La llama de
Petrogrado, que evocaba las luchas milenarias de la humanidad por su
autosuperación, no se apagó más, y
difícilmente la puedan apagar ya hoy los estertores de un sistema que se hunde todos los días un poco más en su
propia crisis.
Mariano Ciafardini / Especial para Con Nuestra
América
Desde Buenos
Aires, Argentina
Las
especulaciones en cuanto a lo que habría
sucedido si tal o cual hecho se hubiera producido o no se hubiera producido, es decir la
reflexión contra-fáctica, en el terreno
histórico, no es, en general, conducente y, la mayoría de las veces, es una
simple pérdida de tiempo, atento a que las alternativas que se hubieran abierto de haber sido distintas las cosas, en determinada situación histórica, son, en principio, infinitas y, por lo tanto,
impredecibles.
Sin embargo
en algunos contados casos una reflexión de ese tipo puede llevarnos a ciertos
“insigths”, a impresiones profundas, que
ayudan a interpretar la dimensión de
determinados acontecimientos históricos sin convertir al argumento contra-fáctico en una suerte de
metodología de investigación o análisis
histórico-político.
Este es el
caso del de la revolución rusa de 1917 y,
su consecuencia inseparable, el proceso
soviético subsiguiente.
Decimos que estos
dos elementos son inseparables
porque si la revolución rusa hubiera sido sólo
la toma de poder en
Petrogrado, o aún del de toda
Rusia, sólo por un tiempo, el evento hubiera tenido menos trascendencia
que la “Comuna de París”, cosa que sabía
muy bien los bolcheviques que contaban los días
con la ansiedad de superar los dos meses y diez días del asalto al
poder de los artesanos parisinos.
Pero la
principal reflexión contra-fáctica es para nosotros la siguiente: sin la
revolución rusa y el proceso soviético consecuente el marxismo no habría sido
lo que fue, en el siglo XX , ni sería
hoy la teoría filosófica social económica y política que es, cuya autoridad no ha podido
soslayarse ni menos aún superarse por ninguna otra, a pesar de la saturación
ideológica que producen las usinas mediáticas del capitalismo, sobre todo en estos tiempos de neoliberalismo y ”fin de la historia”.
Es decir, el
marxismo (como teoría en permanente desarrollo) tiene la autoridad y la
consistencia que hoy tiene, y la
potencia teórica a desarrollarse en su propio seno, debido a que
fue el sustento teórico de
un proceso fáctico que cambió la
historia de la humanidad y, como trataremos de explicar en este artículo, la
sigue cambiando.
Es importante
remarcar en principio esta dependencia existencial del marxismo en tanto es, paradójicamente, desde supuestas posiciones marxistas desde
donde se ensayan intentos, permanentes y obsesivos, de disrupción entre (1)la
“toma del palacio de invierno” y los primeros años de la revolución que
coincide con los años en que Lenin
estaba vivo (1923) y, tal vez, un poco más y(2) el proceso soviético “stalinista”
de allí en adelante. Este es un error no solo en la visión de la realidad sino
en la metodología y coherencia del análisis porque marxismo-revolución rusa de
1917- Unión Soviética (1922-1991) constituyen un trinomio conceptual
inseparable y, mucho menos aún, oponible (en términos absolutos) entre sí. Es decir
que contrafácticamente se podría
afirmar que Marx y el marxismo sin la Unión Soviética o alguna otra forma de plasmación en forma de
contrapoder real y efectivo al capitalismo serían hoy asimilables a Saint Simón
o Fourier y el socialismo utópico o a cualquier otro sistema de ideas no practicable ni practicado
que la historia ubica en una poco visible y visitada zona de “grandes
pensadores y grandes pensamientos” de la
humanidad.
Creemos que
lo que lleva a estas posiciones marxistas a coincidir en esta visión negativa
del proceso soviético, por su “stalinización”, con las posiciones de la
socialdemocracia en general y hasta con las de la derecha y la ultra derecha
ideológicas que condenan el proceso “in totum”, es que se les escapa la
grandiosidad histórica del “acontecimiento-proceso”, la magnitud “epocal” del
mismo, y, especialmente, su continuidad y vigencia, lo que es entonces oportuno reivindicar precisamente en este centenario.
La “Gran
Revolución de Octubre”, entendida como el acontecimiento-proceso que va desde la toma del Palacio de
Invierno, en San Petersburgo, por los
bolcheviques, el 7 de noviembre de 1917,
hasta la “implosión” de la URSS en
1989-91, implicó, no sólo el primer
triunfo de un asalto al poder político
de un país por un grupo de comunistas en
toda la historia de la humanidad, sino
la transformación de ese país, feudal, atrasado y perdedor en la guerra, en la segunda potencia mundial durante más de
50 años. Potencia que jugó un papel decisivo
en el límite al desarrollo del imperialismo y
ejerció un contra-balance mundial
que permitió la sucesión de una cantidad de revoluciones comunistas y de
ascensos al poder a movimientos de liberación nacional, sin cuya existencia no
habrían sido posibles.
