Momentos de un diálogo sobre el ambientalismo latinoamericano con
Margarita Marino de Botero, una de sus pioneras, en su Colegio Verde de Villa
de Leyva, Colombia, hacia mediados de 2015.
Guillermo Castro H. / Especial para Con
Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Reflexión 1
El siglo XX estuvo lleno de barbarie, de
guerras e injusticias, y al propio tiempo vio las más trascendentales
revoluciones teóricas, tecnocientíficas y sociales de todos los tiempos. Esto último incluyó el inicio del gran debate global sobre los límites
de la biosfera y del desarrollo sostenible. ¿Cuál de las tendencias que han participado de ese debate considera
usted tuvo alguna o mucha trascendencia, en que ámbito? ¿ cual sería
para usted la corriente del pensamiento ambiental más acertada hoy?
En mi opinión, uno de los frutos más
importantes de ese debate ha sido el desarrollo del nuevo pensamiento ambiental
latinoamericanos. No es fácil apreciar esto en toda su dimensión. Hay múltiples
circunstancias que llevan a subestimar la trascendencia del ambientalismo
latinoamericano en las tareas de investigación, reflexión, conciecianción,
educación y movilización que demanda la crisis global de las relaciones de
nuestra especie con el entorno natural. La primera y más importante de esas
circunstancias consiste en la organización misma del sistema que organiza esas
relaciones a escala planetaria.
Como sabemos, los principales centros
generadores de información y opinión sobre este tema se concentran en la región
Noratlántica desde la cual se constiutyó ese sistema. Los aportes de otras
regiones – las llamadas periféricas, o subdesarrolladas, o en vías de
desarrollo, si se desea ser más gentil –, como Asia, África y nuestra América tienden a menudo a
ser subestimadas en los circuitos internacionales, pese a la enorme diversidad
y riqueza de su producción intelectual y sus experiencias.
En este conjunto periférico, nuestra
América tanto por la diversidad de sus formaciones económico sociales como por
el carácter multicultural de sus sociedades. Además, y en particular, se
distingue por lo temprano de la constitución de sus Estados nacionales –
culminada hacia 1925, mientras Africa y Asia culminarían ese proceso entre las
décadas de 1950 y 1960 -, y del debate en torno a las relaciones entre la
sociedad y su entorno natural al interior de los mismos.
Desde la publicación en 1845 del Facundo. Civilización y Barbarie, de
Domingo Faustino Sarmiento hasta la de Laudato
Si’, de Francisco, el primer Papa latinoamericano, hay una larga
acumulación cultural, ideológica y política en la que operan visiones y
tendencias antagónicas. Esa acumulación espera por el historiador que la
sistematice en una visión de conjunto de la formación y las transformaciones de
la cultura de la naturaleza en nuestra América.
Aun así, esa tradición de pensamiento y
experiencia ha venido aportando desde mediados del siglo XX ideas, conceptos e
iniciativas de política que han enriquecido y enriquecen de manera directa e
indirecta el desarrollo del ambientalismo a escala mundial. Conviene recordar
que nuestra América fue capaz de abrir a debate los vínculos entre el medio
ambiente y los estilos de desarrollo en esta región, con aportes de un
importante conjunto de especialistas ya en 1980, siete años antes de que fuera
dado a conocer el llamado Informe
Brundlandt y la comunidad internacional decidiera que había llegado la hora
de acotar el desarrollo con el adjetivo de “sostenible”.
Me aprece lamentable, en todo caso, que
no hayan ocurrido nuevas ediciones de aquel libro fundador – Estilos de Desarrollo y Medio Ambiente en
América Latina, coordinado por el economista Osvaldo Sunkel y el agrónomo
Nicolo Gligo -, y que al día de hoy sea tan poco conocido entre nuestro
movimiento ambientalista. Aun así, el desarrollo de nuestra cultura de la
naturaleza ha dado de si entre fines del siglo XX y comienzos del XXI un nuevo
pensamiento ambiental latinoamericano que trasciende las viejas barreras
levantadas por el positivismo liberal entre los distintos campos del saber –
ciencias naturales, sociales y Humanidades – para abrir espacio a nuevos
abordajes de la realidad, mucho más integrales, como la ecología política, la
economía ecológica y la historia ambiental.
Reflexión 2
La evidencia científica de que estamos
destruyendo la posibilidad de vida en la tierra es muy
reciente. Pasa lo mismo con los riesgos de los cambios climáticos
extremos. Hasta ahora no se ha logrado trasmitir esa urgencia a
la sociedad. ¿Cual considera usted es
el impedimento para popularizar y generalizar los conocimientos
científicos en nuestras sociedades? ¿De qué depende la conciencia y la responsabilidad ambiental ciudadana,
de ver la vida de una manera más ensamblada y dependiente con la suerte del
planeta?
