los aportes de la cultura latinoamericana de la naturaleza al debate sobre los desafíos que hoy encara la sustentabilidad del desarrollo de la especie humana ante la crisis general de la civilización industrial.

En nuestra América, por otra parte, esa crisis se manifiesta en estrecha relación con la del orden social forjado a partir del siglo XVI. Ese orden incluyó la formación de importantes espacios que permanecieron en un relativo aislamiento con respecto al mercado mundial, en los cuales ocurren hoy vastos procesos – a menudo violentos – de transformación del patrimonio natural de sus habitantes en capital natural para el desarrollo de actividades extractivas.

A eso se agrega la rápida urbanización de nuestras sociedades. Hoy, cuando el promedio mundial de población urbana es superior al 50%, el de nuestra América ronda el 70%. La huella ecológica de este proceso agrava la situación de deterioro ambiental en las áreas rurales, y genera problemas socio ambientales de una masividad sin precedentes en las urbanas, cuyas manifestaciones se agravan con las condiciones de pobreza y falta de control sobre su entorno en que vive una parte sustancial de nuestra gente en las ciudades.

El conjunto de este proceso se sintetiza en una situación de crecimiento económico incierto, inequidad social persistente, degradación ambiental constante, y deterioro institucional creciente. Todo ello expresa la bancarrota tanto del consenso liberal del desarrollo, como del neoliberal-oligárquico del crecimiento auto-regulado. Esta situación abre nuevos espacios de creciente importancia a los nuevos movimientos sociales del campo y de la ciudad, y a posibilidades hasta hace poco inéditas de colaboración tanto entre trabajadores rurales y urbanos como entre trabajadores manuales e intelectuales, ante un deterioro de sus condiciones de vida y esperanza que los afecta a todos.

II

Ante una circunstancia de tal complejidad, la cultura religiosa de los latinoamericanos, en sus distintas vertientes, constituye un sustrato de sentido común de notable resiliencia y gran potencial de desarrollo en su relación con la cultura global de la sustentabilidad. Así, por ejemplo, la Encíclica Laudato Si’ se presenta como un texto de teología de la naturaleza que puede y debe ser objeto de una lectura desde la ecología política, lo cual le otorga una especial resonancia en la crisis global.

En efecto, el abordaje integral del problema ambiental que propone Laudato Si’ conduce a una verdad evidente: que aquello que si deseamos un ambiente distinto debemos construir una sociedad diferente. Esto ayuda a comprender, también, la resistencia a la difusión de Laudato Si’ en nuestras sociedades, en la que se combinan el anticlericalismo remanente del período de hegemonía liberal; el generalizado carácter conservador de las jerarquías eclesiales de la región tras el largo periodo de depuración impuesto por el Papa Wojtyla y el entonces Cardenal Ratzinger, y el carácter extractivista de las élites regionales y sus Estados.

Laudato Si’, por otro lado, tiene amplias posibilidades de difusión e influencia entre los movimientos indígenas y campesinos que han hecho suya la demanda de una vida buena y mantienen vínculos con sectores de la Iglesia que han mantenido su compromiso con la teología de la liberación, con movimientos de pobres urbanos que luchan por condiciones dignas de vida, y con sectores intelectuales vinculados al nuevo pensamiento ambiental latinoamericano. Con esto, y con la incapacidad creciente de nuestras élites para entender y encarar los problemas de nuestro tiempo basta para prever desarrollos de gran importancia en el futuro cercano. Después de todo, como dijera José Martí hacia 1886, estamos “en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos. Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género."

Vista en esa perspectiva, Laudato Si’ participa en esa lucha de las especies, y desde ella se vincula – a sabiendas o no – con documentos como los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 y el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, ambos de carácter interestatal.[2] La naturaleza de Laudato Si’ es distinta. Sin duda, su lanzamiento aprovechó el marco de expectativas y difusión generados por el lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y el acuerdo de París. Sin embargo, el papado que produjo la Encíclica ha dado muestras reiteradas – comenzando por la Encíclica anterior, Evangelii Gaudium – de que tiene una visión distinta a la del sistema interestatal global.

Todo sugiere, en efecto, que para el papado de Francisco el problema fundamental consiste consiste en el papel a cumplir por la Iglesia en un proceso de transición civilizatoria que atraviesa por una fase en la que todo lo que ayer parecía sólido se disuelve en el aire – para utilizar la imagen empleada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, de 1848. Vistas las cosas así, y en una lectura desde la ecología política, Laudato Sí’ ha sido construida desde los cuatro principios de la acción evangelizadora que Francisco propone en Evangelii Gaudium: la primacía del tiempo sobre el espacio; de la unidad sobre el conflicto; de la realidad sobre la idea, y del todo sobre sus partes.