No se puede
negar que la existencia de la URSS y a partir de ella de la China Comunista y
Corea del Norte, y luego los países
socialistas de Europa Oriental y finalmente Cuba y Vietnam
socialistas constituyeron el
cambio geopolítico económico y socio cultural
más grande en toda la modernidad capitalista y la alteración más
profunda que había sufrido nunca antes
el poder del capital. Incluso los
modelos de estados de bienestar e
intervencionismo estatal, que tanto beneficiaron a los trabajadores y pueblos
del mundo capitalista “desarrollado”, contemporáneo a la URSS, fueron producto
de la exigencia política de las masas
sustentada en la existencia de
esa potencia y de ese mundo alternativo.
Pero la
revolución Rusa y la URSS no sólo son existencias gloriosas de la
izquierda del pasado. A pesar del
desmadre que superó y arrastró consigo a
Gorbachov, con sus intentos de Glasnost y Perestroika, a principios de los 90, y que permitió la
ascensión de Yeltsin quien, desde su ebriedad, se limitó a contemplar como
capitalistas extranjeros, ex burócratas y mafiosos ( un término no excluye el otro) depredaban
el estado de la ex URSS, el pueblo ruso y muchos de sus dirigentes dieron
muestras de que existía una herencia de
orgullo nacional solidaridad y antiimperialismo, constituida durante los
años de socialismo y defensa de la patria, cuando, a partir del
año 2000, se unieron en la reconstrucción y renovación de las estructuras de
gobierno y de poder en la Federación Rusa.
Por supuesto
esa reconstrucción y renovación, que
llevó a Rusia hoy a jugar, nuevamente, un papel de potencia mundial
determinante, no hubiera sido posible sin el legado soviético.
Por dar
algunos datos a finales de los años 80 la URSS representaba el 25%
de la producción de la aviación civil del planeta y el 40% de la aviación militar.
Rostec, la
corporación industrial tecnológica
rusa, una las corporaciones más
grandes del mundo, es heredera del complejo industrial tecnológico soviético, y la gasífera Gazprom y la petrolera Rosneft no surgieron de la nada.
Debe
recordarse que ya en 1957 la URSS fue la
primera en lanzar al espacio una nave no tripulada, el Sputnik 1,
y el mismo año lanzó el Sputnik 2, con la perra Laika en su interior, para lanzar en 1961, también
por primera vez en la historia humana, un ser humano al espacio en la nave Vostok 1, tripulada por el famoso
Yuri Gagarin. En ese mismo año se lanzó la Venera 1, que pasó cerca de Venus en el
mes de mayo y en 1962 la Marsik 1 que llegó a marte en 1963. A partir de allí
el programa espacial soviético compitió permanente mente por el liderazgo frente a los EEUU, sobre todo con el programa de estaciones
espaciales permanentes MIR.
Ni que hablar
del tributo que deben rendir las fuerzas armadas rusas actuales a la historia del Ejército
Rojo y las fuerzas armadas de la Unión Soviética, que soportaron los dos
mayores embates guerreros de la historia de la humanidad hasta el presente : la
segunda guerra mundial y la guerra fría.
Toda esta
potencialidad, que generó el “socialismo realmente existente” en el siglo
XX, no está hoy al servicio de los
intereses financieros globales o de
políticas de intervencionismo imperialismo o neocolonialismo como muchos
suponían a principios de los 90 y algunos piensan hoy todavía, sino todo lo contrario.
Ya en 1999 siendo todavía Yeltsin
presidente pero con Putin como
Secretario del Consejo de Seguridad Nacional
y a meses de ser designado presidente interino, las FFAA rusas tomaron el aeropuerto de Pristina en la ex
Yugoslavia en abierto desafío a la intervención de una OTAN, títere de los EEUU. En la vergonzosa votación de las Naciones Unidas, que aprobó
la resolución 1973 del año 2011
mediante la cual se engendró la invasión
criminal a Libia, Rusia fue uno
de los países que se abstuvo y que más
abrogó por detener o postergar la acción, junto con China. El papel que ha jugado Rusia en apoyo a los “oblasts” de Donbass y Lugansk, acosados por
el gobierno pro-OTAN ucraniano de
Poroshenko , y la intervención militar rusa
en Siria, que terminó con el
asedio CIA-MI 6- OTAN –Isis, contra la república árabe y su gobierno
elegido democráticamente por amplia mayoría, demuestran cabalmente de qué lado está hoy Rusia en estas cuestiones vitales para la paz de la humanidad, el respeto de las autonomías
y soberanías nacionales, la integración cooperativa y la solidaridad mundial.