El problema esencial es muy sencillo,
por complejas que sean sus manifestaciones. El ambiente, como sabemos, es el
resultado de las intervenciones humanas en el mundo natural mediante procesos
de trabajo socialmente organizados. Por lo mismo, si deseamos un ambiente
distinto, tendremos que construir sociedades diferentes, en las que el
extractivismo y la Raubwirtschaft –
la economía de rapiña, caracterizada por el geógrafo francés Jean Brunhes a
comienzos del siglo XX – pasen de ser una norma a convertirse en una aberración.
Aquí, el desarrollo del que se trata es
el de nuestra especie. Hoy, ese desarrollo se ve amenazado por la primera
economía organizada a escala mundial en la historia de nuestra especie, ha cuyo
propósito fundamental es garantizar su propio crecimiento sostenido. Así, el
conflicto entre el crecimiento sostenido de la acumulación de capital, y
desarrollo sostenible de la especie humana, a pasado a ser el aspecto principal
de la contradicción entre el capital y el trabajo a escala planetaria.
Es natural, en una situación así, que
los sectores que puedan sentirse amenazados por una transformación radical de
nuestras formas de relación con la naturaleza generen iniciativas de
resistencia que van desde la negación pura y simple del deterioro ambiental,
hasta la reducción de la visión de ese deteriorioro a una escala que alimente
ilusiones de solcuión sin verdadera transformación. Es el caso de la reducción
de la crisis global del ambiente a su dimensión climática; de ésta, asu
dimensión tecnológica y ésta, finalmente, a su dimensión financiera. Así,
veinte años de negociaciones nos dejan a todos, otra vez, a la puerta del banco
y con el sombrero en la mano.
Esa resistencia conservadora es el
principal obstáculo para un cambio en la conciencia y la acción ciudadanas. Aun
así, esa resistencia puede manipular la realidad, pero no puede cambiarla. La
voluntad y la movilización para el cambio social dependerá cada vez más del
desarrollo de los nuevos movimientos sociales, rurales y urbanos, que desde su
situación local y regional sufren y perciben en la práctica los efectos del
vínculo entre el poder y el ambiente. Desde esos movimientos, trabajando con
ellos y para ellos, se vienen generando ya espacios nuevos de trabajo
intelectual que contribuyen a vincularlos entre sí y con el ambientalismo
global. La clave del problema, en este terreno, está en un abordaje desde una
ecología política bien sustentada en la historia ambiental de la región, y del
sistema mundial del que hacemos parte.
Reflexión 3
Los ambientalistas han escrito
profusamente sobre el agotamiento del modelo económico actual, que hace
insostenible el futuro del mundo. Miles de ejemplos se desarrollan a nivel
local, pero las grandes transformaciones económicas, sociales y culturales
tendrán que hacerse a escala global. ¿En dónde y
por quiénes se desarrollan modelos de transición deseables y que
experiencia puede avizorar en el continente latinoamericano?
El
agotamiento del modelo económico sustentado por el intercambio desigual a
escala mundial, que da lugar a un desarrollo desigual y combinado, se hace
evidente una circunstancia global en que se combinan un crecimiento económico
incierto, una inequidad social persistente, una degradación ambiental constante
y un deterioro institucional creciente, que favorece el recurso a la violencia
para dirimir conflictos socioambientales. Esos conflictos surgen del interés de
colectivos sociales distintos en hacer usos mutuamente excluyentes de los
recursos de un mismo ecosistema.
En su forma
más visible, esos conflictos operan a partir de la transformación del
patrimonio natural de poblaciones enteras en capital natural al servicio de
intereses particulares. A eso se agregan otros factores, como el impacto
ecológico del crecimiento urbano desordenado sobre regiones rurales y áreas
protegidas distantes, sobre todo en lo relativo al abastecimiento de agua,
energía y alimentos, y a la disposición de los desechos humanos e industriales.
Por otra parte, esos conflictos se trasladan al interior de las áreas urbanas,
en la lucha de las comunidades de trabajadores por tener acceso a los recursos
que la ciudad recibe de su entorno, y que se destinan primordialmente a las
zonas industriales y comerciales, y a las áreas residenciales de la población
de más altos ingresos.
En esta
circunstancias, el factor fundamental consiste en la recuperación del control
de su propio entorno por parte de las mayorías sociales. Las formas enque eso
ocurra no pueden ser descritas de antemano. En algunas sociedades esto opera a
partir de la defensa de su patrimonio natural por parte de comunidades
indígenas y campesinas. En otros, en el paso a formas cada vez más complejas de
auogestión del propio entorno en comunidades urbanas de bajos ingresos,
mediante iniciativas de agricultura urbana y de gestión de desechos.
Lo
importante, aquí, es entender que un ambiente distinto al que tenemos será el
resultado de la creación de sociedades distintas a las que han generado el
deterioro ambiental que padecemos. Esas sociedades distintas, por otra parte,
no surgirán en virtud de una planificación debidamente ilustrada y a partir de
reformas graduales conducidas por los organismos de poder actualmente
existentes. Esas sociedades serán forjadas – ya lo están siendo, de hecho – a
lo largo del proceso de transición civilizatoria que ya estamos viviendo a
escala mundial.
