Los poderes fácticos
venezolanos, de los que El Nacional es vocero, han defenestrado públicamente a
la MUD y, una vez más, redoblan sus apuestas por las soluciones de fuerza y la
injerencia extranjera para lograr, por vías inconfesables, lo que no han
logrado por las vías de la democracia popular y participativa.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Luis Almagro, secretario general de la OEA, y Nikki Haley, embajadora de EE.UU ante la ONU. |
Los triunfos
electorales del chavismo en las elecciones de gobernadores del pasado 15 de
octubre, y la muy posible réplica en las próximas elecciones muncipales del 10
de diciembre, han dado un nuevo aire al proceso bolivariano para recuperar la
iniciativa política, y con ello, le ofrecen al gobierno la posibilidad de
emprender acciones concretas para vencer en la batalla económica y contra la
burocracia y la corrupción. Este cambio en la correlación de fuerzas, que
parece romper la situación de “empate” en la que había estado inmersa la
sociedad venezolana desde la elección presidencial de Nicolás Maduro en 2013,
también tiene repercusiones en la acera del frente: la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD) implosiona en medio de recriminaciones entre sus integrantes;
los poderes fácticos venezolanos se desencantan ante el evidente fracaso de sus
títeres; y Washington desespera, monta una tragicomedia en una reunión espuria
del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y saca a escena, una vez más,
a su personaje favorito, el oficioso secretario general de la OEA, Luis
Almagro.
El diario opositor El Nacional, en un editorial reciente que no tiene desperdicio, deja al
descubierto la gravedad de las implicaciones políticas de la fractura de la
MUD. A propósito de la participación de Almagro en la reunión del Consejo de
Seguridad, convocada por EE.UU e Italia, El
Nacional contrasta la “contundencia” de las afirmaciones del secretario de
la OEA y “las informaciones precisas que maneja sobre la dictadura de Maduro”,
con “las vacilaciones de la MUD y con
las declaraciones de la mayoría de los líderes de la oposición venezolana, sin
mayor fundamento”. El editorialista califica a Almagro como “un aliado
fundamental de la democracia venezolana y un compañero de camino que se ha hecho imprescindible para nuestra sociedad
democrática”; y de inmediato, invita a sus lectores a ensayar “una analogía con
los discursos de la oposición venezolana, con las incoherencias que a menudo
desembuchan sus voceros, con la falta de contundencia que generalmente
distingue el manejo de las ideas que deben servir para el ataque de la
dictadura, pero que solo lo hacen a medias o a duras penas”. Y concluye con una
lápida para la alianza opositora: “¿No se pueden comportar como estadistas, o
no están en capacidad de hacerlo? ¿Balbucean a propósito, se quedan en la mitad
del camino de manera premeditada, o porque no saben cómo seguir hacia adelante?”
Los poderes fácticos
venezolanos, de los que El Nacional
es vocero, han defenestrado públicamente a la MUD y, una vez más, redoblan sus
apuestas por las soluciones de fuerza y la injerencia extranjera para lograr,
por vías inconfesables, lo que no han logrado por las vías de la democracia
popular y participativa. Al prescindir del guión de la lucha electoral, los
enemigos de la Revolución Bolivariana son todavía más peligrosos, como lo
demuestra el discurso de Nikki Haley, la embajadora
estadounidense ante la ONU, en el que acusó a Venezuela –sin aportar ninguna
prueba- de ser “un narcoestado cada vez más violento que amenaza a la región,
el hemisferio y el mundo”. Semejante delirio tan solo revela la magnitud de los
apetitos de Washington y del Estado
profundo por apropiarse de los recursos energéticos y minerales del país
suramericano, y por controlar su
posición geoestratégica en el marco de sus proyectos de dominación hemisférica.
En este escenario, y
consecuente con su política exterior anclada en la perspectiva de la
multipolaridad y la construcción de un sistema internacional mucho más
equilibrado, Venezuela ha fortalecido sus alianzas económicas, políticas,
militares y, en definitiva, estratégicas, con China y particularmente con Rusia
(país con el que el gobierno bolivariano acaba de llegar a un acuerdo para
reestructurar su deuda, por un monto de $3.150 millones de dólares). Está en su
derecho de hacerlo, frente a las sistemáticas agresiones del imperialismo
estadounidense. Es en ese sentido que Moscú, por medio de su ministro de
Relaciones Exterioes, Serguéi Lavrov, ha
reiterado su rechazo a “los movimientos de las fuerzas extrarregionales que
intentan provocar el agravamiento de la crisis política en Venezuela”, a los
que calificó de “irresponsables e inaceptables”, e instó a los países
latinoamericanos a oponerse “a los intentos de las fuerzas extrarregionales de
obligar a la oposición a que tome posiciones irreconciliables. Estos intentos
tienen como fin provocar una crisis más profunda, y tal vez incluso generar
violencia”.
El futuro de Venezuela
será crucial para el futuro del proyecto emancipador y soberano
nuestroamericano, que enfrenta sus horas más difíciles con el avance de la
restauración neoliberal; pero, al mismo tiempo, la resolución de la crisis a
partir del diálogo entre las partes, por los mecanismos constitucionales y con
respaldo popular, será determinante para evitar que la región se convierta en
un nuevo foco de tensiones -de consecuencias imprevisibles- entre potencias con
gran poderío bélico.
Preservar a América
Latina como región de paz es el gran desafío que tenemos frente a los “gigantes
que llevan siete leguas en las botas”, al decir de José Martí, y que
llegada la hora no dudarán en ponernos la bota encima ni en engullirnos.
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