Para los
Latinoamericanos no hay prueba más
contundente de ello que el apoyo del
gobierno y el pueblo Ruso al gobierno y el pueblo bolivarianos de Venezuela.
Pero todo
empezó allá por noviembre de 1917, en la capital de un imperio feudal que se sostenía sobre el
sufrimiento de un pueblo de campesinos miserables, en estado de
servidumbre, en un mundo donde el avance
arrollador del capitalismo y el
imperialismo sugerían un camino de miseria y explotación extrema para la inmensa mayoría de las mujeres y
hombres del planeta.
Este
destino que tuvo su más desenfadada
expresión en el militarismo nazi y su
intento de colonizar “razas inferiores”, fue frenado por la Revolución y la
URSS, que no sólo derrotó a la jauría
feroz que el capital les echó encima, a
costa de 24 000 000 de muertos y un país devastado, sino que se recuperó velozmente ( a una velocidad impensable en un
sistema capitalista) y cambio la correlación de fuerzas mundial, permitiendo a la humanidad sostener el sueño de un mundo mejor ,
conservar los ánimos de lucha y, en muchos casos, avanzar decididamente hacia
él. Y aun lo sigue haciendo.
Esta visión
que aquí exponemos nos parece oportuna
no sólo para la reflexión, sino
para la celebración de un acontecimiento
que está situado entre los más grandes de la civilización, y
permite, además, entender a la Revolución de “Octubre” y al proceso
soviético no como un error, una
desviación o, menos aún, como un fracaso de la lucha por un mundo verdaderamente
democrático, igualitario y sin existencias de
ricos y pobres, sino como solo
una etapa de esa lucha con sus luces y sus sombras pero que permite un
balance fundamentalmente positivo [1]. Una etapa
complejísima y muy difícil en medio de
las peores calamidades bélicas de la historia humana, pero en la que la llama encendida de la
revolución más importante de la modernidad y, tal vez, de la civilización, desde el neolítico hasta
la actualidad, se supo mantener y transmitir.
¿No es
acaso el proceso de luchas
antiimperialistas de América Latina y el Caribe
una continuidad de las luchas de los 60/70? ¿No heredó la Revolución
Bolivariana de Venezuela la inspiración
de la Revolución Cubana y toda su solidaridad? ¿Y esas luchas
y revoluciones del siglo XX, como
el Vietnam heroico, la Revolución Cubana
y su no menos heroico proceso de dignidad y resistencia y tantas otras luchas por la liberación
nacional y contra el imperialismo, no
fueron acaso posibles sólo las condiciones internacionales creadas por la existencia de la URSS, un campo socialista y una Revolución China?
¿Es entonces
casualidad que precisamente sean hoy Rusia y China las potencias que encabezan
un camino de desarrollo alternativo
al desastre de la estrategia financiera y depredadora global neoliberal?
¿Es casualidad que sean esas dos potencias las que apoyan a Venezuela hoy
contra los embates del imperio?¿ Es casualidad que sean esas dos potencias las
que apoyan a Cuba frente al patético accionar de los EEUU y a la hipocresía de
Europa Occidental?
Es evidente
que estos dos gigantescos procesos
político revolucionarios de la URSS y
China Popular hijos ambos de la Revolución Rusa han tenido su continuidad sino
en forma de resistencia si en forma resiliente cada uno con sus propias
peculiaridades.
No ha habido
fracasos históricos, sólo contradicciones
propias de un proceso civilizatorio, con los costos inevitables de un
movimiento de luchas ideológicas, políticas (militares) y económicas que está, nada más ni nada menos
que, cambiando un rumbo milenario de la
humanidad estructurada en la guerra y la
explotación del ser humano por el propio ser humano, para reemplazarlo por un mundo de entendimientos, armonías, articulaciones, cooperación y solidaridad. El cambio es
gigantesco y el viejo mundo de la guerra
y la violencia se va yendo dando
zarpazos brutales. Pero la llama de Petrogrado,
que evocaba las luchas milenarias de la humanidad por su autosuperación,
no se apagó más, y difícilmente la
puedan apagar ya hoy los estertores de un sistema que se hunde todos los días un poco más en su
propia crisis.
[1] Ver en este
sentido Ciafardini , Mariano “El sujeto
histórico en la Globalización” Centro Cultural de la Cooperación Buenos Aires
2015 (capítulo 6)
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