En su
momento, sin duda, serán muy posibles conflictos de gran escala e intensidad,
habrá enormes dificultades, y será necesario crear las circunstancoas que
permitan el desarrollo de formas enteramente nuevas de relacionamiento de los
seres humanos entre sí, y con su entorno natural. El mejor estímulo para esto
será la otra opción: un retorno a la barbarie, a la pérdida de valores y
derechos forjados a lo largo del desarrollo de nuestra especie, y a la
explotación más inmisericorde del trabajo humano y del medio natural.
Reflexión 4
El movimiento ambientalista enfrenta
dificultades para
acercarse más a la sociedad. Esto genera una gran frustración ante
la incapacidad pedagógica para difundir una cultura nueva, siendo que la
humanidad hace la cultura y la cultura transforma los valores y las conductas. ¿Qué papel desempeña en
esto el lenguaje ambientalista?
El
ambientalismo contemporáneo tiene muchos rostros, y se expresa en múltiples lenguajes.
Hay un ambientalismo tecnocrático de Estado, muy vinculado al capital
transnacional, como hay uno liberal de capas medias, y otro de corte popular, vinculado a los nuevos
movimientos sociales y a la intelectualidad que ha venido desarrollando el
nuevo pensamiento ambiental latinoamericano.
Estos
ambientalismos se encuentran en constante cotradicción entre sí, en la medida
en que expresan visiones en gran medida antagónicas sobre lo que son y lo que
pueden ser las formas dominantes de relación con la naturaleza en nuestras
sociedades. Dado que el lenguaje es la forma material de la conciencia, cada
uno de ellos tiene también formas de expresión características, asociadas a
propuestas políticas específicas.
El lenguaje
del ambientalismo tecnocrático está estrechamente asociado al de los Objetivos
de Desarrollo Sostenible 2030, y a la promoción de las llamadas “políticas de
Estado” como medio de regular las relaciones sociales con el medio natural en
el marco de la economía de mercado. El del ambientalismo liberal, por su parte,
suele tener un carácter ecologista ilustrado en relación a la naturaleza, y
juridicista en relación a los conflcitos ambientales. Estas características se
expresan en una rica tradición de educación ambiental de corte normativo y
conservacionista, y afectados por
conflictos ambientales.
El lenguaje
del ambientalismo popular está directamente asociado a las luchas políticas
asociadas a los conflictos derivados de la lucha contra la expropiación del
patrimonio natural en las zonas rurales y las áreas protegidas, y al acceso a
servicios ambientales básicos en las áreas urbanas. Por ello, su lenguaje es
más cercano al del nuevo pensamiento ambiental latinoamericano, que se nutre en
su desarrollo de las experiencias acumuladas por los sectores populares en sus
acticisades de resistencia ambiental y lucha social.
Aquí, en todo
caso, no cabe ver exclusiones absolutas. La relación entre estas prácticas y
sus lenguajes no escluye el hecho de que lo falso es el resultado de la exageración
unilateral de uno de los aspectos de la verdad. Esa relación, por lo mismo, se
comprende mejor en la medida en que lo ambiental es asumido como aspecto
principal de las contradicciones inherentes al complejo proceso de transición
por el que atraviesa el desarrollo de nuestra especie.
Una parte
significativa de los ODS 2030 y del derecho ambiental que ha venido siendo
creado por los Estados nacionales, por ejemplo, está destinada a asumir y
mediatizar demandas y reivindicaciones ambientales de carácter popular cada vez
más generalizadas. De tal modo es esto así, que el estricto cumplimiento de
esos marcos normativos desde una perspectiva popular y democrática conduciría a
la transformación social necesaria para garantizar la sostenibilidad del
desarrollo de nuestra especie.
Aun así, el
hecho es que estamos ante lenguajes que expresan prácticas y propósitos
diferentes y finalmente excluyentes: el de la planifiación tecnocrática, el del
derecho ambiental, y el de la ecología política. Los dos primeros buscan
contener el cambio social que el tercero promueve en los hechos. De allí la
diferencia entre sus audiencias, y su incidencia en los cambios de los valores
y conductas relacionados con el ambiente en cada una de esas audiencias.
Lo
fundamental, en todo caso, es la renovación de una circunstancia de crisis que,
en una de sus primeras manifestaciones, llevó a José Martí a plantear que
estábamos “en
tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra
enérgica de elementos unidos”, y que estaban así “las especies luchando por el dominio en la unidad
del género.”[1] Eso, que fue planteado cuando la
civilización que conocemos aún estaba en su fase ascendente, ha venido a ser
más evidente que nunca cuando esa civilización ha ingresado en una fase
descendente, de descomposición y transición hacia múltiples opciones de futuro.
Hoy, cuando
el tiempo viene demostrando su superioridad sobre el espacio, y la realidad la
suya ante la idea, cabe comprender y ejercer mejor lo que nos advirtiera José
Martí en su ensayo Nuestra América, publicado en 1891, y que es como el
acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad:
Se
ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que
dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca para lo peor. Si no, lo
peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a
odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.[2]
Mata del Francés, Chiriquí, Panamá. 3 de noviembre de 2017
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