En este sentido, cualquier sinergia con el sistema interestatal global tendrá por necesidad un carácter crítico y, antes temprano que tarde, contribuirá al cuestionamiento del carácter limitado e inviable de los acuerdos generados por ese sistema. En efecto, las élites dominantes en el sistema mundial han percibido correctamente a Laudato Si’ como un documento antisistémico, y han procurado silenciarlo tanto en los medios de comunicación como en el circuito burocrático interestatal. Por contraste, los interlocutores naturales de Laudato Si’ están en los nuevos movimientos sociales indígenas y campesinos, rurales y urbanos, de trabajadores manuales e intelectuales. Con ellos, contribuirá sin duda a la creación de condiciones mucho más favorables a la sostenibilidad en el desarrollo de nuestra especie. Sin ellos, terminará siendo una referencia más en la infinita biblioteca del Vaticano.

III

Es difícil prever las formas en que haya de ocurrir lo planteado. Vivimos en una tercera transición civilizatoria, tras las ocurridas entre la Antigüedad y la Edad Media, y entre ésta y la Moderna.[3] En ese proceso, Laudato Si’ constituye una propuesta para la construcción de una amplia alianza de sectores que coincidan en la aspiración a hacer sostenible el desarrollo de nuestra especie. Como tal, tiene un gran valor como medio para promover la cooperación entre quienes aspiran a culminar esta transición civilizatoria de un modo que neutralice los peligros que hoy amenazan a nuestra especie.

Al respecto, los riesgos que amenazan a nuestra especie hacen más importante que nunca la necesidad de desarrollar todo diálogo y todo acuerdo a partir de la comprensión de la racionalidad de sus interlocutores. En este sentido, la racionalidad de que se trata en Laudato Si’ es la de la salvación de la especie humana, y el papel que en ese objetivo cumple la defensa y buen gobierno de la Creación. Laudato Si’, en efecto, dialoga desde el Génesis en lo que hace a nuestras relaciones con el entorno natural – incluyendo el conflicto ambiental entre el pastor Abel y el agricultor Caín, y la muerte violenta del primero –, y con los Evangelios en lo relacionado a las relaciones de los seres entre sí, que finalmente sobredeterminan a las primeras.

De este modo, para Laudato Si’ todo lo relativo a las transformaciones necesarias para la salvación de nuestra hacen parte de la agenda contemporánea del cuidado de la Creación. Así, la lectura de la crisis que nos propone confronta a las propuestas sistémicas - encaminadas a hacer sostenible el crecimiento sostenido - a las antisistémicas, que buscan hacer sostenible el desarrollo humano. Las primeras son reduccionistas: reducen la crisis global al cambio climático; éste, a las opciones tecnológicas para mitigarlo, y éstas a los problemas de su financiamiento. Laudato Si’, en cambio presenta una visión expansiva, que finalmente nos lleva a entender la necesidad del cambio social como medio para lograr el cambio ambiental.

Tal es el problema de fondo, y Laudato Si’ conduce naturalmente a entendimientos con quienes buscan crear las condiciones para el desarrollo sostenible de nuestra especie. En esos entendimientos está la clave del acto de creación social que demanda el cuidado de la Creación. Allí está el beneficio mayor al que podemos aspirar. La otra opción consiste en ingresar a lo que Federico Engels llamó alguna vez un estado de “putrefacción de la historia”, que nos conduzca a la generalización de la barbarie presente ya en las zonas de incesante conflicto en la periferia y la semiperifaria del sistema mundial. Tal es, sin duda, el riesgo mayor.

Panamá, 30 de octubre de 2017




[1] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, octubre de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 326.
[2] Este carácter implica que tales documentos no constituyen acuerdos de los pueblos ni de las naciones, sino de las Estados que hacen parte de las Naciones Unidas, de las Organizaciones No Gubernamentales vinculadas a dichos Estados, y de las corporaciones transnacionales y financieras que hegemonizan el proceso de globalización. En una coyuntura de crisis global, en la que el sistema mundial creado por el liberalismo triunfante de mediados del siglo XX está en curso de implosión, la eficacia de ese tipo de acuerdos tenderá a ser cada vez más restringida.
[3]  O, si se quiere, entre el esclavismo y el feudalismo, y entre éste y el capitalismo, con su mercado mundial y su cultura universal. La“posmodernidad”, en este sentido, fue en su momento un nombre popular para esta fase – en la medidad en que parecía mitigar la incertidumbre que genera la transición civilizatoria como un nuevo estado, cuando en realidad se trata de un proceso en curso.

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